Aránzazu Gálvez
Alemania nunca había ganado a Italia en una fase final de un
Mundial o una Eurocopa (ocho combates: cuatro victorias transalpinas y cuatro
tablas). Este dato, paradigmático de la relación de fuerzas entre estos
clásicos del Viejo Continente y tetracampeones del mundo, envolvió el marco
sobre el que se desarrollaría el cruce estrella de los cuartos de final de la
sorprendente Euro`16 que está degustando la hinchada. La ancestral némesis
teutona, esquiva a favoritismos por la ausencia de nombres estelares en su
convocatoria -es decir, relamida en su salsa-, planteó el primer enfrentamiento
de entidad en el torneo para los campeones de Brasil 2014. La empresa que bien
pudiera afirmarse como el retazo legendario de este estío, final adelantada,
exponía, además y en grado sumo, la contraposición estilística que está
protagonizando el presente balompédico. Die Mannschaft (único reducto del
fútbol de toque superviviente en territorio francés, con seis goles a favor y
cero en contra) y la azzurra (cinco dianas asestadas y un solo tanto cedido) se
escrutarían mutuamente como exponentes enfrentados del juego colorido y el
rigor táctico. El plato fuerte de estas cuatro semanas de lucha transnacional
estaba servido en el Stade Matmut Atlantique de Burdeos, con el ritual de los
icónicos himnos como atrezzo que remarcaba lo elitista del evento.
Joachim Löw, que comprobó el estado del césped -como es
costumbre- antes del calentamiento de ambas plantillas, corroboró la vigencia
del peso de los antecedentes. El técnico decidió matizar su apuesta de inicio,
considerando el raciocinio táctico por delante de la frugalidad creativa que le
condujo a tocar techo hace un par de años. El respeto a las armas que
arrodillaron a España el pasado lunes sacó de la titularidad a la mejor versión
artística de Julian Draxler. La estratagema adoptada por el seleccionador, que
colocó a Howedes en el perfil diestro de una novedosa defensa de tres, buscaba
contrarrestar el vuelo exterior y en transición italiano plagiando disposición.
Así, el dibujo teutón mutó hacia un 3-5-2 que incluyó a Kimmich y Héctor en la
labor de carrileros largos, al doble pivote conformado por Kroos y Khedira y a
la movilidad de Özil y Müller, con Mario Gomez ejerciendo de punta referencial.
Hummels y Boateng se aplicarían en la salida de pelota y el cierre de la meta
de Neuer, en un intento por monopolizar el control de la pelota por medio de la
superpoblación de la medular. La querencia dominadora y el amarre de los
riesgos tras pérdida completaron la perspectiva de un entrenador valiente como
para cambiar sus presupuestos en el día grande. La potente zaga neutralizaría
el tenebroso juego aéreo rival y la cohesión sin pelota y precisión con ella
marcarían el resto de variables, en pos de un anestesiado tránsito hacia las
semifinales. El talento de Götze, Podolski, Schürrle, Draxler y demás estiletes
aguardarían turno como plan b.
Antonio Conte, que definió este duelo como un envite “mucho
más duro” que el que hizo descarrilar al seleccionado dirigido por Vicente del
Bosque, hubo de lidiar con la definitiva baja de Danielle de Rossi, cosa poco
baladí, y las molestias condicionantes de Antonio Candreva, el punzón exterior
insustituible. La ausencia de calidad medular (Verrati y Marchisio no viajaron,
lesionados) y las circunstancias colocaron al bregador juventino Sturato como
ancla de un sistema que sufriría para elaborar ante la ausencia del romanista.
Parolo y Giaccherini -mejor dotado el primero para crear- actuarían como
tapones y lanzadores y De Siglio y Florenzi repetirían su laborioso mandato de
ida y vuelta perpetua. La importancia de la efectividad en el cuerpeo con sus
pares de Chiellini, Barzagli y Bonucci estaba asimilada a la de la imprevista
dupla Pellé-Éder. Buffon volvería a asumir la última línea de una retaguardia
imponente, que todavía no había sido examinada por una ofensiva como la del
púgil de este sábado. La paciencia y capacidad de sufrimiento contemplativo,
basado en el sudor y rigor posicional colectivos recobraría su relevancia como
el abono de situaciones ofensivas proporcionadas por la ganancia de peso en el
duelo, con el paso de los minutos. Italia conjugaba la puntería, otra vez, como
el axioma al que aferrarse en su correoso recorrido.
