El
delantero centro abandonó el verano pasado el Real Madrid en busca de más
minutos en el Chelsea y ha acabado por ser suplente peligrando su presencia en
el Mundial de Rusia
Antonio Blanca
“Sentía que lo que yo necesitaba el Madrid no
me lo iba a dar. Se han dicho muchas cosas y puesto palabras en mi boca sobre
este tema y en realidad es todo mucho más sencillo. Yo tengo ahora 25 años y
quería jugar, tener continuidad... Este año hay Mundial... No es cuestión de
madurez, ya maduré cuando me fui a Italia, pero ahora buscaba algo que el
Chelsea sí me ha dado”. El fútbol, como la vida, da muchas vueltas, puedes
pasar del cielo al infierno cuando menos te lo esperas. Algo que parece haber
sufrido en sus propias carnes Álvaro Morata.
Tres
meses después de dejarle el entrecomillado inicial al diario El Mundo, es muy
posible que el delantero madrileño vea de otra manera su aventura en Londres. Con
él, el mundo en general. Porque, a decir verdad, se ha vuelto harto complicado
resolver la incógnita de Morata: ¿acertó despidiéndose del blanco y abrazando
el blue? Hay dos respuestas posibles.
Una, a día de hoy, por cada tramo del curso. Sin término medio posible.
La
primera de ellas, un sí. En julio de 2017, Morata decidió que se merecía ser el
'9' titular de un equipo de prestigio. Ya no le valían las medias tintas, como
en la Juventus (a pesar de un primer año notable). Ni mucho menos, vivir a la
sombra de los demás, como en su segunda etapa en el Madrid (quizás mereció más
de los que Zidane le dio). El Chelsea,
con 80 millones de traspaso de por medio, le ofrecía lo que quería, el foco más
absoluto. Además, con Antonio Conte como entrenador, el mismo que sacó más brillo
que nunca al jugador en Turín, ¿qué podía salir mal?
El
viento no tardó en soplar a favor de Morata. Primero, la salida de Diego Costa
dejó a Hazard como única competencia seria para él en la delantera. Después, el
inicio de la Premier le sonrió. Marcó en tres de las cuatro primeras jornadas y
se abonó a la titularidad. A finales de septiembre, llegó su momento de gloria
con tres goles al Stoke City y uno, en el segundo partido de la fase de grupos
de la Champions, ante el Atlético de Madrid.
Todo
parecía indicar que sí, Morata había hecho bien en volver a jugar fuera de
España. Era uno de los máximos goleadores de la liga inglesa, a la par que
insustituible en su nuevo equipo. Conte le definió como “el tipo de persona que querrías junto a tu hija” y se convirtió en
uno de los nombres propios de la selección gracias al protagonismo adquirido en
su club. Ni siquiera una lesión muscular sufrida en octubre pudo frenarle. Al
mes siguiente, aunque con menos gol, todavía era fundamental. Además, para
reforzar su decisión, su anterior equipo, el Real Madrid, deambulaba por la
Liga, dejándose puntos y sobre todo goles, con un Ronaldo falto de pólvora y un
nulo Karim Benzema (a día de hoy el ariete galo sigue sin aparecer).
Sin
embargo, a partir de diciembre todo cambió. El acierto de cara a portería
empezó a desaparecer por completo (Morata no marca desde el día 26 de ese mes),
al igual que las asistencias. El panorama sólo fue a peor con la llegada del
nuevo año. Una expulsión por doble amarilla ante el Norwich en la tercera ronda
de la FA Cup sentó las bases de la suplencia que ya empezaba a acompañar al ex
del Madrid. De hecho, no tardaría en convertirse, definitivamente, en su
hábitat natural.
La
espalda, y una extraña lesión en ella, terminaron por desquiciar a Morata. Tuvo
que causar baja entre finales de enero y principios de febrero. Debería haber
estado un mes alejado de los terrenos de juego, pero volvió antes de tiempo y
ya no era el mismo. Por tanto, su confianza quedó por los suelos, hasta Conte
habló de “problemas estúpidos” y de
que “en el banquillo no tienes esa
presión” que podría experimentar al ser su primera temporada completa como
jugador franquicia.
Morata
sólo ha jugado un partido entero (ante el Manchester United en Premier el 25 de
febrero) últimamente. Sus minutos han caído de forma vertiginosa: 29 ante el
West Bromwich, 20 ante el Hull City (FA Cup), siete ante el Barça en la ida de
octavos de Champions, 18 ante el Crystal Palace… y, la gota que colmó el vaso,
60 míseros segundos de juego ante el Manchester City hace escasos 10 días.
Está
claro que Hazard le ha comido la tostada (15 goles y 11 asistencias del belga
por los 12 y cinco del español). Pero para pero, Giroud, que llegó al Chelsea
con el cierre del mercado de invierno, también. Por lo tanto, Morata es el suplente
del suplente en estos momentos. No le salen las cosas y, por mucho que asegure
que es feliz en Londres, su plan de julio de 2017 se ha emborronado hasta casi
hacerse muy distinto al que él configuró.
Su
frustración salió a relucir de forma evidente en su último partido liguero, con
hasta tres episodios negativos, una tarjeta amarilla, aplausos irónicos al
árbitro y un manotazo involuntario al linier con el que le tiró su banderín. El
tríptico ejemplifica a la perfección el calvario que vive un Morata que, aun
con un físico que ya no le da guerra, ha perdido el beneplácito de Conte.
Da
igual que haya vuelto a entrenarse a un gran nivel. Las consecuencias de un
regreso tras lesión demasiado tempranero (motivado por el entrenador que ya no
le da galones) han sido fatales. Con el Mundial de Rusia cada vez más cerca, la
titularidad con España también empieza a peligrar para Morata. Puede que hasta
la presencia en el equipo nacional, más fallos (15) que aciertos en busca del
gol y sólo un tiro a puerta por encuentro.
Igualmente,
el madrileño no abandonó anoche la suplencia en el Camp Nou. Aunque la relación
de Conte con el resto de jugadores tampoco parece ser la mejor, quizá Morata
sea el hombre que más traicionado se sienta por el italiano. Se le está
poniendo cara de Fernando Torres (también costó una millonada al Chelsea y
apenas brilló allí; por otro lado, marcó un gol histórico para el equipo en
Barcelona) y, aunque su entrenador le augura “un buen futuro” londinense, no lo
tiene nada claro. El tiempo pasa, las dudas aumentan y él tampoco se quita de
la cabeza la maldita pregunta, ¿hizo bien en marcharse del Real Madrid?