Aránzazu Gálvez
Toda
la flor que ha aromatizado la carrera de Casillas se marchitó de golpe a los 12
minutos en Stamford Bridge. Diego Costa se plantaba sólo delante de Iker y el
guardameta español, como tantas veces en su vida, sacaba el mano a mano al
delantero del Chelsea. Pero el mal fario se cebó con él. Su rechace se estrelló
contra su compañero Marcano y la pelota acabó en la red del Oporto. Era el 1-0.
Mou respiraba y sonreía.
Dominaba,
casi avasallaba, el Chelsea ante un Oporto que era muy poca cosa. Iker se
desgañitaba intentando trasmitir aplomo y carácter a sus compañeros, atenazados
e impotentes ante un equipo superior en físico, calidad y experiencia. Más que
dragones, los blanquiazules parecían pequeñas lagartijas.
Siete
minutos después, Casillas y Diego Costa tuvieron un enganchón después de que el
ex del Atlético hiciera una de sus clásicas guarraras al dejar la pierna al
meta del Oportoya había perdido toda opción de jugar la pelota. Iker se encaró
con el hispano brasileño y Çakir resolvía la acción con una amarilla para el
del Chelsea que pudo haber sido roja.
La
táctica de Mourinho cuando el Chelsea atacaba el área del Oporto era clara:
balones por arriba para intentar aprovecharse de uno de los grandes debilidades
de Casillas: el dominio del juego aéreo. El partido se jugaba a lo que quería
Diego Costa, que desquició a todos los los jugadores de Lopetegui. Sus
provocaciones le convirtieron en el centro de las patadas de los defensas del
equipo luso, que se hartaron a ver amarillas.
Evitó
Casillas el segundo del Chelsea nada más empezar el segundo tiempo al rechazar
un disparo de William un poco centrado. El Oporto seguía sin enterarse de nada.
Tres minutos después, el brasileño no perdonó al culminar una contra iniciada
por Costa y Hazard. Su disparo seco se coló por el palo corto de Iker, que se
tiró tarde. No fue culpa suya, pero era la clásica mano que hace cinco años
Casillas hubiera despejado a córner.
Con
el segundo en la buchaca y la clasificación como primero de grupo medio
conseguida, Mourinho mandó a su equipo atrás para juntarse y buscar las
contras. El Oporto no tenía más remedio que estirarse y dejar demasiados
espacios a su espalda. Se mascaba la tragedia para los de Lopetegui.
El
partido se iba muriendo lentamente, como las opciones de Casillas de seguir
compitiendo en una Champions en la que forjó su leyenda con el Real Madrid.
Levantó tres veces la Orejona, pero hasta Iker sabía cuando dejó entre lágrimas
el Bernabéu que, lejos del equipo de su vida, jamás volvería a ganar una
Champions.