Jordi Grimau
La ida de las semifinales de Copa arribó al Camp Nou en plena efervescencia de juego y confianza blaugrana.
La inercia, fomentada con la debacle madridista y el baño y masaje en
San Mamés, ha disparado las revoluciones individuales y colectivas del
Barcelona de Luis Enrique, que llega a este punto del calendario a
rebufo del líder -con antagónicas sensaciones- cabalgando sobre el compromiso espiritual con el equipo, recién renovado, de Leo Messi.
Así, el técnico asturiano optó por repetir esquema, atribuciones y
nombres con la salvedad del descanso otorgado a Busquets, Bravo y
Rakitic.
Ter Stegen y Rafinha disfrutarían de minutos de oportunidad de reivindicación, al igual que Mathieu, que entró en el centro de la zaga por Mascherano. El pivote argentino regresaba a su atribución principal en al medular para salvaguardar la espalda de la línea central catalana. Posesión con tinte vertical, desestabilización en banda con Messi y Neymar y atención al repliegue tras pérdida, ya fuera con presión arriba y con ayudas a la contra rival.
El Villarreal tampoco varió filosofía y hoja de ruta con respecto a su despliegue en Liga, que concluyó con 3-2 en favor del bloque barcelonés con un muestrario de contragolpes visitantes que pusieron de manifiesto la endeblez en el balance tras pérdida catalana y la falta de puntería de la vanguardia valenciana. Marcelino buscaba con el doble pivote Bruno-Pina ese motor de ayudas para colapsar el centro y lanzar a la velocidad en transición de sus atacantes. Vietto y Gio buscarían aguantar la pelota para el respiro de sus replegados compañeros y la efectividad en el cierre de líneas de pase y en el remate de las ocasiones creadas en vuelo, variables que definirían si el bloque levantino saldría vivo de este envite para jugársela en El Madrigal.
Arrancó el duelo con el Barça monopolizando la pelota y el Villarreal aceptando el rol, agazapado en su campo. La horizontalidad de la posesión quedaba rota con fogonazos coyunturales de Messi, acostado en banda y trazando diagonales en slalom y en combinación. El argentino ejecutó el primer chut del partido, precedido de pérdida de balón en el intento de salida del conjunto visitante, para la atajada cómoda de Asenjo. Se habían quemado 10 minutos de respeto mutuo que abrieron la puerta a una vertiente más puntiaguda y rápida de la asociación azulgrana.
Ter Stegen y Rafinha disfrutarían de minutos de oportunidad de reivindicación, al igual que Mathieu, que entró en el centro de la zaga por Mascherano. El pivote argentino regresaba a su atribución principal en al medular para salvaguardar la espalda de la línea central catalana. Posesión con tinte vertical, desestabilización en banda con Messi y Neymar y atención al repliegue tras pérdida, ya fuera con presión arriba y con ayudas a la contra rival.
El Villarreal tampoco varió filosofía y hoja de ruta con respecto a su despliegue en Liga, que concluyó con 3-2 en favor del bloque barcelonés con un muestrario de contragolpes visitantes que pusieron de manifiesto la endeblez en el balance tras pérdida catalana y la falta de puntería de la vanguardia valenciana. Marcelino buscaba con el doble pivote Bruno-Pina ese motor de ayudas para colapsar el centro y lanzar a la velocidad en transición de sus atacantes. Vietto y Gio buscarían aguantar la pelota para el respiro de sus replegados compañeros y la efectividad en el cierre de líneas de pase y en el remate de las ocasiones creadas en vuelo, variables que definirían si el bloque levantino saldría vivo de este envite para jugársela en El Madrigal.
Arrancó el duelo con el Barça monopolizando la pelota y el Villarreal aceptando el rol, agazapado en su campo. La horizontalidad de la posesión quedaba rota con fogonazos coyunturales de Messi, acostado en banda y trazando diagonales en slalom y en combinación. El argentino ejecutó el primer chut del partido, precedido de pérdida de balón en el intento de salida del conjunto visitante, para la atajada cómoda de Asenjo. Se habían quemado 10 minutos de respeto mutuo que abrieron la puerta a una vertiente más puntiaguda y rápida de la asociación azulgrana.
