jueves, 21 de abril de 2011

QUE GRANDE ES EL FUTBOL

Final de la Copa del Rey que se llevó el Real Madrid tras 120 minutos de intensa lucha con el Barcelona

Antonio Blanca

Se podría adjetivar del modo que cada uno quisiera, empleando una larguísima ristra de sinónimos, muy socorridos cuando de contar un partido así se trata. Frente por frente, los dos colosos del fútbol español, europeo y mundial, para disputarse la Copa del Rey, para decidir quien es el mejor. La previa de liga había dejado un empate descafeinado, con goles de penalti por ambos conjuntos, como si los de Guardiola y Mourinho hubieran estado guardándose para la gran batalla del Miércoles Santo en Valencia.

Eso fue. Una épica pelea entre dos equipos que no querían perder, que querían demostrar muchas cosas. El Barça seguir con su hegemonía de estos dos años atrás, el Madrid recuperar su sitio, devolverle sentido a su afición, pisoteada en los últimos años. Mestalla fue escenario de una de las mejores finales que yo recuerde.

Los hechos, en un campo abarrotado, con noche primaveral templada, a un lado de la grada, la blancura del madridismo, adornada con banderas españolas, al otro lado, todo color blaugrana. Antes de las nueve y media de la noche, un sonido atronador, incluso molesto, el Rey había aparecido y el himno nacional sonó a más de 120 decibelios para evitar que se oyeran los pitos de la afición culé, que los hubo. Fue algo esperpéntico y penoso. Es lo que hay.

Sobre el terreno de juego, intensidad merengue elevada a la enésima potencia durante la primera parte con Pepe como mejor exponente. Fue un derroche físico sin igual. Presión, carrera, paredes, desmarques, coberturas, todo un manual táctico. Mourinho le dio una lección a Guardiola de pizarra. Fue un primer tiempo en el que el Barça no tiró ni una sola vez entre los tres palos. El Real tuvo tres claras, pero el palo y dos buenas intervenciones de Pinto evitaron que el Madrid se pusiera por delante. Una primera parte donde Mourinho sacó su enciclopedia y recuperó los viejos valores del madridismo.

En la segunda parte a los blancos les faltó el aire, y apretaron los dientes para defender las acometidas culés, por derecha e izquierda, por el medio, por tierra y por aire. El Barça sacó su repertorio, y trenzó juego a las mil maravillas. Fue su parte y rondó el gol varias veces (acertó Undiano anulando el de Villa) pero Casillas no quería llantos de pena sino de alegría. No pudieron ni Messi, Iniesta, Villa, Pedro… marcar y tras noventa minutos de infarto, llegó una última media hora para no borrar de la memoria.

Prórroga. Los dos equipos extasiados, las aficiones al borde del colapso, las televisiones y radios incendiadas. Más tensión no es posible, bueno en una final de Copa de Europa sí. Transcurría el intercambio de golpes, al Barça la gasolina se le empezaba a agotar, y en igualdad de condiciones físicas, el Madrid tiene más potencia. Quedaban tres minutos para llegar al descanso de la prórroga y en estas una contra de Marcelo (de las poquísimas ocasiones que el carioca galopó la banda) y pase a Di María, que sacó un centro al segundo palo desde la izquierda. El tiempo se detuvo, Ronaldo sacó los amortiguadores que tiene en sus talones, se impulsó y conectó un potente cabezazo que pasó por encima de pinto. Décimas de segundo silencioso. Después el grito más universal del deporte, ¡gol!

El Madrid se había adelantado en la final de Copa del Rey, y como no, tuvo que ser Ronaldo, con ‘7’ a la espalda para honrar la memoria de Di Stéfano, Butragueño, Juanito, y el eterno Raúl.

Quedaba toda la segunda parte de la prórroga. El Madrid como gato panza arriba esperando al Barça, que lo intentó, que quiso con toda el alma, pero no pudo. A fe es casi imposible derrotar al Real Madrid. Transcurrieron los quince minutos. Pitido final. Dieciocho años después el Madrid se hacía con su decimo octava Copa del Rey. Celebración por todo lo alto. Zidane subiendo a por su copa, Casillas levantando a una “manita”, y Ramos ejerciendo de Raúl, capote de Morante de la Puebla en plaza.

Mourinho (el anti Barça) le enseñó a Guardiola el camino de la derrota, y tengo la impresión que el entrenador portugués se ha ganado ya para siempre al madridismo, que anhelaba y necesitaba de una noche así. Volver a paladear el triunfo, a bailar en Cibeles, y que mejor que ante el eterno y más poderoso rival.

Que monumento al fútbol se vivió anoche en Valencia entre blancos y culés. Enhorabuena a los dos, la revancha para la Champions, porque esto no se ha acabado, queda lo mejor.