Julio Candela
El nazismo dispone de varias herramientas básicas que
responden al más elemental caudillismo: mensajes básicos incuestionables
y no discutibles, un sentimiento de agravio permanente (roza la manía
persecutoria de saberse odiado por otro pueblo), un afán por medir sus
logros, creencia de superioridad sobre sus vecinos o rivales, la
protección bajo el paraguas de la ‘nación’, que une transversalmente a
todos por encima de niveles sociales y culturales, y una integración
dentro de un mosaico que da sentido a su trabajo por el conjunto.
El pasado domingo, entre los casi
100.000 espectadores del Camp Nou, el conjunto de cartulinas no
permitió ver quiénes disentían del mensaje nazionalista que el FC Barcelona ofreció en su encuentro de fútbol frente al Real Madrid.
El estadio se convirtió en un amplificador de la política nazionalista que Artur Mas, presidente de la Generalitat de Cataluña,
quiere poner en marcha con el respaldo de “una gran mayoría” (que no ha
cuantificado). La secesión de España, convocando un referéndum que no
permiten las leyes porque la soberanía del Estado reside en el conjunto
de la población y sólo ese censo puede ser convocado para una consulta,
fue escenificada con el gigantesco mosaico de la senyera
que no dejaba ver más allá de las cartulinas. Sin embargo, en la
multitud, no eran pocos en los que su rechazo se hizo patente. A muchos
se les impidió acceder al estadio del Camp Nou portando una bandera de
España. Otros, personas anónimas fueron más valientes y audaces: por ejemplo un hombre se vistió con una camiseta en la que aparecía la palabra
‘España’ y su escudo. Las multitudes dejan que el valor resalte aún más.
Como el que exhibió August Landmesser en 1936. En pleno auge del nazismo, este hombre decidió negar el saludo nazi. ¿Por qué? Durante la botadura de un buque de la marina alemana, una multitud de
personas se congregó en Hamburgo. Mientras todos levantaban su brazo
para hacer el saludo nazi, uno de ellos se quedó con sus brazos
cruzados.
Sin embargo, no fue hasta el año 1991 cuando una de sus hijas
identificó a este hombre como August Landmesser, un trabajador del
astillero de Hamburgo.
Landmesser tenía detrás una conmovedora y desgarradora historia para no realizar el saludo. Aunque fue del Partido Nazional-Socialista desde 1931 y hasta 1935, fue expulsado por haberse casado con una mujer judía, Irma Eckler.
Con ella tuvo dos hijas y fue por ello por lo que le metieron en la
cárcel por "deshonrar a la raza". De Irma, se cree que fue detenida por
la Gestapo y metida en la prisión de Hamburgo y sus hijas (Ingrid e Irene) separadas.
A Ingrid se le permitió vivir con su abuela materna, mientras que
Irene fue llevada a un orfanato y más tarde adoptada por una familia.
Una vez que Landmesser salió de prisión en 1941 fue enviado a la
guerra, aunque pronto se le declaró como desaparecido en combate y se le
dio por muerto, tal y como publica 'The Washington Post'.
En 1996 una de sus hijas, Irene, escribió la historia de su familia
con el fin de contar al mundo la desgarradora historia de su padre y su
madre y de cómo fueron separados por el régimen nazi. La suerte ha
querido que gracias a Internet su historia se haya recuperado de nuevo.
Dos historias diferentes, pero un común denominador: rebelarse contra los designios que impone la masa.