Carlos de Blas
Primer bombazo de la Copa del Rey, en Almería. El Villarreal, equipo de moda que se ha mostrado fuerte y correoso en las primeras jornadas de Liga y Copa de Europa, ha caído en el Santo Domingo y no precisamente por la mínima. Han sido cinco, una manita, y no precisamente jugando con el filial, los que le han caído al conjunto castellonense de Manuel Pellegrini, complicándose muy seriamente su continuidad en la competición ante un buen Polideportivo Ejido.
Y la magia de la Copa no se queda ahí. El Sevilla ha sucumbido en El Toralín, ante la Ponferradina en el descuento del partido; el Atlético de Madrid sólo ha podido vencer por la mínima a otro Segunda B, el Orihuela; mientras que un Racing a la baja sigue preocupando esta vez con una derrota ante el Murcia de Javier Clemente. El Torneo del KO comienza a hacer estragos, a hacer resonar las primeras campanadas y a destapar de nuevo las vergüenzas de ese grande que se deja comer por el pequeño. Aunque también por ello, la Copa del Rey suele ser el torneo donde se tiene mayor porcentaje de días malos.
Pero como tantas veces se ha comentado, qué bello es vivir días de Copa del Rey. Se respira otro ambiente, la competición emana un encantamiento que engancha, que fascina, que seduce. Pocos días al año podemos ver a un Tercera División enfrentarse a todo un Valencia, como lo ha hecho el Portugalete vizcaíno en el estadio Lasesarre. Y volverá el debate para establecer el partido único hasta las semifinales, o incluso hasta la final, para que la Copa sea un homenaje a estos equipos que luchan desde una temporada atrás para estar ahí.
Muchas veces hablamos más de la cuenta y antes de tiempo. Quizás dentro de dos semanas el Villarreal le de la vuelta a la eliminatoria en El Madrigal, el Sevilla haga lo propio en el Sánchez Pizjuán, y debamos volver a los tópicos de la épica y las noches gloriosas con todo en contra. Pero me gustaría que, también por entonces, se analizara cuánta puede ser de abismal la diferencia entre ambos conjuntos, sobretodo cuando hablamos de clubes que militan de la categoría de bronce hacia abajo.
Y es que tras la primera jornada de los dieciseisavos de final, el balance siempre suele ser el mismo. Pasamos por el exprimidor a los Primera, estrujándolos por un mal partido y poniendo en seria duda su interés por la Copa; mientras ensalzamos el trabajo heroico de los pequeños, los modestos, por plantar cara a un club que posee cien veces más su presupuesto, aunque sean capaces de perder su próximo partido de Liga de forma estrepitosa ante un rival de ‘su nivel’. Así es la Copa, y su magia.