Carlos de Blas
"Esto es fútbol, macho", respondió Zinedine Zidane
en la previa del partido de este miércoles cuando fue preguntado por los
problemas de su equipo para mantener su portería a cero (sólo lo ha logrado
cuatro veces este curso). El técnico francés relativizó en conferencia de
prensa el peso del equilibrio para pasar la eliminatoria y sería coherente,
pues apostó por el 4-3-3 que prepondera el contragolpe ante el control de la
posesión y del partido. Alineó Zizou el once con el que ganó la 'Undécima' y
dispuso al tridente en ataque. Es decir, aceptaba el reto del Nápoles de
intensidad, ida y vuelta y exigencia física.
Salió el Madrid a un San Paolo desatado (lleno hora y media
antes del pitido inicial) con la voluntad de jugar sobre un compás congelado.
Para ello necesitaría debatir el dominio del cuero, pero ni su esquema ni la
intensidad y el rigor táctico de sus piezas responderían a ese anhelo,
generando un primer acto que rápido se demostró de supervivencia para los
españoles. No cabría más que luchar por evidenciar capacidad y efectividad de
sufrimiento. Los locales sembraron de emboscadas y una energía desaforada un
escenario continuado de presión que le entregó los balones divididos, la batuta
del enfrentamiento (y de la eliminatoria) y la potestad de las sensaciones. No
obstante, su estilo arriesgado de defensa muy adelantada encogió y atrincheró a
los favoritos durante buena parte de los primeros 45 minutos.
Maurizio Sarri superpobló su mediapunta, con los laterales
sumados al centro del campo, y los capitalinos no conseguirían neutralizar la
continua superioridad numérica en el ecuador del terreno que alimentó la
tormenta de llegadas partenopeas. No obstante, en los primeros minutos (en el 1
y en el segundo) acontecieron dos avisos de lo venidero: un pase interior de
Diawara fue recibido por Mertens en la frontal y concluyó en chut desviado por
la zaga, y una pérdida de Marcelo en su campo comprometió a su equipo ante la
hiperactividad local. La disposición escalonada de Callejón, Insigne (maestro
de ceremonias), Hamsik y Mertens dañaría a los merengues de manera impía, ya
que Casemiro se veía desbordado para contener la espalda de Modric y Kroos (con
la delantera ausente en fase defensiva).
Todo ello cocinó un monopolio del tempo napolitano que
erigiría a Navas en el protagonista de los visitantes. La valentía posicional
transalpina maniató la producción en estático de un Madrid impotente, que
asistía a la conjunción de llegadas rivales sin ajustar su sistema. Así, Hamsik
chutó desde la frontal rozando la madera -minuto 7-; Ghoulam hizo volar al meta
'tico' para evitar el gol olímpico; e Insigne recibió en la frontal, libre de
marca, un pase vertical de Koulibaly -desde el centro del campo- que le
patrocinó su disparo que Navas envió a córner -minuto 13-. Daba la sensación
que Zidane trabajó el antídoto para evitar los avances exteriores de los
laterales oponentes y que Sarri le jugó una mala pasada virando su modelo de
ataque por la vía del falso nueve. El caso es que la movilidad ofensiva azzurra
sacó de eje a un Madrid constreñido a ser el sujeto pasivo.
En el minuto 15 tomaría aire el conjunto merengue por
primera vez. Fue por el cauce de una pérdida de Koulibaly ante Modric (primera
presión coordinada visitante). El croata lanzaría una contra al galope de Bale,
que detectó la incorporación de Kroos. El alemán desataría una voleaque estrenó
los guantes de Reina. Y el teutón rompería el ritmo del Nápoles, a
continuación, con un balón largo y a la espalda del mencionado zaguero francés.
La pelota fue recogida por el extremo galés, con clase, para finalizar con un
lanzamiento de zurda que atajó el internacional español -minuto 18-. Mezclaba
la asociación en estático y el pase en profundidad un Madrid que reclamaba algo
de control del juego. Pero su apuesta por la verticalidad sólo significaría una
anécdota en el devenir. De hecho, Hamsik respondió con prontitud con un zurdazo
demasiado cruzado, a la espalda de los interiores visitantes.
En torno al minuto 20 se tomó un respiro un Nápoles que
parecía haber interpretado las dos transiciones madrileñas como una amenaza que
les conducía a ceder metros y amainar el riesgo tomado con su iniciativa en
ambas fases del juego. De este modo respiró la sufrida estructura de Zidane,
que en este intervalo buscó las hectáreas a la espalda de la adelantada
retaguardia local para recordar lo arriesgado de su planteamiento a Sarri. Pero
sólo sumarían los españoles otra transición respetable hasta el descanso. Fue
en el minuto 30. La maniobra nació de una división tejida entre Marcelo y Kroos
que el alemán derivó hacia Benzema. El punta galo frotó su lámpara y filtró un
pase al desmarque de Ronaldo, que ganó el cuerpeo a Koulibaly, regateó a Reina
y se topó con la madera. Y Casemiro mandaría a las nubes un intento posterior
desde larga distancia.
Pero, en el entretanto de este impasse descontextualizado de
la trama, el Nápoles retomó su pentagrama de intensidad desbaratada y recogería
fruto en el minuto 24. La jugada de gol se antojaría paradigmática: un balón
supera a la línea ofensiva del Madrid por el centro y la combinación campana
adquiere un frenesí que nutren Insigne y Hamsik hasta que Mertens queda en mano
a mano con su par. El belga, iluminado en este tramo de temporada, batiría a
Navas tras engatillar un zurdazo rasante que se coló pegado al palo largo. El
4-3-3 español hacía aguas y el goleador napolitano tuvo el 2-0 en el 40. Por el
mismo método que convirtió a Modric en mártir y a Casemiro en la imagen de la
soledad del destructor rebosado y desasistido (la distancia entre líneas
visitante era nítida). El poste salvó al Madrid al repeler el chut de Dries,
que había recibido un pase desviado e interior de Allan.