El comienzo de la eliminatoria proclamó el estándar
disparatado de la pulsión competitiva de los comparecientes. Alemania aterrizó
en el césped mejor que su antagonista, con voluntad decidida de imponer su
concepción del balompié. Dominaba la pelota con circulaciones horizontales,
pretendiendo, y consiguiendo, llevar el ritmo en el prólogo del cruce. Italia,
por su parte, asumía la vertiente circundante al catenaccio ortodoxo para
dispararse tras robo. Su intensidad posicional, que sembró nerviosismo en los
locales, jugaba con la altura de su presión. Cedía terreno y lo recupera a su
antojo, navegando con comodidad ante la prolongada y fútil posesión teutona,
que había abierto a sus laterales como si fueran extremos y Khedira, Müller y
Özil trataban de crear pasillos interiores, con Kroos como maestro de
ceremonias. Los escaños intercalados de los interiores alemanes complicaron los
primeros cierres transalpinos cuando la Mannschaft atisbaba la dirección de su
avance con destino a Buffon, pero la presunción controladora decretada por Löw
no alcanzó para dañar en ataque y digerir las revueltas planteadas por los
azzurri. De hecho, aunque la pelota fue blanca en el primer pestañeo, las
llegadas correspondieron a la squadra replegada. Una volea de Sturaro desviada,
tras el rechace de un saque de esquina -minuto 4- dio paso al anuncio del
aviso: cada pérdida significaría peligro automatizado. Una imprecisión generó
el balón al espacio y hacia el desmarque de Giaccherini, que chutó para el
desvío, atento, de Boateng -minuto 5-.
En torno al 10 se confirmó el encuadre de control y
circulaciones fluidas alemanas. Özil fluctuaba por todo el frente ofensivo y
reclamaba protagonismo entre líneas para buscar la ocupación de la mediapunta.
El asedio se hacía tangible aunque Italia se estiraba y se negaba a encerrarse,
con salidas posicionales coordinadas en fase defensiva. Hasta siete piezas
alemanas (con el campo muy abierto por Kimmich y Hector) se contabilizaban en
el último tercio de cancha azzurro, pero las superioridades por banda o en la
parcela central no correspondían al anhelo asociativo de Löw. La estructura de
Conte leyó con astucia el escenario que se desplegaba, tratando de
contemporizar con la pelota para respirar y desestabilizar a una Alemania muy
atenta, también, en la vigilancia. Asomaba el duelo de poder a poder
presagiado. Los fallos se penalizarían como catastróficos, pues ambas selecciones
ejecutaban su plan con una intensidad rutilante: unos amasan la pelota a la
espera de detectar una fisura sobre la que filtrarse y los otros se guarecían
en cancha propia, con el fin de arrancar una imprecisión y morder. El primer
cuarto de hora de precaución concluyó con otro chispazo transalpino (cambio de
banda de Pellé hacia el mano a mano de Florenzi con Hector, que acabó con el
recorte y chut del romanista que atajó Neuer) y la lesión de Khedira. El motor
juventino dejó su lugar para el veterano Schweinsteiger. Incluía una arista más
creativa a su medular Löw con este imprevisto tempranero.
