Antonio Blanca
Después
de once años el fútbol español volvió a vestirse de luto de nuevo por el
derramamiento de sangre entre aficionados. Mismos protagonistas con distinta
víctima, si bien en esta ocasión no fue un antecedente de hecho similar al del
asesinato del aficionado de la Real Sociedad, Aitor Zabaleta que acudía al Vicente
Calderón a ver un partido de fútbol con su novia y fue apuñalado en el corazón
de una manera cobarde y vil por un miembro del “Frente Atleti”, Ricardo Guerra
que le atacó sin mediar palabra solamente por el hecho de vestir una camiseta
de su equipo y tener la osadía de mancillar el honor del campo del Atlético de
Madrid, o cuando Manuel Ríos fue asesinado por un Riazor blues en 2003 al
defender a un chaval que portaba la camiseta del Compostela de una paliza. Así
debe funcionar una mente enfermiza que no enferma, porqué toda esta banda de
criminales y asociaciones pseudo terroristas saben y quieren realizar
perfectamente todos los actos que llevan a cabo, lo que en Derecho penal se
conoce cómo dolo.
Digo
bien que lo que pasó el 30 de noviembre de 2014 dista bastante del crimen en
1998 de Aitor Zabaleta o del de Manuel Ríos en La Coruña, porque quién perdió
la vida de modo gratuito y absurdo no fue un señor que pasaba por un lugar
tranquilamente y se vio sorprendido, atacado sin poder pedir auxilio para poder
salvar su vida. Quede claro que cualquier muerte es digna de ser condenada,
pero no se puede tratar de convertir en mártir a quién se baja de un autobús
tras hacerse quinientos kilómetros con la única intención de pelearse con otro “simio”
de igual pelaje que le andaba esperando en los alrededores.
Fue
una batalla campal entre miembros del “Frente Atleti” de ideología
ultraderechista y aficionados del Atlético de Madrid contra los “Riazor blues”,
seguidores del Deportivo de la Coruña, de extrema izquierda y que contaron con
ayuda de los ultras del Rayo Vallecano (“Bukaneros”) y del Alcorcón (“Alkor
Hoolingans”), según ha dado a conocer la policía.
Una
cita vía whatsapp que desembocó en la
fatal muerte de Francisco Javier Romero Taboada, alias “Jimmy”, miembro de la
facción más dura de los “Riazor blues”, con antecedentes penales a sus espaldas
por delito contra la salud pública, o lo que es lo mismo y popularmente conocido
como tráfico de drogas y por malos tratos también. Un hombre al que no le
importó salir a matar o morir. Una verdadera lástima que deje huérfano a un
niño de 4 años y una joven de 19. Se debe dar el pésame a la familia y
preguntarse las causas que llevan a un señor de 43 años a comportarse así,
porque si bien “Jimmy” perdió la vida, él salió con intención de arrebatársela
a miembros del grupo contrario.
¿Minuto
de silencio? Lo siento pero no. Sin paños calientes, no es un aficionado de a
pie, sino un ultra, identificado y con delitos a sus espaldas, no puede tener
homenaje público pues no se lo merece, ya que representa todo aquello que da
origen a lo que se quiere erradicar. El más sentido pésame y respetar su
pérdida por la familia que deja, eso sin duda alguna.
No
se trata ahora de tomar medidas en caliente, sino de tomar medidas efectivas sí
o sí. Se deben evitar muertes, agresiones, situaciones violentas, o poner todos
los medios posibles para ello.
De
este caso y la existencia de los grupos ultras vinculados a ideales políticos
extremos y clubes de fútbol hay que preguntarse si es un hecho aislado o es
algo común. Parece que en los últimos tiempos se están haciendo públicas
actuaciones de distintos grupos, “Frente Atleti”, “Riazor blues”, “Biris”… que
rememoran a los años 90, cuando también el “Frente”, “Boixos Nois” y sobre todo
“Ultras Sur” campaban a sus anchas por el fútbol español. Por lo tanto se puede
aventurar que nos encontramos ante un incipiente problema so pena de
enquistarse si no se pone remedio.
El
fútbol per se, como el deporte en general, no es violento, no fomenta la
violencia, si bien y en la mayoría de ocasiones se viste de un lenguaje
belicista que invita a la “guerra”, entiéndase siempre metafóricamente. Porque
si al deporte rey se le quiere cargar con la execrable lacra de ser portador de
valores violentos, lo mismo se podría argumentar respecto al cine, los videojuegos,
el teatro, la literatura, incluso la pintura.
