Jordi Grimau
Llegar, ver y vencer. Con la premisa de tomar el Parque de los Príncipes y optimizar el beneficio ante las bajas de su oponente
afrontó el Barça su visita al coliseo parisino, convertido en escenario
de contrastada competitividad por obra y gracia de los petrodólares. El
bloque catalán gozaba de la oportunidad de asestar un golpe de autoridad y confianza en el panorama continental
y, de paso, allanar el trayecto hacia semfinales de la Liga de
Camepones, asegurando, de este modo, reducir las distracciones de cara a
la pugna por la Liga. El rival de esta factible empresa era el heróico
vestuario que levantó, con 10, la eliminatoria al Chelsea de Mourinho,
escribiendo una página legendaria de esta elitista competición. Que,
además, atraviesa el punto álgido del proyecto faraónico, sabedor de la
urgencia de tocar techo con un trofeo ilustre ante la siempre latente
amenaza de despiece y retirada de sus pomposas figuras, por mor del
mercado.
Luis Enrique apostó por el sistema con que el ha consolidado el mejor rendimiento colectivo de su plantilla. El 4-3-3 habitual con la columna vertebral tradicional, culminada por el tridente arrollador. Porque, el técnico asturiano relativizó la afrenta pública de Neymar otorgándole la titularidad, sabedor de la importancia de su desborde en transición. No hizo lo propio con Mathieu y, sobre todo, con Dani Alves. Mascherano regresaba al centro de la defensa ante la velocidad local y sobre Montoya, gran sorpresa, recaía el marrón de taponar y equilibrar el esquema. La fluidez en la posesión de balón, el control de la situación tras pérdida y la verticalidad después de robo, elementos clave blaugrana para este partido.
Laurent Blanc, que sufría las ausencias de Ibrahimovic, Verrati, Motta y rescató a David Luiz para el banquillo -en un plazo de recuperación récord: cuatro semanas de baja recetadas y nueve días de reposo en la práctica-, optó por afianzar la idea de cierre intenso y salida entregando el mando del frenesí a Pastore. El argentino contaría con la flecha guerra Lavezzi y la devastadora astucia de Cavani. Por detrás, como red e seguridad, el físico de Matuidi y Rabiot y la sensatez táctica de Cabaye. Una medular de circunstancias que quedaba protegida por la última línea del repliegue, comandada por Thiago Silva, Marquinhos y apuntalada por los carrileros Van der Biel y Maxwell. De la cohesión en el achique y la precisión en la posesión, ya sea vertical o en estático, dependería la supervivencia del PSG en este duelo. El balón parado permanecía como variable fija en un pentagrama de esfuerzo solidario sin mirar a portería.
Con la incógnita de la intención del Barça en la profundidad del manejo de la pelota y la altura de la presión o encierro francesa arrancó la ida de este delicioso cruce. El equipo catalán impuso desde el inicio sus condiciones, exhibiendo personalidad: dominaba en monopolio el esférico y ahogaba la salida templada de pelota gala con ardor en la presión. Los franceses permanecían cómodos, agazapados con las líneas muy juntas y amenazando, desde el primer minuto, con salidas frenéticas a la contra. El ritmo quedaba definido bajo por la horizontalidad, demasiado pausada, de la asociación culé.
Con el control de daños como preferencia mutua, sin combinación que supere líneas del Barça, se quemó el primer suspiro, una situación que se tornó en espejismo para desgracia parisien. La presión blaugrana provocaba imprecisiones locales y el vuelo en transición penalizaba los espacios que dejaba el regreso de los centrocampistas locales -ninguno de ellos poseía el rol de peón defensivo- y Messi avisó en el 13 con su marca registrada, el chut con rosca al segundo poste desde la frontal. Su intento se estrelló en la madera como muesca pronosticadora. Dos minutos más tarde, Neymar remataba muy desviado un mal despeje de Maxwell e indecisión generalizada.
