Jordi Grimau
Con todo el papel vendido recibió el Vicente Calderón esta suerte de deja vu.
En otra competición y en un intervalo temporal que coquetea entre el
lanzamiento del nudo liguero y el comienzo del fin del campo
experimental del que disponen los técnicos para cuajar la obra y
solidificar la filosofía con las piezas disponibles de cara a las
semanas de élite competitiva de final de curso. En este cuasi finito
enero de paz para ambos vestuarios se rememoran los cuartos de final de
la pasada Liga de Campeones, cuando Messi y su Barça abrumado por lo
pegajoso de la etapa post-Guardiola naufragaron en la ribera del
Manzanares. Ahora, sin embargo, el bloque visitante apenas asemeja un
reflejo del tiempo pretérito. Y su estrella parece haber recobrado la
"ilusión" por ejecutar algún que otro sprint fuera de plano en pos del
colectivo.
La Pulga arribó en la capital sin un Mundial
en mente, ni una lesión que argumente sus paseos por el verde. Es más,
Leo regresa con una eliminatoria encarrilada -1-0 en el Camp Nou-, con
la sed vanidosa de cuidar su ego jerárquico en el balompié internacional
y acompañado, al fin, por el Neymar alimentado en el tramo de
crecimiento y adaptación esperado a estas alturas de la historia. Luis
Enrique, con el problema del equilibrio en la medular por resolver,
repitió esquema e idea de inicio: balón para desestabilizar, con el
reloj a favor susurrando lo idóneo de abandonarse a la horizontalidad,
búsqueda del compromiso en la presión tras pérdida y Rakitic por Xavi
para cuidar el aspecto físico del centro del campo –el técnico no parece
dispuesto a repetir el error que le sonrojó en el Bernabéu-. Suárez en
punta y Alba y Alves reforzaban la estructura, todavía pendiente de
controlar el dolor de espalda con las transiciones del rival
cualificado.
Simeone,
que atajó el colchón dialéctico merengue que pretendía relativizar la
importancia de este torneo, expuso sobre el césped la potencialidad de
su plantilla con la salvedad nuclear de Koke –en la tribuna por una
sobrecarga en los isquiotibiales-. Sin miramientos. Raúl García volvía a
la titularidad para poblar la medular con brega y ganar el juego aéreo,
convertido en solución situacional en la pugna por la posesión.
Griezmann y Torres sería los encargados de afinar la clase de Arda, el
lanzador exclusivo de contras, y Mario Suárez disponía de otra reválida
con la pérdida de balones prohibida, más que nunca, ante gigantes
sedientos de legitimar su orgullo. Siqueira y Oblak buscarían no perder
comba con Giménez asentado en el centro de la zaga. El apartado de
despliegue físico para sostener la red de ayudas que taponaran las
líneas de pase centrales y el desequilibrio en banda se antojaba
decisivo en la labor de remontada colchonera. El rol de la pelota
quedaría, pues, definido por el marcador de la eliminatoria, no porque
la posesión pareciera definitiva. La eficacia sí marcaría la propuesta
rojiblanca.
Y este último apartado abrió el telón con una
explosión que reservó para otro momento el duelo de estilos y de matices
defensivos. Una pérdida del Barça en la salida de la pelota por la
presión local desencadenó la tormenta. El robo fulgurante y toque de
Siqueira que cazó Torres en la frontal tomó forma venenosa cuando el
recién llegado robó la cintura a Mascherano y ajustó su golpeo a la cepa
del poste de Ter Stegen. No se había cumplido el primer minuto y
asomaba ya un primer acto para el recuerdo con diez minutos de delicioso
aperitivo
Trató el Barcelona de hacer pié en el partido con el manejo de la
pelota, pero el trazo corto quedaba cercenada por la ausencia de
espacios. Por el contrario, el equipo catalán se vio obligado a exhibir
el aporte del técnico asturiano al modelo: la verticalidad en transición
y el balón parado. Oblak sacó la falta lateral botada por Rakitic tras
acción individual de Neymar que confluyó en un centro-chut del croata
conjugado por una estirada de foto.
Se desplegaba el tono del duelo, con el Atlético volcado a la asfixia
de la primera salida de pelota visitante cuando la versión
resplandeciente de Neymar obligó al respiro y suspiro capitalino. El
brasileño culminó una contra salpicada de terciopelo con un remate
cruzado raso que empató el partido. El encuadre de la escena: el equipo
encerrado, balón largo que toma Messi, regatea en la cal deshaciendo la
marca de dos rivales y traza un envío al desmarque profundo de Suárez.
El uruguayo dibuja una recepción orientada brillante y asiste a la
llegada del brasileño, que ganó con claridad a Juanfran. Dos chispazos
habían incendiado el envite con el Barça disfrazado con las soluciones
enemigo íntimo colchonero.
Griezmann cerró el prólogo de partido con un remate tras saque de
falta frontal desviado por la zaga catalana. Respiró entonces el
enfrentamiento tras elarranque ardoroso del Atlético, ganando cada
salto, cada balón dividido y el Barça tratando de encontrar espacios
para la anestesia a través de la pelota. Messi se erigió en referencia
de los envíos largos destinados a sacudirse el ahogo. El sistema del
Cholo provocaba la desconexión de Iniesta y Rakitic, convertidos en
peones intrascendentes, ganando el centro del campo. El tridente
blaugrana necesitaba bajar líneas para deshacer el nudo que robaba la
identidad catalana.
