Sin
un gran fútbol, con orden y músculo, amén de un VAR desbarajustado, Francia
conquistó su segunda estrella al vencer a una combativa Croacia
Antonio Blanca
Luzhnikí,
en Moscú, se engalanó para acoger a la final del Mundial 2018. Desde el palco
verían la pelea entre Francia y Croacia Vladimir Putin (presidente de Rusia),
Gianni Infantino (presidente de la FIFA), Emmanuel Macron (primer ministro del
país galo), Kolinda Grabar-Kitarovic (homóloga balcánica), Mahamoud Abbas (presidente
de la Autoridad Nacional Palestina) o el emir catarí Sheikh Tamim Bin Hamad Al
Thani. Con ellos, todos los focos del planeta se posaron sobre el verde del
pomposo estadio emblema de la cita mundialista de este verano.
Sobre
el verde se desataría un duelo de estilos y de equipos versátiles. Didier
Deschamps no tocó nada y desplegó el habitual 4-2-3-1, con Pavard como
carrilero ofensivo, Pogba, Kante y Matuidi en el rol de trivote musculoso que
imponga el compás y con Griezmann y Mbappè en el papel de creativos. Presión,
rigor táctico y verticalidad era su receta para acomplejar al seleccionado de
Zlatko Dalic. Los balcánicos plagiaron en dibujo rival, con Modric adelantado
con respecto a Rakitic y Brozovic. Rebic y Perisic volverían a uniformarse de
extremos ortodoxos, con Mandzukic como punta. Su idea era portar la iniciativa
con posesión.
No
tardó el partido por la gloria en desnudar su esencia de filosofías
contrapuestas, los ajedrezados salieron con voluntad autoritaria de aglutinar
la pelota y el mando, con circulaciones horizontales, y a los gallos les bastó
con mantenerse concentrados, a la expectativa, aguardando el momento para
lanzarse al espacio de la espalda ajena. Eso sí, se demoraría el despegue del
ritmo, pues los dos escuadrones quemarían el prólogo tanteando el cálculo de
riesgos. Sólo las incursiones de Strinic y Vrsaljko se saltaron la página,
generando cierta inquietud antes del décimo minuto. Cuando se cruzó esa frontera,
'les bleus' achicaban en su campo.
Modric
y Rakitic se desperezarían pronto y con envíos profundos que, si bien no
localizaban remate certero, desestabilizaban a los franceses. Los novatos en
este distinguido evento no titubearon y se asociaban con convicción, salpicando
con presiones su labor sin pelota. Los favoritos quedaron constreñidos a emitir
pelotazos en su faceta atacante, dando trabajo en el cuerpeo a Giroud. Umtiti
sacó un centro venenoso de Perisic en el primer cuarto de hora, confirmando el
escenario. Los herederos de la generación capitaneada por Suker competían con
mayor soltura. Se notaba. Lo único de lo que adolecerían los aspirantes en su
ejercicio controlador era de lucidez en tres cuartos de cancha. Lloris no
estrenaría sus guantes.
Justo
después de la primera acción de desborde de Mbappè, la pegada impondría su ley.
Griezmann, que se inventó una falta en el pico del área, puso un centro tenso
que Mandzukic enviaría a sus propias redes, con Pogba en fuera de juego en la
trayectoria de la pelota (doble fallo). La diana en propia meta remarcó la
viabilidad del libreto de Dechamps: crecer desde el granítico repliegue y
amortizar las escasas opciones por el cauce de la calidad de su delantera.
Subasic no alcanzó a conjugar el enésimo tanto azul en el torneo por medio del
balón parado y de la presión de sus centrales en el juego aéreo.
Un
testarazo a las nubes de Vida, en falta lateral botada por Modric, supuso la
reacción automática de su sistema, que veía cómo se le alzaba una montaña a
pesar de sus merecimientos. Replicaría el orgullo croata con un robo
adelantado, centro de Mandzukic hacia el segundo poste y zurdazo al cielo de
Rakitic. La competitividad evidenciada en el campeonato (tres prórrogas y dos
tandas de penaltis) no devendría en un cambio de rictus a la personalidad de la
obra de Dalic. Adelantarían líneas, como en tantas otras veces. Caminando sobre
el abismo si las coberturas tras pérdida no amarraban a los velocistas
contrincantes. En el 28’ sobrevino otra maniobra espinosa de pizarra: falta
lanzada por Modric, cabezazos de Vraslkjo, Mandzukic y Vida, y recorte y
cañonazo cruzado y a las mallas de Perisic. El 1-1 empataba con justicia la
media hora inicial.
Respondieron
los galos activando presiones más continuadas, como si el descubrirse
vulnerables en la retaguardia les puso en alerta y brotara la ambición que no
habían planeado. De un balón en largo, desde su zaga, sacaron un córner cedido
por Vida. En el lanzamiento de Griezmann golpeó en la mano de Perisic. El
colegiado Pitana consultó con el VAR e indicó lo obvio: penalti. El jugador del
Atlético tomó la redonda y la responsabilidad y transformó la pena máxima,
engañando a Subasic. Ante el nuevo reto, en otra oda al máximo rendimiento,
Croacia trató de golpear con celeridad. Casi lo consigue, un nuevo envío
parabólico de Vrsajko cayó suelto y Rebic chutó, desde el punto de penalti, sin
conectar bien. Lloris atajó la tratativa.
