viernes, 16 de octubre de 2009

COMO UNA VACA LOCA

Antonio Blanca

"A los que no creyeron, con perdón de las damas, que la chupen. Que la sigan chupando."

Así comenzó la rueda de prensa Diego Armando Maradona, el seleccionador argentino, y como ven, un caballero de los pies a la cabeza. Todo un alarde de educación, responsabilidad y madurez. Sus palabras iban principalmente dirigidas a la prensa de su país que ha cometido el mayor de los pecados, dejar de creer en "dios" y hacer periodismo sin miedo a omnipotencias (esto último también lo digo por Julio Grandona, presidente de la AFA, una especie de Villar a lo argentino). Y siguió diciendo: "Yo soy blanco o negro, gris no lo voy a ser en la vida. Ustedes me trataron como me están tratando. Sigan mamando."

Me pregunto tratando como, siendo fieles a la realidad mis colegas argentinos. Números penosos los que como seleccionador presenta en su tarjeta Maradona. 8 partidos, 5 victorias, 3 derrotas, cuarto puesto en la liga clasificatoria sudamericana para el Mundial, y lo que nunca parecía que se daría, toda una Argentina, festejando una pírrica a la par que paupérrima clasificación.

El discurso (por llamarlo de algún modo, al argot callejero y delictivo usado por el seleccionador albiceleste) con pausas solemnes, como un mal actor interpretando un papel que sólo él se cree. Como si su extremismo ante la vida fuera una razón de peso, se apropió de lo que debería ser un momento de alegría colectiva, y vomitó su rencor contra los que le criticaron. Pero la pantomima había comenzado un rato antes, momentos después de que el árbitro pitara el final del encuentro, Maradona y Bilardo se abrazaron con júbilo rodeados por los periodistas. Los dos, tan distanciados últimamente por un recelo mutuo, mandándose mensajes por la prensa, moviéndose las sillas en reuniones privadas con Grondona, se unieron en un abrazo y lloraron juntos. Una comunión que es la de los desavenidos que se asocian contra un enemigo común.

Tras los primeros “que la chupen”, "el pelusa" corrió cual hipopótamo a abrazarse con sus seleccionados. Los jugadores siguieron el mal ejemplo de su técnico y cantaron ante las cámaras una oda a la prensa: "(...) Y no me importan lo que digan, esos putos periodistas, la puta que los parió (...)". Al igual que su míster, claro ejemplo de educación, buenos deportistas, y sobre todo mejores personas. Vaya troupe argentina, para pedir la cuenta.

Tras la erupción inicial, Maradona aún tuvo tiempo para decir que sus peleas con Bilardo eran inventadas y, ante la obligada pregunta sobre su continuidad de cara al Mundial, se permitió el lujo de dejarlo en duda (“Tengo que conversar con Grondona”), no sea que las masas enardecidas se olviden de pedirle que se quede.

Diego Armando Maradona fue uno de los mejores futbolistas de la historia, para muchos: el más grande entre los grandes, pero es un genio que tocaba de oído. Jamás cogió una partitura en sus manos porque su arte fluía de modo natural. Ahora, demasiado viejo para hacer lo que él sólo hacía, está incapacitado para enseñar. Conoce la magia pero no la matemática. Y él, como entrenador, debe encargarse de la matemática, porque la magia sólo la pueden poner los jugadores.

Tanto lo endiosaron que su soberbia le impidió decir que no a la oferta de un puesto que le queda grande. Hufano y altivo se fue hundiendo (como su vida, futbolista portentoso desde joven, como persona deja todo que desear: ex drogadicto, rencoroso, amigo de genocidas...) haciendo de cada partido un episodio esperpéntico para una nación empobrecida cuyo reducto de aire limpio es el fútbol. La tragedia se rozó, hasta Messi era un muñeco de trapo con labor de espantapájaro en lugar de comandante en jefe de un equipo con grandísimos futbolistas.

Ahora Maradona, después de verse casi desahuciado, se siente más fuerte que nunca porque confía en la bala que le queda en el cargador. Sabe que en competiciones eliminatorias, más aun en un Mundial, muchas veces la motivación hace más que la preparación. Y a eso se agarra, a que pueda aprovechar su divinizada ascendencia en un grupo compuesto de chavales jóvenes y viejos rescatados en los últimos coletazos de su carrera, y hacer lo que hoy parece imposible, volver de Sudáfrica como tricampeones del Mundo.