Carlos de Blas
Jacques Chirac y José María Aznar asistieron, como
presidentes de Francia y España, al último partido amistoso de campanillas
entre ambas selecciones. Aquel duelo, decidido por 1-0 por Zinedine Zidane,
resultó el marco de gala para la inauguración del Stade de France que este
martes acogía el enfrentamiento entre la mezcolanza de titulares y fondo de
armario que dispusieron Didier Deschamps y Julen Lopetegui para competir por el
orgullo vecinal. Una de las candidatas al título de Rusia 2018, el bloque
local, y una de las aspirantes aventajadas, el bando visitante, reproducían la
rivalidad de aquel partido de enero del 98. Aunque mucho han cambiado los
vientos desde entonces: ninguno de los combinados había alzado un Mundial y ni
el video-arbitraje ni la sombra terrorista ni se atisbaban, mientras que en
este evento se han desplegado medidas preventivas quirúrgicas en los aledaños
de Saint Denis, recinto de reciente recuerdo agridulce (allí perdió el cargo
Vicente del Bosque en verano de 2016).
Sobre el verde salieron las estructuras arquetípicas de dos
equipos que tienen su billete al próximo campeonato mundial encauzado, aunque
las modificaciones resultaban explícitas. El once del Gallo se dejó a Giroud,
Payet y Matuidi (Pogba padecía molestias) en la banca para proponer a Mbappé su
presentación al mundo. Además, Tolisso y Rabiot abrigarían a Kante en la
medular. España, por su parte, trató de prolongar su exquisita apariencia
desplegada ante Israel con Morata y Pedro en punta (por Diego Costa y el
cerebro básico Silva) e Isco y Koke como acompañantes de la red liderada por
Iniesta (en sustitución de Vitolo y de el metrónomo Thiago). Es decir, se
testaba la competitividad colectiva y se abrían ventanas para el brillo de las
reivindicaciones particulares, con Griezmann dispuesto a hacer una escabechina
que le afiance como líder de su corral (en detrimento del olvidado Benzema) y
De Gea, Ramos y Piqué empeñados en evitarlo.
El cuero echó a rodar tras el minuto de aplausos en homenaje
a Jean Berbeke (ex presidente de la Federación Francesa de Fútbol) y Raymond
Kopa (ex jugador del Real Madrid y Balón de Oro). Lo hizo con los visitantes
tratando de pautar un ritmo sosegado por medio de la posesión controladora,
horizontal, y con los franceses agazapados, entre la cesión de metros y la
explosión a la contra. En ese esquema sufrió el sistema español un aviso
paradigmático: la intensidad ajena y su juego directo estaban desbordando a la
línea de repliegue propia en cada imprecisión. No obstante, Mbappé, punta de
lanza con Griezmann y Gameiro entre líneas, probó a De Gea -a centro de
Kurzawa- con un remate astuto que el portero sacó con una reacción de reflejos
sensacional -minuto 5-.
El centro del campo galo sufría para trazar asociaciones
fluidas y, por eso, Lopetegui ordenó presiones elevadas tras pérdida. Pero la
descoordinación en el movimiento adelantado de cierre entregaría metros para el
disfrute del tridente local. Esa postura valiente y jerárquica española todavía
le costaría en el prólogo, antes de asentarse, un cabezazo de Koscielny que
Piqué sacó bajo palos -el remate se gestó tras una contra frenética en la que
Mbappé forzó una falta lateral ante el central culé-. Iniesta asumiría el papel
desequilibrante con el disparo inicial del once patrio. El manchego recibió en
la frontal, con el control eliminó a su par y en una reducción de espacios
absoluta alcanzó a girar, perfilar su cuerpo y engatillar una rosca que lamió el
poste izquierdo de Lloris -minuto 13-. Necesitaba España transmitir amenaza a
sus contrincantes para legitimar su puesta en escena y este sería el punto.
Sobre el estilista blaugrana y la fluctuación posicional de
Koke y, sobre todo, de Isco, crecería el protagonismo del juego de toque
nacional. Con Busquets como ancla y Carvajal y Alba uniformados como carrileros
largos, el envite se desnudaba como una confrontación de estilos en la que el
libreto del entrenador vasco imponía su estilo combinativo. La superioridad
numérica en el ecuador de la cancha redundó en la jerarquía ante la que
Deschamps recluyó a su dibujo, en un intento arrinconado de colapso de los
pasillos centrales. Se trataba, por tanto, de exhibir tanta paciencia en fase
ofensiva como concentración en la neutralización de las fulgurantes escapadas
de les bleus. La mutua imprecisión en el último toque, tanto en las
circulaciones españolas como en los relámpagos galos, pintó un paisaje en el
que las porterías no entraban en la dinámica.