Bien
es cierto que el fútbol levanta pasiones, emociones, genera tensiones y eleva
en dos o tres grados más el temperamento de la genta. Sin embargo son hechos
esporádicos los violentos que ocurren entre la afición común y corriente, no
revistiendo menos gravedad por ello, merecedores de pena obviamente.
Así,
el fútbol que no deja de ser un deporte y también un negocio, no fomenta la
violencia, aunque los grupos ultras a los que dudo fehacientemente que les
guste el fútbol, lo usen como excusa perfecta para tal fin, actuando bajo el
paraguas del anonimato como asociaciones ilícitas, usando la violencia como
coacción, diversión y justificación de sus métodos y pensamientos, subsumibles
dentro del tipo penal del artículo 518 del Código Penal.
La
violencia existe y precisamente por eso, el fútbol, sus instituciones y todos
aquellos que forma parte del mismo no pueden mirar para otro lado como si nada.
La ejemplar decisión de Joan Laporta, casi lo único reseñable positivamente del
ex mandatario blaugrana, expulsando a los Boixos Nois del Camp Nou, o la tomada
por Florentino Pérez más recientemente, poniendo de patitas en la calle a los
descerebrados de Ultras Sur, tienen que ser imitadas por todos sus colegas.
Miguel Ángel Gil Marín ha dado un paso al frente, y ha decidido eliminar como
peña del Atlético al Frente (no puede disolverlo como asociación, pero sí
expulsarlo de la militancia colchonera), pues bien, la medida debe conllevar
igualmente la salida de dicho grupo del estadio Vicente Calderón, para poder
disfrutar en su plenitud del fútbol y de la mejor afición de España.
Estas
tropas en ocasiones paramilitares en lo referente a su organización, ya tengan
la ideología que tengan, comenten hechos delictivos fuera del fútbol igualmente.
¿Seguidores de equipos? Defensores de ideologías como la fascista, nacional
socialista o comunista, que cargan con millones de inocentes asesinados a sus
espaldas. Como aquéllos que hacen apología del terrorismo batasuno y otras
justificaciones a causas fanáticas, ¿pueden entrar a un evento deportivo, de
verdad? Esta escoria integrista de la violencia sobra del fútbol, sobra de la
sociedad, sobra de cualquier parte.
Por
ello, los clubes de fútbol como sus dirigentes a la cabeza, deben funcionar a
la voz de ya, y en colaboración y coordinación con la Real Federación Española
de Fútbol (que vergüenza produce que su Presidente no haya tenido la gallardía
de dar la cara y andar escondido cual rata de alcantarilla ante la magnitud de
lo sucedido), la Liga de Fútbol Profesional y las Autoridades para echar de una
vez por todas a los sectores ultras de cada equipo.
En
nuestro ordenamiento jurídico existe una Ley nacida al albur de la violencia en
el deporte que trata de limitarla y acotarla, la Ley 19/2007, de 11 de julio, contra la violencia, el racismo, la
xenofobia y la intolerancia en el deporte. Aquí se prevén unas medidas de
carácter obligatorio para los organizadores de eventos deportivos y para el
público asistente. Medidas con fines preventivos: erradicar determinados
comportamientos; controlarlos al menos; y, evitar que se manifiesten en espectáculos
deportivos. Como vemos, están dirigidas a todo aquello que sucede en el
interior de un estadio deportivo.
Así,
cuando una persona no se comporte adecuadamente y altere el orden público
entonando cánticos xenófobos, intolerantes o que inciten a la violencia y al
terrorismo, lance objetos a la grada o al terreno de juego, irrumpa en este
último, porte armas de cualquier clase o productos fumíferos, corrosivos o
inflamables no podrá acceder o permanecer en el recinto deportivo. Por tanto,
si esa persona es un grupo importante todo el grupo fuera del campo. Aquel
forofo extremo que quiera permanecer en un campo que se comporte debidamente.
Ley en la mano, se puede ser ultra pero no radical, y si no se realiza ningún
hecho delictivo o contrario a la Ley, con total seguridad y garantía podrá
permanecer en el estadio, porque el hecho de formar parte de un grupo de personas
genérico, que lleva a cabo actuaciones calificables de delito con ocasión de un
acontecimiento deportivo, no genera responsabilidad penal de todos los sujetos
identificados en el mismo grupo.