Con el sistema catalán colapsando la intención de ganar líneas y oxígeno de los pupilos de Blanc, Busquets tapó el regate en la banda de Rabiot para lanzar una contra que abría la puerta al veneno español. La pelota llegó a los pies de Messi que condujo por el centro, dividió y dejó en mano a mano al punta brasileño. El 11 cruzó con clase abriendo el marcador y empezando a decantar la cosecha tras los primeros méritos de cada cual. Acto y seguido, la fortuna retorcía la capacidad de épica del PSG y Thiago Silva se retiraba lesionado. Andando con la pelota en juego. David Luiz debía volver a la zaga en la peor tesitura imaginable, con 0-1 y sin horizonte.
Con el guión de partido ya fijado -dominio visitante total de la pelota-, el primer acto se disparó hacia el intermedio con el control del Barça decididamente lento. La circulación no peligraba por el encierro rival y los minutos se consumieron con la eficacia de la idea de Luis Enrique de la presión y el estatismo con balón. Tan solo la conexión de los tres puntas cambiaba el ritmo y Neymar concluyó con disparo desviado el único acercamiento hasta el descanso. Mascherano tapó la única contra clara de la que dispuso el Paris Saint-Germáin con una anticipación sublime que condenó a un Cavani que, con suma dificultad, realizó el solitario intento -de cabeza- para que Stegen estrenara los guantes. Sobrevivió el bloque francés a 45 minutos torcidos gracias, en parte, al descenso de la intención vertical catalana, que terminó por caer en la temida pasividad controladora a través de la que creció el oponente. Sólo Matuidi encontraba soluciones en campo contrario.
Reaccionó Blanc con gallardía, sumando intensidad a la fórmula de siesta blaugrana. Subió líneas para empezar a incomodar la circulación española y fruto de la diferencia de ritmo competitivo dispuso de dos ocasiones precoces: un chut centrado desde el pico del área de Pastore que se sacó de encima Stegen, con una pizca de inseguridad, y un remate tímido de Rabiot desde el perfil contrario. Antes del 50 de juego se había matizado el paisaje y el Barça empezaba a necesitar un aumento en las pulsaciones. Sin embargo, el partido avanzaba con el esfuerzo mínimo con pelota visitante -nunca cedió en el compromiso tras pérdida-. La siesta parecía convenir a un Barça que vio cómo Iniesta se retiraba lesionado y Xavi entraba en escena. Blanc apostó entonces por el suicidio ofensivo sacando de la hierba a Rabiot y sacrificando el equilibrio en pos de la velocidad en banda de Lucas Moura -tan gris como en su experiencia europea-.
Y lo pagó el técnico galo. Los espacios se multiplicaron a la espalda de la medular parisina. El primero en dar buena cuenta de ello resultó ser Luis Suárez, que aniquiló la eliminatoria de la única manera que dibujaba su equipo, en solitario. Recibió pegado a la cal, sentó a David Luiz con un túnel, dribló a Marquinhos y retrató a Sirigu con el segundo gol del partido. En el 66 parecía dar carpetazo al partido el uruguayo, que despertó a los suyos de la autocomplacencia.
Se abrió el duelo y Ter Stegen selló su portería con una estirada de foto al cañonazo de Cavani tras saque de esquina en el 69. Respondió Messi en vuelo con un slalom de seda que realizó un agujero en el centro del repliegue francés para chutar muy desviado desde la frontal. En plena efervescencia ofensiva, con el PSG partido, Rakitic dejó su sitio a Mathieu -Mascherano apoyaría a Busquets en el control de las contras locales- y el sacrificado delantero centro culé, sacrificado y acertado -protagonista decisivo del enfrentamiento- trazaría otro túnel a David Luiz para colocar la pelota en la escuadra en el 78. Subía el 0-3 que lucía la pegada catalana por encima de la ambición como colectivo y la seguridad defensiva del brasileño subrayaría, de nuevo, su nivel.
