lunes, 19 de diciembre de 2016

RONALDO HACE AL MADRID PENTACAMPEÓN

En la prórroga contra pronóstico toda vez que el Kashima sorprendió durante los noventa minutos al Madrid, el equipo de Zidane se alzó con el Mundial de Clubes FIFA

Antonio Blanca

El quinto cetro mundial de Real Madrid (segundo entorchado del moderno Mundial de Clubes) sintetizó todo el recorrido previo en este último trayecto que supuso la final. Porque el Madrid necesitó de un puñado de épica, del veneno resolutivo de su Balón de Oro, de una buena versión de Modric y Kroos y de la vertiente mágica de Benzema. Adoleció de su espíritu dominador de las dificultades para estirar la concentración en el tiempo y los problemas para vigilar la espalda tras cada pérdida. El Kashima alimentó su digna reputación planteando un laberinto (remontó el 1-0 inicial) que, finalmente, fue resuelto por el enrachado equipo de Zidane en la prórroga, para redondear la gloria abrazada en la 'Undécima'.

Repitió once el técnico francés, con Casemiro circundando a los interiores estrella y Lucas Vázquez acompañando a Benzema y Ronaldo. La inclusión de Sergio Ramos por Nacho resultó la única variante con respecto al duelo ante el América azteca (cuarto del torneo tras perder en los penaltis frente al Atlético Nacional) y la idea de fútbol del libreto de Zizou permanecía inalterable: la pelota debía ser jurisdicción madridista. Aunque el resultado de la ejecución variaría de lo ideado por el héroe de la 'Novena'.

La batalla empezó con una declaración de intenciones del conjunto local. Distaba, y mucho, su competitividad de aquellas giras asiáticas que inauguró el Madrid en el cambio de siglo. Los locales lanzaron presiones elevadas para ahogar la salida del Madrid, sin prejuicios y confiando en la velocidad de su retaguardia, confeccionando unos primeros minutos en los que el compromiso merengue domesticó el esfuerzo nipón por medio del control de la pelota. Con el centro del campo español (y Marcelo) gobernando se refrenó la primera ráfaga de ardor oponente y, cuando se asentaba el guión de dominio capitalino, Benzema hizo el primero.


Una larga combinación, prototípica de lo buscado e implementado con intermitente resultado, que empezó en la izquierda y finalizó en centro de Lucas desviado, cayó en la volea de Modric. El croata cruzó su intento, desde la frontal, y el meta nipón no atinó a atrapar esa liebre, ofreciendo un balón suelto para que el galo abriera el marcador a placer -minuto 8-. Estaba siendo mejor el favorito, propulsado por la calidad de sus piezas. Pero el duelo, encarrilado, no se cerraría tan pronto, ni mucho menos.

No amainó la exigencia anatómica y de precisión el Kashima, que mezclaba marcajes al hombre y amenazaba, sobre todo, por el frenesí de su contragolpe, apuntando a Marcelo y lo tardío de las ayudas que complicaron al carioca en fase defensiva. No perdió la disciplina táctica el club local con el golpe. Lo digirió con gallardía y provocó que Navas estrenara sus guantes en sendos centros laterales. La capacidad de ida y vuelta de los asiáticos, mostrada en las semifinales ante el campeón de la Libertadores, quedaba corroborada con su velocidad de repliegue tras pérdida y sus explosiones, todavia mitigadas en este trance.

La respuesta fue inmediata en un primer acto de pocos riesgos y mucha precaución por ambos bandos. En el 10, Ogasawara (organizador distinguido) encañonó desde larga distancia, muy cerca del travesaño. No se encerraron y salpicaron el sostenido control de la posesión española con continuadas circulaciones de balón que susurraban cambio de ritmo por los costados. Endo y el lateral Nishi aprovechaban la superioridad y apocaron la labor defensiva de un Marcelo con ayudas en diferido, hecho que ahondó en la acostumbrada suelta y entrega del ritmo y mando del partido que padece el claroscuro del desempeño colectivo madridista.

