domingo, 3 de julio de 2016

ALEMANIA VENCE SUS VIEJOS FANTASMAS

Aránzazu Gálvez

Alemania nunca había ganado a Italia en una fase final de un Mundial o una Eurocopa (ocho combates: cuatro victorias transalpinas y cuatro tablas). Este dato, paradigmático de la relación de fuerzas entre estos clásicos del Viejo Continente y tetracampeones del mundo, envolvió el marco sobre el que se desarrollaría el cruce estrella de los cuartos de final de la sorprendente Euro`16 que está degustando la hinchada. La ancestral némesis teutona, esquiva a favoritismos por la ausencia de nombres estelares en su convocatoria -es decir, relamida en su salsa-, planteó el primer enfrentamiento de entidad en el torneo para los campeones de Brasil 2014. La empresa que bien pudiera afirmarse como el retazo legendario de este estío, final adelantada, exponía, además y en grado sumo, la contraposición estilística que está protagonizando el presente balompédico. Die Mannschaft (único reducto del fútbol de toque superviviente en territorio francés, con seis goles a favor y cero en contra) y la azzurra (cinco dianas asestadas y un solo tanto cedido) se escrutarían mutuamente como exponentes enfrentados del juego colorido y el rigor táctico. El plato fuerte de estas cuatro semanas de lucha transnacional estaba servido en el Stade Matmut Atlantique de Burdeos, con el ritual de los icónicos himnos como atrezzo que remarcaba lo elitista del evento.

Joachim Löw, que comprobó el estado del césped -como es costumbre- antes del calentamiento de ambas plantillas, corroboró la vigencia del peso de los antecedentes. El técnico decidió matizar su apuesta de inicio, considerando el raciocinio táctico por delante de la frugalidad creativa que le condujo a tocar techo hace un par de años. El respeto a las armas que arrodillaron a España el pasado lunes sacó de la titularidad a la mejor versión artística de Julian Draxler. La estratagema adoptada por el seleccionador, que colocó a Howedes en el perfil diestro de una novedosa defensa de tres, buscaba contrarrestar el vuelo exterior y en transición italiano plagiando disposición. Así, el dibujo teutón mutó hacia un 3-5-2 que incluyó a Kimmich y Héctor en la labor de carrileros largos, al doble pivote conformado por Kroos y Khedira y a la movilidad de Özil y Müller, con Mario Gomez ejerciendo de punta referencial. Hummels y Boateng se aplicarían en la salida de pelota y el cierre de la meta de Neuer, en un intento por monopolizar el control de la pelota por medio de la superpoblación de la medular. La querencia dominadora y el amarre de los riesgos tras pérdida completaron la perspectiva de un entrenador valiente como para cambiar sus presupuestos en el día grande. La potente zaga neutralizaría el tenebroso juego aéreo rival y la cohesión sin pelota y precisión con ella marcarían el resto de variables, en pos de un anestesiado tránsito hacia las semifinales. El talento de Götze, Podolski, Schürrle, Draxler y demás estiletes aguardarían turno como plan b.

Antonio Conte, que definió este duelo como un envite “mucho más duro” que el que hizo descarrilar al seleccionado dirigido por Vicente del Bosque, hubo de lidiar con la definitiva baja de Danielle de Rossi, cosa poco baladí, y las molestias condicionantes de Antonio Candreva, el punzón exterior insustituible. La ausencia de calidad medular (Verrati y Marchisio no viajaron, lesionados) y las circunstancias colocaron al bregador juventino Sturato como ancla de un sistema que sufriría para elaborar ante la ausencia del romanista. Parolo y Giaccherini -mejor dotado el primero para crear- actuarían como tapones y lanzadores y De Siglio y Florenzi repetirían su laborioso mandato de ida y vuelta perpetua. La importancia de la efectividad en el cuerpeo con sus pares de Chiellini, Barzagli y Bonucci estaba asimilada a la de la imprevista dupla Pellé-Éder. Buffon volvería a asumir la última línea de una retaguardia imponente, que todavía no había sido examinada por una ofensiva como la del púgil de este sábado. La paciencia y capacidad de sufrimiento contemplativo, basado en el sudor y rigor posicional colectivos recobraría su relevancia como el abono de situaciones ofensivas proporcionadas por la ganancia de peso en el duelo, con el paso de los minutos. Italia conjugaba la puntería, otra vez, como el axioma al que aferrarse en su correoso recorrido.