El soliloquio resplandeciente español, que localizaba rutas
de avance con las incorporaciones de Carvajal y los centros laterales, confirmó
el respeto de Deschamps, que descartó la ambición posicional sin pelota. No
presionaba Francia y sí lo hacía España, que otra vez resaltaría a Iniesta como
su punzón primordial. El albaceteño marró un mano a mano con Lloris, tras pase
de Pedro, entrando a través de una pared y resolviendo con un lanzamiento
cruzado con el exterior de su bota diestra -minuto 28-. El portero sacó el
intento y dio paso a una transición que sirvió para dar desahogo a su
vestuario. Antes de encaminarse al intermedio, Mbappé reclamó un pellizco de
atención con una serie de fintas lucidas que no hacían más que subrayar la
descontextualización de los delanteros locales. Habían sido condenados al rol
de sujeto pasivo, inmersos en un equipo sin argumentos creativos para revertir
la inercia.
La seriedad y el compromiso tácticos de cada pieza, en un
esfuerzo coronado por Busquets -gobernador de la fase de repliegue-, salpicó de
emboscadas exitosas el anhelo de contragolpe francés. Todo, menos la
profundidad -con Morata como mártir-, funcionó en la ejecución de un primer
tiempo dominante hasta relamerse. Sólo La Marsellesa y el fogonazo efervescente
inaugural sacaron del silencio a la tribuna. Y un robo adelantado de Koke
traducido en oportunidad por el disparo de Isco que atajó Lloris pondría el
broche a un plácido y rutilante ejercicio nacional en París. La impotencia que
afligía a los suyos obligaba a Deschamps a rebuscar anexos a su interpretación
del duelo, porque el decantar de los minutos (67% de posesión y ocho a tres
intervenciones del portero) se manifestaba desfavorable.
El que fuera mediocentro emblemático de la Juventus ganadora
de la Champions y de la Francia campeona de todo insufló a sus pupilos nuevos
bríos e introdujo a Bakayoko -por Rabiot- en una tratativa de enmendar lo visto
con más físico y exigencia anatómica. El fruto se le aparecería con celeridad,
por medio de un gol de Griezmann de cabeza tras un robo producto de la renacida
presión local. Sin embargo, la certera salida en tromba fue anulada por fuera
de juego (video-arbitraje mediante) y Lopetegui aplicó la criptonita técnica al
intento de Deschamps por llevar el partido a la anarquía del toma y daca. Julen
reaccionó, en el minuto 52, metiendo en escena a Silva y Thiago (por Iniesta e
Isco). La lucha por la preeminencia posicional estaba ganando a la brega por la
pelota, y España estaba cediendo. La salida del balón visitante sufría, por
primera vez, y la convulsión de la trama estaba servida.
Tardaría diez minutos el otrora patrón en mostrar los
colmillos. Una escapada de Pedro constató el estirón táctico nacional, que
entretejía incipientes asociaciones en campo oponente, horizontales,
controladoras, para apagar el incendio. Y Morata trazó su primer desmarque
sintonizado con los lanzadores para descerrajar un derechazo desviado -minuto
58-. Por el camino, Silva, Thiago, Carvajal, Alba y Busquets fueron filtrando
el cloroformo al tempo para amainar el empuje rival y restablecer la relación
de fuerzas previa al respingo francés. En el nudo del segundo acto, cuando
Mbappe dejó su lugar a Giroud (muy buen aspecto el del delantero de 18 años) y
Deulofeu ocupó el escaño de Pedro (vaciado), la pelota volvía al redil español
aunque la adelantada defensa gala se negaría a volver al encierro. Y el riesgo
lo ajusticiaría el jugador del Milan.
Deulofeu, en su primera acción, amortizó los espacios para
introducirse el área, en diagonal, y sentar a Koscielny. El central francés no
tuvo más remedio que obstaculizar el avance afilado de la transición española y
el penalti fue transformado en gol por Silva (minuto 68). Respondería con
gallardía una Francia golpeada elevando sus vatios de derroche y asestando una
ráfaga de córners que sería inocua. Pero la receta de la posesión y la urgencia
orgullosa local confeccionarían un desenlace que marcaría la recogida de los
merecimientos españoles. Con Ander Herrera ya en cancha (por un sobrio Koke),
Deulofeu completó su robo de los flashes a Mbappe anotando el 0-2 en el minuto
78. El catalán batió a Lloris en la enésima acción visitante de mimo coral al
esférico que condecoró un rendimiento sobresaliente. Menuda manera de estrenar
su cuenta goleadora internacional. Ese clavo final al ataúd francés lo gestó
una roulette sedosa de Busquets.
Los minutos de la basura, con todo decidido, hicieron
participar a Lemar y Dembele (otros dos diamantes) en la fiesta nacional. Nacho
e Iago Aspas también serían de la partida en un crepúsculo que no acogería más
que la escenificación, despojada de tensión competitiva, de la claudicación de
una vigente subcampeona de Europa que se resignó ante la fluidez en el toque
del sistema de Lopetegui. "Fuimos maltratados en la primera parte",
analizarìa Deschamps. Dicho planteamiento reluce, en estas semanas, sin
parangón en la claridad y la concentración que controlan y ganan partidos dondequiera.
La exuberancia física, que pintaba volcanes que abrasaban a sus rivales en la
Euro'16, sólo fueron cenizas ante la calidad bien coordinada y supeditada al
conjunto de una España que salió de este amistoso como una obra en rotunda
evolución positiva e ilusionante.