Carlos de Blas
Octavos de final de la Copa del Rey. Siete de enero. Temporada hipertrofiada de eventos. Punto de inflexión. Espacio para convertir un derbi en un campo experimental,
de camino entre el proceso de asimilar las nuevas incorporaciones -por
el bando local-, resolver las dudas sobre los matices del sistema tras
la revolución estival -jurisdicción, ésta, de ambos contendientes- y
encontrar el colchón de relatividad que temple la euforia post-Marruecos
y la depresión por el patinazo valenciano -atribución visitante en
exclusividad-. Sobre estas variables parecieron idear Atlético y Real Madrid
sus apuestas para el envite de enemigos íntimos de este miércoles.
Mucho camino todavía como para afilar colmillos y arriesgarse a sufrir
cualquier erosión en un medio plazo.
Diego Pablo Simeone encontró, sin embargo, en este
enfrentamiento la idónea oportunidad para reconciliar en espíritu a
tribuna y césped. Que ambos vuelvan a influenciarse de manera mutua para
relanzar el rendimiento de su vestuario. Con la titularidad de Fernando Torres
como catarsis -y los coros provenientes del fondo sur por parte de
representantes del Frente Atlético, desde el calentamiento-, el grupo
rojiblanco pretendía probar el presente del Niño para evaluar
su hueco en perspectiva futura. La vuelta del as en la manga pretérito
-juego al espacio de un delantero de desmarque y recorrido profundo- se
mezcló en la propuesta inicial con el banquillo de Arda, Koke y Tiago, la alternativa de Saúl y la inclusión en pro del asenso competitivo de Gámez, Raúl García y Oblak. Griezmann
debería buscar la ruptura entre líneas y para el joven Lucas quedaría
ocupar, con solvencia, su debut en el gran escenario. Intensidad y
frenética asociación en transición.
Carlo Ancelotti, por su parte, compartió el diagnóstico sobre la relevancia de esta fase de la competición copera y sentó a Ronaldo y Carvajal
de inicio. Kroos -en plena trayectoria hacia el decaimiento físico-,
Ramos, Isco, Bale, Benzema, James y Marcelo mezclarían su jerarquía con
Arbeloa, Khedira -en el once para fortalecer la medular ante el dolor de espalda sufrido en Mestalla, sin un recuperador claro en el once-, Varane y Navas.
Estos últimos, obligados, como siempre, a pasar su examen particular.
El objetivo colectivo, precisamente potenciar la confianza grupal. En la
estructura táctica -con la pareja teutona a la espera del regreso de
Modric-, en el orden de ayudas y en la fluidez combinativa ante el rival
que más le indigesta esta faceta a los merengues. A través de la pelota debía crecer la presencia y el rendimiento.
Con este guión arrancó la partida de ida en la ribera del Manzanares. El precoz cabezazo de Ramos y sublime respuesta de reflejos de Oblak,
en el minuto 1 y tras una rosca deliciosa desde el saque de esquina de
James, anticipó la negativa local a quemar ardor desde el inicio.
El Madrid adoptó el rol monopolizador de la pelota
en los primeros 10 minutos con un Atlético agazapado en su campo. Con el
dibujo situando a Bale por el centro, Benzema con libertad e
Isco-Marcelo y James-Arbeloa rascando para sacar superioridad en banda,
los de Carletto arribaron con aplomo. Su línea defensiva permanecía alta asumiendo el riesgo al espacio de Torres y Griezmann.
Un gol anulado por fuera de juego a Bale tras una
falta lateral botada por James culminó en un pelotazo con Griezmann en
dos contra uno. Este escorzo desnudó el deficiente balance madridista y
el chut del galo fue despejado por Navas in extremis.
Corría el minuto 13 y se gritaba el primer fogonazo a la contra del
Atlético en un trance de elevada espectacularidad en plena anestesia por
posesión madridista.
Esta acción encendió al Atlético, que pasado el 20 de juego aprovechó
un intervalo de bajón en la fluidez madridista para dar un paso al
frente en la presión y en contemporizar, aunque el balón largo seguía
mandando en la ejecución colchonera. Fue entonces cuando Varane heló la comodidad madridista al pifiar un control en la salida de la pelota. Griezmann
le robó el suspiro y encaró a Navas. No obstante, en plena carrera, el
zaguero consiguió rehacerse para enjugar su error previo. Ante la sequía
de llegadas, la tensión brotaba de chispazos inconexos.
El robo y salida había tomado cuerpo de manera firme
como amenaza colchonera ante un Madrid con dificultades para guardar el
equilibrio. Aunque la lucidez asociativa local no entraba en escena y
las conducciones de Griezmann y Torres no inquietaran a Navas. Marcelo se hipotecó con una tarjeta en terreno del absurdo -derribó a Gámez en la medular lateral del campo- y Khedira
hizo lo propio en el 31 con un agarrón a la salida de escurridizo punta
francés, foco de peligro colchonero, todavía mitigado, en el juego
entre líneas.
