jueves, 4 de diciembre de 2014

LA IDEOLOGÍA VIOLENTA DEL FÚTBOL


Antonio Blanca

Después de once años el fútbol español volvió a vestirse de luto de nuevo por el derramamiento de sangre entre aficionados. Mismos protagonistas con distinta víctima, si bien en esta ocasión no fue un antecedente de hecho similar al del asesinato del aficionado de la Real Sociedad, Aitor Zabaleta que acudía al Vicente Calderón a ver un partido de fútbol con su novia y fue apuñalado en el corazón de una manera cobarde y vil por un miembro del “Frente Atleti”, Ricardo Guerra que le atacó sin mediar palabra solamente por el hecho de vestir una camiseta de su equipo y tener la osadía de mancillar el honor del campo del Atlético de Madrid, o cuando Manuel Ríos fue asesinado por un Riazor blues en 2003 al defender a un chaval que portaba la camiseta del Compostela de una paliza. Así debe funcionar una mente enfermiza que no enferma, porqué toda esta banda de criminales y asociaciones pseudo terroristas saben y quieren realizar perfectamente todos los actos que llevan a cabo, lo que en Derecho penal se conoce cómo dolo.

Digo bien que lo que pasó el 30 de noviembre de 2014 dista bastante del crimen en 1998 de Aitor Zabaleta o del de Manuel Ríos en La Coruña, porque quién perdió la vida de modo gratuito y absurdo no fue un señor que pasaba por un lugar tranquilamente y se vio sorprendido, atacado sin poder pedir auxilio para poder salvar su vida. Quede claro que cualquier muerte es digna de ser condenada, pero no se puede tratar de convertir en mártir a quién se baja de un autobús tras hacerse quinientos kilómetros con la única intención de pelearse con otro “simio” de igual pelaje que le andaba esperando en los alrededores.

Fue una batalla campal entre miembros del “Frente Atleti” de ideología ultraderechista y aficionados del Atlético de Madrid contra los “Riazor blues”, seguidores del Deportivo de la Coruña, de extrema izquierda y que contaron con ayuda de los ultras del Rayo Vallecano (“Bukaneros”) y del Alcorcón (“Alkor Hoolingans”), según ha dado a conocer la policía.

Una cita vía whatsapp que desembocó en la fatal muerte de Francisco Javier Romero Taboada, alias “Jimmy”, miembro de la facción más dura de los “Riazor blues”, con antecedentes penales a sus espaldas por delito contra la salud pública, o lo que es lo mismo y popularmente conocido como tráfico de drogas y por malos tratos también. Un hombre al que no le importó salir a matar o morir. Una verdadera lástima que deje huérfano a un niño de 4 años y una joven de 19. Se debe dar el pésame a la familia y preguntarse las causas que llevan a un señor de 43 años a comportarse así, porque si bien “Jimmy” perdió la vida, él salió con intención de arrebatársela a miembros del grupo contrario.

¿Minuto de silencio? Lo siento pero no. Sin paños calientes, no es un aficionado de a pie, sino un ultra, identificado y con delitos a sus espaldas, no puede tener homenaje público pues no se lo merece, ya que representa todo aquello que da origen a lo que se quiere erradicar. El más sentido pésame y respetar su pérdida por la familia que deja, eso sin duda alguna.

No se trata ahora de tomar medidas en caliente, sino de tomar medidas efectivas sí o sí. Se deben evitar muertes, agresiones, situaciones violentas, o poner todos los medios posibles para ello.
De este caso y la existencia de los grupos ultras vinculados a ideales políticos extremos y clubes de fútbol hay que preguntarse si es un hecho aislado o es algo común. Parece que en los últimos tiempos se están haciendo públicas actuaciones de distintos grupos, “Frente Atleti”, “Riazor blues”, “Biris”… que rememoran a los años 90, cuando también el “Frente”, “Boixos Nois” y sobre todo “Ultras Sur” campaban a sus anchas por el fútbol español. Por lo tanto se puede aventurar que nos encontramos ante un incipiente problema so pena de enquistarse si no se pone remedio.

