Carlos de Blas
El curso futbolístico 2016-17 inauguraba su oficialidad este
martes, 9 de agosto, por gracia del suculento reparto del botín televisivo,
entre otros factores. Lo hacía, con permiso de relevancia, ya que las series
clasificatorias para la Liga de Campeones se vienen disputando desde julio,
empujando a escena a los triunfadores continentales del pretérito ejercicio,
ese que concluyó hace un mes. Real Madrid y Sevilla, víctimas de su éxito y de
la relación de fuerzas financieras que gobiernan el balompié y estrujan las
fechas, aterrizaron en Noruega para competir, en territorio del Rosemborg, en
pos de la Supercopa de Europa. Sólo medirían precocidad e incertezas ambos
proyectos. Demasiada altura y exigencia para un intervalo del calendario en que
se acomoda mejor el relato del regreso de Pogba a Old Trafford, los sollozos de
Neymar y la Canarinha en los Juegos o los retazos finales que compondrán las
plantillas definitivas. El Lerkendal Stadion acogía, sin embargo, el prematuro
parto del nuevo proyecto sevillista y la primera punzada al cansancio y la
competitividad de un vestuario madridista desprovisto de descanso -a caballo
entre la Eurocopa, la Copa América y la colonización de pretemporada-. La UEFA
decretó batalla para este día y "dar la cara", axioma para el duelo
verbalizado por Sergio Ramos, se convertía en la esencia del planteamiento. No
cabía lucir, sólo sobrevivir. Y ganar.
"Nos falta tiempo, eso no lo podemos arreglar, pero no
será excusa", explicó Jorge Sampaoli, que enfrentará a Madrid y Barça en
las próximas semanas y en un contexto espinoso, pues su varita se encuentra en
pleno proceso de transmisión de nuevos conceptos a un equipo acostumbrado a una
fórmula de juego menos ambiciosa. Descerebrado tras la venta de Banega y con su
sustituto, el fino y estiloso Ganso, convalenciente, el técnico argentino
habría de componer un esbozo de emergencia de lo que pretende. Sin el sostén
Krychowiak -en París para reforzar las huestes de Emery-, el arquitecto de la
mejor selección chilena conocida abrió el espacio experimental alineando a
Mariano, Franco Vázquez, N´Zonzi e Iborra en la medular, con la velocidad de
Kiyotake y Vitolo flanqueando la movilidad de Vietto. Por detrás, Kolo, Pareja
y Carriço abrigarían a Sergio Rico y ofrecerían la manutención del control del
esférico. Apostó por matizar el vértigo el nuevo preparador de Nervión,
cediendo físico. La riqueza táctica que se le presupone contemplaba una
variante diversa a los tres centrales para tomar el cuero con superioridades
exteriores y en el ecuador del terreno. Se estrenaba con la intención de
"jugar sin miedo" sobre esquemas de funcionamiento "más
valientes", relativizando, por el momento, la rapidez rítmica del Viejo
Continente y la fogosidad de la transición oponente. Anunció bemoles y actuó en
consecuencia. La discusón por la posesión no resultaría más un elemento
accesorio en el líder histórico de la Europa League.
Zinedine Zidane alimentó el estatus anacrónico del momento
en que llegó la pugna por este trofeo y secundó las probaturas iniciadas por su
homólogo. El galo empezó su primera temporada completa en la regencia de un
club profesional sorteando los infortunios (Cristiano Ronaldo -héroe en la
edición de 2014-, Toni Kroos, Pepe y Gareth Bale) y arriesgando. Parecería que
el gurú de la inesperada Undécima reclamara galones y su alineación se
evidenciara rebosante de mensajes. Modric y James cayeron a la banca para dar
la alternativa a Marco Asensio y Matteo Kovacic. El croata se sumaría la pareja
Casemiro-Isco y el talentoso balear ocuparía la mediapunta de rol creativo,
para surtir a la potencia de Lucas Vázquez y nutrir el retorno de Morata. El entrenador
quiere que sus elecciones titulares se queden en Valdebebas, para aflicción del
colombiano. Carvajal, Marcelo, Ramos y Varane conformaban la línea más
reconocible, con Kiko Casilla bajo palos. Se le presentaba a este coloso con
gesto de circunstancias el grosor de la presión de saberse favorito y
arrinconado hacia la obligación de alzar la copa, pues el par de fiascos
cosechados ante Chelsea y Galatasaray en el cambio de siglo han colocado a ese
torneo, desde entonces, en distinguido lugar. A pesar del contexto. La mixtura
entre las novedades y la estructura habitual ofrecían desajustes inherentes a
la falta de acople de las piezas para un Sevilla de colmillo afilado.