Alba desbordó en el 15 para centrar templado al segundo poste. Suárez no conectó su cabezazo por muy poco. El Barça dominaba la pelota pero no el tempo de juego. La fluidez frenética en la posesión no se convertía en tendencia y el Villarreal avisaba con contras esbozadas,
que no tomaban cuerpo. Messi se erigía, de manera difinitiva, como
catalizador del desequilibrio, desde la banda, por el centro, en
combinación, en solitario y en largo. La Pulga lamió el poste
con un remate que vislumbró Iniesta en su cesión a la segunda línea
tras el pase brillante de Neymar, que dejó al manchego con un escaparate
de decisiones en el interior del área.
Pasada la media hora se desplegaba un dominio por acoso, sin verticalidad, del Barça con el Villarreal cada vez más encerrado y constreñido a la imposibilidad de mantener la pelota y corres en transición. Sobrevino el gol anulado a Mathieu por fuera de juego tras dos acciones individuales brillantes de Neymar y Rafinha en la frontal y en el 32 aconteció el punto de inflexión del duelo: Bruno, eje equilibrador amarillo y principal lanzador de contras, cayó lesionado en una acción de achique ante Iniesta. Marcelino perdía a su pieza elemental y daba entrada a Trigueros, más creativo y de menor concepción táctica. Recaía sobre Jonathan dos Santos la responsabilidad de crear líneas de salida. Pero el Villarreal eludía la elaboración en transición y cada vez cedía más terreno y pelota, sin generar miedo al endeble balance de repliegue blaugrana, buscando ganar el descanso.
Sin embargo hizo acto de presencia un fallo grotesco en el despeje de Musacchio. El central perdió pelota y posición en la medular y dejó solo, en carrera, a Luis Suárez. El charrúa encontró la llegada en ventaja de Messi y el argentino cruzó a placer para abrir el marcador en el 41. Subió revoluciones e implicación sin balón y en la presión el Barça en busca de la sentencia prematura y las ocasiones se sucedieron: Messi puso un pase delicioso por abajo a Luis Suárez, que cruza demasiado su disparo (en el 42); de una combinación colectiva sensacional en la frontal nace la cesión de Alba al centro chut de Iniesta que Neymar y Suárez no rematan por muy poco (en el 44); el uruguayo cerró la tormenta al perder la opción clara de remate por lentitud tras un pase aéreo suculento de Alves (en el 45). Y en plena ofensiva, capricho del fútbol, el Villarreal se estiró para cazar su primera contra con solera. Ter Stegen salvó a los suyos al despejar a saque de esquina un remate cruzado de Vietto en una transición de cinco zagueros para tres atacantes. Gio -desparecido hasta entonces- condujo, Cheryshev centró al punto de penalti y el argentino remató. Todo ello ante la mirada de la retaguardia blaugrana. Ganaba vestuarios el Barça después de que el colegiado no dejara sacar el córner a los visitantes. Con el suspiro en el pecho.
Ahondó en el sistema Marcelino, que ordenó cierta subida de ambición tras la reanudación y obtuvo resultados inmediatos. El Villarreal subió líneas tras el saque de centro, lanzado hacia la meta de Stegen y, tras una serie de saques de esquina a favor del Submarino y un error de Suárez en la salida de su equipo, Trigueros encontró recompensa al cambio de actitud ejecutando un cañonazo desde larga distancia que el meta alemán convirtió a gol a través de la ausencia de despeje, en una cantada notable. Corría en 47 y llegaban las tablas en un cambio de escenario buscado por el técnico asturiano.
Pero esa subida de líneas en pos de la discusión coyuntural de la posesión condujo hacia la nefasta -para los intereses levantino- reproducción de la escena liguera. Si en el campeonato doméstico el gol visitante disparó la remontada -del 0-1 al 2-1-, en este caso devolvió la ventaja al Barça por un mecanismo similar de reacción ante la alegría: la relajación y la ruptura de líneas. Así, Iniesta y Suárez se colaron con paredes en la zaga amarilla como cuchillo en mantequilla. Llegó el error en el despeje, esta vez en los piés de Mario, y el manchego engatilló en total comodidad. De nuevo pagaban los pupilos de Marcelino su acierto previo y, por el camino, se amplió el fango de la fortuna valenciana con la lesión de Jonathan -inoperante en la construcción de calma-. Rukavina ocupó su puesto en un claro viraje hacia el repliegue del técnico asturiano. Todo ello antes del 50 de partido.
