miércoles, 10 de agosto de 2016

AVE FÉNIX REAL MADRID

Carlos de Blas

El curso futbolístico 2016-17 inauguraba su oficialidad este martes, 9 de agosto, por gracia del suculento reparto del botín televisivo, entre otros factores. Lo hacía, con permiso de relevancia, ya que las series clasificatorias para la Liga de Campeones se vienen disputando desde julio, empujando a escena a los triunfadores continentales del pretérito ejercicio, ese que concluyó hace un mes. Real Madrid y Sevilla, víctimas de su éxito y de la relación de fuerzas financieras que gobiernan el balompié y estrujan las fechas, aterrizaron en Noruega para competir, en territorio del Rosemborg, en pos de la Supercopa de Europa. Sólo medirían precocidad e incertezas ambos proyectos. Demasiada altura y exigencia para un intervalo del calendario en que se acomoda mejor el relato del regreso de Pogba a Old Trafford, los sollozos de Neymar y la Canarinha en los Juegos o los retazos finales que compondrán las plantillas definitivas. El Lerkendal Stadion acogía, sin embargo, el prematuro parto del nuevo proyecto sevillista y la primera punzada al cansancio y la competitividad de un vestuario madridista desprovisto de descanso -a caballo entre la Eurocopa, la Copa América y la colonización de pretemporada-. La UEFA decretó batalla para este día y "dar la cara", axioma para el duelo verbalizado por Sergio Ramos, se convertía en la esencia del planteamiento. No cabía lucir, sólo sobrevivir. Y ganar.

"Nos falta tiempo, eso no lo podemos arreglar, pero no será excusa", explicó Jorge Sampaoli, que enfrentará a Madrid y Barça en las próximas semanas y en un contexto espinoso, pues su varita se encuentra en pleno proceso de transmisión de nuevos conceptos a un equipo acostumbrado a una fórmula de juego menos ambiciosa. Descerebrado tras la venta de Banega y con su sustituto, el fino y estiloso Ganso, convalenciente, el técnico argentino habría de componer un esbozo de emergencia de lo que pretende. Sin el sostén Krychowiak -en París para reforzar las huestes de Emery-, el arquitecto de la mejor selección chilena conocida abrió el espacio experimental alineando a Mariano, Franco Vázquez, N´Zonzi e Iborra en la medular, con la velocidad de Kiyotake y Vitolo flanqueando la movilidad de Vietto. Por detrás, Kolo, Pareja y Carriço abrigarían a Sergio Rico y ofrecerían la manutención del control del esférico. Apostó por matizar el vértigo el nuevo preparador de Nervión, cediendo físico. La riqueza táctica que se le presupone contemplaba una variante diversa a los tres centrales para tomar el cuero con superioridades exteriores y en el ecuador del terreno. Se estrenaba con la intención de "jugar sin miedo" sobre esquemas de funcionamiento "más valientes", relativizando, por el momento, la rapidez rítmica del Viejo Continente y la fogosidad de la transición oponente. Anunció bemoles y actuó en consecuencia. La discusón por la posesión no resultaría más un elemento accesorio en el líder histórico de la Europa League.
 