Necesitaba el mejor club de 2016 reproducir un despliegue competitivo de
seriedad y esfuerzo para no sufrir un atragantamiento tempranero.
El partido que auguraba la potencialidad del punto y aparte
sevillano y la continuidad exigida del gigante de Chamartín dio comienzo
contagiado por la impía lluvia que adoptó el marco del evento. Se retaron,
desde el principio, dos filosofías ofensivas que interpretaron el pentagrama
lento como oportunidades para ensayar la activación de presiones efervescentes.
Así, la pelota y la creatividad verían su asiduidad en el protagonismo del
devenir reducida a mínimos, por mor del rígido amarre táctico. Con el paso de
los minutos, el respeto fue apoderándose de la escena para confirmar el
carácter controlador que dictaría el pelaje del envite. Sólo dos llegadas
asomaron el los 10 minutos iniciales. Las ejecutó un Madrid que, por el
contrario, claudicaba en el debate por la posesión. Un córner botado en corto
por Isco y centro de Asensio abrió fuego -minuto 7- para el cabezazo de Sergio
Ramos, desde el segundo poste, que sacó, in extremis, Mariano. Algo más de 120
segundos más tarde se disparó una combinación certera en transición, operada
por Morata, Kovacic e Isco. El cambio de sentido dejó a Asensio en mano a mano
y la perla concretó la acción con un zurdazo raso que atajó Rico.
El tacticismo impuesto por Sampaoli desde el prólogo
contagió al pomposo transatlántico madridista, que, primero quiso responder con
circulaciones que le devolvieran el cuero tras robo y, en segundo término, se
uniformó de contragolpeador, cediendo metros y la iniciativa. Sin respiro para
la sorpresa, la nueva cara andaluza asumía riesgos a las espalda y exigía
concentración defensiva a su ilustre rival. Cuatro piezas lucían escalonadas
entre líneas, con N´Zonzi e Iborra como boyas. Vietto, Kiyotake, Vitolo y el
'Mudo' Vázquez fuctuaban por el sector central, con Mariano y Kolo como
soluciones de incorpración permanente. Tal disposición e impronta le otorgó el
patrón de la batalla al técnico argentino, que, aunque sujetaba con ardor las
salidas en vuelo madrileñas, no alcanzaba a vigilar cada chispazo en
transición. El desborde de Marco Asensio a la espalda de Mariano en el minuto
16 avisó de lo venidero. Encaró y centró, tenso, desde el pico del área. El
desmarque de Lucas Vázquez no conectó con el envío por poco.
Las imprecisiones pugnaban con las asociaciones timoratas,
complicando la gestación de peligro, aunque ninguno de los púgiles se
encerraban. Alternaban repliegues intensos en cancha propia con presiones
elevadas, lo que, en este escalón de engrase, terminó por filtrar cauces para
la explosión de la clase. Y el jóven mediapunta balear madridista gritó la
legitimidad de su titularidad. Un balón suelto, tras el cuerpeo aéreo ganado
por Casemiro en el centro del campo, cultivó la situación idónea para el brillo
de Asensio, que recibió y dejó correr el cuero. Oteó el arco, calculó la
distancia y amortizó la hoquedad sevillana sobrevenida para golpear de empeine
exterior un latigazo que se coló por la escuadra. Ocupó el espacio del 10 para
refrescar el poder de la calidad en este deporte y empezar a significarse como
trascendental. Corría el minuto 22 y se adelantaba un Madrid concienzudo sin
balón y laborioso en rasgos generales.