Italia susurró una enmienda al monopolio de la posesión
alemana quemado el minuto 20. El bloqueo tejido por su red de ayudas -que
desconectó a Müller y Gomez del resto de centrocampistas y forzó, en ocasiones
repetidas, a un lanzamiento largo de los centrales hacia desmarques de ruptura-
permitió a los italianos ganar algo de ambición con balón, con Éder intentando
capitalizar el desahogo azurro. Sin embargo, una amalgama de errores en la
salida del cuero transalpino (situación que salpicaría de inseguridad a los
pupilos de Conte en su relación con la pelota) dio alas a la convicción de una
Alemania tendente a la densidad por la ausencia de soluciones y movimientos en
tres cuartos de campo. Sin celeridad combinativa, no conseguían deshacer la
almendra conformada por Chiellini, Bonucci y Barzagli, siempre ganadora en los
envíos aéreos hacia Gomez. En consecuencia, Müller descendió metros para entrar
en calor y que las triangulaciones del juego propositivo superaran la
horizontalidad, aunque la placidez italiana prosiguió. Las escaramuzas entraron
en escena, entonces, para que la soga del sistema de Conte apretara el amarre
de la fluidez alemana perdida. Con el ritmo más trompicado, el encuentro se
definió como el choque constante de dos bloques que se cortocircuitaban.
Alemania negó la transición italiana con coberturas afanosas y coordinadas,
presionando con vehemencia y éxito ante la endeblez asociativa transalpina; y a
Italia le bastaba con atrincherarse en la postura más integrista vista en el
campeonato. Su falta de claridad en el lanzamiento de contras ahondaba en el
sensible déficit dejado por el infortunio de De Rossi. Pero, en el envés de la
filosofía del calcio, sólo concedió un tiro a puerta a su ilustre contrincante
en la primera media hora, el que mandó a la red Schweinsteiger y que anuló por
fuera de juego Kassai. Se creó a través del enésimo centro frontal, algo rudo,
en el que el todocampista del United ganó la espalda al trío de zagueros
visitante -minuto 27-.
Los últimos 15 minutos antes del intermedio sellaron el
excepcional rendimiento táctico de ambos equipos, en un duelo doliente de
producción ofensiva. En el 31 desbordó por primera vez con nitidez Italia, que
escapó de su fango combinativo con un balón cruzado por Parolo y el fallo de
Kimmich en el despeje. De Siglio estrenó aventura y arribó hasta línea de fondo
para centrar, tenso, al movimiento de Giaccherini. Boateng se cruzó, certero, para
conjugar el peligro inconexo. Parecía haberse esfumado el ardor ambicioso
alemán y el debate entró en el congelador a medida que la pelota se fue tiñendo
de azul. Ahora eran los de Conte los que manejaban el tempo, adelantando
líneas, presionando cuando la salida oponente no resultaba clara y encontrando
serenidad con la posesión. Alemania parecería haber decidido la economía
energética, añorando paisajes de desarrollo al espacio, visto que en estático
no encontraban cauces de aproximación. La asunción del gobierno de la trama por
parte de Italia ralentizó, de modo definitivo, las pulsaciones sobre el verde y
el partido se abandonó a un intervalo plomizo de centrocampismo sólo roto por
la acelerada salida de Neuer que culminó Kimmich con un centro, al galope, que
Gomez envió, con la testa, lejos de palos -minuto 41-.
Dicha acción, un tanto anacrónica, desencadenó un fogonazo
postrero. Un impás exótico de espectáculo y anarquía iniciado por la batalla
por un balón, en el pico del área italiano, ganada por un Hummels totalmente
fuera de posición. El adelantado central cedió para el centro parabólico de
Hector y el remate fallido de Gomez. Müller recogió el rechace pero su intento,
en escorzo, no inquietó a Buffon. De inmediato reaccionó Italia con un robo en la
frontal a Kroos que se tradujo en el desmarque y centro envenenado de
Giaccherini, sin rematador, que encontró el chut cruzado de Sturaro. El
guerrero de emergencia de la Juve llegaba, sólo, desde segunda línea y su
lanzamiento se fue a saque de esquina por muy poco -minuto 44-. A continuación
se bajó el telón de un primer acto tedioso que firmó la victoria anímica
italiana, pues desenchufó la influencia de los mediapuntas alemanes. Se jugó
como quiso Italia y el peligro teutón quedó constreñido a envíos en profundidad
y hacia los extremos de Boateng y Hummels, que buscaban, sistemáticamente, los
uno contra uno laterales (entre Kimmich y De Siglio, por derecha, y Hector y
Florenzi por izquierda). El anexo del libreto ofensivo alemán se uniformó de
tendencia por exigencias del envite. Özil y Kroos yacían sin trascendencia.
