jueves, 7 de febrero de 2008

50 AÑOS DE LA TRAGEDIA DEL UNITED

Carlos de Blas

Fue el 6 de febrero de 1958. Aunque en la actualidad nos cueste trabajo ponernos en esa situación, hace cincuenta años, en Manchester, no era tan sencillo saber qué estaba ocurriendo en los hospitales de Munich. Un avión Elizabethean de la compañía BEA que transportaba al Manchester United desde Belgrado acababa de estrellarse en el aeropuerto alemán al tercer intento de despegue en un lúgubre día invernal. No todos los pasajeros sobrevivieron.

Al día siguiente, viernes, la ciudad inglesa era un hervidero de rumores y especulaciones sobre la identidad de los fallecidos. Sólo habían pasado trece años desde el final de la II Guerra Mundial, y el viejo enemigo alemán trataba por todos los medios de salvar las vidas de unos jóvenes y descarados futbolistas británicos. Y también la de Matt Busby, el mítico entrenador del equipo. Llegaban por los periódicos fotos suyas con máscara de oxígeno, rodeado de enfermeras. Su padre había muerto por una bala alemana, en la guerra.

El equipo regresaba de Belgrado, donde había empatado a tres goles y se había clasificado para las semifinales de la Copa de Europa, donde les esperaba el Milán. La noche del partido, los jugadores celebraron el pase, el liderato en la Liga, la victoria 5-4 ante el Arsenal del fin de semana anterior…una velada repleta de felicidad y con la percepción de que una época dorada comenzaba: el Madrid de Di Stéfano ya tenía digno rival.

El accidente destrozó de manera abrupta todo eso. Fallecieron ocho futbolistas, junto con dieciséis personas más entre directivos, técnicos y periodistas. Los nombres de los jugadores, Tommy Taylor, Roger Byrne, Eddie Colman, David Pegg, Liam Whelan, Geoff Bent y Mark Jones. Duncan Edwards, el chaval con más talento que ha dado Inglaterra según todos quiénes le vieron jugar, luchó durante casi dos semanas por su vida antes de morir, a los 21 años, preocupado por la hora a la que tenía que jugarse el siguiente partido.

La proyección del United por entonces no era la del gigante en que se ha convertido el club, el mejor ejemplo en el siglo de XXI de conjunción entre deporte y negocio. Habían ganado la liga en 1956, con una media de edad de 22 años, y fueron subcampeones al año siguiente. En el 58, Duncan Edwards era casi un crío pero maravillaba, "Bobby" Charlton ya estaba en el equipo, apenas 18 años, en el extremo izquierdo. Tommy Taylor se ocupaba de los goles. Aquel año iba a ser la consagración, el inicio de una dinastía sobre todo con miras a Europa, donde la Copa de Europa, que había nacido por el empecinamiento de Santiago Bernabéu y que comenzó a jugarse por invitación directa, tenía ya un prestigio indudable y era codiciada por todos. Pero la gente de la calle, en Manchester, estaba con el City. La aviación alemana había destruído Old Trafford en la guerra y el equipo tuvo casi que mendigar poder jugar en Maine Road durante algún tiempo atrás. Sin embargo, el día del accidente y los que siguieron, la ciudad y toda Inglaterra vivió todo con pesar, como si las pérdidas fueran de su propia familia, de su propia sangre. Aquel fin de semana se jugaron partidos en toda Inglaterra, con emocionantes muestras de respeto y dolor. Old Trafford permaneció vacío, mudo, mientras en los exteriores la gente se acerca, dejaba flores, lloraba.

Tras el fin del conflicto bélico, Matt Busby, un testarudo y optimista escocés, fue nombrado manager, y llevó casi hasta las últimas consecuencias una idea: el equipo lo formarían en la medida de lo posible juveniles de la cantera, gente de la casa. Comenzaba el mito de los "Busby Boys". La tragedia convirtió en aquel equipo en una leyenda, ya resultaría imposible derrotarles. Los supervivientes y los suplentes incluso ganaron la ida al Milán de las semifinales europeas. Luego fueron goleados en Italia, ganaron un sólo partido más de liga para terminar novenos, y perdieron la final de la FA Cup ante el Bolton. Nada de todo aquello importaba.

Charlton, ya con su imparable calvicie producto seguramente del “shock” aéreo, y Foulkes, con la fe de Busby, capitanearon la resurrección del club. Con la inestimable ayuda de Denis Law y George Best, sólo cinco años más tarde ganaban la FA Cup, en 1963. En el 65 y 67 dos ligas, y en 1968 la Copa de Europa, el primer club inglés en ganarla. El viaje había terminado, el trabajo hecho. Busby renunció al cargo un año más tarde. Y el equipo comenzó una lenta pero sostenida decadencia, descenso a segunda división incluido, hasta la llegada a los mandos de otro escocés, Alex Ferguson. Pero eso es otra historia.

El Manchester United y su gente adquirieron aquellos años una sensación de grandeza que ya no les ha abandonado hasta nuestros días. Orgullosos, tanto de su pasado como de su presente, y con un futuro inmejorable. Para aquellos chavales despreocupados que intentaban revolucionar un deporte llamado fútbol en los años 50, deben saber que aunque suene dramático y exagerado cuando realmente hablamos sólo del fútbol, sus muertes no fueron en vano. Los goles de Hughes, las hazañas de Cantona, los títulos de Ferguson, el compromiso de Robson, el liderazgo de Keane, las trayectorias de Giggs y Scholes o el futuro de Rooney seguramente no hubieran existido sin su inspiración y recuerdo, el de los inmortales “Busby Boys”.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Gracias x contar esta historia. Tuvo que ser mu fuerte vivir auqello y mas ser un jugador del manchester. No m imagino la conmocion que ahora causaria un accidente asi.