Acusó el golpe y empezó a partirse tras pérdida el Sevilla,
generando el ecosistema para el crecimiento de la conexión
Isco-Kovacic-Asensio. En consecuencia, se descomprimía el pentagrama y las
ocasiones debían multiplicarse hacia una vertiente más espectacular y
despreocupada. Pero los indicios no superaron el aspecto de espejismos, y
Sampaoli recompuso el rictus con un acercamiento y la prolongación de la
exhibición de mando. Desbordó el 'Mudo' Vázquez por la izquierda, a la espalda
de Carvajal, Kovacic no llegó a la cobertura y el centro del argentino localizó
a la soledad de Mariano en el segundo poste. La volea del brasileño se marchó a
las nubes -minuto 27-, pero cruzada la primera media hora el registro de la
posesión se desnudaba esclarecedor. La renovada piel del escuadrón del Pizjuán
disfrutó del 60%. Los pupilos de Zidane se limitaban, entonces, a gestionar su
ventaja edificando una línea de cinco en el centro de la cancha para cerrar,
con Morata adelantado en el achique y Kovacic con permiso para soltarse.
Contemporizaba el Sevilla. No parecía preocuparle la
densidad y horizontalidad controladora de su guión ni la comodidad replegada
capitalina. Carriço ganó la posición a Morata, recuperó en plena salida
madridista y descerrajó un chut cruzado que desvió a la esquina Casilla -minuto
30- en la primera llegada con solera que anunciaba la definitiva reacción de
jerarquía andaluza, que afrontó la recta final antes de intermedio con más
autoridad en el tempo y las sensaciones, mejor equilibrado, y ahogando la
salida combinada del equipo en ventaja. Una encerrona de tres piezas sobre
Casemiro a punto estuvo de desembocar en tiro claro sobre la meta merengue.
Asimismo, el balance del sistema de Zidane, que basculaba con eficacia,
contrarrestaba la enmienda global y negaba el avance interior a un Sevilla
constreñido a acumular centros laterales. Con ello, la influencia de Vietto o
Vitolo se nubló y la ausencia de velocidad y profundidad se hizo irremisible.
Pero lo imprevisto se alió con el bloque andaluz para
alcanzar las tablas. Sin metamorfosis del ritmo encontró un agujero en la línea
defensiva y Kiyotake centró desde la derecha con dirección hacia la frontal.
Vitolo recepcionó, ideó un sombrero trompicado que Vázquez tradujo en el uno a
uno. Golpeó sobrado de técnica con la zurda y hacia el palo largo -minuto 41-,
castigando el conformismo en el planteamiento de Zidane. Abandonó la pugna por
la iniciativa sin despeinarse, confiado en la solidez que le hizo campeonar en
Europa y la jugada se le reviró al borde del descanso. El desmarque de ruptura
de Lucas Vázquez que leyó Carvajal en el 43 clausuró el primer acto. Regate de
seda del gallego, que sentó a Carriço, y centro para el cabezazo tímido de
Isco. Morata y Vietto eran víctimas de la filosofía del partido. Sampaoli había
anestesiado la final y dominado a un Real Madrid contento con implementar su
faceta más especulativa. Con el partido por jugarse y un reparto asimétrico de
sensaciones se encaminaron a vestuarios ambos colectivos.
Sin sustituciones arrancó la reanudación, pero sí con
cambios. Buscó proseguir su obra de dirección el Sevilla, pero el Madrid saltó
al verde con la intención de alzar sus revoluciones. De este modo se fue
perturbando la seguridad combinativa andaluza y el equilibrado desarrollo
táctico erosionó su hieratismo. El disparo arriba de Lucas Vázquez en el minuto
47 hizo hincapié en la voluntad contragolpeadora radicalizada de los jugadores
dirigidos por Zidane. La activación defensiva merengue, más incisiva, contribuyó
al peor intervalo de inestabilidad sevillana. Cada error o imprecisión
disparaba el contraataque madridista, con Vázquez y Asensio como puñales
exteriores. Disfrutaba con la pelota por primera vez el club capitalino y el
optimismo creativo de Sampaoli parecia quedar expuesto a la salida de eje ante
la tardanza en el regreso de sus piezas centrales.