Antes del desenlace de este partido -que no de la eliminatoria, concluida en el 66 de juego- Montoya dejó su sitio a Adriano y Mathieu desvió el chut de Van der Biel para cerrar el 1-3 definitivo. La anestesia blaugrana impuso su ley y los fogonazos de calidad de su delantera resolvió un partido plácido. Cavani y Messi gozaron de opciones postreras para sumar un gol a sus respectivas mochilas sin éxito. El Barça jugó con seriedad y manejó con éxito una situación demasiado pesada para el mermado conjunto galo. El Camp Nou vivirá una fiesta intrascendente -salvo catástrofe- en el punto en que el sistema de Luis Enrique ha exhibido mejor eficacia en defensa. España contará con dos semifinalistas.
Luis Enrique apostó por el sistema con que el ha consolidado el mejor rendimiento colectivo de su plantilla. El 4-3-3 habitual con la columna vertebral tradicional, culminada por el tridente arrollador. Porque, el técnico asturiano relativizó la afrenta pública de Neymar otorgándole la titularidad, sabedor de la importancia de su desborde en transición. No hizo lo propio con Mathieu y, sobre todo, con Dani Alves. Mascherano regresaba al centro de la defensa ante la velocidad local y sobre Montoya, gran sorpresa, recaía el marrón de taponar y equilibrar el esquema. La fluidez en la posesión de balón, el control de la situación tras pérdida y la verticalidad después de robo, elementos clave blaugrana para este partido.
Laurent Blanc, que sufría las ausencias de Ibrahimovic, Verrati, Motta y rescató a David Luiz para el banquillo -en un plazo de recuperación récord: cuatro semanas de baja recetadas y nueve días de reposo en la práctica-, optó por afianzar la idea de cierre intenso y salida entregando el mando del frenesí a Pastore. El argentino contaría con la flecha guerra Lavezzi y la devastadora astucia de Cavani. Por detrás, como red e seguridad, el físico de Matuidi y Rabiot y la sensatez táctica de Cabaye. Una medular de circunstancias que quedaba protegida por la última línea del repliegue, comandada por Thiago Silva, Marquinhos y apuntalada por los carrileros Van der Biel y Maxwell. De la cohesión en el achique y la precisión en la posesión, ya sea vertical o en estático, dependería la supervivencia del PSG en este duelo. El balón parado permanecía como variable fija en un pentagrama de esfuerzo solidario sin mirar a portería.
Con la incógnita de la intención del Barça en la profundidad del manejo de la pelota y la altura de la presión o encierro francesa arrancó la ida de este delicioso cruce. El equipo catalán impuso desde el inicio sus condiciones, exhibiendo personalidad: dominaba en monopolio el esférico y ahogaba la salida templada de pelota gala con ardor en la presión. Los franceses permanecían cómodos, agazapados con las líneas muy juntas y amenazando, desde el primer minuto, con salidas frenéticas a la contra. El ritmo quedaba definido bajo por la horizontalidad, demasiado pausada, de la asociación culé.
Con el control de daños como preferencia mutua, sin combinación que supere líneas del Barça, se quemó el primer suspiro, una situación que se tornó en espejismo para desgracia parisien. La presión blaugrana provocaba imprecisiones locales y el vuelo en transición penalizaba los espacios que dejaba el regreso de los centrocampistas locales -ninguno de ellos poseía el rol de peón defensivo- y Messi avisó en el 13 con su marca registrada, el chut con rosca al segundo poste desde la frontal. Su intento se estrelló en la madera como muesca pronosticadora. Dos minutos más tarde, Neymar remataba muy desviado un mal despeje de Maxwell e indecisión generalizada.
Con el sistema catalán colapsando la intención de ganar líneas y oxígeno de los pupilos de Blanc, Busquets tapó el regate en la banda de Rabiot para lanzar una contra que abría la puerta al veneno español. La pelota llegó a los pies de Messi que condujo por el centro, dividió y dejó en mano a mano al punta brasileño. El 11 cruzó con clase abriendo el marcador y empezando a decantar la cosecha tras los primeros méritos de cada cual. Acto y seguido, la fortuna retorcía la capacidad de épica del PSG y Thiago Silva se retiraba lesionado. Andando con la pelota en juego. David Luiz debía volver a la zaga en la peor tesitura imaginable, con 0-1 y sin horizonte.