Se sumió entonces el duelo en la premeditada horizontalidad en la posesión blaugrana, que frenaba el ritmo y el riesgo local, complacido con el escenario. Sin mirar a portería, se quemaba el tiempo en el sopor generalizado. Sin embargo, la pegada blaugrana rompió el equilibrio en un testarazo de Piqué a la salida de un córner que retrató y castigó la mala salida de Asenjo y el estrepitoso agujero en el marcaje de Musacchio. Cimentaba su distancia y tranquilidad el Barça, entregado ya a la manutención de la calma a través de la anestesia con la pelota. Rafinha -menos trascendente que en Liga- cedió su puesto a Rakitic en el 67 y tres minutos más tarde Musacchio completaba su cuadro golpeando con la mano una pelota cuando tenía la posesión ganada a Messi en la frontal del área. El penalti fue marrado por Neymar en el 70 y Rakitic cerró el momentáneo chispazo catalán con un cañonazo cruzado desde el pico del área que Asenjó sacó a córner.
El Villarreal vislumbró en el tramo final de juego el cansancio local y la consiguiente ruptura abismal de líneas. Empezó a ganar peso en el manejo del balón en busca de situaciones de remate. No obstante, Gio rozó el tanto tras una salida horrible de Stegen en un saque de esquina levantino en el 79 y cabeceó a las manos del meta teutón en el 83, confirmando el cambio de escenario en la recta final. Pero el marcador no quedaría alterado ya. Luis Enrique ganó a Marcelino ajustando a Mascherano como apaga fuegos de la contra rival y ni Cheryshev -sustituido con una actuación discreta- ni Vietto superaron la baja de Bruno. La contra castellonense quedó mutilada con las lesiones y el Barça decidió guardar la ropa. La impotencia visitante, que buscó rascar sólo en el último suspiro, contrastó con la suficiencia local, que economizó esfuerzos y creatividad en ataque y acudió a los errores rivales para despertar de la horizontalidad de dejar casi sentenciado su pase a la final de la Copa 2015.
Pasada la media hora se desplegaba un dominio por acoso, sin verticalidad, del Barça con el Villarreal cada vez más encerrado y constreñido a la imposibilidad de mantener la pelota y corres en transición. Sobrevino el gol anulado a Mathieu por fuera de juego tras dos acciones individuales brillantes de Neymar y Rafinha en la frontal y en el 32 aconteció el punto de inflexión del duelo: Bruno, eje equilibrador amarillo y principal lanzador de contras, cayó lesionado en una acción de achique ante Iniesta. Marcelino perdía a su pieza elemental y daba entrada a Trigueros, más creativo y de menor concepción táctica. Recaía sobre Jonathan dos Santos la responsabilidad de crear líneas de salida. Pero el Villarreal eludía la elaboración en transición y cada vez cedía más terreno y pelota, sin generar miedo al endeble balance de repliegue blaugrana, buscando ganar el descanso.
Sin embargo hizo acto de presencia un fallo grotesco en el despeje de Musacchio. El central perdió pelota y posición en la medular y dejó solo, en carrera, a Luis Suárez. El charrúa encontró la llegada en ventaja de Messi y el argentino cruzó a placer para abrir el marcador en el 41. Subió revoluciones e implicación sin balón y en la presión el Barça en busca de la sentencia prematura y las ocasiones se sucedieron: Messi puso un pase delicioso por abajo a Luis Suárez, que cruza demasiado su disparo (en el 42); de una combinación colectiva sensacional en la frontal nace la cesión de Alba al centro chut de Iniesta que Neymar y Suárez no rematan por muy poco (en el 44); el uruguayo cerró la tormenta al perder la opción clara de remate por lentitud tras un pase aéreo suculento de Alves (en el 45). Y en plena ofensiva, capricho del fútbol, el Villarreal se estiró para cazar su primera contra con solera. Ter Stegen salvó a los suyos al despejar a saque de esquina un remate cruzado de Vietto en una transición de cinco zagueros para tres atacantes. Gio -desparecido hasta entonces- condujo, Cheryshev centró al punto de penalti y el argentino remató. Todo ello ante la mirada de la retaguardia blaugrana. Ganaba vestuarios el Barça después de que el colegiado no dejara sacar el córner a los visitantes. Con el suspiro en el pecho.