Pero la falta de aplomo en la salida mutiló los colmillos de la propuesta
especulativa del futuro técnico del Chelsea. Los guarismos contrastaron con
estadística lo analizado: sólo 53% de posesión alemana, triunfo azzurro en la
relación de llegadas al área (cuatro a cinco) y la reducción de tiros a
portería (uno a uno).
Sin sustituciones se decretó la reanudación. Y lo hizo sin
modificaciones en el devenir: Alemania no sólo no reprodujo su dinámica
arrasadora tras el pitido inicial, sino que salió del camarín a la expectativa.
Italia gozó de la gestión de la pelota y subió metros, prolongando su control
de las sensaciones y horadando la calma teutona con superioridades incipientes
y continuadas que aislaban las incorporaciones de De Siglio. Tardó en salir de
vestuarios el equipo entrenado por Löw, que reaccionó pasados cinco minutos
engrasando las combinaciones que, por otra parte, seguían siendo dirigidas
hacia la concatenación de centros laterales. Un tétrico error en el pase de
Florenzi, encasillado en la fase de salida de pelota, entregó el balón a Kroos,
refrescando la amenaza de la inseguridad. El inmediato pase vertical de seda de
Schweinsteiger que ganó Gomez, avanzó en la inercia, y el espigado delantero
cedió para la finta y disparo ajustado al palo largo de Müller. Florenzi
apareció para suturar su desatención, desviando a córner el esférico con un
golpeo de karate, pero, en la jugada consiguiente, un balón caído sobre la frontal
fue cazado por el chut, que lamió el larguero, propulsado por Boateng. La
acción evocó la ganancia inmediata de convicción alemana. Bajo el paraguas del
cambio de aires, con un duelo más abierto, la posesión volvió al redil de la
campeona del mundo.
De nuevo asentado el choque en el mando teutón, Italia
recompuso su rol pasivo, cediendo metros para aprovechar el tempo cansino y
horizontal pautado por su rival y lanzar contras peligrosas. Se estiraba la
nazionale con Éder y Giaccherini destacados y de una contra nació el chut
desviado de Parolo, tras la inteligente cesión del italo-brasileño -minuto 62-.
Empero, sobrevino, en el 65 de partido, la devastadora trascendencia de lo
imprevisto. Con los transalpinos paladeando el bienestar expectante, el enésimo
fallo de Florenzi en el control y en campo propio, dejó a Gomez franco, en el
pico del área italiana. El delantero lució sabiduría para aglutinar defensores,
esperar a la incorporación de compañeros y descargar en el timming correcto.
Hector amaneció en la diagonal, recogió el brillante envío y centró al punto de
penalti. Özil, intrascendente hasta entonces, se adelantó a los colosos que lo
sujetaban y batió a Buffon con un remate fulgurante. El veneno de la calidad
asestó un aguijonazo de difícil digestión al gallardo púgil italiano.
Pareció desatarse Alemania en los instantes siguientes.
Hummels subía la pelota con jerarquía, dividiendo y personificando el repunte
de autoestima alemana, libre de tensiones. No en vano, una combinación en
cambio de ritmo, con los azzurri tragando aún el gol encajado, condujo la
pelota hacía la zurda de Mesut Özil, que imaginó un espacio a la espalda de los
centrales que también leyó Gomez. El delantero remató en el área pequeña y
Buffon recordó a propios y extraños su excelencia atemporal con una reacción
soberbia -minuto 68- que sostuvo a su equipo en la competencia. Acusó el golpe
una Italia que iba a la presión sin llegar y replegaba sin cerrar del todo. Le
faltó calidad durante todo el partido y en este peldaño de necesidad de cordura
con balón para recobrar el norte también resaltó dicha flaqueza. Por el camino
aconteció la segunda lesión que afligió el margen de maniobra alemán: Mario
Gómez se marchó y entró en escena el talento Julian Draxler -minuto 71-. Y en
el reducido espacio temporal de parón, inherente a la mencionada circunstancia,
Conte rearmó la fe de su escuadrón, en un punto de inflexión que convulsionaría
el envite y que pasaría fuera del radar teutón.
