jueves, 22 de enero de 2015

ABIERTO PARA EL CALDERÓN

Jordi Grimau

Concluir la faena antes de la medianoche. Bajo esta premisa -compartida con los miles de aficionados que habían de ejecutar una yincana frenética para acceder al Metro de la ciudad condal antes de que la red de transporte cerrara a las 24:00, por obra y gracia del polémico horario- grabada en el subconsciente se dispuso la otrora orquesta liderada por Lionel Messi (mutada en horda, desde la orfandad post-Guardiola) a extender en tiempo y espíritu la explosión de optimismo y resultados del Barcelona de 2015. Ahondar en el modelo iniciado, guiño del destino, en el torrente energético que deshizo al Atlético en el envite liguero, bajo la influencia, casi exclusiva, del tridente anhelado. Aquella noche, la del pasado 11 de enero, la "Pulga" se sorprendió persiguiendo rivales para recuperar el balón y desembocar en la ruptura de la presa más segura del fútbol español. Con aquel hábito desatendido en los últimos tiempos recuperado, el Barcelona no escatimó en la nómina de peones y espadachines.

Luis Enrique conformó un sistema calcado al de la coyuntural resurrección, para no sufrir relajación en la euforia por la solidaridad de esfuerzos. Así pues, tan solo Ter Stegen entró en un once destinado a ahogar la salida de pelota colchonera, jugar con la intensidad en la presión para robar y punzar, con la retaguardia en recolocación. No dar lugar al escenario ofensivo estático. Messi, Neymar y Suárez recuperarían su rol protagonista con Rakitic -de nuevo, bajo la lupa por sostener la sombra de Xavi-, Iniesta y Busquets como generadores equilibradores. Sin ataques de entrenador a la vista, Alves y Jordi Alba acompañarían, sin relajación defensiva en el libreto previo, a Piqué y Mascherano. Posesión vertical y búsqueda del robo en terreno avanzado para no guardar el champán.

Diego Pablo Simeone, por su parte, deshizo la doble delantera, por lógica deportiva en este contexto, para rodear a Torres del talento desequilibrante de Griezmann y el ingenio obrero de Arda y Koke, con la red de seguridad de Gabi y Mario. La idea, no tan postrada al repliegue como antaño, despoblando de físico el centro del campo para aumentar los quilates de calidad y el veneno a la contra. "Si atacamos como queremos, tendremos opciones", aseguró el Cholo en la previa. Y su apuesta inicial refrendó el viraje hacia el cortejo de la pelota. Siqueira y su maltrecha espalda táctica, punto flaco en la guerra de guerrillas dispuesta. El espacio tras recuperación y la transición mordiendo la ruptura de líneas local, junto a la pizarra, vertientes a explorar.

Con este duelo de altura y guiones tradicionales de ambos contendientes en torsión arrancó la ida de cuartos de Copa en el Camp Nou. El combinado culé buscó la presión elevada de líneas desde el pitido inicial y el Atlético hizo lo propio, generando un duelo tacticista en el que la horizontalidad y las imprecisiones gobernaron el primer cuarto de hora. Koke saludó a la tribuna ejecutando el primer disparo, muy desviado y desde el pico del área, en el primer minuto, susurrando la intención visitante de crecer con la pelota.

Messi, muy activo en el comienzo, reaccionó reclamando el mando de la posesión para su equipo generando opciones de salida a la presión, desde la banda. De un pase repleto de visión de juego que deshilachó la encerrona planteada por Koke, Siqueira y Arda, nació el disparo cruzado de Neymar que evocó la estirada de póster de Oblak en el 3 de partido. El remate arriba del argentino, tras una asociación fugaz con Rakitic y Alves, confirmó el ascenso en la tensión competitiva y la intensidad en el dominio del ritmo combinativo del duelo, obligando al bloque colchonero a replegar tras la muestra de jerarquía posicional inicial.

Sin ocasiones claras ni huecos en el flanco central, el Barça comenzaba a caer en la horizontalidad, el mayor elemento corrosivo de su autoestima y rendimiento estadístico. Este hecho, alimentado por el tenaz trabajo de cierre de líneas de pase de todo el once capitalino, agazapado en su campo, provocó que los catalanes tomaran un respiro. Ipso facto, el Atlético tomó la determinación de discutir la posesión elaborando, con mayor pausa, sus transiciones. Si bien, las piezas rojiblancas cumplieron la premisa de tender a la combinación terrestre por delante del envío aéreo, era en este tramo de discusión de la legitimidad en el césped sobre el control del ritmo cuando Mario y Arda probaron suerte desde media distancia, los saques de esquina proliferaron sobre la meta de Ter Stegen y Griezmann rozara el primero en el 36 con un cabezazo que lamió el larguero tras la asociación entre Siqueira y Arda en banda.