Zinedine Zidane alimentó el estatus anacrónico del momento en que llegó la pugna por este trofeo y secundó las probaturas iniciadas por su homólogo. El galo empezó su primera temporada completa en la regencia de un club profesional sorteando los infortunios (Cristiano Ronaldo -héroe en la edición de 2014-, Toni Kroos, Pepe y Gareth Bale) y arriesgando. Parecería que el gurú de la inesperada Undécima reclamara galones y su alineación se evidenciara rebosante de mensajes. Modric y James cayeron a la banca para dar la alternativa a Marco Asensio y Matteo Kovacic. El croata se sumaría la pareja Casemiro-Isco y el talentoso balear ocuparía la mediapunta de rol creativo, para surtir a la potencia de Lucas Vázquez y nutrir el retorno de Morata. El entrenador quiere que sus elecciones titulares se queden en Valdebebas, para aflicción del colombiano. Carvajal, Marcelo, Ramos y Varane conformaban la línea más reconocible, con Kiko Casilla bajo palos. Se le presentaba a este coloso con gesto de circunstancias el grosor de la presión de saberse favorito y arrinconado hacia la obligación de alzar la copa, pues el par de fiascos cosechados ante Chelsea y Galatasaray en el cambio de siglo han colocado a ese torneo, desde entonces, en distinguido lugar. A pesar del contexto. La mixtura entre las novedades y la estructura habitual ofrecían desajustes inherentes a la falta de acople de las piezas para un Sevilla de colmillo afilado. Necesitaba el mejor club de 2016 reproducir un despliegue competitivo de seriedad y esfuerzo para no sufrir un atragantamiento tempranero.
  
El partido que auguraba la potencialidad del punto y aparte sevillano y la continuidad exigida del gigante de Chamartín dio comienzo contagiado por la impía lluvia que adoptó el marco del evento. Se retaron, desde el principio, dos filosofías ofensivas que interpretaron el pentagrama lento como oportunidades para ensayar la activación de presiones efervescentes. Así, la pelota y la creatividad verían su asiduidad en el protagonismo del devenir reducida a mínimos, por mor del rígido amarre táctico. Con el paso de los minutos, el respeto fue apoderándose de la escena para confirmar el carácter controlador que dictaría el pelaje del envite. Sólo dos llegadas asomaron el los 10 minutos iniciales. Las ejecutó un Madrid que, por el contrario, claudicaba en el debate por la posesión. Un córner botado en corto por Isco y centro de Asensio abrió fuego -minuto 7- para el cabezazo de Sergio Ramos, desde el segundo poste, que sacó, in extremis, Mariano. Algo más de 120 segundos más tarde se disparó una combinación certera en transición, operada por Morata, Kovacic e Isco. El cambio de sentido dejó a Asensio en mano a mano y la perla concretó la acción con un zurdazo raso que atajó Rico.

El tacticismo impuesto por Sampaoli desde el prólogo contagió al pomposo transatlántico madridista, que, primero quiso responder con circulaciones que le devolvieran el cuero tras robo y, en segundo término, se uniformó de contragolpeador, cediendo metros y la iniciativa. Sin respiro para la sorpresa, la nueva cara andaluza asumía riesgos a las espalda y exigía concentración defensiva a su ilustre rival. Cuatro piezas lucían escalonadas entre líneas, con N´Zonzi e Iborra como boyas. Vietto, Kiyotake, Vitolo y el 'Mudo' Vázquez fuctuaban por el sector central, con Mariano y Kolo como soluciones de incorpración permanente. Tal disposición e impronta le otorgó el patrón de la batalla al técnico argentino, que, aunque sujetaba con ardor las salidas en vuelo madrileñas, no alcanzaba a vigilar cada chispazo en transición. El desborde de Marco Asensio a la espalda de Mariano en el minuto 16 avisó de lo venidero. Encaró y centró, tenso, desde el pico del área. El desmarque de Lucas Vázquez no conectó con el envío por poco.

Las imprecisiones pugnaban con las asociaciones timoratas, complicando la gestación de peligro, aunque ninguno de los púgiles se encerraban. Alternaban repliegues intensos en cancha propia con presiones elevadas, lo que, en este escalón de engrase, terminó por filtrar cauces para la explosión de la clase. Y el jóven mediapunta balear madridista gritó la legitimidad de su titularidad. Un balón suelto, tras el cuerpeo aéreo ganado por Casemiro en el centro del campo, cultivó la situación idónea para el brillo de Asensio, que recibió y dejó correr el cuero. Oteó el arco, calculó la distancia y amortizó la hoquedad sevillana sobrevenida para golpear de empeine exterior un latigazo que se coló por la escuadra. Ocupó el espacio del 10 para refrescar el poder de la calidad en este deporte y empezar a significarse como trascendental. Corría el minuto 22 y se adelantaba un Madrid concienzudo sin balón y laborioso en rasgos generales. 

