jueves, 12 de julio de 2018

YA ES LEYENDA BLANCA

Aránzazu Gálvez

Tocado, no hundido, así está el Real Madrid a día de hoy, y como no, el madridismo. El equipo merengue que ya había superado la despedida de Raúl, Roberto Carlos, Zidane o Hierro, la de Casillas, Redondo, Ronaldo Nazario o Figo, la del “Buitre”, Puskas y hasta la del mismísimo Di Stéfano, a buen seguro que superaría la que, creo, es la más dura de todas las que este club ha vivido en su historia: la de Cristiano Ronaldo.

Costará desde luego, sobre todo a corto plazo, ya que es posible que no se vuelva a ver a otro Ronaldo, por lo que el Madrid de Lopetegui habrá de coserse la gigantesca herida y hacer un equipo sólido que aspire a minimizar lo que el ‘7’ deja de aportar al club, que es muchísimo.

Se marcha el mejor jugador de la historia reciente del Real Madrid y, puede que sin el puede, el mejor delantero de la historia del fútbol mundial. Deja el club más grande del planeta el jugador más grande que existe y lo hace por más dinero que costó, nueve años después, con cuatro balones de oro, cuatro Copas de Europa, ciento veinte asistencias y cuatrocientos cincuenta y un goles. Más que cualquier otro porque, no tengan ninguna duda, no ha habido otro igual.

Se marcha un genio del balón con el instinto goleador más feroz que ha existido y, posiblemente sin el posible, jamás volverá a existir. Se va del Real Madrid un animal competitivo que siempre quiso más y que entendió que en este club el ayer ya no importa y que únicamente el hoy es lo que marca la agenda. Deja la entidad más importante del panorama deportivo un profesional intachable y el hombre sobre quien se ha cimentado un equipo de leyenda. Decimos adiós a un jugador irrepetible que, sin embargo, creo que se equivoca marchándose por la sencilla razón de que quien aspira a ser el mejor jugador del planeta jamás debe conformarse con algo que no sea jugar en el mejor equipo del universo.

En el fichaje de Cristiano todos ganan y todos pierden, por muy difícil que eso parezca. La Juventus se lleva a un jugador descomunal, pero paga por él ciento y pico millones de euros a sus treinta y cuatro años de edad. El Madrid recibe más de lo que pagó hace diez años por un tipo sobradamente amortizado, pero deja escapar a un emblema del club que le aseguraba una cifra no menor de cuarenta goles por temporada. Y Cristiano gana más dinero, más protagonismo y la posibilidad de conquistar un nuevo país tras hacerlo con Inglaterra y España, sabiendo, eso sí, que se marcha de la mesa del rey de reyes para sentarse en la de un príncipe italiano que aspira, con mucha suerte, a ganar la tercera Copa de Europa de su historia.

Al madridismo a día de hoy, le queda la amarga despedida, llorar la marcha del que ha sido buque insignia de una de las mejores plantillas de la historia y agradecerle fervientemente todos los servicios prestados. Queda el orgullo de haber visto jugar a Ronaldo y el placer de volver a visionar todos sus goles: aquel de cabeza en la final de Copa, ese otro en el Camp Nou tras asistencia de Ozil, los dos a la Juve en la final de Cardiff, la maravillosa chilena en Turín… y tantos y tantos más.