Gran
partido de la estrella portuguesa que mete a su país contra pronóstico en la
final de la Eurocopa tras deshacerse de Gales
Antonio Blanca
Portugal,
a pesar de las críticas vertidas a lo largo del torneo con mayor o menos razón,
es finalista de la Eurocopa, merced a
las ventajas de un cuadro benévolo (del que España no olvidemos pudo
beneficiarse) y un jugador colosal. Es cierto que Cristiano no estaba haciendo
un torneo de campanillas, sus detractores-odiadores, que colapsarían una ciudad
media si se manifestaran, no dudaban en señalar que en los lusos todo era
suerte y que Ronaldo parecía haberse quedado en Madrid viendo el fútbol desde
casa. Pero no, contra Gales demostró que las pocas fuerzas que le deben quedar
en este caluroso julio bien pueden transformarse en fútbol o, en su máxima
especialidad, el gol, del que es maestro superlativo.
Anotó
el primero, el que abrió la cuenta del partido y desanimó casi definitivamente
a Gales. Típico golazo de Cristiano. Fue también uno de eso tantos que casi
solo puede marcar él en el mundo del fútbol. El córner se puso en el centro del
área y él no parecía en posición de rematarlo. Poco le conocen, dio un salto
sensacional y utilizó la cabeza como una catapulta para formar un remate
genial. Durísimo, fortísimo, lo que un ser humano normal solo podría hacer con
la pierna. Es uno de esos privilegiados, capaces de hacer goles que el resto ni
imaginan. Una estrella colosal.
Poco
después del primero, llegó el segundo. Si Gales pensó en algún momento que
había espacio para la recuperación, pronto se dio cuenta de que no, que su
camino terminaba en unas muy meritorias semifinales, una ronda en la que
estaban desafiando la lógica futbolística que dice que un equipo con dos
jugadores y nueve chicos concienciados pero sin talento no tiene recorrido
alguno. No jugaron bien, no inquietaron a Rui Patricio en ningún momento. Sin
Ramsey, un muy buen jugador que estaba sancionado, era Bale contra el mundo.
Jugó bien, lo intentó todo, pero no dio para más.
En
el segundo gol de los lusos, cómo no, también tuvo una importancia capital
Cristiano Ronaldo. Cogió un balón lejos del área, se inventó uno de esos tiros
en los que solo él tiene fe, le dio mordida y Nani se la encontró para rematar
y sentenciar. Con el partido de cara como estaba, se vio por fin al 'crack',
más activo, rematando todo lo que le llegaba, haciendo un derroche de energía
tan propio de él. Nunca le faltaron las ganas, la ambición infinita que le
empuja más y más, siempre queriendo reinar. Es, en eso, el empleado perfecto,
el que sabes que nunca te dejará en la estacada.
Todo
este despliegue de Ronaldo llegó en la segunda parte. La primera es una
nebulosa que nunca debió ocurrir. Muy en la línea de esta tediosa Eurocopa,
fútbol lento, fútbol miedoso. Es algo habitual en las semifinales de los
torneos, lo que no se entiende bien es que se haya extendido eso a todo el
campeonato. Los equipos tienen pánico de perder, de que el sueño se desplome.
Juegan como el niño nuevo en la escuela, que no conoce y no se atreve.
Aburridísimo aquello hasta que despertó Cristiano. El de Madeira es la
explicación del éxito de Portugal. O una de ellas, la otra es la suerte.
Los
lusos, que el domingo estarán en París disfrutando de una final de la Eurocopa,
una de las cosas más emocionantes que existen, han tirado la moneda muchas
veces y siempre para salirles cara. Hasta los cuartos de final no había pasado
la selección vecina del empate en los noventa minutos, estuvo prácticamente
eliminada contra Hungría, que en tres ocasiones se puso delante y otras tantas
terminó igualada por la fe de Cristiano.
Por
si eso fuera poco, un gol de Islandia en el último minuto les dejó terceros en
el grupo o, lo que era lo mismo, en el lado manso del cuadro. Y con esas bases
han creado el imperio. Primero Croacia, que jugó mejor -no mucho mejor, solo
ligeramente mejor- pero terminó sucumbiendo cuando la prórroga ya expiraba.
Luego Polonia, para la que necesitaron llegar a los penaltis para sobrevivir. Y
lo hicieron, que era lo importante. Contra Gales, sin brillar en demasía,
encontraron por primera vez un modo para ganar sin sufrir.
El
equipo tiene una estrella y un ritmo pausado, melancólico, casi de fado. Sus
jugadores no son malos, pero tampoco una maravilla. Algunos son físicamente
bien dotados, como Renato Sanches, otros tienen trazas de talento, como Andre
Gomes o Nani... pero en todo caso, sin el alma que lleva el siete, difícilmente
hubiesen llegado tan alto.
Cristiano,
Cristiano y más Cristiano, pero también un poco de Gareth Bale. El jugador
galés ha demostrado en esta Eurocopa que sabe ser líder, y la mera presencia en
semifinales de su país es un gran hito. En el Madrid, en ocasiones, se le ha
achacado no dejarse todo en el campo, no bajar lo suficiente ni ser solidario.
Sus compatriotas no pueden pensar lo mismo. En esta Eurocopa ha demostrado lo
mucho que le importaba jugar y lo ha hecho, además, con criterio y fútbol.
Porque Gareth Bale, por encima de todo, es un gran futbolista: rápido, potente,
con un exquisito toque de balón. Todo un esteta. Le ha dado para más de lo que
pensaba, para menos de lo que él hubiese soñado.
Bale
y Cristiano se encontraron al final del partido. Se dieron un abrazo y
estuvieron un rato hablando. Ambos pueden estar contentos, incluso el caído,
que no en vano ha hecho de un país que nunca había estado en una Eurocopa otro
que ahora sabe lo que son las semifinales. El luso, por su parte, tiene una
ronda más para reivindicarse. Él, que pelea tanto por los títulos como por la
historia, que se tiene en una consideración altísima, puede ganar un título
europeo que le daría una de sus mejores líneas en el currículo. Portugal
regresa a una final continental 12 años después, en la última ya estaba
Cristiano,
aunque era más un niño con hambre que la inmensa estrella que es hoy. Si el
domingo da la sorpresa -pongan el rival que quieran, sería sorprendente-
incluso su manifestación de críticos tendrá que darle valor a lo logrado. No es
equipo para estar en una final, menos aún para ganarla.