Ahora
bien si se quiere expulsar a los grupos ultras, para evitar esto último, sería
una buena medida calificar a todos los grupo ultras violentos por el artículo
515 en relación con el 518 del Código Penal, como asociaciones ilícitas.
Por
el contrario, los hechos que han originado este tsunami de reacciones se han
producido fuera del recinto deportivo, no obstante no dejan de guardar relación
con el mundo del fútbol.
En
España, las autoridades disciplinarias llevan de un tiempo a esta parte sin
estar a la altura exigida. El estadio Vicente Calderón no fue cerrado por el “mecherazo”
a Ronaldo la pasada Copa del Rey, Mestalla imagino que tampoco lo será por el “botellazo”
a Messi.
Decisiones
desacertadas iniciadas allá por el 2001 cuando el Camp Nou no se cerró ante un
espectáculo bochornoso vivido cabeza de cochinillo incluida la noche que Figo
volvió a Barcelona vistiendo la elástica merengue, que premian ya no la
puntería, sino la efectiva producción del daño. Estas conductas violentas
dentro de un campo de fútbol merecen ser sancionadas por su mera comisión, por
su actividad, no solo penar su resultado si logran producir lesión, que
también.
Esto
no es castigar a justos por pecadores, pues el que realiza la acción ilegal es
uno o unos pocos y no la mayoría, pero con la medida de cerrar estadios a modo
de sanción se hace entender a los responsables de los equipos de fútbol que
deben vigilar y dotarse de mayores medidas de seguridad. Ya que como dispone la
Ley 19/2007, el incumplimiento de sus medidas provocará responsabilidad civil o
administrativa por su falta de prevención o de diligencia cuándo no se hayan
adoptado las medidas de prevención establecidas.
Medidas preventivas para evitar la entrada al
estadio de determinados objetos
peligrosos y establecer controles de seguridad tanto para su acceso como en
zonas aledañas, estableciendo para ello la comunicación entre clubes, policía y
autoridades gubernativas, hecho que en la mañana del 30 de noviembre falló
estrepitosamente. Ya no desde esa misma mañana, sino la semana de antes cuándo
el Comité Anti violencia no catalogó al partido Atlético de Madrid-Deportivo de
la Coruña como de “alto riesgo”, no teniendo en cuenta que ambos clubes tienen
un sector ultra de aficionados que son totalmente antagonistas.
No por esta no declaración ocurrieron los actos salvajes
y vandálicos, pero se podrían haber solventado con mayor celeridad de lo que se
hizo si la policía hubiera estado alertada. Con esto no se pueden cargar las
tintas y echar culpabilidades ni a clubes, ni autoridades ni a Fuerzas y
Cuerpos de Seguridad del Estado, los primeros y máximos responsables de lo
acaecido fueron los ultras-delincuentes participantes miembros del Frente
Atleti y de Riazor blues.
La responsabilidad de los clubes en este caso es
difícil de atribuir, salvo que el club visitante, Deportivo, hubiera dado las
entradas directamente a los Riazor blues y hubiera contribuido a su
desplazamiento, algo que desde el club coruñés se niega tajantemente. Aunque no
deja de ser cierto, que el Atlético de Madrid les otorgó un número de entradas para
que las distribuyeran entre la afición deportivista, y que el Deportivo se lo
dio a la Federación de Peñas que supuestamente se lo dio a Riazor blues, una
cadena de traspasos sin custodia, que evidentemente tiene que cesar y cambiar.
Debería ser obligatorio saber el origen y el destino de todas y cada una de las
entradas, como si de una cadena de endosos mercantiles se tratara.
Los hechos no tuvieron lugar en el Vicente Calderón,
y por ende la responsabilidad civil de los clubes en este caso queda exenta,
salvo en lo mencionado en el párrafo anterior.
Existe distinción entre lo que ocurre dentro y fuera
del recinto deportivo. La pregunta entonces es, sabiendo que son los organizadores
los encargados de la seguridad en el interior, ¿a quién corresponde fuera? ¿A
los clubes organizadores? Difícil exigir a un equipo que despliegue todo un
protocolo que a su vez sea efectivo para controlar lo que ocurre en la calle,
sobre todo por dos motivos, primero porque implicaría una inversión económica
notable y dificultosa de llevar a cabo por todos los equipos, y segundo, porque
una entidad privada no puede ejercer una actividad de policía fuera de su
propiedad, careciendo de competencia para ello.