Por el camino Carriço -impedido- dejó su lugar a Rami y
'Zizou' incluyó a Benzema en el ajedrez -minuto 61- y sustituyó a un Morata
desconectado de la dinámica. Con la entrada del galo pretendía el Madrid afilar
la transición y la asociación, en la apertura de un movimiento que añoraba la
adquisicion del mando del partido. El chut desviado de Mariano ejerció como
preludio del centro de Lucas y testarazo desviado de Benzema, cerca del poste.
De inmediato, en la consiguiente jugada, Ramos remató a las manos de Rico. La
inercia dibujaba claridad para la vuelta de tuerca del banquillo capitalino,
que cambió a Isco por Modric, en busca, al fin y de manera decidida, del balón.
Sin embargo, el anunciado reencuentro con el dictado de la trama no resultaría
sencillo, pues este Sevilla se aferraría a su identidad con voraz pulsión
competitiva. El preparador argentino sentó a un desacertado Vietto y dio
entrada a Konoplyanka, su atacante en mejor estado de forma. La validez de la
propuesta, alcanzada ya en el camino previo al desenlace, elevaría su
regocogida de frutos. Con menor fragor en el orden táctico, el Madrid había
vuelto a verse encerrado en su frontal y la circulación sevillana brillaba, con
el 'Mudo' Vázquez en presentación sublime y faro. Y Vitolo imaginó e hizo
tangile la guinda. El canario mostró el anzuelo a Ramos en el pico del área y
el central picó. Recortó el extremo y el defensor entró, lento y torpón, sin
reflexión. Penalti -minuto 71-. Konoplyanka realizó una pintura en su
transformación: engañó a Casilla y definió con lentitud pasmosa, éxremada hasta
el ridículo. Sangró el Sevilla el proceso de viraje de las intenciones
madridistas, aprovechando el impás de desajustes estratégicos. Sin el fondo
físico necesario y con todo por mejorar en cuanto a automatismos, Sampaoli
completó el cambio de imagen y puso contra las cuerdas faraónico oponente.
En tal agónica tesitura, Zidane desdijo su intencionalidad
inicial y refrescó su confianza en James, en un escorzo forzado que sentó a
Kovacic para un último cuarto de hora a contrarreloj. A su vez, Iborra abandonó
su escaño -todavía en fase de rodaje con respecto a sus nuevas atribuciones-
por Kranevitter. Sostenía el parámetro energético un Sevilla que buscaba el
cierre de la prestigiosa victoria por la vía de la ordenada cesión de
iniciativa. El ex mediocentro del Atlético, apuesta infructuosa de Simeone, se
ajustaba a la reclusión a la que le abocaría un Madrid en orgullosa tromba
ofensiva. Pero la incorporación de Carvajal, que desbordó y chutó, angulado,
para el despeje de Rico -minuto 80- constituiría toda la producción merengue de
cara a portería. La tratativa, bajo las riendas de Modric y con James tomando,
de forma intermitente, el papel de Asensio -vacío en el segundo acto- no
conseguía, en deseperado esfuerzo, alterar la convicción de un batallón andaluz
plácido en el candado. Sin embargo, en una suerte de deja vu prototípico del
perfil imprevisible de la Undécima, la Supercopa de Europa guardó hasta su
minuto 93 el punto de inflexión. Los extremos blancos, con Carvajal y Marcelo
construyendo superioridades, lo habían intentado de forma impenitente sin
éxito. Y en el descuento hicieron caja. El extremo gallego se coló y centró una
parábola que superó a Benzema, Rami y Sergio Rico, pero concetó con el remate a
la red de Sergio Ramos. El central, descolgado hacia la posición goleadora,
enmendó su pifia previa para enviar el duelo a la prórroga.