Por el contrario, la movilidad de Benzema se destacó por delante de sus compañeros. El francés ocupaba la mediapunta para inquietar, dividir, contemporizar o finalizar, con Ronaldo apostado en el frente del ataque, fuera de la dinámica y a la espera de recibir balones de calidad. Pero el flujo no sería frondoso. Vázquez lo probó sin éxito en el 14, después de una bella acción táctica de Kroos, que batió líneas en amague y conducción. Y Casemiro lanzó fuera de palos y desde larga distancia en el 24, cuando se confirmaba lo trompicado de la creación merengue.

A estas alturas, en torno a la media hora de final, la perenne intensidad asiática y su excelente ocupación de los espacios fueron equilibrando la relación de fuerzas y el soliloquio del mando de la posesión madridista se difuminó, si bien los nipones no inquietaban a la retaguardia visitante en estático. Sólo a través de la verticalidad, casi siempre tras robo y con el Madrid descompensado en su repliegue, localizarían rutas para intentar superar su impotencia en tres cuartos de cancha. Volvía a ceder metros y el esférico el líder de la Liga, que repetía la ejecución en vaivén en el timón de los enfrentamientos que, por otra parte, le ha traído hasta este peldaño. El lanzamiento de falta desviado de Ronaldo -minuto 30- y el chut de Modric que atajó el portero local -minuto 37-, fruto de una combinación dirigida por Benzema que pasó por Vázquez y Cristiano, significaron el bagaje ofensivo español hasta el descanso.

Había subido líneas el Kashima, cortocircuitando el ritmo lento que buscaba imponer un Madrid conforme con su ventaja. Y recogería lo cultivado el rebelde referente japonés sobre la hora. Antes de que los profesionales embocaran el tunel de vestuarios, Ramos falló en la vigilancia y proporcionó una contra postrera a los resistentes locales. La acción se desarrolló con centro desde la izquierda al que Varane no supo reaccionar (empañando su impecable actuación hasta entonces) y la pelota mórbida permitió a Shibasaki engatillar el empate. Únicamente le había faltado la finura en la concreción a un bloque serio y competitivo, que nunca quiso ser dominado.

El 10 nipón abrió un díptico legendario en términos de su nación, pues siete minutos después de la reanudación y en pleno ejercicio de jerarquía madridista, amortizó un despeje precario de Ramos y retrató la indecisión de la defensa visitante. En solitario, logró deshacer la emboscada tenue que le planteó la desbalanceada zaga y descerrajó un zurdazo soberbio que inutilizó la estirada de Navas para convulsionar la cita. Zigzagueó ante la mirada de cuatro obreros merengues y penalizó con efectividad la incipiente indolencia española, que sólo había un par de cabezazos inocuos de Ramos en acciones a balón parado.

Otra vez, como en tantas otras ocasiones, los de Chamartín se obligaban a remontar y coquetear con lo agónico. Pero, en el Estadio Internacional de Yokohama no estiraría la incertidumbre el conjunto capitalino para dar la enésima vuelta de tuerca a su mística, y en el 59 Benzema (el mejor madridista sobre el verde) ideó una pared que se tradujo en derribo a Lucas Vázquez en el área. Ronaldo asumió la responsabilidad y ejecutó la pena máxima condecorando sus fundamentos en el golpeo. El 2-2 se coló al encuentro de la base del palo. Inapelable. En el minuto 60 regresaron las tablas pero la inercia moldeó un duelo más radical en sus antagonismos.

Hasta el desenlace la pelota sería del Madrid y el púgil nipón renegaría del cuero, no concatenaría tres pases seguidos, para enclaustrarse en un cierre intensivo y arrinconado. Casi lo pagó con celeridad, un minuto después de encajar las tablas. Cayó en Ronaldo una recuperación en campo contrario y el portugués amagó, se granjeó espacio y chutó para el desvío del aquero local. Modric, Kroos y Marcelo volvieron a disfrutar de la batuta del juego y el sistema de Zidane inclinó el campo hacia la meta de Sogahata. Pero, a pesar de la acumulación de piezas y asociaciones en la frontal del área, Benzema parecía ser la única solución. El galo pintó un número de fintas sobre la línea de fondo para ceder al chut infructuoso de Marcelo.