De este modo, no se pueden cargar las tintas a los
equipos de fútbol del comportamiento de los grupos ultras identificados con el
propio equipo fuera del estadio. Sí se les puede exigir colaboración, pero no acusarles.
No se puede olvidar que los verdaderos y únicos responsables son los
aficionados radicales.
De la distribución de las entradas, de ciertas
subvenciones a peñas, de la obligación legal de llevar un libro de registro que
contenga información genérica e identificativa sobre las actividades de las
peñas y asociaciones de aficionados que prestan su apoyo y adhesión a la
entidad en cuestión, el club sí que es responsable, directo o subsidiario.
Igualmente lo es del control de acceso al estadio.
A la actuación de los clubes de fútbol, hay que
sumar el control que las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado tienen que
realizar, con suma importancia para lo que vaya a suceder en las afueras del
campo, en colaboración estrecha con los clubes bajo las directrices de la
autoridad gubernamental, incluso con equipos de psicólogos para poder hacer
frente a las conductas de estos grupos de criminales.
Que todos estos hechos revisten meridiana
importancia para la sociedad se refleja en que el Código Penal recoge como
tipos delictivos específicos los actos vandálicos y violentos en el artículo
557. En su segundo apartado, se señala un tipo agravado justificado, para
cuando los actos de violencia sean con
ocasión de espectáculos deportivos y se realicen colectiva o individualmente.
Estamos ante un delito común de posible comisión por
cualquier persona. En el apartado primero se habla de actos que tienen que ser
realizados en grupo, claro que no es necesaria la pertenencia de dicho
colectivo a una estructura asociativa previa. Es un delito de resultado,
requiere el daño a la paz social y al orden público de modo grave.
Con todo lo expuesto, ya existen en la Ley 19/2007
soluciones a este fenómeno violento, que dañan a la imagen interior y allende
de nuestras fronteras del fútbol patrio. Si bien se pueden aportar más todavía
para evitar tanto la actividad como la existencia de los ultras.
El cierre parcial de la gradas; establecer un carnet
identificativo para los aficionados que quieran viajar con su equipo a los
partidos de fuera de casa; la prohibición de los desplazamientos de las
aficiones rivales, es decir, que no exista venta de entradas entre clubes;
obligar a quién tenga la prohibición judicial de entrar a un evento deportivo a
que acuda a la comisaría más cercana de la ciudad en la que se encuentre
durante el mismo (como ocurre en Reino Unido); mayor video vigilancia; entradas
nominativas con justificación e identificación si se cede o vende a un tercero;
y lo más importante, la educación, que bien puede parecer una perogrullada, es
todo lo contrario. En la sociedad española actual, tan desnortada en sus
principios, que llora la muerte de un perro y se mofa de la de una anciana (por
muy aristócrata que fuera), impregnar a los más jóvenes de los verdaderos
valores del deporte y de la vida, inculcárselos desde pequeños para evitar el
nacimiento de nuevos ultras, es una tarea principal a acometer por toda la
comunidad.
Definitivamente,
no querer reconocer que en nuestro fútbol hay actitudes violentas es contribuir
a ella por omisión. Desde las redes sociales, a la calle y más grave al
interior del estadio, la hay. ¿Acaso no es violencia la apología de ETA que se
hace en San Mamés todos los partidos? Evidentemente no por todo el estadio pero
sí por una minoría sonora. También es violencia los exabruptos racistas que se oyen
en ciertos estadios y que sufren algunos jugadores, que por cierto para otros
sí que parece tener venia a recibir insultos y soflamas y encima no pueden decir
ni mu. En casi todos los campos de Primera división se entona contra Cristiano
Ronaldo, “ese portugués, que hijo puta es”. ¿Es eso violencia o como es a
Ronaldo ya no lo es? Basta ya de tolerar esto.
Si
realmente se quiere erradicar todo tipo de violencia (verbal, física o gestual),
se necesita más control, una mayor aplicación taxativa de las leyes y más mano
dura para con todo aquel que quiera, fomente o ejerza la violencia. Sin
excepción y suma con rotundidad.
No
en vano, todas las personas son respetables, pero no todas sus opiniones.