Una
selección atípica germana se llevó la Copa Confederaciones en Rusia ante el
combinado nacional chileno que lo intentó pero no supo batir a un gran Ter
Stegen
Antonio Blanca
El
Saint Petersburg Stadium puso a prueba este viernes a los proyectos del campeón
del último Mundial y del doble campeón de la Copa América. La final de la Copa
Confederaciones citó al valiente libreto de Chile, propositivo y muy ofensivo,
y al matiz que Alemania ha implementado a ese estilo colorido y combinativo con
el que le metió siete goles a Brasil en 2014. Sobre el verde se iba a presentar
un duelo ortodoxo de estilos entre dos de las mejores selecciones que se puedan
ver. Dos de las que juegan más florido en pleno retorno global del físico y el
contragolpe (con Portugal, tercera en el torneo, como emblema junto a Brasil).
Así pues, dos bloques que se conocieron en la fase de grupos se volvían a
examinar en pos el título.
Los
pupilos de Pizzi, que desplegó su once de gala, implementaron una salida
abrasiva, de presión a toda cancha y con posesiones que gravitaron en un ratio
cercano al 65% hasta el descanso. Vidal, Vargas, Alexis y Aranguiz se filtraban
en la mediapunta, entre líneas de la poblada zaga germana (Löw estructuró tres
zagueros) y la pelota volaba por los laterales y en diagonal, con Stegen como
diana. Pero los americanos no conseguirían traducir su fluir monopolizador, que
empequeñeció al gigante europeo, en goles. Sí en tiros (12 a cinco fue la relación
de intentos al intermedio, con 3 a dos en chuts a puerta, todo a favor de La
Roja).
No
obstante, Arturo Vidal rozaría el tanto en la apertura de las hostilidades. El
jugador del Bayern gobernó el partido en los primeros 20 minutos y la
efervescencia en la combinación de sus compañeros le dejó en mano a mano con el
meta del Barça en el cuarto minuto. El arquero supo tapar el intento en el
borde del área pequeña y se multiplicaba para soportar una tormenta por la que
Alexis y Vargas lanzaron a puerta antes del décimo minuto. Seis lanzamientos
registrarían los chilenos antes de que Mustafi cabeceara fuera en la primera
llegada alemana.
La
presión americana colapsaba la salida de pelota de una Alemania que fallaba con
celeridad y entregaba ocasiones a una línea ofensiva rival activa pero
desatinada en el último remate. Los de Löw buscaban el pelotazo hacia Werner
como desahogo, pero no alcanzaban a enlazar pases que permitieran el respiro de
un achique que no bastaba con el trío trasero Mustafi, Rudiger y Ginter. Sin
embargo, en el minuto 19 se desnudaría la esencia del combate: Vidal chutó,
Stegen provocó un rechace corto que Alexis no supo embocar, con todo a favor.
En la siguiente acción, la transición alemana generó un error grosero en la
salida de pelota de Marcelo Díaz -el mejor de su equipo en el torneo junto a
Vidal-. El delantero del Leipzig le robó el cuero al mediocentro del Celta en
una emboscada que le cedió el 0-1 a Stindl, el laborioso llegador con aspecto
de réplica de Thomas Müller.
Chile
acusaría el golpe sobremanera. A partir de ese único error en el juego de toque
la inseguridad les abordaría y las imprecisiones se harían asiduas. Alemania,
complacida por la efectividad (un remate a puerta, un gol) no modificaría su
planteamiento arrinconado hasta que el cansancio mitigó la valentía posicional
sin pelota de los chilenos. Hasta entonces, contemporizaron replegados y
cazarían tres contras, esta vez, muy claras: un pase directo de Rudi fue
rematado por Goretzka lamiendo la madera; Stindl remató un dos para tres que
Werner no pudo controlar debidamente y Jara desvió, in extremis, a córner; y
Draxler rozó el poste en otra pérdida oponente en campo propio.
Antes
del descanso, el sistema de Pizzi se desdibujó, si bien Aranguiz (en varias
ocasiones) y Vidal probaron a Stegen. Pero se constató la impresión de superioridad
mental de una Alemania que cedió metros para abandonarse a la velocidad y
verticalidad en cada robo. Como contra España y equipos que gusten de la
posesión, Löw muestra respeto, no entra en la batalla por la pelota pero
encuentra soluciones. La seguridad en el juego asociativo americano se
esfumaría a medida que la amenaza europea, al galope, se reprodujo.
