jueves, 18 de diciembre de 2014

EL VALOR DE LOS NÚMEROS


La Premier League de la presente temporada se prevé que sea disputada entre el Chelsea de Mourinho y el City de Pellegrini

Antonio Blanca

Los equipos de fútbol son más que cifras y letras. También son emociones. Sobre todo son emociones.

Con las letras pretendemos describir las buenaventuras del colectivo o sus malentendidos con la fortuna, pero a menudo erramos en la narración de los hechos, sea por falta de información o por falta de conocimiento. Cuando no sabemos explicar con letras lo que hace un equipo recurrimos a las cifras, en busca de la solución al enigma.

José Mourinho ha superado los 400 puntos en partidos de liga inglesa. 401 exactamente. Los ha conseguido siempre con el Chelsea. Ha tardado 174 partidos en lograrlos, bastantes menos de los que tardó Sir Alex Ferguson en conseguirlo con el United (191 partidos), Arséne Wenger con el Arsenal (208) o Rafa Benítez con el Liverpool (209). En esos 174 partidos dirigidos por Mourinho ha habido 122 victorias, lo que significa el 70 % del total.

Pero las cifras no pueden abarcar la magnitud del trabajo realizado por el entrenador portugués en el club londinense. Su primera etapa, indiscutiblemente, estuvo marcada por dos ejes: el viaje en busca de la competitividad extrema, a lomos de la inagotable cartera de Abramovich, y la consolidación de una columna vertebral (Cech-Terry-Lampard-Drogba) que parecía eterna e infalible. Su segunda etapa es bastante más rica en matices, del mismo modo que el juego del Chelsea hoy es bastante más variado que el de hace unos años. Continúa siendo un equipo sólido en organización defensiva, con Courtois de heredero sobresaliente en la portería, Cahill replicando a Terry e Ivanovic y todos ellos cerrando bajo siete llaves el área pequeña. Sin embargo, este segundo
Chelsea de Mourinho ya es bastante más que el primero.

Ya no es balón de Cech al pecho de Drogba, descarga para Lampard y oportunidad de gol. Cinco segundos en total. Ahora también puede serlo, esporádicamente y si el partido lo precisa. Pero ha aprendido a circular con paciencia, a partir de la posición irrefutable de Matic y de la electricidad que desprende Fàbregas, nuevamente reconocible desde que pisara Londres. El equipo de Mourinho despliega un buen ataque posicional, sabe aplicar en cada momento el ritmo necesario, ora paciente, ora frenético, y ha alcanzado ese momentum que caracteriza a los grandes equipos: no solo es capaz de usar todo tipo de ropajes, sino que los individuos lucen más desde el sentido colectivo que desde el individual. Es uno de los misterios del fútbol: los grandes equipos, cuando alcanzan su momentum, no suman sino que multiplican.

Las emociones son esenciales en ese punto. Cuando digo emociones no me refiero a frases de autoayuda. Me refiero a la fortaleza de las convicciones del entrenador, combinadas con su capacidad para adaptarse a la realidad de los futbolistas que administra y a la competición que afronta; me refiero a su habilidad para transmitir con claridad pedagógica esas ideas a los jugadores: esas ideas o todas aquellas que vaya introduciendo, incluso las que contradigan su ideario original pero que resulten beneficiosas para el conjunto; me refiero a la voluntad de los futbolistas por aprender matices nuevos o diferentes, por expandirse y progresar como jugadores y no solo conformarse con el estatus (y el contrato) adquirido previamente; me refiero al ansia colectiva por competir siempre, por más liviano que sea el rival o gris que resulte el partido y las circunstancias. Todas ellas, y muchas más, son las emociones que agitan un vestuario y lo propulsan al éxito o al fracaso, más allá de cifras y letras. Mourinho está en ese punto dulce.