Acusó el golpe y empezó a partirse tras pérdida el Sevilla, generando el ecosistema para el crecimiento de la conexión Isco-Kovacic-Asensio. En consecuencia, se descomprimía el pentagrama y las ocasiones debían multiplicarse hacia una vertiente más espectacular y despreocupada. Pero los indicios no superaron el aspecto de espejismos, y Sampaoli recompuso el rictus con un acercamiento y la prolongación de la exhibición de mando. Desbordó el 'Mudo' Vázquez por la izquierda, a la espalda de Carvajal, Kovacic no llegó a la cobertura y el centro del argentino localizó a la soledad de Mariano en el segundo poste. La volea del brasileño se marchó a las nubes -minuto 27-, pero cruzada la primera media hora el registro de la posesión se desnudaba esclarecedor. La renovada piel del escuadrón del Pizjuán disfrutó del 60%. Los pupilos de Zidane se limitaban, entonces, a gestionar su ventaja edificando una línea de cinco en el centro de la cancha para cerrar, con Morata adelantado en el achique y Kovacic con permiso para soltarse. 

Contemporizaba el Sevilla. No parecía preocuparle la densidad y horizontalidad controladora de su guión ni la comodidad replegada capitalina. Carriço ganó la posición a Morata, recuperó en plena salida madridista y descerrajó un chut cruzado que desvió a la esquina Casilla -minuto 30- en la primera llegada con solera que anunciaba la definitiva reacción de jerarquía andaluza, que afrontó la recta final antes de intermedio con más autoridad en el tempo y las sensaciones, mejor equilibrado, y ahogando la salida combinada del equipo en ventaja. Una encerrona de tres piezas sobre Casemiro a punto estuvo de desembocar en tiro claro sobre la meta merengue. Asimismo, el balance del sistema de Zidane, que basculaba con eficacia, contrarrestaba la enmienda global y negaba el avance interior a un Sevilla constreñido a acumular centros laterales. Con ello, la influencia de Vietto o Vitolo se nubló y la ausencia de velocidad y profundidad se hizo irremisible. 

Pero lo imprevisto se alió con el bloque andaluz para alcanzar las tablas. Sin metamorfosis del ritmo encontró un agujero en la línea defensiva y Kiyotake centró desde la derecha con dirección hacia la frontal. Vitolo recepcionó, ideó un sombrero trompicado que Vázquez tradujo en el uno a uno. Golpeó sobrado de técnica con la zurda y hacia el palo largo -minuto 41-, castigando el conformismo en el planteamiento de Zidane. Abandonó la pugna por la iniciativa sin despeinarse, confiado en la solidez que le hizo campeonar en Europa y la jugada se le reviró al borde del descanso. El desmarque de ruptura de Lucas Vázquez que leyó Carvajal en el 43 clausuró el primer acto. Regate de seda del gallego, que sentó a Carriço, y centro para el cabezazo tímido de Isco. Morata y Vietto eran víctimas de la filosofía del partido. Sampaoli había anestesiado la final y dominado a un Real Madrid contento con implementar su faceta más especulativa. Con el partido por jugarse y un reparto asimétrico de sensaciones se encaminaron a vestuarios ambos colectivos.
 
Sin sustituciones arrancó la reanudación, pero sí con cambios. Buscó proseguir su obra de dirección el Sevilla, pero el Madrid saltó al verde con la intención de alzar sus revoluciones. De este modo se fue perturbando la seguridad combinativa andaluza y el equilibrado desarrollo táctico erosionó su hieratismo. El disparo arriba de Lucas Vázquez en el minuto 47 hizo hincapié en la voluntad contragolpeadora radicalizada de los jugadores dirigidos por Zidane. La activación defensiva merengue, más incisiva, contribuyó al peor intervalo de inestabilidad sevillana. Cada error o imprecisión disparaba el contraataque madridista, con Vázquez y Asensio como puñales exteriores. Disfrutaba con la pelota por primera vez el club capitalino y el optimismo creativo de Sampaoli parecia quedar expuesto a la salida de eje ante la tardanza en el regreso de sus piezas centrales.

