miércoles, 8 de marzo de 2017

SIEMPRE SERGIO RAMOS

Carlos de Blas

"Esto es fútbol, macho", respondió Zinedine Zidane en la previa del partido de este miércoles cuando fue preguntado por los problemas de su equipo para mantener su portería a cero (sólo lo ha logrado cuatro veces este curso). El técnico francés relativizó en conferencia de prensa el peso del equilibrio para pasar la eliminatoria y sería coherente, pues apostó por el 4-3-3 que prepondera el contragolpe ante el control de la posesión y del partido. Alineó Zizou el once con el que ganó la 'Undécima' y dispuso al tridente en ataque. Es decir, aceptaba el reto del Nápoles de intensidad, ida y vuelta y exigencia física.

Salió el Madrid a un San Paolo desatado (lleno hora y media antes del pitido inicial) con la voluntad de jugar sobre un compás congelado. Para ello necesitaría debatir el dominio del cuero, pero ni su esquema ni la intensidad y el rigor táctico de sus piezas responderían a ese anhelo, generando un primer acto que rápido se demostró de supervivencia para los españoles. No cabría más que luchar por evidenciar capacidad y efectividad de sufrimiento. Los locales sembraron de emboscadas y una energía desaforada un escenario continuado de presión que le entregó los balones divididos, la batuta del enfrentamiento (y de la eliminatoria) y la potestad de las sensaciones. No obstante, su estilo arriesgado de defensa muy adelantada encogió y atrincheró a los favoritos durante buena parte de los primeros 45 minutos.

Maurizio Sarri superpobló su mediapunta, con los laterales sumados al centro del campo, y los capitalinos no conseguirían neutralizar la continua superioridad numérica en el ecuador del terreno que alimentó la tormenta de llegadas partenopeas. No obstante, en los primeros minutos (en el 1 y en el segundo) acontecieron dos avisos de lo venidero: un pase interior de Diawara fue recibido por Mertens en la frontal y concluyó en chut desviado por la zaga, y una pérdida de Marcelo en su campo comprometió a su equipo ante la hiperactividad local. La disposición escalonada de Callejón, Insigne (maestro de ceremonias), Hamsik y Mertens dañaría a los merengues de manera impía, ya que Casemiro se veía desbordado para contener la espalda de Modric y Kroos (con la delantera ausente en fase defensiva).

Todo ello cocinó un monopolio del tempo napolitano que erigiría a Navas en el protagonista de los visitantes. La valentía posicional transalpina maniató la producción en estático de un Madrid impotente, que asistía a la conjunción de llegadas rivales sin ajustar su sistema. Así, Hamsik chutó desde la frontal rozando la madera -minuto 7-; Ghoulam hizo volar al meta 'tico' para evitar el gol olímpico; e Insigne recibió en la frontal, libre de marca, un pase vertical de Koulibaly -desde el centro del campo- que le patrocinó su disparo que Navas envió a córner -minuto 13-. Daba la sensación que Zidane trabajó el antídoto para evitar los avances exteriores de los laterales oponentes y que Sarri le jugó una mala pasada virando su modelo de ataque por la vía del falso nueve. El caso es que la movilidad ofensiva azzurra sacó de eje a un Madrid constreñido a ser el sujeto pasivo.

En el minuto 15 tomaría aire el conjunto merengue por primera vez. Fue por el cauce de una pérdida de Koulibaly ante Modric (primera presión coordinada visitante). El croata lanzaría una contra al galope de Bale, que detectó la incorporación de Kroos. El alemán desataría una voleaque estrenó los guantes de Reina. Y el teutón rompería el ritmo del Nápoles, a continuación, con un balón largo y a la espalda del mencionado zaguero francés. La pelota fue recogida por el extremo galés, con clase, para finalizar con un lanzamiento de zurda que atajó el internacional español -minuto 18-. Mezclaba la asociación en estático y el pase en profundidad un Madrid que reclamaba algo de control del juego. Pero su apuesta por la verticalidad sólo significaría una anécdota en el devenir. De hecho, Hamsik respondió con prontitud con un zurdazo demasiado cruzado, a la espalda de los interiores visitantes.

En torno al minuto 20 se tomó un respiro un Nápoles que parecía haber interpretado las dos transiciones madrileñas como una amenaza que les conducía a ceder metros y amainar el riesgo tomado con su iniciativa en ambas fases del juego. De este modo respiró la sufrida estructura de Zidane, que en este intervalo buscó las hectáreas a la espalda de la adelantada retaguardia local para recordar lo arriesgado de su planteamiento a Sarri. Pero sólo sumarían los españoles otra transición respetable hasta el descanso. Fue en el minuto 30. La maniobra nació de una división tejida entre Marcelo y Kroos que el alemán derivó hacia Benzema. El punta galo frotó su lámpara y filtró un pase al desmarque de Ronaldo, que ganó el cuerpeo a Koulibaly, regateó a Reina y se topó con la madera. Y Casemiro mandaría a las nubes un intento posterior desde larga distancia.

Pero, en el entretanto de este impasse descontextualizado de la trama, el Nápoles retomó su pentagrama de intensidad desbaratada y recogería fruto en el minuto 24. La jugada de gol se antojaría paradigmática: un balón supera a la línea ofensiva del Madrid por el centro y la combinación campana adquiere un frenesí que nutren Insigne y Hamsik hasta que Mertens queda en mano a mano con su par. El belga, iluminado en este tramo de temporada, batiría a Navas tras engatillar un zurdazo rasante que se coló pegado al palo largo. El 4-3-3 español hacía aguas y el goleador napolitano tuvo el 2-0 en el 40. Por el mismo método que convirtió a Modric en mártir y a Casemiro en la imagen de la soledad del destructor rebosado y desasistido (la distancia entre líneas visitante era nítida). El poste salvó al Madrid al repeler el chut de Dries, que había recibido un pase desviado e interior de Allan.