El comienzo de la eliminatoria proclamó el estándar disparatado de la pulsión competitiva de los comparecientes. Alemania aterrizó en el césped mejor que su antagonista, con voluntad decidida de imponer su concepción del balompié. Dominaba la pelota con circulaciones horizontales, pretendiendo, y consiguiendo, llevar el ritmo en el prólogo del cruce. Italia, por su parte, asumía la vertiente circundante al catenaccio ortodoxo para dispararse tras robo. Su intensidad posicional, que sembró nerviosismo en los locales, jugaba con la altura de su presión. Cedía terreno y lo recupera a su antojo, navegando con comodidad ante la prolongada y fútil posesión teutona, que había abierto a sus laterales como si fueran extremos y Khedira, Müller y Özil trataban de crear pasillos interiores, con Kroos como maestro de ceremonias. Los escaños intercalados de los interiores alemanes complicaron los primeros cierres transalpinos cuando la Mannschaft atisbaba la dirección de su avance con destino a Buffon, pero la presunción controladora decretada por Löw no alcanzó para dañar en ataque y digerir las revueltas planteadas por los azzurri. De hecho, aunque la pelota fue blanca en el primer pestañeo, las llegadas correspondieron a la squadra replegada. Una volea de Sturaro desviada, tras el rechace de un saque de esquina -minuto 4- dio paso al anuncio del aviso: cada pérdida significaría peligro automatizado. Una imprecisión generó el balón al espacio y hacia el desmarque de Giaccherini, que chutó para el desvío, atento, de Boateng -minuto 5-.

En torno al 10 se confirmó el encuadre de control y circulaciones fluidas alemanas. Özil fluctuaba por todo el frente ofensivo y reclamaba protagonismo entre líneas para buscar la ocupación de la mediapunta. El asedio se hacía tangible aunque Italia se estiraba y se negaba a encerrarse, con salidas posicionales coordinadas en fase defensiva. Hasta siete piezas alemanas (con el campo muy abierto por Kimmich y Hector) se contabilizaban en el último tercio de cancha azzurro, pero las superioridades por banda o en la parcela central no correspondían al anhelo asociativo de Löw. La estructura de Conte leyó con astucia el escenario que se desplegaba, tratando de contemporizar con la pelota para respirar y desestabilizar a una Alemania muy atenta, también, en la vigilancia. Asomaba el duelo de poder a poder presagiado. Los fallos se penalizarían como catastróficos, pues ambas selecciones ejecutaban su plan con una intensidad rutilante: unos amasan la pelota a la espera de detectar una fisura sobre la que filtrarse y los otros se guarecían en cancha propia, con el fin de arrancar una imprecisión y morder. El primer cuarto de hora de precaución concluyó con otro chispazo transalpino (cambio de banda de Pellé hacia el mano a mano de Florenzi con Hector, que acabó con el recorte y chut del romanista que atajó Neuer) y la lesión de Khedira. El motor juventino dejó su lugar para el veterano Schweinsteiger. Incluía una arista más creativa a su medular Löw con este imprevisto tempranero.

