Aránzazu Gálvez
Tocado, no hundido, así está el Real Madrid a día de hoy, y
como no, el madridismo. El equipo merengue que ya había superado la despedida
de Raúl, Roberto Carlos, Zidane o Hierro, la de Casillas, Redondo, Ronaldo
Nazario o Figo, la del “Buitre”, Puskas y hasta la del mismísimo Di Stéfano, a
buen seguro que superaría la que, creo, es la más dura de todas las que este
club ha vivido en su historia: la de Cristiano Ronaldo.
Costará desde luego, sobre todo a corto plazo, ya que es
posible que no se vuelva a ver a otro Ronaldo, por lo que el Madrid de
Lopetegui habrá de coserse la gigantesca herida y hacer un equipo sólido que
aspire a minimizar lo que el ‘7’ deja de aportar al club, que es muchísimo.
Se marcha el mejor jugador de la historia reciente del Real Madrid
y, puede que sin el puede, el mejor delantero de la historia del fútbol
mundial. Deja el club más grande del planeta el jugador más grande que existe y
lo hace por más dinero que costó, nueve años después, con cuatro balones de
oro, cuatro Copas de Europa, ciento veinte asistencias y cuatrocientos
cincuenta y un goles. Más que cualquier otro porque, no tengan ninguna duda, no
ha habido otro igual.
Se marcha un genio del balón con el instinto goleador más
feroz que ha existido y, posiblemente sin el posible, jamás volverá a existir.
Se va del Real Madrid un animal competitivo que siempre quiso más y que
entendió que en este club el ayer ya no importa y que únicamente el hoy es lo
que marca la agenda. Deja la entidad más importante del panorama deportivo un
profesional intachable y el hombre sobre quien se ha cimentado un equipo de
leyenda. Decimos adiós a un jugador irrepetible que, sin embargo, creo que se
equivoca marchándose por la sencilla razón de que quien aspira a ser el mejor
jugador del planeta jamás debe conformarse con algo que no sea jugar en el
mejor equipo del universo.
En el fichaje de Cristiano todos ganan y todos pierden, por
muy difícil que eso parezca. La Juventus se lleva a un jugador descomunal, pero
paga por él ciento y pico millones de euros a sus treinta y cuatro años de
edad. El Madrid recibe más de lo que pagó hace diez años por un tipo
sobradamente amortizado, pero deja escapar a un emblema del club que le
aseguraba una cifra no menor de cuarenta goles por temporada. Y Cristiano gana
más dinero, más protagonismo y la posibilidad de conquistar un nuevo país tras
hacerlo con Inglaterra y España, sabiendo, eso sí, que se marcha de la mesa del
rey de reyes para sentarse en la de un príncipe italiano que aspira, con mucha
suerte, a ganar la tercera Copa de Europa de su historia.
Al madridismo a día de hoy, le queda la amarga despedida,
llorar la marcha del que ha sido buque insignia de una de las mejores
plantillas de la historia y agradecerle fervientemente todos los servicios
prestados. Queda el orgullo de haber visto jugar a Ronaldo y el placer de
volver a visionar todos sus goles: aquel de cabeza en la final de Copa, ese
otro en el Camp Nou tras asistencia de Ozil, los dos a la Juve en la final de
Cardiff, la maravillosa chilena en Turín… y tantos y tantos más.