No reaccionó el conjunto que manejaba una ventaja de un solo tanto en el cruce y antes del descanso concedería otro puñado de llegadas claras. La primera, en el 33, tuvo a Insigne como ejecutor de un remate que atrapó Navas -sin marcaje entre líneas, por delante de la zaga visitante, de nuevo-. La segunda la tuvo Koulibaly, que perdonó al cabecear muy desviado un saque de esquina que remató totalmente fuera de marca. Y Hamsik clausuró la exhibición de las vergüenzas merengues con una huída, en desmarque individual, que le alcanzó para chutar desviado desde la frontal -minuto 40-. La relación estadística con que los futbolistas se condujeron a vestuarios resultaba esclarecedora (11 tiros locales por cinco visitantes). Se había jugado a lo que Sarri quiso. Zidane necesitaba activar a su delegación, pues no podía aguardar al factor cansancio y confiarlo todo a cazar una contra.

La línea defensiva napolitana era su gran debilidad. Su explícita debilidad. Y no se percibió en todo el primer tiempo. Este era el debe de un equipo que no presionó con convicción y regaló el autoritas de la eliminatoria a su engrandecido contendiente. Le urgía a los españoles una explosión del nivel de entrega y el entrenador francés supo hacer renacer este parámetro. No en vano, la reanudación asistió a una versión colectiva muy mejorada de un Real Madrid, ahora sí, decidido a recuperar la voz y jerarquía en el encuentro. Sobre la inyección de la convicción creció con celeridad el rendimiento merengue, que encerró al Nápoles a las primeras de cambio y subrayó la apreciación anterior con soberana rotundidad. El tiro inicial de Benzema, producto de una mayor velocidad asociativa visitante, confirmó el cambio de actitud y sirvió como aperitivo del empate. Las tablas hubieron de llegar de la frondosa testa de Sergio Ramos, que en el 52 retrató la endeblez ajena con un cabezazo certero al saque de esquina lanzado por Kroos.

No se frenaría ahí la metamorfosis animosa que convulsionó el partido, y la pareja Kroos-Ramos sentenció el billete madridista hacia los cuartos de final de la Liga de Campeones cinco minutos más tarde. Un córner parabólico ejecutado desde el lado opuesto al precedente fue impulsado por el sevillano hacia la red. El 1-2 subía al marcador, desvío involuntario de Mertens mediante, para apagar el incendio que retroalimentaba el equipo de Sarri y su tribuna. La pegada ganadora de los capitalinos tomó al escena para aleccionar a los ilusionados napolitanos (segunda presencia en octavos de esta competición) en un fogonazo que matizó la trascendencia de todo lo anterior. La espinosa lección que deglutió el tercero de la Serie A -esa que han digerido con ardores decenas de equipos que dominaron pero perdieron ante la obra pragmática de Zidane- le llevó a luchar sólo por su dignidad. Su superioridad se había sentido aplastante, pero había sido vaciada de contenido con un zarpazo terrible.

Desprovistos de la pulsión competitiva que había elevado el sabor de la partida a cotas exquisitas, ambos entrenadores movieron sus banquillos para repartir descansos y alternativas. Bale (inactivo y sin trascendencia) dejó su sitio a Lucas Vázquez, Benzema (irregular) chocó los cinco con Morata y Modric (sacrificado y gris, de actuación extrapolable a la de su conjunto) con Isco; además, Insigne y Hamsik (ovacionados y de más a menos) dieron su relevo a Milik y Zielinski, y Allan hizo lo propio con Rog, la perla balcánica en la que los locales tienen depositada su fe. Y este último certificaría con rapidez su reputación de llegador, con un par de remates puntiagudos a los pocos minutos de salir al verde. Aún así, el enfrentamiento se aproximaría hacia su desenlace con un compás anestesiado que, al fin, favoreció la posesión horizontal de un Madrid que ya contemporizaba y se limitaba a hacer correr el minutaje ante el agotamiento de un Nápoles fundido.


Antes del 90 se experimentarían intercambios de imprecisiones por las que los españoles sacarían mayor ventaja. Ronaldo, Vázquez, Morata y Carvajal dispondrían de opciones de remate en transiciones templadas a las que no podía domesticar un sistema de Sarri desdibujado. El centrocampismo daría por terminado el vibrante partido que repartió aplausos y reconocimiento. Los representantes de la urbe partenopea sudaron y sangraron para desestabilizar al orden de fuerzas del Viejo Continente (hasta que les llegó la gasolina), granjeándose la pleitesía de su graderío, y los defensores del título se llevaron lo que vieneron a buscar, ni más ni menos. El segundo clasificado de La Liga volvió a Chamartín con el trabajo hecho y arrastrando las dudas que recalcan su bipolaridad (dibujo con el tridente desconectado que repercute en el equilibrio y consistencia del global). Esta vez la desconexión no les supuso la zozobra definitiva, pero la soga del balón parado y el contragolpe (de ratio multiplicado en el tramo final de sistemas rotos, con sentencia operada por Morata) podría no bastar en futuros lances.