De Siglio desbordó a su par y centró, raso, para que Pelle
rozara la madera en su primer disparo y en la primera asociación italiana tras
el gol alemán -minuto 73-. La primera evidencia de la metamorfosis épica
italiana fue de la mano de la apertura de la participación del cansancio como
actor secundario. El risorgimento, edificado sobre el pundonor y la actitud,
ascendió vatios ante la frialdad alemana, incapacitada para empastar otra traca
energética tras la cosecha de ventaja en el marcador. Se lanzó al espacio
Italia con desmarques continuos de Éder y Pellé, confiando en que el balón
parado podía suponer un salvavidas. Y así aconteció. Un córner botado por
Florenzi volvió a las botas del romanista, que en esa ocasión rebotó el balón
con la zurda para que Chiellini peinara y Boateng empañara su sensacional encuentro
con unas manos claras. Penalti y momento de partido. Bonucci asumió la
responsabilidad en un once sin expertos en aquella suerte y transformó ña
punición con hielo en las venas, tras amagar y desafiar a Neuer. El meta
adivinó la intención pero su estirada no dio. Llegar al disparo del central era
una quimera. La mentalidad tenaz y la mística que la acompaña sacaron a flote a
un equipo que no dejó de creer -minuto 75-. Los errores, de nuevo, marcaban
muescas determinantes en un partido agónico, cerrado y en el que cada pulgada
estaba en disputa.
La última recta del tiempo reglamentario la afrontó Conte
sin sustituciones realizadas, a pesar del declive anatómico de todos los peones
de su ajedrez. El desenlace empatado no admitiría ya estridencias ofensivas, y
la ventana por la que circuló la espectacularidad llegadora previa se cerró,
sin complejos. El miedo a arriesgar demasiado en busca de la victoria matizó el
caótico tránsito hacia el final. Italia disponía del momentum, y casi hizo caja
en un resbalón inoportuno de Hector que Florenzi vistió del contra. El
carrilero romano aceleró para dirigir una transición volcánica que redobló Éder
con un recorte y pase horizontal para que Pellé rematara. El cuero se marchó a
córner. En este crepúsculo le tocaba a Alemania adaptarse. Özil figuraba como
falso nueve y Draxler en un extremo, puesto que Löw decidió limitar el
recorrido de sus laterales. Cada envío frontal cuestionaba el aplomo de la
retaguardia alemana y la campeona del mundo estaba siendo erosionada tras ser
llevada al límite. Conte sacó al omnipresente y vaciado Florenzi para insuflar
oxígeno a su banda derecha con Darmian –minuto 85- y otro cambio de banda que
encontró a De Silgio encarando a Kimich zanjó la producción antes de la
prórroga. Desbordaría el milanista y explosionaría un derechazo que se topó con
el lateral de la red -minuto 88-. Terminó mejor una Italia alimentada por el
gol, que la sacaba, al fin, tocando e incidiendo en la endeblez a la espalda
del mediocampo rival, con Pellé y Éder creciendo como soluciones en largo. Aún
así, Chiellini salvó a los suyos desviando un centro espinoso de Özil cuando
Müller cabeceaba en el minuto 92. Los cabos sueltos costaban un quintal. Había
quedado bien argumentado.