Italia susurró una enmienda al monopolio de la posesión alemana quemado el minuto 20. El bloqueo tejido por su red de ayudas -que desconectó a Müller y Gomez del resto de centrocampistas y forzó, en ocasiones repetidas, a un lanzamiento largo de los centrales hacia desmarques de ruptura- permitió a los italianos ganar algo de ambición con balón, con Éder intentando capitalizar el desahogo azurro. Sin embargo, una amalgama de errores en la salida del cuero transalpino (situación que salpicaría de inseguridad a los pupilos de Conte en su relación con la pelota) dio alas a la convicción de una Alemania tendente a la densidad por la ausencia de soluciones y movimientos en tres cuartos de campo. Sin celeridad combinativa, no conseguían deshacer la almendra conformada por Chiellini, Bonucci y Barzagli, siempre ganadora en los envíos aéreos hacia Gomez. En consecuencia, Müller descendió metros para entrar en calor y que las triangulaciones del juego propositivo superaran la horizontalidad, aunque la placidez italiana prosiguió. Las escaramuzas entraron en escena, entonces, para que la soga del sistema de Conte apretara el amarre de la fluidez alemana perdida. Con el ritmo más trompicado, el encuentro se definió como el choque constante de dos bloques que se cortocircuitaban. Alemania negó la transición italiana con coberturas afanosas y coordinadas, presionando con vehemencia y éxito ante la endeblez asociativa transalpina; y a Italia le bastaba con atrincherarse en la postura más integrista vista en el campeonato. Su falta de claridad en el lanzamiento de contras ahondaba en el sensible déficit dejado por el infortunio de De Rossi. Pero, en el envés de la filosofía del calcio, sólo concedió un tiro a puerta a su ilustre contrincante en la primera media hora, el que mandó a la red Schweinsteiger y que anuló por fuera de juego Kassai. Se creó a través del enésimo centro frontal, algo rudo, en el que el todocampista del United ganó la espalda al trío de zagueros visitante -minuto 27-.

Los últimos 15 minutos antes del intermedio sellaron el excepcional rendimiento táctico de ambos equipos, en un duelo doliente de producción ofensiva. En el 31 desbordó por primera vez con nitidez Italia, que escapó de su fango combinativo con un balón cruzado por Parolo y el fallo de Kimmich en el despeje. De Siglio estrenó aventura y arribó hasta línea de fondo para centrar, tenso, al movimiento de Giaccherini. Boateng se cruzó, certero, para conjugar el peligro inconexo. Parecía haberse esfumado el ardor ambicioso alemán y el debate entró en el congelador a medida que la pelota se fue tiñendo de azul. Ahora eran los de Conte los que manejaban el tempo, adelantando líneas, presionando cuando la salida oponente no resultaba clara y encontrando serenidad con la posesión. Alemania parecería haber decidido la economía energética, añorando paisajes de desarrollo al espacio, visto que en estático no encontraban cauces de aproximación. La asunción del gobierno de la trama por parte de Italia ralentizó, de modo definitivo, las pulsaciones sobre el verde y el partido se abandonó a un intervalo plomizo de centrocampismo sólo roto por la acelerada salida de Neuer que culminó Kimmich con un centro, al galope, que Gomez envió, con la testa, lejos de palos -minuto 41-.

Dicha acción, un tanto anacrónica, desencadenó un fogonazo postrero. Un impás exótico de espectáculo y anarquía iniciado por la batalla por un balón, en el pico del área italiano, ganada por un Hummels totalmente fuera de posición. El adelantado central cedió para el centro parabólico de Hector y el remate fallido de Gomez. Müller recogió el rechace pero su intento, en escorzo, no inquietó a Buffon. De inmediato reaccionó Italia con un robo en la frontal a Kroos que se tradujo en el desmarque y centro envenenado de Giaccherini, sin rematador, que encontró el chut cruzado de Sturaro. El guerrero de emergencia de la Juve llegaba, sólo, desde segunda línea y su lanzamiento se fue a saque de esquina por muy poco -minuto 44-. A continuación se bajó el telón de un primer acto tedioso que firmó la victoria anímica italiana, pues desenchufó la influencia de los mediapuntas alemanes. Se jugó como quiso Italia y el peligro teutón quedó constreñido a envíos en profundidad y hacia los extremos de Boateng y Hummels, que buscaban, sistemáticamente, los uno contra uno laterales (entre Kimmich y De Siglio, por derecha, y Hector y Florenzi por izquierda). El anexo del libreto ofensivo alemán se uniformó de tendencia por exigencias del envite. Özil y Kroos yacían sin trascendencia. Pero la falta de aplomo en la salida mutiló los colmillos de la propuesta especulativa del futuro técnico del Chelsea. Los guarismos contrastaron con estadística lo analizado: sólo 53% de posesión alemana, triunfo azzurro en la relación de llegadas al área (cuatro a cinco) y la reducción de tiros a portería (uno a uno). 