El fútbol per se, como el deporte en general, no es violento, no fomenta la violencia, si bien y en la mayoría de ocasiones se viste de un lenguaje belicista que invita a la “guerra”, entiéndase siempre metafóricamente. Porque si al deporte rey se le quiere cargar con la execrable lacra de ser portador de valores violentos, lo mismo se podría argumentar respecto al cine, los videojuegos, el teatro, la literatura, incluso la pintura.

Bien es cierto que el fútbol levanta pasiones, emociones, genera tensiones y eleva en dos o tres grados más el temperamento de la genta. Sin embargo son hechos esporádicos los violentos que ocurren entre la afición común y corriente, no revistiendo menos gravedad por ello, merecedores de pena obviamente.

Así, el fútbol que no deja de ser un deporte y también un negocio, no fomenta la violencia, aunque los grupos ultras a los que dudo fehacientemente que les guste el fútbol, lo usen como excusa perfecta para tal fin, actuando bajo el paraguas del anonimato como asociaciones ilícitas, usando la violencia como coacción, diversión y justificación de sus métodos y pensamientos, subsumibles dentro del tipo penal del artículo 518 del Código Penal.

La violencia existe y precisamente por eso, el fútbol, sus instituciones y todos aquellos que forma parte del mismo no pueden mirar para otro lado como si nada. La ejemplar decisión de Joan Laporta, casi lo único reseñable positivamente del ex mandatario blaugrana, expulsando a los Boixos Nois del Camp Nou, o la tomada por Florentino Pérez más recientemente, poniendo de patitas en la calle a los descerebrados de Ultras Sur, tienen que ser imitadas por todos sus colegas. Miguel Ángel Gil Marín ha dado un paso al frente, y ha decidido eliminar como peña del Atlético al Frente (no puede disolverlo como asociación, pero sí expulsarlo de la militancia colchonera), pues bien, la medida debe conllevar igualmente la salida de dicho grupo del estadio Vicente Calderón, para poder disfrutar en su plenitud del fútbol y de la mejor afición de España.

Estas tropas en ocasiones paramilitares en lo referente a su organización, ya tengan la ideología que tengan, comenten hechos delictivos fuera del fútbol igualmente. ¿Seguidores de equipos? Defensores de ideologías como la fascista, nacional socialista o comunista, que cargan con millones de inocentes asesinados a sus espaldas. Como aquéllos que hacen apología del terrorismo batasuno y otras justificaciones a causas fanáticas, ¿pueden entrar a un evento deportivo, de verdad? Esta escoria integrista de la violencia sobra del fútbol, sobra de la sociedad, sobra de cualquier parte.

Por ello, los clubes de fútbol como sus dirigentes a la cabeza, deben funcionar a la voz de ya, y en colaboración y coordinación con la Real Federación Española de Fútbol (que vergüenza produce que su Presidente no haya tenido la gallardía de dar la cara y andar escondido cual rata de alcantarilla ante la magnitud de lo sucedido), la Liga de Fútbol Profesional y las Autoridades para echar de una vez por todas a los sectores ultras de cada equipo.

En nuestro ordenamiento jurídico existe una Ley nacida al albur de la violencia en el deporte que trata de limitarla y acotarla, la Ley 19/2007, de 11 de julio, contra la violencia, el racismo, la xenofobia y la intolerancia en el deporte. Aquí se prevén unas medidas de carácter obligatorio para los organizadores de eventos deportivos y para el público asistente. Medidas con fines preventivos: erradicar determinados comportamientos; controlarlos al menos; y, evitar que se manifiesten en espectáculos deportivos. Como vemos, están dirigidas a todo aquello que sucede en el interior de un estadio deportivo.

Así, cuando una persona no se comporte adecuadamente y altere el orden público entonando cánticos xenófobos, intolerantes o que inciten a la violencia y al terrorismo, lance objetos a la grada o al terreno de juego, irrumpa en este último, porte armas de cualquier clase o productos fumíferos, corrosivos o inflamables no podrá acceder o permanecer en el recinto deportivo. Por tanto, si esa persona es un grupo importante todo el grupo fuera del campo. Aquel forofo extremo que quiera permanecer en un campo que se comporte debidamente. Ley en la mano, se puede ser ultra pero no radical, y si no se realiza ningún hecho delictivo o contrario a la Ley, con total seguridad y garantía podrá permanecer en el estadio, porque el hecho de formar parte de un grupo de personas genérico, que lleva a cabo actuaciones calificables de delito con ocasión de un acontecimiento deportivo, no genera responsabilidad penal de todos los sujetos identificados en el mismo grupo.