Pizzi
dio 8 minutos del segundo acto a Marcelo Díaz, su ancla y distribuidor, para
ver si reaccionaba y digería su error. Pero el jugador no superó la prueba y
seguía desafinado. Así, entró Valencia con el fin de recuperar el juego entre
líneas y la salida clara y límpia. Subieron las revoluciones los chilenos, con
Vidal como mediocentro, pero Stegen no recibió inquietud y Draxler a punto estuvo
de sentenciar en un slalom patrocinado por otro error de La Roja y contragolpe.
Jara salvó a los suyos -minuto 55-.
La
apariencia que susurraba una copia del duelo de la primera fase de la Copa,
donde Alemania cedió el primer tiempo para amortizar el agotamiento que exige
el planteamiento chileno y terminar mandando, fue revirada. Porque Chile no
matizó su asedio táctico, siguió arriesgando, y porque los teutones
acomplejaban a los americanos en cada contraataque que asomaba. La escena era
diversa y la dureza y las escaramuzas también salipacarían el paisaje. Kimmich
calentó un caldero que desbordó Jara con un codazo en la cara de Werner (muy
completo en su rol de faro único). El VAR volvería a ser cuestionado, pues fue
consultado y la agresión sólo fue castigada con una amarilla.
El
balón siguió pintado de rojo pero la finura y sencillez con la que los pasillos
daban a la meta alemana desapareció. Alexis y Vargas yacía fuera de la dinámica
y Vidal, el Tucu Hernández y Valencia no refrescaban la lucidez sin los
pulmones de los laterales. A 20 minutos para el final, los de Pizzi padecían un
examen a su confianza y paciencia. Y sólo un balón largo de Vidal hacia Sánchez
que el delantero del Arsenal usó para estrellar su remate en un zaguero
despertó el peligro chileno. El esfuerzo pasaba factura y el motor del Bayern
recobraba su papel como patrón cuando Vargas encontró las manos de Stegen tras
una incorporación de Aranguiz. Únicamente dos llegadas claras eran testimonio
de lo comprimido del duelo.
Pero
la gallardía de aquellos que negaron a Messi dos Copa América en los últimos
tres años dispararían su empuje. Vidal remataría a las nubes un balón suelto en
el área después de que Alexis reclamara penalti. Los alemanes nunca asumirían
el control del cuero como herramienta y dieron una horquilla de crecimiento
agónico a la selección en desventaja. Löw sentó en el 79 a Werner e introdujo a
Emre Can: un pulmón para reforzar la medular en sustitución del único punta.
Stegen enviaría a córner un chut cruzado de Aranguiz acto y seguido.
Pizzi
incluyó en el renacer postrero a Sagal (delantero centro) y Puch (flecha que
juega como extremo) por el vaciado Aranguiz y el tenebroso Vargas -muy acertado
en América y errático en este campeonato-. Vidal abrió los diez minutos finales
con un cañonazo desde media distancia que atajó el meta del Barça en dos
tiempos. La jerarquía chilena, que siempre levó el peso del fútbol, se extremó
cuando las fuerzas flaqueaban. Alemania jugaba en su cancha, empujada a su
frontal y afligida por una multitud de centros laterales. Y Sagal mandó al
cielo un pase eléctrico de Puch que le dejó el arco sin portero.
No
llegaría a la orilla el orgulloso despliegue de raza de Chile. El catenaccio le valió a Alemania para
concatenar la Confederaciones y el Europeo Sub-21. La evolución desde el
Mundial de Brasil, adaptado a los tiempos, se ha comprobado como idónea a un
año de la cita rusa. Mereció más un sistema de Pizzi (tiró 20 veces a portería
y cedió sólo 8 disparos) reconocible pero no sintonizado como en los mejores
días. Y sin esa versión burbujeante los teutones sobrevivieron con un oficio
impropio de la edad media de la plantilla congregada por el seleccionador pero
muy esperanzador para su hinchada. Alexis tuvo la última con una falta -al
borde del área- venenosa que Stegen (MVP de la final) sacó de la cepa del palo
en el minuto 95.