Sobrevino el crepúsculo de la final con Endo avisando desde larga distancia para el desperezo de Navas. El riesgo a la espalda de la medular madridista recordó a los madrileños la vigencia de la amenaza en transición que sufría de apagar su rigor táctico. Marró Ronaldo un mano a mano fabricado por el control y pase excelsos de Benzema -minuto 80- al tiempo que los técnicos movieron sus banquillos. Fabricio sentó a Ogasawara (que fue de más a menos) y Zidane introdujo a Isco por Lucas Vázquez (cuya influencia iba en ascenso en el uno contra uno lateral). El recién entrado tocó a la puerta del éxito con un zurdazo desde la frontal que hizo volar a Navas, en un escorzo de póster. Daba aire el brasileño al esfuerzo defensivo prolongado de su equipo, y no sólo eso. El intento espoleó a los japoneses en un respingo postrero que Keylor sostuvo con una tapada fenomenal al mano a mano con Kanazaki.

Terminó agujereado el bloque español, que ni lograba hilvanar posesiones controladoras, ni avanzaba hacia posiciones de remate y tampoco evitó que su rival se filtrara hasta terminar los 90 minutos llegando al área merengue. En el entuerto en que se convirtió esta conclusión de una final equlibrada desde todo prisma, Ramos pudo (debió) ser expulsado al frenar una contra de forma ilegal cuando estaba amonestado. La polémica decisión arbitral traerá cola. Sin duda. Y Endo remató lejos del lateral de la red en la última acción, con el sistema de Zidane desorientado. Cedió metros nuevamente e Isco no enlazó las líneas y tampoco aseguró la complicidad de la posesión. Ganó el gigante la disputa de la prórroga y pese al hacinamiento de partidos sufrido por el Kashima en este torneo (cuatro partidos en 10 días), parecería que el tiempo extra se amoldaba mejor al fuelle local.

Se deshizo la cohesión merengue en la recta definitiva, desplazado de eje, alejado del esférico y concediendo algo más que metros a su rival. Modric y Kroos aparentaban transigir vacíos y el centro del campo, capital, se hundió. Quedaba por ver por qué cauce se decidiría el título. Si por la variante física o la técnica. Suzuki aportaría pulmones en sustitución de Doi mientras que Zidane se guardaba, todavía, las modificaciones.

Indicó el preparador galo en la breve charla del entrtempo la idoneidad de monopolizar la pelota con la misión de recobrar sensaciones y calma. Y así lo aplicó su once, que, a base de combinaciones controladoras encerró a la estructura local pero no detectó ventanas para acceder a remates. La circulación española se tornó eterna e intrascendente, con Isco tratando de ejercer de mediapunta y abrir entre líneas. Pero fue Benzema (quién si no) el asistente determinante. En la posición de 10 recibió, engañó al repliegue y cedió en ventaja para que Ronaldo reclamara su papel decisivo. Definió con clase el luso para desanudar la tensión y adelantar a un Madrid mejor.

Pero, una vez más, la reacción nipona resultó impactante. La tenacidad del campeón japonés sorprendió en una contra a la retaguardia visitante, con chut deviado de Fabricio y se estelló en el larguero tras un córner en lo que rozó un nuevo cataclismo. La velocidad en contragolpe y el balón parado, no era ya un parámetro escondido, eran las argucias preferidas por el irreverente contrincante asiático. Sin embargo, la pugna por el trofeo entró en el congelador en el minuto 104. A esa altura de cansancio, Ronaldo autografió su hat-trick embocando el 4-2 y reafirmando la preponderancia de la calidad.

El Balón de Oro se interpreta a través de sus números y, como en Milán, sus dianas sentenciaron una presea más para el palmarés de la entidad de Concha Espina. Resultó el portugués en MVP de una final que entendió el segundo tiempo de la prórroga como un trámite que permitió participar a Nacho, Morata y Kovacic. Pese al susto, salió a flote el campeón de Europa para cerrar un 2016 de particular (muchos episodios salvados con baile sobe el alambre) dominio. Y la racha de invictos sigue sumando fechas -nuevo récord al mejor inicio de temporada con 26 partidos imbatido mediante-. "Estábamos preparados para sufrir", confesó Zidane en el postpartido, repitiendo el mantra de la capacidad de sufrimiento que ha verbalizado desde que le entregaron el patronaje del trasatlántico. Y, visto el discurrir de los meses, sí lo estaban.