Empero,
los balcánicos saldrían a flote, inaccesibles al desánimo. Modric puso en
órbita otra falta lateral en la que Mandzukic y Lovren rondaron al arco
francés. La valiente concatenación de centros se transformó en tormenta sobre
el área gala y Umtiti, Pogba, Varane, Pavard y compañía sufrieron para cerrar
la multiplicidad de cueros flácidos. Las segundas jugadas pertenecían a la
intensidad ajedrezada. La aproximación al entretiempo reivindicó el ardor
guerrero de los entrenados por Dalic y Vida perdonó el 2-2 en un testarazo
promocionado por otro córner cerrado. Los franceses, con su catenaccio de manual, ganaron el
descanso con la siguiente tarjeta: 39% de posesión, una ocasión y un tiro a
portería, por el 61% de cuota de balón y las siete llegadas contrincantes. Se
había vivido una síntesis del cambio de estilo que ha certificado este torneo.
La
reanudación echó a andar con una traca, Vrsaljko centró raso y con peligro en
la primera jugada, Griezmann respondió con un zurdazo desviado (después de que
Giroud bajara un pelotazo) y en el 48’ Mandzukic engatilló un zurdazo que forzó
a Lloris a volar. Croacia disparató el tempo, jugando el todo por el todo antes
de que el cansancio acumulado le hiciera mella. El lateral diestro del Atlético
chutaría sin éxito a continuación y Rebic y Perisic rebosaron a la espalda de
Lucas y Pavard. La circulación balcánica, nutrida por Modric y Rakitic, lucía
tan intensa como la actividad en pos de la recuperación precoz tras pérdida. Se
quemó el diapasón y una escapada de Mbappè, contenida por Subasic, redondeó un
intervalo volcánico y maravilloso del duelo. Casi impropio de una final de la
Copa del mundo.
Deschamps
leyó la situación, en la que su candado descubría grietas, y sentó a Kante (amonestado)
para incluir a N`Zonzi. Tempranero movimiento del seleccionador con la idea de
añadir centímetros y virar el pelaje del juego hacia lo anatómico. Aunque
sacrificara al elemento fundamental de su equilibrio táctico. Pero no se
congelaría el furor croata, con Perisic hiriendo a Pavard en cada incursión. Le
tocaba a los azules aguantar y, cuando más acuciada yacía su retaguardia,
Mbappè desahogó con un cambio de ritmo explosivo que estiró el campo.
Contemporizó, cedió para Griezmann, quien asistió para que Pogba, tras rechace,
batiera a Subasic con un zurdazo desde la frontal.
La
valerosa disposición de Dalic abría hectáreas por recorrer para la flecha del
PSG y lo pagaría. Tampoco disponía de otra opción. El caso es que en el dibujo
sufriendo desajustes por la filosofía atacante, Lucas desbordó a varios peones
en vuelo y conectó con Mbappè, quien controló en la frontal y encañonó un derechazo
raso que instauró el 4-1. Restaban 25 minutos y al pundonor balcánico se le
impuso el dilema de seguir presionando o guardarse. Ya que ante la merma de
fuelle propia (llegaban más desgastados a las dos áreas) podría sobrevenir un
sonrojo. Lloris regalaría algo de premio al sudor colorido rival, conectando un
despeje que rebotaría en Mandzukic para recortar distancia. Un error grosero de
un meta sobrio que entreabría una ventana para la esperanza del país de cuatro
millones de habitantes.
Dalic
lo tenía claro, sentó al agotado Rebic y dio entrada al mediapunta llegador
Kramaric. Esto es, escogieron seguir derrochando competitividad. Sin atender a
su espalda. El rocambolesco tanto del juventino insufló gasolina a la fe de los
aspirantes. Tolisso dio respiro a Matuidi en un ajuste que confirmaba la
concentración del cuerpo técnico galo. Pretendió batallar por la posesión y
romper el timón balcánico. No le saldría, ya que volverían a atrincherarse en
el cuarto de hora postrero. Únicamente la inteligencia de Griezmann, viniendo a
recibir y soltando, trompicaba el devenir.
Fekir
por Giroud y Pjaca por Strinic ahondarían en los presupuestos de cada técnico.
Croacia moriría sobre sus ideas, creando combinaciones y jugando en campo
francés de manera prolongada. La energía no les daría para filtras pases
verticales, quedando relegados al centro lateral. Aún así, Vrsaljko, Rakitic y
Perisic tirarían a palos en el respingo que defendió la dignidad de los
balcánicos. Y un zurdazo de Fekir clausuraría la exhibición de tino de una selección
francesa que alcanzó su segundo cetro Mundial repitiendo la fórmula que le
entregó la primera (la de 1998). París celebrará la conquista, pero Zagrev
también disfrutará su cuota de fiesta por la gesta histórica de haber competido
por el oro.