Jordi Grimau
Necesitaba un mínimo de dos goles el Atlético de Madrid. Sin
recibir ninguno para llegar a la final o recibiendo uno para forzar la
prórroga. Acometer dicha empresa, en el partido de vuelta de semifinales de
Copa del Rey, en un Camp Nou en el que no gana desde febrero de 2006, era harto
complicado. Pero viendo la reacción rojiblanca, no imposible.
Salió el Atlético con todo, Koke y Sául en el centro del
campo con Gaitán, Carrasco, Griezmann y Torres por delante. La intensidad en la
alta presión ejercida por estos seis hombres deslumbró a los azulgranas.
Durante la primera media hora, el partido tuvo un dueño y
señor, el Atlético de Madrid y un protagonista con nombre y apellidos, Jacobus
Antonius Peter Cillessen. El portero neerlandés se convirtió en la pesadilla de
los atacantes rojiblancos.
Hasta en cuatro ocasiones, durante los agobiantes primeros
veinte minutos, Cillessen evitó el tanto colchonero. Primero con la ayuda de
Carrasco, que quedándose solo en una contra decidió chutar con fuerza al
muñeco; luego exhibió reflejos rechazando un remate de cabeza de Gaitán a la
salida de un córner a metro y medio de distancia; Godín, también aprovechando
un saque de esquina, remató solo de cabeza aunque algo flojo; por último, Koke,
desde la frontal, probó hasta dónde podía estirarse.
Los pocos intentos de combinar de los azulgranas fueron el
mejor aliado del Atlético, pues penalizaba cada fallo en tres cuartos armando
un contraataque. El centro del campo, desprovisto de Busquets o Mascherano,
quedaba en manos de André Gomes, Rakitic y Denis Suárez, que demostraron no
estar a la altura de la tarea encomendada.
No fue hasta el minuto 28 cuando llegó el primer tiro a
puerta del Barcelona. Obra, cómo no, de Messi. El argentino multiplicaba sus
labores bajando hasta la medular para ayudar en la construcción, acudir a banda
para apoyar o quedarse en el centro para combinar con un Arda en labores de
Neymar.
Al estilo del buen feligrés, la fe del Barcelona pasaba por
encomendarse a la inspiración del argentino, que supo responder a las plegarias
en tiempos tumultuosos como mejor sabe. Apenas quedaban dos minutos para el
final de la primera parte cuando el ‘10’ cogió la pelota en la frontal, esquivó
un mar de piernas con la pelota pegada al pie hata que encontró el hueco justo
para lanzar un chut fuerte y raso hacia los dominios de Moyá. El portero
rojiblanco rechazó la pelota, sin embargo, a los dominios de Luis Suárez, que
sólo tuvo que empujar para anotar el 1-0.
La suavidad del toque del uruguayo contrastaba con la dureza
que suponía ese golpe a los ánimos del Atlético. Por si fuera poco, nada más
comenzar la segunda parte Simeone se vio obligado a hacer un doble cambio en
apenas dos minutos. Antes de llegar al minuto 50, tanto Carrasco como Godín se
retiraron por lesión. Entraron Correa y Lucas Hernández para sustituirlos.
La desesperanza rojiblanca vio la luz en el minuto 57,
cuando por cuitas personales, Sergi Roberto endosó un planchazo en la rodilla
de Filipe Luis que significaba la segunda amarilla. Aleix Vidal, que ya estaba
preparado en banda para entrar, volvió a ponerse el chándal.
Apenas dos minutos después. Griezmann quedó habilitado
dentro del área y mandó la pelota al fondo de la red. Gil Manzano, haciendo
caso a su errado asistente, declaró fuera de juego que no era.
El lamento por la ocasión perdida no amilanó a los de
Simeone, que dio entrada a Gameiro por Torres para renovar energías en ataque.
Y, aunque con menos claridad que en la primera mitad, volvía el Atlético a
llevar la iniciativa.
Sin embargo, el discurrir de los actos parecía dejar claro
que no iba a ser la noche rojiblanca. Dominando de nuevo a su rival con uno
menos, un resbalón involuntario de Carrasco provocó la caída de éste haciendo
derribar a Turan. El árbitro decretó falta y amarilla. La segunda para
Carrasco. Así pues, la igualdad numérica fue devuelta a los diez minutos.
Luis Enrique dio entrada paulatina a Mascherano, Iniesta y
Busquets para tratar de poner más orden. Messi, por su parte, seguía a los
suyo, que nos es otra cosa sino deslumbrar, y de una falta lejana se sacó un
lanzamiento que dejó temblando el larguero de Moyá.
La misma intensidad que se vio al comienzo del partido se
convirtió en locura para el tramo final. En el Minuto 80, un derribo de Piqué a
Gameiro dentro del área fue considerado por el árbitro como penalti.
El hilo de esperanza que vislumbraba el Atlético se esfumó
con la misma rapidez con la que Gameiro mandaba la pelota a la grada. Y de la
misma manera que se iba, volvió tres minutos después cuando Piqué convirtió un
fallido despeje de espuela en pase a Griezmann dentro del área. El francés vio
a su compatriota llegar al otro lado y le envió un pase de la muerte a Gameiro
que esta vez transformó en el gol del empate.
Aún quedaban siete minutos, más el descuento, para tratar de
obrar la remontada, por un lado, y de aguantar la última embestida, por el otro.
Así, con el tensiómetro con la aguja por todo lo alto, el
Atlético se lanzó a por el gol con su última carga. El toque de corneta sirvió
para dejar al Barcelona parapetado en su área. Los centros de Koke y Filipe
Luis se sucedían, pero el rematador no aparecía.
Justo antes del descuento, Suárez vio la segunda amarilla y
dejaba al Barcelona con nueve para los últimos tres minutos de añadido. Filipe
Luis, con un chut rechazado por Umtiti al suelo y luego con una falta dura
sobre Messi, fue el encargado de cerrar con sus acciones el encuentro.
El pitido final ahogó la remontada rojiblanca y confirmó al
FC Barcelona como finalista de la Copa del Rey, la séptima en las últimas nueve
ediciones y la cuarta de manera consecutiva. Este martes, las paradas de Cillessen
fueron el apoyo perfecto a la inspiración de Messi, que volvió a salvar a un
Barcelona incapaz de contrarrestar en casa el ímpetu de un rival que se lanzó a
por el gol. Dos goles, tres expulsiones, un penalti fallado, goles anulados y
mucha emoción quedan en el bagaje de un partido para el recuerdo. El rey de
Copas espera ya rival, que saldrá este miércoles del duelo entre Alavés y
Celta.