El tiempo extra asistió a un nuevo partido. El Madrid asumió
el monopolio del ritmo y acosó a un Sevilla que había de idear rutas de
superviviencia. El derroche físico y la autoestima inherente a anotar sobre la
bocina se aliaron con un equipo capitalino que se adueñó de la medular. Modric
y James provocaban la fluidez combinativa que Vázquez, Benzema, Carvajal y
Marcelo decantaban en frenesí. Producto del movimiento de presión y ejecución
de los pupilos de Zidane, Rico se vio comprometido en el tramo inicial. Benzema
recibió de James, encaró a tres rivales y filtró un chut hacia el segundo poste
que detuvo el arquero en el 90. Lucas regateó en línea de fondo a Kolo y este
le derribó, ganándose la segunda amonestación y Modric chutó arriba después de
una circulación lucida antes de que los andaluces amortiguaran la herida de la
inferioridad numérica y el cansancio. Incluso Ramos anotó su segunda diana,
anulada por el colegiado, en este trance. Pero el guerrero sevillano matizó el
burbujear atacante blanco y empezó a estirarse, pasado el minuto 100, hasta
descollar con el disparo, fuera de tino, de Konoplyanka. La pelota volaba
pintada de merengue y las opciones a la contra eran jurisdicción sevillana.
Los 15 minutos finales se iniciaron con un Sevilla diferente.
De nuevo retomaba su querencia por la posesión, a pesar de contar con uno
menos, añadiendo épica a la puesta en práctica de la filosofía de su técnico.
Kiyotake, Váquez, Vitolo y Konoplyanka debían, entonces, asomar tras un
universo de denodado sudor defensivo. Y surgió Benzema para refrescar la
amenaza del aristócrata. Controló en la frontal, fintó con maestría y engañó a
todo el mundo, amagando un cambio de sentido, para dejar en mano a mano a James
con Sergio Rico. El colombiano no pudo superar al portero pero el Madrid volvió
a rebatir el dominio del esférico. Un pase vertical del cafetero, tras cesión
de creativo francés, encontró el remate de Lucas Vázquez. Rico desvió,
esléndido, y Pareja sacó bajo palos. Se extinguía la final con ambos contendientes
dispuestos a desfallecer con las botas puestas, aunque los capitalinos parecían
disponer de más fuelle. No obstante, el sistema de Sampaoli todavía enlazaba
posesiones dotadas de criterio y valor, dado el nivel de asfixia a 9 de agosto.
Vázquez repiqueteó de nuevo en banda para el derechazo de
James que Rico atrapó -minuto 115- y el Madrid pidio penalti de Kiyotake a
Modric, con el campo inclinado sobre la portería andaluza. El lanzamiento desde
media distancia de Casemiro no disimulaba el carácter de asedio en el que
navegaba a final. El Sevilla terminó contemplando la tanda de penaltis como una
victoria parcial y era el Madrid el que pretendía encontrar agua en el
desierto. Y lo hizo apostado en lo ajeno a pronósticos: Carvajal recuperó la
pelota en su cancha y se lanzó a un slalom maratoniano que le colocó en el
interior del área. Rico, providencial hasta entonces, salió a su encuentro pero
el lateral ajustó al poste su golpeo de exterior de la bota para el paroxismo
de un Real Madrid (mal) acostumbrado a pasear, sonriente, en el filo de la
fortuna. El empate hurtado en el descuento resultó definitivo ante un Sevilla
renacido en cuanto a sus presupuestos, pero que heredó la dignidad con señorío.
No concedió su oxígeno hasta el final del final en un esperanzador desempeño.
Zidane sigue coleccionando títulos a pesar de la revolución nominal emprendida
en este envite. Supo guarecerse como sujeto pasivo en fases de amplio dominio
ajeno para estallar como campeón desde el trabajo, la astucia y la puntería.
Sergio Ramos sigue cincelando su estela inmaculada cuando se juegan las
lentejas y el ganador de la Liga de Campeones vuelve a sonreir en este
delicioso aperitivo de la temporada. La tercera Supercopa de Europa madridista
redundó en la escenificación del patronaje español del balompié.