Ahora bien si se quiere expulsar a los grupos ultras, para evitar esto último, sería una buena medida calificar a todos los grupo ultras violentos por el artículo 515 en relación con el 518 del Código Penal, como asociaciones ilícitas.

Por el contrario, los hechos que han originado este tsunami de reacciones se han producido fuera del recinto deportivo, no obstante no dejan de guardar relación con el mundo del fútbol.

En España, las autoridades disciplinarias llevan de un tiempo a esta parte sin estar a la altura exigida. El estadio Vicente Calderón no fue cerrado por el “mecherazo” a Ronaldo la pasada Copa del Rey, Mestalla imagino que tampoco lo será por el “botellazo” a Messi.

Decisiones desacertadas iniciadas allá por el 2001 cuando el Camp Nou no se cerró ante un espectáculo bochornoso vivido cabeza de cochinillo incluida la noche que Figo volvió a Barcelona vistiendo la elástica merengue, que premian ya no la puntería, sino la efectiva producción del daño. Estas conductas violentas dentro de un campo de fútbol merecen ser sancionadas por su mera comisión, por su actividad, no solo penar su resultado si logran producir lesión, que también.

Esto no es castigar a justos por pecadores, pues el que realiza la acción ilegal es uno o unos pocos y no la mayoría, pero con la medida de cerrar estadios a modo de sanción se hace entender a los responsables de los equipos de fútbol que deben vigilar y dotarse de mayores medidas de seguridad. Ya que como dispone la Ley 19/2007, el incumplimiento de sus medidas provocará responsabilidad civil o administrativa por su falta de prevención o de diligencia cuándo no se hayan adoptado las medidas de prevención establecidas.

Medidas preventivas para evitar la entrada al estadio  de determinados objetos peligrosos y establecer controles de seguridad tanto para su acceso como en zonas aledañas, estableciendo para ello la comunicación entre clubes, policía y autoridades gubernativas, hecho que en la mañana del 30 de noviembre falló estrepitosamente. Ya no desde esa misma mañana, sino la semana de antes cuándo el Comité Anti violencia no catalogó al partido Atlético de Madrid-Deportivo de la Coruña como de “alto riesgo”, no teniendo en cuenta que ambos clubes tienen un sector ultra de aficionados que son totalmente antagonistas.

No por esta no declaración ocurrieron los actos salvajes y vandálicos, pero se podrían haber solventado con mayor celeridad de lo que se hizo si la policía hubiera estado alertada. Con esto no se pueden cargar las tintas y echar culpabilidades ni a clubes, ni autoridades ni a Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado, los primeros y máximos responsables de lo acaecido fueron los ultras-delincuentes participantes miembros del Frente Atleti y de Riazor blues.

La responsabilidad de los clubes en este caso es difícil de atribuir, salvo que el club visitante, Deportivo, hubiera dado las entradas directamente a los Riazor blues y hubiera contribuido a su desplazamiento, algo que desde el club coruñés se niega tajantemente. Aunque no deja de ser cierto, que el Atlético de Madrid les otorgó un número de entradas para que las distribuyeran entre la afición deportivista, y que el Deportivo se lo dio a la Federación de Peñas que supuestamente se lo dio a Riazor blues, una cadena de traspasos sin custodia, que evidentemente tiene que cesar y cambiar. Debería ser obligatorio saber el origen y el destino de todas y cada una de las entradas, como si de una cadena de endosos mercantiles se tratara.

Los hechos no tuvieron lugar en el Vicente Calderón, y por ende la responsabilidad civil de los clubes en este caso queda exenta, salvo en lo mencionado en el párrafo anterior.

Existe distinción entre lo que ocurre dentro y fuera del recinto deportivo. La pregunta entonces es, sabiendo que son los organizadores los encargados de la seguridad en el interior, ¿a quién corresponde fuera? ¿A los clubes organizadores? Difícil exigir a un equipo que despliegue todo un protocolo que a su vez sea efectivo para controlar lo que ocurre en la calle, sobre todo por dos motivos, primero porque implicaría una inversión económica notable y dificultosa de llevar a cabo por todos los equipos, y segundo, porque una entidad privada no puede ejercer una actividad de policía fuera de su propiedad, careciendo de competencia para ello.