No reaccionó el conjunto que manejaba una ventaja de un solo
tanto en el cruce y antes del descanso concedería otro puñado de llegadas
claras. La primera, en el 33, tuvo a Insigne como ejecutor de un remate que
atrapó Navas -sin marcaje entre líneas, por delante de la zaga visitante, de
nuevo-. La segunda la tuvo Koulibaly, que perdonó al cabecear muy desviado un
saque de esquina que remató totalmente fuera de marca. Y Hamsik clausuró la
exhibición de las vergüenzas merengues con una huída, en desmarque individual,
que le alcanzó para chutar desviado desde la frontal -minuto 40-. La relación
estadística con que los futbolistas se condujeron a vestuarios resultaba esclarecedora
(11 tiros locales por cinco visitantes). Se había jugado a lo que Sarri quiso.
Zidane necesitaba activar a su delegación, pues no podía aguardar al factor
cansancio y confiarlo todo a cazar una contra.
La línea defensiva napolitana era su gran debilidad. Su
explícita debilidad. Y no se percibió en todo el primer tiempo. Este era el
debe de un equipo que no presionó con convicción y regaló el autoritas de la
eliminatoria a su engrandecido contendiente. Le urgía a los españoles una
explosión del nivel de entrega y el entrenador francés supo hacer renacer este
parámetro. No en vano, la reanudación asistió a una versión colectiva muy
mejorada de un Real Madrid, ahora sí, decidido a recuperar la voz y jerarquía
en el encuentro. Sobre la inyección de la convicción creció con celeridad el
rendimiento merengue, que encerró al Nápoles a las primeras de cambio y subrayó
la apreciación anterior con soberana rotundidad. El tiro inicial de Benzema,
producto de una mayor velocidad asociativa visitante, confirmó el cambio de
actitud y sirvió como aperitivo del empate. Las tablas hubieron de llegar de la
frondosa testa de Sergio Ramos, que en el 52 retrató la endeblez ajena con un
cabezazo certero al saque de esquina lanzado por Kroos.
No se frenaría ahí la metamorfosis animosa que convulsionó
el partido, y la pareja Kroos-Ramos sentenció el billete madridista hacia los
cuartos de final de la Liga de Campeones cinco minutos más tarde. Un córner
parabólico ejecutado desde el lado opuesto al precedente fue impulsado por el
sevillano hacia la red. El 1-2 subía al marcador, desvío involuntario de
Mertens mediante, para apagar el incendio que retroalimentaba el equipo de
Sarri y su tribuna. La pegada ganadora de los capitalinos tomó al escena para
aleccionar a los ilusionados napolitanos (segunda presencia en octavos de esta
competición) en un fogonazo que matizó la trascendencia de todo lo anterior. La
espinosa lección que deglutió el tercero de la Serie A -esa que han digerido
con ardores decenas de equipos que dominaron pero perdieron ante la obra
pragmática de Zidane- le llevó a luchar sólo por su dignidad. Su superioridad
se había sentido aplastante, pero había sido vaciada de contenido con un
zarpazo terrible.
Desprovistos de la pulsión competitiva que había elevado el
sabor de la partida a cotas exquisitas, ambos entrenadores movieron sus
banquillos para repartir descansos y alternativas. Bale (inactivo y sin
trascendencia) dejó su sitio a Lucas Vázquez, Benzema (irregular) chocó los
cinco con Morata y Modric (sacrificado y gris, de actuación extrapolable a la
de su conjunto) con Isco; además, Insigne y Hamsik (ovacionados y de más a
menos) dieron su relevo a Milik y Zielinski, y Allan hizo lo propio con Rog, la
perla balcánica en la que los locales tienen depositada su fe. Y este último
certificaría con rapidez su reputación de llegador, con un par de remates
puntiagudos a los pocos minutos de salir al verde. Aún así, el enfrentamiento
se aproximaría hacia su desenlace con un compás anestesiado que, al fin, favoreció
la posesión horizontal de un Madrid que ya contemporizaba y se limitaba a hacer
correr el minutaje ante el agotamiento de un Nápoles fundido.
Antes del 90 se experimentarían intercambios de
imprecisiones por las que los españoles sacarían mayor ventaja. Ronaldo,
Vázquez, Morata y Carvajal dispondrían de opciones de remate en transiciones
templadas a las que no podía domesticar un sistema de Sarri desdibujado. El
centrocampismo daría por terminado el vibrante partido que repartió aplausos y
reconocimiento. Los representantes de la urbe partenopea sudaron y sangraron
para desestabilizar al orden de fuerzas del Viejo Continente (hasta que les
llegó la gasolina), granjeándose la pleitesía de su graderío, y los defensores
del título se llevaron lo que vieneron a buscar, ni más ni menos. El segundo
clasificado de La Liga volvió a Chamartín con el trabajo hecho y arrastrando
las dudas que recalcan su bipolaridad (dibujo con el tridente desconectado que
repercute en el equilibrio y consistencia del global). Esta vez la desconexión
no les supuso la zozobra definitiva, pero la soga del balón parado y el
contragolpe (de ratio multiplicado en el tramo final de sistemas rotos, con
sentencia operada por Morata) podría no bastar en futuros lances.