Antonio Blanca
España
dijo adiós al Mundial en octavos de final tras caer ante la anfitriona (jamás
hemos ganado a uno) en la tanda de penaltis después de empatar a uno en el
tiempo de juego. Ignashévich en propia puerta en el minuto 12 adelantó a
España. Una mano infantil y torpe de Piqué al filo del descanso provocó el
penalti que transformó Dzyuba para igualar el marcador.
De
nuevo ante un muro defensivo de un rival que le regaló la pelota desde el
pitido inicial, España fue incapaz de generar peligro. Se recreó en el pase,
más de mil, pero sin velocidad ni verticalidad quedó atrapada en la frontal del
área ante una Rusia satisfecha de su papel contemplativo. Cero tiros en los
primeros cuarenta y cinco minutos (los primeros llegaron en el descuento obra
de Diego Costa) atestiguan el bloqueo español en ataque. Isco, solo el genio
del Real Madrid lo intentó por activa y por pasiva, pero fue imposible, él solo
contra un muro.
Llegó
España a este partido de octavos de final arrastrando tres problemas de la fase
de grupos: endeblez defensiva, concentración cuestionable y déficit anotador
ante rivales cerrados. Hierro buscó soluciones dando entrada a Nacho, Asensio y
Koke. Iniesta, Carvajal y Thiago, titulares ante Marruecos, verían el partido
desde el banquillo.
De
esos tres problemas, con Koke en el medio acompañando a Busquets, se logró
estabilizar los desajustes en la zaga. Pero a la vez, ese miedo a las contras
que tanto daño han provocado en la fase de grupos, congeló la velocidad del
pase. Asegurando que no hubiera fallo, España daba a Rusia el tiempo suficiente
para parapetarse. Falto de velocidad y desborde para atacar la telaraña
defensiva, España se enquistaba.
Sólo
el balón parado dio aire a España. Asensio, desde una falta lateral, convirtió
la pelota en una golosina enviada al corazón del área donde Ramos, ya cayendo
al suelo con Ignashévic, provocó que el defensa tocara la pelota lo suficiente
como para desviar la pelota al interior de la portería. Recién pasados los diez
minutos España lograba ponerse por delante.
El
tempranero gol en contra no cambió la estrategia rusa. Cherchesov tenía claro
su plan, esperar encerrada buscando una contra o un error. Y el error llegó. El
segundo de los problemas de España: la concentración. Así, en el minuto 41,
Piqué saltó para bloquear un remate de cabeza con las manos en alto. La pelota
acabó chocando en ese brazo en alto y Kuipers no lo dudó, penalti. Dzyuba desde
los once empataba el partido. Haciendo menos que nada, Rusia veía recompensada
su propuesta.
Con
el dominio total y absoluto de la pelota, quedó expuesto el tercero de los
problemas, la falta de gol. Cero tiros a puerta en los primeros cuarenta y
cinco minutos de partido. Mientras el estadio coreaba y se entusiasmaba con
cada balón largo lanzado a la nada por Afinkeev y con cada córner o saque de
banda que tenían los anfitriones, España se regodeaba con toque, toque y toque.
Del central al medio, del medio al media punta y de vuelta para atrás. Isco
gambeteaba y se asociaba, pero los jugadores se “autoanestesiaban” yendo a una
velocidad de trote cochinero. Jugar andando e incluso hasta parados.
Salvando
los estímulos de los dos goles, el partido fue en sí mismo una oda al sopor. Un
equipo entregado a la nada y otro incapaz de tirar a puerta. Hierro buscó
aprovechar a Iniesta con la zaga rusa cansada y el héroe de Johannesburgo entró
al borde del minuto 70 por un Silva desaparecido en combate. El canario, vital
en la fase clasificación, se marchaba del partido, y a la postre del Mundial,
con nula relevancia sobre el terreno de juego.
Ya
en el ochenta, fue Aspas el que relevó a Diego Costa. El gallego dio otro aire
a España y en esos diez minutos fue cuando mayor peligro se logró generar. Sin
embargo, las jugadas que abría Aspas en la banda para centrar se encontraban
con que no había rematador en el área. Precisamente, la conexión entre Aspas e
Iniesta fue la que protagonizó la mejor ocasión de España en la segunda mitad.
Si
los 90 minutos habían sido los más soporíferos del Mundial, la recompensa para
el espectador neutro fue tener treinta minutos más de prórroga. Más tiempo para
seguir igual, con el exponente de que Rusia ansiaba en esa situación los
penaltis. Hierro aprovechó la posibilidad de estrenar la nueva norma de la FIFA
con el cuarto cambio en caso de tiempo extra. Así, Rodrigo apareció en el campo
para sustituir a Asensio.
El
delantero del Valencia se inventó una ocasión haciendo algo que sorprendió a
propios y extraños, correr. Dejó atrás a su marcador con un amago y se
introdujo como un rayo en el área, su tiro fue rechazado por Afinkeev y el
rebote le cayó a Carvajal, que no acertó con su disparo en segunda instancia.
Recuperada
de la novedosa iniciativa del delantero, España volvió a chocar con el muro
ruso. El tiempo se agotó y la suerte de Rusia y España quedaba a expensas de
los penaltis.
Rusia
anotó los suyos. España, no. Koke, el tercer lanzador, erró su tiro, al igual
que Aspas en el quinto. España quedaba eliminada del Mundial en octavos de
final. De nuevo, cruzarse con la anfitriona resultó fatal. Un Mundial que se
torció 48 horas de nuestro debut ante Portugal con la inesperada, burda a la
par que absurda, presa de un ego supino y una necedad inmisericorde de Luis
Rubiales, que echó a Lopetegui, el hombre que llevó a España al Mundial
ganándolo todo merced a un ataque iracundo de soberbia, porque el entrenador
vasco había firmado por el Real Madrid, ni que eso fuere a entorpecer las
decisiones del seleccionador. Una decisión contraria al ánimo general del
vestuario, de sus jugadores, poniendo un parche con Hierro, que demasiado hizo
pues él no es entrenador, y que ha costado la participación en Rusia. Gracias
Rubiales.