De este modo, no se pueden cargar las tintas a los equipos de fútbol del comportamiento de los grupos ultras identificados con el propio equipo fuera del estadio. Sí se les puede exigir colaboración, pero no acusarles. No se puede olvidar que los verdaderos y únicos responsables son los aficionados radicales.

De la distribución de las entradas, de ciertas subvenciones a peñas, de la obligación legal de llevar un libro de registro que contenga información genérica e identificativa sobre las actividades de las peñas y asociaciones de aficionados que prestan su apoyo y adhesión a la entidad en cuestión, el club sí que es responsable, directo o subsidiario. Igualmente lo es del control de acceso al estadio.

A la actuación de los clubes de fútbol, hay que sumar el control que las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado tienen que realizar, con suma importancia para lo que vaya a suceder en las afueras del campo, en colaboración estrecha con los clubes bajo las directrices de la autoridad gubernamental, incluso con equipos de psicólogos para poder hacer frente a las conductas de estos grupos de criminales.

Que todos estos hechos revisten meridiana importancia para la sociedad se refleja en que el Código Penal recoge como tipos delictivos específicos los actos vandálicos y violentos en el artículo 557. En su segundo apartado, se señala un tipo agravado justificado, para cuando los actos  de violencia sean con ocasión de espectáculos deportivos y se realicen colectiva o individualmente.

Estamos ante un delito común de posible comisión por cualquier persona. En el apartado primero se habla de actos que tienen que ser realizados en grupo, claro que no es necesaria la pertenencia de dicho colectivo a una estructura asociativa previa. Es un delito de resultado, requiere el daño a la paz social y al orden público de modo grave.

Con todo lo expuesto, ya existen en la Ley 19/2007 soluciones a este fenómeno violento, que dañan a la imagen interior y allende de nuestras fronteras del fútbol patrio. Si bien se pueden aportar más todavía para evitar tanto la actividad como la existencia de los ultras.

El cierre parcial de la gradas; establecer un carnet identificativo para los aficionados que quieran viajar con su equipo a los partidos de fuera de casa; la prohibición de los desplazamientos de las aficiones rivales, es decir, que no exista venta de entradas entre clubes; obligar a quién tenga la prohibición judicial de entrar a un evento deportivo a que acuda a la comisaría más cercana de la ciudad en la que se encuentre durante el mismo (como ocurre en Reino Unido); mayor video vigilancia; entradas nominativas con justificación e identificación si se cede o vende a un tercero; y lo más importante, la educación, que bien puede parecer una perogrullada, es todo lo contrario. En la sociedad española actual, tan desnortada en sus principios, que llora la muerte de un perro y se mofa de la de una anciana (por muy aristócrata que fuera), impregnar a los más jóvenes de los verdaderos valores del deporte y de la vida, inculcárselos desde pequeños para evitar el nacimiento de nuevos ultras, es una tarea principal a acometer por toda la comunidad.

Definitivamente, no querer reconocer que en nuestro fútbol hay actitudes violentas es contribuir a ella por omisión. Desde las redes sociales, a la calle y más grave al interior del estadio, la hay. ¿Acaso no es violencia la apología de ETA que se hace en San Mamés todos los partidos? Evidentemente no por todo el estadio pero sí por una minoría sonora. También es violencia los exabruptos racistas que se oyen en ciertos estadios y que sufren algunos jugadores, que por cierto para otros sí que parece tener venia a recibir insultos y soflamas y encima no pueden decir ni mu. En casi todos los campos de Primera división se entona contra Cristiano Ronaldo, “ese portugués, que hijo puta es”. ¿Es eso violencia o como es a Ronaldo ya no lo es? Basta ya de tolerar esto.

Si realmente se quiere erradicar todo tipo de violencia (verbal, física o gestual), se necesita más control, una mayor aplicación taxativa de las leyes y más mano dura para con todo aquel que quiera, fomente o ejerza la violencia. Sin excepción y suma con rotundidad.

No en vano, todas las personas son respetables, pero no todas sus opiniones.