El Atlético no permitía bajar un voltio del ritmo altísimo de juego y
el Barça no conseguía convertir el manejo racional y pausado de la
pelota en tendencia. Griezmann encontró un chut en plena batalla medular
tras el desborde de Siqueira con pase de tacón de Arda –superioridad
numérica ganada a Alves y Rakitic-, pero su intento, en soledad,
encontró las manos de Ter Stegen en el 26. Pero la red local haría
patinar la endeble seguridad en repliegue visitante. Juanfran evidenció
la diferencia de intensidad entre los contendientes limpiando con fintas
a dos rivales en banda. Mascherano le derribó y Raúl García volvía a
incendiar la apuesta de ardor rojiblanco transformando el penalti con un
golpeo, imposible para el meta alemán, en el balcón del minuto 30.
Suárez y Messi permanecían empotrados, solo Neymar bajaba entre
líneas para tratar de desestabilizar la elevada presión del Atlético y,
con el centro del campo inutilizado, el Barça necesitada afilar recursos
accesorios. Y lo consiguió en modo brillante: un saque de esquina
botado por Rakitic recuperó las tablas en el 37 y, al borde del
intermedio, una contra sentenció la eliminatoria. De un remate franco de
Griezmann y codo de Jordi Alba -que desataría la locura colectiva- tras
otra acción ganada por Siqueira en la banda de Alves nació dicha
sentencia. El rechace cayó en los pies de la explosividad en transición
visitante. Messi condujo hasta arrinconar a la sollozante zaga local
para avistar la llegada de Alba. El lateral cedió con una exhibición de
técnica para que el estilista brasileño sumara otro gol a su mochila a
placer.
Con el resultado sangrando en la expectativa de un Atlético que había
manejado casi todas las variables de acuerdo con su plan, la tensión
competitiva viró hacia la labor arbitral y de una montonera con el
descanso ya decretado quedó rematado el conjunto madrileño. Gabi vio al
roja tras un enganchón calentado con anterioridad por la habilidad
psicológica de Neymar y la simpleza de Raúl García.
Uno menos y 45 minutos de esfuerzo defensivo elevado –si el bloque
rojiblanco no quería entregar su honra a la voracidad de Messi, Neymar y
Suárez- como horizonte, así se desarrolló el arranque de la
reanudación. Con la posesión absoluta visitante, Griezmann en el
banquillo por Saúl para recomponer la pieza y gritos de atraco en la
tribuna. El césped quedó inclinado sin remisión y el achique y el
despeje eran las únicas atribuciones colchoneras. Arda Turan, que guiño
ala grada con algunas maniobras de cortejo de las cinturas rivales,
ejemplificó el estado de ánimo local hasta el final del duelo: lanzó su
bota con el linier como diana y se retiró a tragar el escenario.
Los jugadores desplegados sobre el campo permanecían indecisos entre
abordar la presión o el repliegue total y el Barça ampliando el balance
de posesión de balón a su favor, Simeone decidió proseguir la rotación
en el 57 sacando de escena a Juanfran y dando entrada a Gámez. El
término “minutos de la basura”, tan utilizado en el verbo de la NBA,
cobraba vida en este enfrentamiento desposeído ya de tensión.
Mascherano, indispensable, cedió su lugar a Mathieu –que regresa a las
sensaciones competitivas- y Cani debutaba con la rojiblanca por Turan.
Messi y Neymar efectuaron una sangría irrevocable, con la crueldad de
los elegidos, a gotas venenosas, relativizando el valor del equilibrio
colectivo si la calidad despierta su esencia destructiva. Simeone buscó
la extensión total del trabajo de presión y ganó en el global táctico,
pero encajó tres goles en 45 minutos. La valentía irreverente que ha
conducido al Atlético a la cima encontró su antagonista en la técnica de
los artistas mejor dotados del mundoy mutó en bajo fondo coral en el
páramo final.
Se consumió el tiempo de la nada con Rakitic -superado en las dos
facetas del juego en el primer acto- abandonando el césped por Rafinha,
Cani saludando al respetable en su presentación de facto con una volea
cruzada en la única contra limpia local del Atlético en la reanudación,
el fango coherente a lo irrelevante del resto de partido cubriendo cada
lance y Neymar, decisivo en lo futbolístico y lo espiritual, dando paso a
otro a Pedro en otro conato de escaramuza. Oblak calentó sus guantes
ante un Barça desganado y Mario Suárez asestó a Messi una dentellada de
impotencia que protagonizó una encerrona a la razón, aplaudida por
Simeone desde el banquillo. Se apagó la eliminatoria cumbre de esta
edición de la Copa con un partido bipolar -sublime y oscuro, repartido
en ambos tiempos- con sensaciones contrapuestas: el Barça, todavía por
apuntalar sin balón, avisa al resto de viejo continente a través de la
atalaya de su tridente, el Atlético, por contra, cayó en el histerismo y
en el borrón competitivo por segunda vez en un mes ante los culés. Resfuerzo visitante, barro local.