El tiempo extra se inició con seis kilómetros más en las
piernas italianas, un registro que se haría notar. Sin embargo, el primer acto
de este regalo añadido para el respetable se movió bajo los designios
italianos: ritmo bajo, posesiones inocuas e interrupciones continuas. Sólo se
localizó un pico de tensión con el error de Barzagli, que perdió la pelota en
su frontal y ofreció a Müller un disparo que desvió, providencial, Bonucci
-minuto 100-. El remate fuera y desde larga distancia de Boateng -que protagonizó
una de las imágenes del torneo al descansar, meditabundo, sobre la hierba en el
entretiempo- pasó de página y el segundo acto de la prórroga aligeró el paso
con Alemania buscando encerrar a Italia, con más fuerza en el fuelle y en la
circulación. Así, un centro de Kimmich y despeje, en semifallo, de Barzagli
configuró una pelota que cayó llovida para la chilena desviada de Draxler,
desde el área pequeña. El inesperado marasmo de la zaga italiana profundizó el
susto. Conte reaccionó y quiso frenar la inercia con un cambio: Insigne entró
por Éder. Pensaba ya en los penaltis el técnico transalpino, pero no aflojó el
bloque de Löw. Una contra cristalina, en tres para dos e inferioridad azzurra,
decoró el pase decisivo de Draxler hacia Müller que la perla del Wolfsburgo no
precisó. El envío, demasiado largo, fue captado por el atacante del Bayern.
Éste reconvirtió su voluntad y centró para la volea a las nubes de
Schweinsteiger.
Alemania se decidió a proponer sin ambages, quizá muy tarde,
e Italia radicalizó su achique. El físico no le llegaba para mantener la
sensación de peligro a la contra, pero todavía conseguiría asustar a Neuer con
una falta lateral que llegó a los dominios de Pellé. El delantero del
Southampton pivotó y detectó el desmarque de Insigne, que dribló e inventó un
zurdazo angulado que detuvo el meta alemán -minuto 113-. Antes de que Conte
apurara su último cambio pensando en la tanda (Zaza por Chiellini en el 121),
la favorita estrujada por la competitividad italiana gastaría su última bala:
triangulación fina entre Boateng, Müller y Özil que concluyó con el chut del
mediapunta del Arsenal que detuvo Buffon con tranquilidad -minuto 118-. El
electrónico enseñaba un empate pero Italia supo ganar hasta donde pudo. Guerreó
hasta alcanzar su objetivo: minimizar la superioridad multidisciplinar teutona
y que la suerte decidiera.
Hubieron de lanzarse 18 penaltis hasta que Hector colara la
pelota bajo el cuerpo de Buffon y desatara el grito alemán como colofón digno
de la agonía previa. Anotaron Insigne, Kroos, Barzagli, Draxler, Giaccherini,
Hummels, Parolo, Kimmich, De Siglio, Boateng y el lateral zurdo de la
Mannschaft. El desglose de los errores, tan relevantes como en el intervalo de
juego, es el siguiente: Zaza (carrerilla extremada hasta el ridículo y tiro al
cielo), Müller (Buffon adivinó), Özil (engañó a Buffon pero su golpeo natural
se estrelló en el poste), Pellé (lanzamiento horrible, raso y fuera, muy lejos
de la portería), Bonucci (ajustó pero Neuer se lanzó y desvió el golpeo), Schweinsteiger
(superado, a las nubes, en la primera bola de partido) y Darmian (Neuer sacó
brillo a su pedigrí). Francia e Islandia se debatirán este domingo para
enfrentar en semifinales a Alemania, la superviviente que pasa a ser, según
aseguró Löw en la previa, la candidata privilegiada para alzar el entorchado en
liza. La campeona del mundo respira tras superar un desafío mental soberano y
logró, además, arrancar un pedazo de historia, pues eliminó a su bestia negra.
Aunque fuera en los penaltis. Italia vuelve a casa con la cabeza muy alta, pues
demostró que la cohesión colectiva sigue preponderando sobre la calidad
individual. Sin virtuosos a los que aferrarse, Conte entretejió un rendimiento
y competitividad legendarios a un grupo de futbolistas que pelearon por encima
de sus posibilidades en el parangón con sus dos últimos rivales. La cima y
listón de esta Eurocopa quedó muy elevado tras este sábado. A ver si los cuatro
partidos restantes se acercan al nivel de estos dos aristócratas entregados.