Con el guión de partido ya fijado -dominio visitante total de la pelota-, el primer acto se disparó hacia el intermedio con el control del Barça decididamente lento. La circulación no peligraba por el encierro rival y los minutos se consumieron con la eficacia de la idea de Luis Enrique de la presión y el estatismo con balón. Tan solo la conexión de los tres puntas cambiaba el ritmo y Neymar concluyó con disparo desviado el único acercamiento hasta el descanso. Mascherano tapó la única contra clara de la que dispuso el Paris Saint-Germáin con una anticipación sublime que condenó a un Cavani que, con suma dificultad, realizó el solitario intento -de cabeza- para que Stegen estrenara los guantes. Sobrevivió el bloque francés a 45 minutos torcidos gracias, en parte, al descenso de la intención vertical catalana, que terminó por caer en la temida pasividad controladora a través de la que creció el oponente. Sólo Matuidi encontraba soluciones en campo contrario.
Reaccionó Blanc con gallardía, sumando intensidad a la fórmula de siesta blaugrana. Subió líneas para empezar a incomodar la circulación española y fruto de la diferencia de ritmo competitivo dispuso de dos ocasiones precoces: un chut centrado desde el pico del área de Pastore que se sacó de encima Stegen, con una pizca de inseguridad, y un remate tímido de Rabiot desde el perfil contrario. Antes del 50 de juego se había matizado el paisaje y el Barça empezaba a necesitar un aumento en las pulsaciones. Sin embargo, el partido avanzaba con el esfuerzo mínimo con pelota visitante -nunca cedió en el compromiso tras pérdida-. La siesta parecía convenir a un Barça que vio cómo Iniesta se retiraba lesionado y Xavi entraba en escena. Blanc apostó entonces por el suicidio ofensivo sacando de la hierba a Rabiot y sacrificando el equilibrio en pos de la velocidad en banda de Lucas Moura -tan gris como en su experiencia europea-.
Y lo pagó el técnico galo. Los espacios se multiplicaron a la espalda de la medular parisina. El primero en dar buena cuenta de ello resultó ser Luis Suárez, que aniquiló la eliminatoria de la única manera que dibujaba su equipo, en solitario. Recibió pegado a la cal, sentó a David Luiz con un túnel, dribló a Marquinhos y retrató a Sirigu con el segundo gol del partido. En el 66 parecía dar carpetazo al partido el uruguayo, que despertó a los suyos de la autocomplacencia.
Se abrió el duelo y Ter Stegen selló su portería con una estirada de foto al cañonazo de Cavani tras saque de esquina en el 69. Respondió Messi en vuelo con un slalom de seda que realizó un agujero en el centro del repliegue francés para chutar muy desviado desde la frontal. En plena efervescencia ofensiva, con el PSG partido, Rakitic dejó su sitio a Mathieu -Mascherano apoyaría a Busquets en el control de las contras locales- y el sacrificado delantero centro culé, sacrificado y acertado -protagonista decisivo del enfrentamiento- trazaría otro túnel a David Luiz para colocar la pelota en la escuadra en el 78. Subía el 0-3 que lucía la pegada catalana por encima de la ambición como colectivo y la seguridad defensiva del brasileño subrayaría, de nuevo, su nivel.
Antes del desenlace de este partido -que no de la eliminatoria, concluida en el 66 de juego- Montoya dejó su sitio a Adriano y Mathieu desvió el chut de Van der Biel para cerrar el 1-3 definitivo. La anestesia blaugrana impuso su ley y los fogonazos de calidad de su delantera resolvió un partido plácido. Cavani y Messi gozaron de opciones postreras para sumar un gol a sus respectivas mochilas sin éxito. El Barça jugó con seriedad y manejó con éxito una situación demasiado pesada para el mermado conjunto galo. El Camp Nou vivirá una fiesta intrascendente -salvo catástrofe- en el punto en que el sistema de Luis Enrique ha exhibido mejor eficacia en defensa. España contará con dos semifinalistas.