Sin sustituciones se decretó la reanudación. Y lo hizo sin modificaciones en el devenir: Alemania no sólo no reprodujo su dinámica arrasadora tras el pitido inicial, sino que salió del camarín a la expectativa. Italia gozó de la gestión de la pelota y subió metros, prolongando su control de las sensaciones y horadando la calma teutona con superioridades incipientes y continuadas que aislaban las incorporaciones de De Siglio. Tardó en salir de vestuarios el equipo entrenado por Löw, que reaccionó pasados cinco minutos engrasando las combinaciones que, por otra parte, seguían siendo dirigidas hacia la concatenación de centros laterales. Un tétrico error en el pase de Florenzi, encasillado en la fase de salida de pelota, entregó el balón a Kroos, refrescando la amenaza de la inseguridad. El inmediato pase vertical de seda de Schweinsteiger que ganó Gomez, avanzó en la inercia, y el espigado delantero cedió para la finta y disparo ajustado al palo largo de Müller. Florenzi apareció para suturar su desatención, desviando a córner el esférico con un golpeo de karate, pero, en la jugada consiguiente, un balón caído sobre la frontal fue cazado por el chut, que lamió el larguero, propulsado por Boateng. La acción evocó la ganancia inmediata de convicción alemana. Bajo el paraguas del cambio de aires, con un duelo más abierto, la posesión volvió al redil de la campeona del mundo.

De nuevo asentado el choque en el mando teutón, Italia recompuso su rol pasivo, cediendo metros para aprovechar el tempo cansino y horizontal pautado por su rival y lanzar contras peligrosas. Se estiraba la nazionale con Éder y Giaccherini destacados y de una contra nació el chut desviado de Parolo, tras la inteligente cesión del italo-brasileño -minuto 62-. Empero, sobrevino, en el 65 de partido, la devastadora trascendencia de lo imprevisto. Con los transalpinos paladeando el bienestar expectante, el enésimo fallo de Florenzi en el control y en campo propio, dejó a Gomez franco, en el pico del área italiana. El delantero lució sabiduría para aglutinar defensores, esperar a la incorporación de compañeros y descargar en el timming correcto. Hector amaneció en la diagonal, recogió el brillante envío y centró al punto de penalti. Özil, intrascendente hasta entonces, se adelantó a los colosos que lo sujetaban y batió a Buffon con un remate fulgurante. El veneno de la calidad asestó un aguijonazo de difícil digestión al gallardo púgil italiano.

Pareció desatarse Alemania en los instantes siguientes. Hummels subía la pelota con jerarquía, dividiendo y personificando el repunte de autoestima alemana, libre de tensiones. No en vano, una combinación en cambio de ritmo, con los azzurri tragando aún el gol encajado, condujo la pelota hacía la zurda de Mesut Özil, que imaginó un espacio a la espalda de los centrales que también leyó Gomez. El delantero remató en el área pequeña y Buffon recordó a propios y extraños su excelencia atemporal con una reacción soberbia -minuto 68- que sostuvo a su equipo en la competencia. Acusó el golpe una Italia que iba a la presión sin llegar y replegaba sin cerrar del todo. Le faltó calidad durante todo el partido y en este peldaño de necesidad de cordura con balón para recobrar el norte también resaltó dicha flaqueza. Por el camino aconteció la segunda lesión que afligió el margen de maniobra alemán: Mario Gómez se marchó y entró en escena el talento Julian Draxler -minuto 71-. Y en el reducido espacio temporal de parón, inherente a la mencionada circunstancia, Conte rearmó la fe de su escuadrón, en un punto de inflexión que convulsionaría el envite y que pasaría fuera del radar teutón.

