El
entrenador de la selección española sigue mostrando un doble rasero nada acorde
a la visión de justo que quiere extrapolar
Antonio Blanca
El
fútbol contiene dos perfiles
paradigmáticos de entrenador desde mediados del siglo pasado. La
división, elevada al mito con la dicotomía
estilística Bilardo-Menotti, establece maneras contrapuestas de entender
la gestión de un vestuario y conectadas con el estilo de juego a implementar o
la relevancia que se entregue al resultado. Sobre este esquema se antepone la
versión relacionada con la posesión de la pelota como arma a la óptica resultadista.
La
primera escuela concibe el rol del técnico bajo un manejo relajado del equipo que contempla concesiones (tácticas, de
diseño de la plantilla o relacionales) a
los egos individuales en pos del buen funcionamiento colectivo y, al
ensalzar el carácter romántico de la apuesta, rinde pleitesía a los ídolos; en la segunda, por el contrario, el
preparador asume un papel protagonista al establecer un régimen de trabajo
determinado por normas rígidas
de funcionamiento, aplicando la solidaridad de esfuerzos y el sacrificio de los egos particulares e
imponiendo la meritocracia (juega
el que mejor entrene o mejor estado de forma atraviese).
Valga
esta nota teórica para aportar un esquema de análisis a la polvareda generada
por la decisión de Vicente del Bosque
de alinear a Iker Casillas como portero de la selección española, en
detrimento de Víctor Valdés.
Resulta
de dominio público de qué escuela se nutre el exitoso preparador salmantino.
Sin embargo, la elección del meta madrileño (inédito esta temporada con su club
y alejado de la titularidad desde enero del presente año) ha causado sorpresa a numerosos analistas,
que han concebido la decisión del seleccionador como un agravio hacia el cinco veces ganador del Trofeo Zamora del balompié
patrio y una concesión inexplicable
hacia el capitán de la histórica España campeona de Europa y el Mundial.
No
en vano, durante el intervalo de recuperación de Iker tras su fractura, Valdés exhibió su clase bajo palos en París para
salvaguardar las opciones nacionales en la fase de clasificación para Brasil
2014, asegurándose, para algunos, la titularidad para las próximas citas. La Copa Confederaciones confirmó la idea de Del
Bosque: Casillas, sin disputar un minuto en el cierre de temporada
madridista, fue el elegido. El arquero del Barça, al banquillo. Los méritos
coyunturales (o prolongados en el tiempo, como es el caso de Víctor) no caben
en la pizarra ante el peso de un mito.
“Casillas
no es igual que los demás por la cantidad de internacionalidades que
tiene, por lo que hay que ser
afectuosos y respetuosos con él”, señaló Del Bosque en la previa al
encuentro ante Finlandia. Meses antes, cuando la suplencia merengue de Iker
comenzaba a enfriar su relevancia mediática ante la notable actuación de Diego
López, el seleccionador regresaba para defender al emblema: “Sabemos
que es un mito del fútbol español y nadie ha logrado lo que ha
conseguido él en su carrera por lo que tenemos
la obligación de proteger a los jugadores que han dado tanto a la selección”.
De
este modo, con el discurso prudente habitual en don Vicente (solo alterado por
el tono grave de las críticas referencias a Mourinho, sin nunca poner nombre),
el entrenador ha ido reforzando la posición que le marca su filosofía: la alineación ha de rendir “respeto” a los
ídolos, por encima del rendimiento o el estado de forma. De hecho,
cabría más una discusión sobre el perfil de seleccionador que necesita esta
España avocada a una transición generacional. La elección del meta no es sino
uno de los argumentos que conforman el método con el que el técnico charro ha conquistado la
gloria.
La
coherencia en sus decisiones encuentra un refuerzo irrebatible en su última
etapa al frente de la nave galáctica del
Real Madrid. En aquel equipo revolucionario (en lo relativo a la amalgama
de egos y el monto invertido), comandado por Zidane, Figo, Ronaldo o Roberto
Carlos, surgían varias figuras
preponderantes en el vestuario a las que Del Bosque aplicó el “respeto”
de la titularidad, aunque la competitividad del conjunto se viera sensiblemente
mermada. El ejemplo esclarecedor cuenta con el protagonismo de Fernando Hierro. El malagueño, genial
centrocampista reconvertido en central para destacar como uno de los mejores
creadores de juego desde la zaga del planeta, gozó de más minutos de los que
aconsejaba su estado físico.
Con
34 años, el descenso de los reflejos defensivos, la cintura y la velocidad en
carrera y en el corte de Hierro habían provocado un bajón notable en su rendimiento. A pesar de mostrar con claridad
la erosión que el inexorable paso del tiempo había causado en su despliegue en
la competición doméstica, Del Bosque le
mantuvo con discutida firmeza el “respeto” al “4” madridista en la
Champions League. Para desgracia del legado que ha dejado el excelso central
español en el club madrileño, aquella
fe romántica del entrenador le costó uno de los peores partidos de su carrera.
El borrón indeseado en el epílogo de su trayectoria en la casa blanca. El 14 de
mayo de 2003, la Juventus de Turín eliminó al Real Madrid en las semifinales de
la Copa de Europa atacando, sin descaro, la debilidad de Hierro. Del Piero le
hizo un traje en el segundo gol y Nedved escapó sin dificultad de su marca en
el tercero. El equipo cayó eliminado
con un culpable destacado. El mito quedó en evidencia.
En
antagónica concepción se encuentra por ejemplo José Mourinho, que rompió la
jerarquía de Iker Casillas, otorgando el puesto a quien mejor entrena y quien
mejor está. Del Bosque ha demostrado que no entiende de momentos óptimos de
forma ni méritos desarrollados en el césped (un caso flagrante es la no
convocatoria de “Michu”, jugador del Swansea), mantiene su romántica e
injustísima idea, la receta de su escuela, ya sea en lo que a confección de
alineaciones se refiere o en la
preponderancia de los egos individuales. Sobre este último apartado cabe
destacar el episodio generado, de manera involuntaria, por su mano derecha Toni Grande, en la Confederaciones.
El segundo técnico declaró, sin contemplar el calado de tan maña filtración,
que “Xavi nos dijo que le interesaba jugar más con un jugador que con otro”.
El cerebro azulgrana, atónito, trató de zanjar la fortuita acusación con
fuerza: “No se me ocurriría decirle al entrenador con quién tengo que jugar porque
no lo he hecho ni lo haré en mi vida”.
El
concepto de "respeto" y memoria que demanda Vicente del Bosque para
con los pilares, casi icónicos, de la selección nacional se encuentra, en
ocasiones, con la incomprensión del aficionado porque demuestra la dación de
unos poderes perpetuos, una titularidad por decreto que resalta la mayor de las
injusticias. La titularidad de Casillas en Finlandia representa el último
ejemplo, que pone de relieve el enfrentamiento (teórico) entre esta manera de
concebir la labor del entrenador y la que abanderan figuras como Alex Ferguson
o José Mourinho. Se avecina la transición
que ha de afrontar el equipo nacional, tanto sobre el césped como en el
banquillo, con el objetivo de mitigar la depresión tras este inolvidable ciclo
glorioso. Llegará el momento en el que el debate sobre el perfil de
seleccionador idóneo cope los focos. De momento, el ilustre líder del proyecto
sigue fiel a su filosofía y no hay lugar para la sorpresa. Casillas es su
portero, no hay más vueltas. Respeto a su decisión, cosa que ni él ni parte de
la prensa palmera hizo en otros casos.