Ahondó en el sistema Marcelino, que ordenó cierta subida de ambición tras la reanudación y obtuvo resultados inmediatos. El Villarreal subió líneas tras el saque de centro, lanzado hacia la meta de Stegen y, tras una serie de saques de esquina a favor del Submarino y un error de Suárez en la salida de su equipo, Trigueros encontró recompensa al cambio de actitud ejecutando un cañonazo desde larga distancia que el meta alemán convirtió a gol a través de la ausencia de despeje, en una cantada notable. Corría en 47 y llegaban las tablas en un cambio de escenario buscado por el técnico asturiano.
Pero esa subida de líneas en pos de la discusión coyuntural de la posesión condujo hacia la nefasta -para los intereses levantino- reproducción de la escena liguera. Si en el campeonato doméstico el gol visitante disparó la remontada -del 0-1 al 2-1-, en este caso devolvió la ventaja al Barça por un mecanismo similar de reacción ante la alegría: la relajación y la ruptura de líneas. Así, Iniesta y Suárez se colaron con paredes en la zaga amarilla como cuchillo en mantequilla. Llegó el error en el despeje, esta vez en los piés de Mario, y el manchego engatilló en total comodidad. De nuevo pagaban los pupilos de Marcelino su acierto previo y, por el camino, se amplió el fango de la fortuna valenciana con la lesión de Jonathan -inoperante en la construcción de calma-. Rukavina ocupó su puesto en un claro viraje hacia el repliegue del técnico asturiano. Todo ello antes del 50 de partido.
Se sumió entonces el duelo en la premeditada horizontalidad en la posesión blaugrana, que frenaba el ritmo y el riesgo local, complacido con el escenario. Sin mirar a portería, se quemaba el tiempo en el sopor generalizado. Sin embargo, la pegada blaugrana rompió el equilibrio en un testarazo de Piqué a la salida de un córner que retrató y castigó la mala salida de Asenjo y el estrepitoso agujero en el marcaje de Musacchio. Cimentaba su distancia y tranquilidad el Barça, entregado ya a la manutención de la calma a través de la anestesia con la pelota. Rafinha -menos trascendente que en Liga- cedió su puesto a Rakitic en el 67 y tres minutos más tarde Musacchio completaba su cuadro golpeando con la mano una pelota cuando tenía la posesión ganada a Messi en la frontal del área. El penalti fue marrado por Neymar en el 70 y Rakitic cerró el momentáneo chispazo catalán con un cañonazo cruzado desde el pico del área que Asenjó sacó a córner.
El Villarreal vislumbró en el tramo final de juego el cansancio local y la consiguiente ruptura abismal de líneas. Empezó a ganar peso en el manejo del balón en busca de situaciones de remate. No obstante, Gio rozó el tanto tras una salida horrible de Stegen en un saque de esquina levantino en el 79 y cabeceó a las manos del meta teutón en el 83, confirmando el cambio de escenario en la recta final. Pero el marcador no quedaría alterado ya. Luis Enrique ganó a Marcelino ajustando a Mascherano como apaga fuegos de la contra rival y ni Cheryshev -sustituido con una actuación discreta- ni Vietto superaron la baja de Bruno. La contra castellonense quedó mutilada con las lesiones y el Barça decidió guardar la ropa. La impotencia visitante, que buscó rascar sólo en el último suspiro, contrastó con la suficiencia local, que economizó esfuerzos y creatividad en ataque y acudió a los errores rivales para despertar de la horizontalidad de dejar casi sentenciado su pase a la final de la Copa 2015.