De Siglio desbordó a su par y centró, raso, para que Pelle rozara la madera en su primer disparo y en la primera asociación italiana tras el gol alemán -minuto 73-. La primera evidencia de la metamorfosis épica italiana fue de la mano de la apertura de la participación del cansancio como actor secundario. El risorgimento, edificado sobre el pundonor y la actitud, ascendió vatios ante la frialdad alemana, incapacitada para empastar otra traca energética tras la cosecha de ventaja en el marcador. Se lanzó al espacio Italia con desmarques continuos de Éder y Pellé, confiando en que el balón parado podía suponer un salvavidas. Y así aconteció. Un córner botado por Florenzi volvió a las botas del romanista, que en esa ocasión rebotó el balón con la zurda para que Chiellini peinara y Boateng empañara su sensacional encuentro con unas manos claras. Penalti y momento de partido. Bonucci asumió la responsabilidad en un once sin expertos en aquella suerte y transformó ña punición con hielo en las venas, tras amagar y desafiar a Neuer. El meta adivinó la intención pero su estirada no dio. Llegar al disparo del central era una quimera. La mentalidad tenaz y la mística que la acompaña sacaron a flote a un equipo que no dejó de creer -minuto 75-. Los errores, de nuevo, marcaban muescas determinantes en un partido agónico, cerrado y en el que cada pulgada estaba en disputa.

La última recta del tiempo reglamentario la afrontó Conte sin sustituciones realizadas, a pesar del declive anatómico de todos los peones de su ajedrez. El desenlace empatado no admitiría ya estridencias ofensivas, y la ventana por la que circuló la espectacularidad llegadora previa se cerró, sin complejos. El miedo a arriesgar demasiado en busca de la victoria matizó el caótico tránsito hacia el final. Italia disponía del momentum, y casi hizo caja en un resbalón inoportuno de Hector que Florenzi vistió del contra. El carrilero romano aceleró para dirigir una transición volcánica que redobló Éder con un recorte y pase horizontal para que Pellé rematara. El cuero se marchó a córner. En este crepúsculo le tocaba a Alemania adaptarse. Özil figuraba como falso nueve y Draxler en un extremo, puesto que Löw decidió limitar el recorrido de sus laterales. Cada envío frontal cuestionaba el aplomo de la retaguardia alemana y la campeona del mundo estaba siendo erosionada tras ser llevada al límite. Conte sacó al omnipresente y vaciado Florenzi para insuflar oxígeno a su banda derecha con Darmian –minuto 85- y otro cambio de banda que encontró a De Silgio encarando a Kimich zanjó la producción antes de la prórroga. Desbordaría el milanista y explosionaría un derechazo que se topó con el lateral de la red -minuto 88-. Terminó mejor una Italia alimentada por el gol, que la sacaba, al fin, tocando e incidiendo en la endeblez a la espalda del mediocampo rival, con Pellé y Éder creciendo como soluciones en largo. Aún así, Chiellini salvó a los suyos desviando un centro espinoso de Özil cuando Müller cabeceaba en el minuto 92. Los cabos sueltos costaban un quintal. Había quedado bien argumentado. 