El último tramo de primer acto amaneció con la defensa local muy
adelantada y la intensidad en la presión complicando a salida visitante.
Susurraba el Madrid, con su tímida horizontalidad, la idoneidad del
entretiempo ante la imposibilidad de imprimir velocidad a la combinación
por el centro. Tan solo una llegada en banda de Arbeloa con testarazo demasiado cruzado de Khedira otorgaba rédito al monopolio de la posesión. Y con este intento pareció activarse la ambición del bloque de Chamartin. Benzema probó
suerte desde la frontal para la atajada de Oblak en el 39, en el primer
dos contra uno ganando en banda -en la derecha, en este caso-. Los de Simeone volvieron a replegar en su campo para que su rocosa disciplina de achique ganara el descanso.
Bale chutó sin encontrar portería desde larga distancia antes del
parón. Ningún contendiente parecía estar dispuesto a romper su zona de
seguridad -uno en la posesión y el otro en el repliegue- para hincarle
el diente al derbi y a la eliminatoria.
Griezmann dispara arriba desde media distancia
Minuto 50. Inicio titubeante del Madrid. Pero, de una transición con
centro largo y bombeado de Marcelo nació el remate cruzado de Bale que lamió el poste.
La mejor ocasión merengue no llegó de la elaboración. Un chut buscando
el palo largo de James cerró los primeros 10 minutos de la reanudación,
con un paisaje similar.
Sin embargo, Sergio Ramos, que cometió una falta
ausente de justificación en un salto intrascendente con Torres en el
arranque de segundo acto, se erigió en protagonista de la ruptura del
equilibrio. El central cometió un claro penalti sobre Raúl García
en el 56, que el propio navarro transformaría en la explosión del
Calderón. Un error de bulto, o de confianza, premiaba la solidez y la fe
en la propuesta local y castigaba la indolente horizontalidad
visitante.
Simeone movió ficha sin dejarla caer sacando del campo a un desacertado Torres -debut discreto- para alimentar el centro del campo y su red de seguridad defensiva, dando espacio a Koke. Ante la presumible reacción de refuerzo en el dominio madridista, el Cholo
poblaba la medular e inyectaba criterio para rematar la hoja de ruta a
la contra ante un Madrid suicidado al empate. Y el impulso del tanto,
como marca la tradición de los últimos dos años en el coliseo
rojiblanco, no solo alimentó la sed de venganza rival, sino que espoleó
el fragor propio. Ancelotti reaccionó ante tal tesitura para sacar del césped a un desorientado James y dar entrada a Ronaldo. Y, para confirmar el esbozo del advenimiento del derbi estándar, Simeone subió su apuesta introduciendo al “10” turco. Saúl abandonaba la batalla en pos del veneno a la contra y el dueño del tempo en este partido de impulsos.
Se quemó el minuto 70 de juego con el Madrid dando síntomas de impaciencia.
Un testarazo inconsistente en forzada postura de Bale a centro rifado
de Marcelo constataba la escena. Ahora era el turno del Atlético para
mostrar su enriquecimiento y anestesiar con un cortejo más pragmático de
la pelota. El Cholo completó sus movimientos otorgando a Griezmann la ovación de la tribuna -de nuevo, el referente ofensivo, cada vez más legitimado- para apuntalar el juego aéreo con Mandzukic. Ancelotti pensó en Jesé para
elevar la velocidad de desborde sacando a Benzema, impedido por la
sequía de balones entre líneas. Pero la pegada ha cambiado de zona
capitalina en los derbis -esta temporada- y Gimenez colocó el 2-0 con un remate inapelable a la salida de un córner en el 76.
El cierre de derbi coqueteó con el desenlace envuelto en goleada
local ante la desconexión de la creatividad y verticalidad madridista. Carvajal tuvo sus minutos por Arbeloa -entró en el 84- y Kroos efectuó su único lanzamiento a puerta con blocaje sencillo de un Oblak aseado
durante todo el duelo. La ida de estos cuartos de final copera exponen
la indigestión sistemática del Madrid en sus guarismos de creación de
ocasiones ante el Atlético. Los merengues no colocaron a los colchoneros
en la tesitura de necesitar la pelota para cerrar el envite y les bastó
con su receta dogmática: orden, intensidad y pizarra. La impotencia de
un dominio estéril consumió la estabilidad fase defensiva y la
eliminatoria queda (casi) resuelta. Ancelotti tiene más trabajo que el Cholo.