Julio Candela
El croata Luka Modric, centrocampista del Real Madrid, ha
sido galardonado con el Balón de Oro al mejor jugador del Mundial de Rusia
2018. Modric, como le ocurrió el pasado Mundial de Brasil 2014 al argentino Leo
Messi, recibió el reconocimiento un tanto triste tras haber perdido la final,
ante Francia (4-2).
Kylian Mbappe, delantero del PSG autor de uno de los goles
franceses en la final, fue designado mejor joven del torneo, en tanto que
Thibaut Courtois fue elegido mejor portero. El guardameta belga no pudo recibir
el premio en el estadio Luzhniki ya que acabó el sábado su participación en San
Petersburgo, donde logró la tercera plaza al imponerse a Inglaterra. Al inglés
Harry Kane, máximo artillero de la competición, le ocurrió lo mismo.
El Mundial 2018 terminó por conciliar todas las opiniones en
torno a Luka Modric, que no pudo hacer suyo el imperio en Rusia por culpa de
una final torcida que le arrebató la poderosa Francia, pero que aún así fue
reconocido como el mejor del torneo.
A los 32 años, cerca de abordar el ocaso de su carrera
futbolística y posiblemente en su última Copa del Mundo, el líder de Croacia
erigió momentos para la historia y acaparó méritos. Pero no pudo culminar su
conquista.
Su imagen se pareció a la de Leo Messi en Brasil 2014.
Cuando tuvo que recoger el premio al mejor después de que Argentina perdiera la
ocasión de ser campeón tras caer con Alemania. Le sucedió igual a Modric. Un
consuelo individual y un desconsuelo mayor.
Ha necesitado el futbolista del Real Madrid, que en Moscú
rebasó a Dario Simic como el que más presencias en un Mundial ha evidenciado en
la historia del fútbol de su país, con un total de doce encuentros, casi tres
lustros como profesional para encontrar una recompensa particular en un evento
de tal calado.
No es habitual la pinta de perdedor que Modric y los suyos
arrastraron al término de la final sobre césped de Luzhniki. Luka, un ganador
de finales por naturaleza, fue superado en un partido lejos de sus previsiones
y distante de sus gustos.
Pocas cosas han resultado fáciles en la vida de Luka. Esta,
en el fútbol, no iba a ser una excepción. En cualquier caso, nada comparable a
las penurias por las que transitó su infancia, lejos del sosiego y la paz que
demanda un menor. Modric nació en una familia humilde, en una localidad cercana
a Zadar, y a una edad prematura tuvo que ejercer de pastor, cuidar cabras en la
montaña. Era de lo que vivían los suyos.
Vio la guerra de cerca, el drama bélico de los Balcanes por
su lado. Tuvo que huir lejos de aquello. De una parte a otra, de una ciudad a
otra. Vida de refugiado.
Plagado de estrellas a su alrededor Luka adopta una pose
discreta, sin el ruido que generan otros compañeros de club. Rastros reflejo de
una personalidad firme en la sombra y prudente en la escena, secuelas de sus
inicios. De cuando era dado de lado por su físico. Por bajito y flaco.
Al talento no le hace falta altura y Modric lo ha demostrado
en Rusia. El futbolista del Real Madrid ha dirigido a Croacia hacia la cota más
alta de su historia. A la orilla de un éxito bestial que alcanzan solo de vez
en cuando unos pocos elegidos.
Modric lidera el tramo final de la generación más gloriosa
del fútbol croata. La que en Rusia ha dejado atrás la mítica que lideró Davor
Suker, con Robert Prosinecki o Robert Jarni, que fijó el techo en el tercer
puesto logrado en Francia 1998.
El destino esquivó el momento de gloria para el fútbol
croata. Rusa 2018 será el Mundial de Francia, también el de Modric que en su
partido 113 como internacional con su país logró el reconocimiento total del
mundo del fútbol.