Se
despide un director deportivo -y seleccionador- en una mañana de domingo, en
pleno verano, con el Mundial aún por concluir y sin conferencia de prensa
conocida para exponer los motivos de lo que, al final, es una ruptura. Más o
menos amistosa, con mejor o peor forma, pero una ruptura. El comunicado es
elogioso con el técnico, incluso cercano, de un modo no muy diferente al que lo
fue Rubiales con Lopetegui en la comparecencia en la que le destituyó, hablando
de los valores deportivos y humanos del profesional pero, finalmente,
anunciando el fin de este camino. Hierro, como le ocurría a Lopetegui, nunca
fue del equipo del nuevo presidente sino parte de la herencia recibida, término
muy común en política y algo extraño para una federación que llevaba 28 años
bajo la misma batuta.
La
relación era profesional, pero distante. Rubiales no lleva ni dos meses en el
cargo y tampoco tenía espacio para maniobrar en la parcela deportiva con el
Mundial de Rusia echándose encima. Hierro y Lopetegui eran de otra época, y la
transición a lo nuevo fue dura desde el primer día, especialmente para el
director deportivo. Porque a los pocos días de llegar Rubiales, Hierro vio como
uno de sus principales apoyos en la casa recibía la rescisión de contrato. El
nuevo presidente atacó como prioridades las áreas de comunicación y márketing,
y en esta última cayó su director, Vicente Casado.
No
le gustó nada a Hierro ese movimiento, pues en Casado tenía un amigo y, de
algún modo, un aliado. Ambos se conocieron en el Málaga del jeque, cuando aún
tenía dinero y proyecto. El de Vélez era director deportivo, Casado director
general y ambos congeniaron mucho y trabaron amistad. Que Rubiales decidiese,
sin mucha consulta, destituir al dirigente, escamó a Hierro. Por el hecho en sí
y también por el mensaje que se mandaba sobre la institución y la valoración de
las capacidades profesionales de los ejecutivos.
Porque
además Casado, como le ocurría al propio Hierro, no era producto del villarismo
sino de la etapa posterior, con Larrea, en la que se vivió una transición
'light' con la entrada de algunos ejecutivos que, se creía, tenían prestigio
suficiente para ser de consenso. Casado, antes de desembarcar en la federación,
había sido jefe de relaciones externas de La Liga -no terminó amigablemente con
Tebas-, director general del Málaga, directivo en el master de tenis de Madrid
y, antes, en Francia, responsable de la fundación Platini y jefe de proyecto de
Le Tour de France du Sport Populair.
La
sustitución, a los pocos días de llegar Rubiales a la oficina llevó al cargo a
Rubén Rivera, que previamente había trabajado con el nuevo presidente en AFE y
había activado el patrocinio de la Copa Coca Cola, pero al que fuentes
conocedoras del sector señalan como un perfil inferior al de Casado que hasta
este momento no había tenido responsabilidades de esta altura. Es más, se llegó
a especular sobre la posibilidad de que llegase un jefe de departamento por
encima de Rivera, pero no llegó a aparecer. Al menos no de momento.
Aquello
escamó a Hierro que tomó distancia desde el primer instante. Claro que, del
mismo modo que le ocurría a Rubiales, el entonces director deportivo tampoco
tenía tiempo para cambiar demasiado las cosas. Llegaba el Mundial de Rusia y,
con él, el terremoto de Lopetegui. Hierro, como cualquier otro engranaje de la
federación, vivió el proceso con estrés, como no puede ser de otro modo cuando
la concentración previa al gran evento cuatrienal salta de repente por los
aires. A Hierro no le gustó la decisión de Lopetegui ni la manera de llevar a
cabo el anuncio, y de aquello quedó constancia en unas imágenes televisivas en
las que el director deportivo reprendía al entrenador.
Aceptó
la decisión del presidente y tomó las riendas de un banquillo que, solo unos
días antes, no veía como suyo. El Mundial salió como salió y desde el mismo
momento en el que acabó, en los penaltis contra el anfitrión, se asumió que no
seguiría como entrenador. Lo otro, la dirección deportiva, no estaba asegurado,
pero ni él quería seguir ni Rubiales pretendía mantenerle, pues no es uno de
los suyos y en poco más de un mes la convivencia ya había tenido los
suficientes altibajos como para pesar que esa entente no podía ser cordial.
El
vodevil de estas semanas ha tenido, además, una consecuencia inesperada en la
federación, y es que Luis Rubiales tendrá las manos libres para hacer suyo el
proyecto deportivo. Porque desde el principio tuvo claro que podría cambiar, y
cambiaría, toda la estructura institucional, comunicativa y comercial, pero en
principio los contratos señalaban que Lopetegui seguiría al menos dos años más,
como de hecho ambos rubricaron al desembarcar el nuevo presidente, y que Hierro
se mantendría supervisando el área deportiva. Ahora podrá aspirar a otros
nombres que sean propios y no heredados.
Este
lunes hay junta directiva de la federación y, en teoría, se analizarán nombres
para los dos puestos que han quedado vacantes. La planificación deportiva de
estas instituciones se ha demostrado imprescindible. Antes, hace años, era solo
tener un seleccionador, pero de un tiempo a esta parte equipos como Alemania,
Bélgica, Francia o Inglaterra, así como la propia España, han demostrado que
todo funciona mejor con una estructura sensata que trabaje el conjunto de las
categorías y acomode a los jugadores a la selección. Con un modo racional de
hacer las cosas, el que ejerció Hierro en su primera etapa en la casa, el
camino al éxito es más sencillo. Buscarlo es competencia de Luis Rubiales, que
no tenía pensado este cambio pero se lo ha encontrado por el camino.