Por el camino Carriço -impedido- dejó su lugar a Rami y 'Zizou' incluyó a Benzema en el ajedrez -minuto 61- y sustituyó a un Morata desconectado de la dinámica. Con la entrada del galo pretendía el Madrid afilar la transición y la asociación, en la apertura de un movimiento que añoraba la adquisicion del mando del partido. El chut desviado de Mariano ejerció como preludio del centro de Lucas y testarazo desviado de Benzema, cerca del poste. De inmediato, en la consiguiente jugada, Ramos remató a las manos de Rico. La inercia dibujaba claridad para la vuelta de tuerca del banquillo capitalino, que cambió a Isco por Modric, en busca, al fin y de manera decidida, del balón. Sin embargo, el anunciado reencuentro con el dictado de la trama no resultaría sencillo, pues este Sevilla se aferraría a su identidad con voraz pulsión competitiva. El preparador argentino sentó a un desacertado Vietto y dio entrada a Konoplyanka, su atacante en mejor estado de forma. La validez de la propuesta, alcanzada ya en el camino previo al desenlace, elevaría su regocogida de frutos. Con menor fragor en el orden táctico, el Madrid había vuelto a verse encerrado en su frontal y la circulación sevillana brillaba, con el 'Mudo' Vázquez en presentación sublime y faro. Y Vitolo imaginó e hizo tangile la guinda. El canario mostró el anzuelo a Ramos en el pico del área y el central picó. Recortó el extremo y el defensor entró, lento y torpón, sin reflexión. Penalti -minuto 71-. Konoplyanka realizó una pintura en su transformación: engañó a Casilla y definió con lentitud pasmosa, éxremada hasta el ridículo. Sangró el Sevilla el proceso de viraje de las intenciones madridistas, aprovechando el impás de desajustes estratégicos. Sin el fondo físico necesario y con todo por mejorar en cuanto a automatismos, Sampaoli completó el cambio de imagen y puso contra las cuerdas faraónico oponente.

En tal agónica tesitura, Zidane desdijo su intencionalidad inicial y refrescó su confianza en James, en un escorzo forzado que sentó a Kovacic para un último cuarto de hora a contrarreloj. A su vez, Iborra abandonó su escaño -todavía en fase de rodaje con respecto a sus nuevas atribuciones- por Kranevitter. Sostenía el parámetro energético un Sevilla que buscaba el cierre de la prestigiosa victoria por la vía de la ordenada cesión de iniciativa. El ex mediocentro del Atlético, apuesta infructuosa de Simeone, se ajustaba a la reclusión a la que le abocaría un Madrid en orgullosa tromba ofensiva. Pero la incorporación de Carvajal, que desbordó y chutó, angulado, para el despeje de Rico -minuto 80- constituiría toda la producción merengue de cara a portería. La tratativa, bajo las riendas de Modric y con James tomando, de forma intermitente, el papel de Asensio -vacío en el segundo acto- no conseguía, en deseperado esfuerzo, alterar la convicción de un batallón andaluz plácido en el candado. Sin embargo, en una suerte de deja vu prototípico del perfil imprevisible de la Undécima, la Supercopa de Europa guardó hasta su minuto 93 el punto de inflexión. Los extremos blancos, con Carvajal y Marcelo construyendo superioridades, lo habían intentado de forma impenitente sin éxito. Y en el descuento hicieron caja. El extremo gallego se coló y centró una parábola que superó a Benzema, Rami y Sergio Rico, pero concetó con el remate a la red de Sergio Ramos. El central, descolgado hacia la posición goleadora, enmendó su pifia previa para enviar el duelo a la prórroga. 