El tiempo extra se inició con seis kilómetros más en las piernas italianas, un registro que se haría notar. Sin embargo, el primer acto de este regalo añadido para el respetable se movió bajo los designios italianos: ritmo bajo, posesiones inocuas e interrupciones continuas. Sólo se localizó un pico de tensión con el error de Barzagli, que perdió la pelota en su frontal y ofreció a Müller un disparo que desvió, providencial, Bonucci -minuto 100-. El remate fuera y desde larga distancia de Boateng -que protagonizó una de las imágenes del torneo al descansar, meditabundo, sobre la hierba en el entretiempo- pasó de página y el segundo acto de la prórroga aligeró el paso con Alemania buscando encerrar a Italia, con más fuerza en el fuelle y en la circulación. Así, un centro de Kimmich y despeje, en semifallo, de Barzagli configuró una pelota que cayó llovida para la chilena desviada de Draxler, desde el área pequeña. El inesperado marasmo de la zaga italiana profundizó el susto. Conte reaccionó y quiso frenar la inercia con un cambio: Insigne entró por Éder. Pensaba ya en los penaltis el técnico transalpino, pero no aflojó el bloque de Löw. Una contra cristalina, en tres para dos e inferioridad azzurra, decoró el pase decisivo de Draxler hacia Müller que la perla del Wolfsburgo no precisó. El envío, demasiado largo, fue captado por el atacante del Bayern. Éste reconvirtió su voluntad y centró para la volea a las nubes de Schweinsteiger.

Alemania se decidió a proponer sin ambages, quizá muy tarde, e Italia radicalizó su achique. El físico no le llegaba para mantener la sensación de peligro a la contra, pero todavía conseguiría asustar a Neuer con una falta lateral que llegó a los dominios de Pellé. El delantero del Southampton pivotó y detectó el desmarque de Insigne, que dribló e inventó un zurdazo angulado que detuvo el meta alemán -minuto 113-. Antes de que Conte apurara su último cambio pensando en la tanda (Zaza por Chiellini en el 121), la favorita estrujada por la competitividad italiana gastaría su última bala: triangulación fina entre Boateng, Müller y Özil que concluyó con el chut del mediapunta del Arsenal que detuvo Buffon con tranquilidad -minuto 118-. El electrónico enseñaba un empate pero Italia supo ganar hasta donde pudo. Guerreó hasta alcanzar su objetivo: minimizar la superioridad multidisciplinar teutona y que la suerte decidiera.


Hubieron de lanzarse 18 penaltis hasta que Hector colara la pelota bajo el cuerpo de Buffon y desatara el grito alemán como colofón digno de la agonía previa. Anotaron Insigne, Kroos, Barzagli, Draxler, Giaccherini, Hummels, Parolo, Kimmich, De Siglio, Boateng y el lateral zurdo de la Mannschaft. El desglose de los errores, tan relevantes como en el intervalo de juego, es el siguiente: Zaza (carrerilla extremada hasta el ridículo y tiro al cielo), Müller (Buffon adivinó), Özil (engañó a Buffon pero su golpeo natural se estrelló en el poste), Pellé (lanzamiento horrible, raso y fuera, muy lejos de la portería), Bonucci (ajustó pero Neuer se lanzó y desvió el golpeo), Schweinsteiger (superado, a las nubes, en la primera bola de partido) y Darmian (Neuer sacó brillo a su pedigrí). Francia e Islandia se debatirán este domingo para enfrentar en semifinales a Alemania, la superviviente que pasa a ser, según aseguró Löw en la previa, la candidata privilegiada para alzar el entorchado en liza. La campeona del mundo respira tras superar un desafío mental soberano y logró, además, arrancar un pedazo de historia, pues eliminó a su bestia negra. Aunque fuera en los penaltis. Italia vuelve a casa con la cabeza muy alta, pues demostró que la cohesión colectiva sigue preponderando sobre la calidad individual. Sin virtuosos a los que aferrarse, Conte entretejió un rendimiento y competitividad legendarios a un grupo de futbolistas que pelearon por encima de sus posibilidades en el parangón con sus dos últimos rivales. La cima y listón de esta Eurocopa quedó muy elevado tras este sábado. A ver si los cuatro partidos restantes se acercan al nivel de estos dos aristócratas entregados.