Koke, Griezmann y Arda aparecían entre líneas, intercambiando posiciones, las ayudas en banda para maniatar a Messi mantenían su tono eficaz y el Barça no encontraba a Neymar, ausente en la combinación local. Tan solo un chispazo de Rakitic, con un pase elevado sublime que Suárez envió a la grada ante la salida de Oblak, equilibraba la sensación de peligro. La endeblez en labores de repliegue del medio catalán aliñaba la confianza madrileña y el Barça estaba fuera de sitio. Sobrevino entonces el intermedio, con el Atlético sabiéndose cómodo y el Barça reconociendo sensaciones previas al éxtasis de las últimas semanas. No obstante, los de la ribera del Manzanares cerraron el primer tiempo con más ocasiones creadas (5-8), más saques de esquina y menos faltas que el gigante del juego ofensivo.

La profundidad de Torres, como concepto amenazante que generó varias contras e indecisiones de la zaga barcelonesa, otorgó luz al Atlético, en contraposición al duelo liguero. Sin embargo, antes de la reanudación, Simeone dio entrada a Mandzukic por el Niño -desacertado en lo tangible pero valioso en lo conceptual-. Arrancaba el segundo acto con esta variante rotunda y el Barça buscó la verticalidad de manera decidida, habiendo aceptado un descenso en la amenaza rival, elemento que relajaba la timidez en la subida de líneas.

Sin embargo, su balance antes del ecuador de segundo acto se redujeron a conducciones de Neymar y Messi, con incorporaciones infructuosas de Jordi Alba. El juego entre líneas quedaba disuelto por la acumulación de futbolistas colchoneros. El duelo bajó su ritmo, venciéndose hacia el fango del centrocampismo. El Atlético perdió la sorpresa de la transición y solo encontraba a Arda -faro del tempo en la oscuridad- y Koke, en la banda izquierda, para elaborar salidas limpias, quedando poco a poco arrinconado.

Profundizó en el escenario Simeone al sacar del césped a Griezmann para dar entrada a Raúl García en el 66, cercenando toda amenaza en la contra propia y relegando su apuesta a aguantar el envite físico para ganar un cero a cero. En consecuencia, el Barça inclinó la posesión de manera definitiva, aunque no lograba sacudirse el estatismo, con la intención solidaria de robar en campo rival bajo cero. Iniesta despertó la intensidad con un disparo raso desde media distancia que detuvo Oblak con tranquilidad en el primer disparo del segundo tiempo. Minuto 73 de juego.

Luis Enrique despertó del bostezo de la horizontalidad, con el Atlético entregado a labores de orden en su propio campo, para entregar a la grada el talento de Xavi. Rakitic, plano e intrascendente, dejó su hueco al cerebro catalán, destinado a conectar a Messi acercando la posición del astro argentino al área. Suárez, inmerso en el abandono de alimento, representó el ovillo en el que caía el Barça: pendiente de acciones individuales y rezongando en la protesta continua al colegiado. La tarjeta amarilla al charrúaconfirmaba el estado de ánimo con el tiempo jugando en favor madrileño y la derrota en el duelo ante Godín y, por extensión, de los estiletes propios ante la red rival.

Pero la estabilidad colectiva, en el fútbol, se deshace con un error individual. Siqueira, correcto en su labor frente a Messi y Alves en consonancia con la efectividad de las ayudas del centro del campo, pateó el tobillo de la Pulga cuando el punta estaba a media distancia y de espaldas a la portería. El libre directo cayó en punto muero dentro del área, tras no sobrepasar el muro colchonero, y Juanfran argumentó el error previo golpeando la pierna del astuto Busquets. Penalti. Tras 80 minutos de tranquilidad pragmática y cambio de estilo, Messi erró el lanzamiento ante la acción instintiva de Oblak, pero recogió el rebote. El 1-0 entregó el alivio a un Camp Nou compungido.

El Cholo veía como su paso atrás encontraba penalización y ahora, sin referencias al espacio y sin la pelota, quedaba mutilado en busca del empate. Raúl Jiménez, por Gabi, y Marc Barta, por Iniesta, entraron el juego. Este último movimiento, colocando al canterano como central y a Mascherano en doble pivote de repliegue con Busquets, mostraba el respeto de Luis Enrique a la potencialidad ofensiva colchonera.

La recta final arribó con la ruptura de la cohesión vista hasta este punto y Messi no encontró a Neymar en el centro del área de milagro. Sobre el 90, con el cansancio en la mochila, Neymar encontró el camino para el desmarque de Messi en la línea frontal del centro del campo. Godín derribó al argentino, vio la amarilla -no jugará la vuelta- y otorgó a Leo la última del duelo: una falta en la frontal del área. El chut golpeó la red que sujeta el larguero y el 1-0 no se movería y el Barça golpeaba primero en la eliminatoria. Ambos equipos dejaron el césped sin entusiasmo tras un enfrentamiento definido por el movimiento táctico colchonero. Cuando el equipo afiló sus colmillos, el Barça temió. Sin amenaza, un error sacó del sollozo de la horizontalidad a los pupilos de Lucho. El Calderón decidirá el semifinalista.