El tiempo extra asistió a un nuevo partido. El Madrid asumió el monopolio del ritmo y acosó a un Sevilla que había de idear rutas de superviviencia. El derroche físico y la autoestima inherente a anotar sobre la bocina se aliaron con un equipo capitalino que se adueñó de la medular. Modric y James provocaban la fluidez combinativa que Vázquez, Benzema, Carvajal y Marcelo decantaban en frenesí. Producto del movimiento de presión y ejecución de los pupilos de Zidane, Rico se vio comprometido en el tramo inicial. Benzema recibió de James, encaró a tres rivales y filtró un chut hacia el segundo poste que detuvo el arquero en el 90. Lucas regateó en línea de fondo a Kolo y este le derribó, ganándose la segunda amonestación y Modric chutó arriba después de una circulación lucida antes de que los andaluces amortiguaran la herida de la inferioridad numérica y el cansancio. Incluso Ramos anotó su segunda diana, anulada por el colegiado, en este trance. Pero el guerrero sevillano matizó el burbujear atacante blanco y empezó a estirarse, pasado el minuto 100, hasta descollar con el disparo, fuera de tino, de Konoplyanka. La pelota volaba pintada de merengue y las opciones a la contra eran jurisdicción sevillana.

Los 15 minutos finales se iniciaron con un Sevilla diferente. De nuevo retomaba su querencia por la posesión, a pesar de contar con uno menos, añadiendo épica a la puesta en práctica de la filosofía de su técnico. Kiyotake, Váquez, Vitolo y Konoplyanka debían, entonces, asomar tras un universo de denodado sudor defensivo. Y surgió Benzema para refrescar la amenaza del aristócrata. Controló en la frontal, fintó con maestría y engañó a todo el mundo, amagando un cambio de sentido, para dejar en mano a mano a James con Sergio Rico. El colombiano no pudo superar al portero pero el Madrid volvió a rebatir el dominio del esférico. Un pase vertical del cafetero, tras cesión de creativo francés, encontró el remate de Lucas Vázquez. Rico desvió, esléndido, y Pareja sacó bajo palos. Se extinguía la final con ambos contendientes dispuestos a desfallecer con las botas puestas, aunque los capitalinos parecían disponer de más fuelle. No obstante, el sistema de Sampaoli todavía enlazaba posesiones dotadas de criterio y valor, dado el nivel de asfixia a 9 de agosto.


Vázquez repiqueteó de nuevo en banda para el derechazo de James que Rico atrapó -minuto 115- y el Madrid pidio penalti de Kiyotake a Modric, con el campo inclinado sobre la portería andaluza. El lanzamiento desde media distancia de Casemiro no disimulaba el carácter de asedio en el que navegaba a final. El Sevilla terminó contemplando la tanda de penaltis como una victoria parcial y era el Madrid el que pretendía encontrar agua en el desierto. Y lo hizo apostado en lo ajeno a pronósticos: Carvajal recuperó la pelota en su cancha y se lanzó a un slalom maratoniano que le colocó en el interior del área. Rico, providencial hasta entonces, salió a su encuentro pero el lateral ajustó al poste su golpeo de exterior de la bota para el paroxismo de un Real Madrid (mal) acostumbrado a pasear, sonriente, en el filo de la fortuna. El empate hurtado en el descuento resultó definitivo ante un Sevilla renacido en cuanto a sus presupuestos, pero que heredó la dignidad con señorío. No concedió su oxígeno hasta el final del final en un esperanzador desempeño. Zidane sigue coleccionando títulos a pesar de la revolución nominal emprendida en este envite. Supo guarecerse como sujeto pasivo en fases de amplio dominio ajeno para estallar como campeón desde el trabajo, la astucia y la puntería. Sergio Ramos sigue cincelando su estela inmaculada cuando se juegan las lentejas y el ganador de la Liga de Campeones vuelve a sonreir en este delicioso aperitivo de la temporada. La tercera Supercopa de Europa madridista redundó en la escenificación del patronaje español del balompié.