Julio Candela
Los miles de aficionados barcelonistas, que accedían al Camp
Nou por las avenidas adyacentes al recinto culé y no serían suficientes para
colgar el cartel de ‘no hay billetes’, trataron de engalanar a su coliseo para
que se uniformara de ardor tras el doloroso resbalón sufrido en el Clásico. Se
planteaban, como también lo hicieron los profesionales, si la apnea de
rendimiento que desnudó las costuras del esquema del Barcelona ante su enemigo
íntimo se confirmaría como un espejismo, producto de la tesitura -amplio
colchón en la cima liguera y resaca de las septentrionales convocatorias
nacionales-, o constituía el refresco tangible de los fantasmas pretéritos de
complacencia y cansancio. No parecía una jornada propicia para albergar dudas
existenciales, pues se cruzaba el antagonista estilístico por excelencia, la
mejor defensa del Viejo Continente. Se desparramaba, de este modo, el segundo
duelo de altura en cinco días para los locales y el intercambio de inercias anatómicas
y psicológicas. Una deliciosa fiscalización mutua con la vista puesta en los
últimos peldaños de la élite del balompié internacional.
Luis Enrique Martínez, que maniobró desde la conclusión del
fiasco sabatino -negación automática de la derrota mediante- para acunar la
estabilidad mental de los suyos, escogió su lista nominal predilecta. La de
confianza. Iniesta y Rakitic abrigarían al sostén Busquets; Piqué y Mascherano
se ocuparían de salvaguardar el regreso de Ter Stegen; Alba y Alves efectuarían
la labor de ida y vuelta acostumbrada; y Messi, Neymar y Suárez habrían de
renovar su motivación y lucidez para afrontar el desafío granítico rojiblanco.
Buscaba Lucho alcanzar una reproducción aproximada de la fórmula monopolística
del control de la pelota, con circulaciones tan fluidas como amenazantes, para
golpear sobre el cauce familiar. Pero, además, debía el técnico asturiano
ajustar su estructura para no verse desguarnecido, con aspecto de líneas rotas,
ante un contendiente de asimilada estrategia a la merengue. La vigilancia tras
pérdida y el compromiso en labores de presión o repliegue, de todas las piezas,
cobraban tanta relevancia como la aplicación de veneno a cada ocasión
fabricada. La consistencia y la puntería padecerían un escrutinio notable de no
aclimatarse a la intensidad pronosticada. Proponer y, también, abrasar en robo
y salida, marcaban la hoja de ruta blaugrana.
Diego Pablo Simeone hubo de rehacer el guión sobre la
marcha. Savic, el sustituto de garantías de Giménez, no superó la prueba previa
al duelo y el canterano Lucas ascendía a la titularidad. Como pareja de Godín
–sano in extremis- en este baile de campanillas. Y el preparador argentino,
estudioso de sus rivales y las situaciones que les descubren como endebles,
imaginó un partido y eliminatoria largos y burbujeantes. Tradujo lo visto el
sábado y eliminó de su apuesta inicial el encierro pasivo. Sacó a Augusto de la
propuesta para incluir a Carrasco. En consecuencia, prescindió de equilibrio y
ganó valentía, con la diana inscrita en la espalda del Barça. En el
contraataque con sustento. Koke y Saúl trabajarían en la medular para apoyar a
Gabi, único pivote nato en liza, y con el fin de estirar al equipo en busca de
la efervescencia ideada, con Griezmann, el extremo belga y Torres como
adalides. Juanfran y Filipe copaban los laterales de un sistema permeable
(4-3-3, 4-4-2, 4-3-2-1 o 4-5-1) de cohesión interlineal innegociable. Anotar a
domicilio parecería ser la premisa de arranque, pero se susurraba un envite de
paciencia, rigor en las ayudas de retaguardia, astucia en el manejo de la
pelota y concreción en la cúspide. Necesitaba el bloque capitalino la mejor
versión de su ofensiva para no entregarse a un esfuerzo agónico de achique,
desprovisto de especialistas destructores centrales, de 90 minutos. La altura
de líneas y el brío posicional de sus carrileros delinearía la ambición
visitante en una disposición que, en ningún caso, pretendería exponerse.
Bajo el magnetismo del previsible duelo de juegos, quizá la
edición más elevada de la ancestral confrontación estilística que se puede
degustar en la actualidad, se alzó el telón. Lo hizo con un salto de página
precoz. Confirmó el esbozo valeroso el equipo del Cholo para acondicionar el
prólogo del enfrentamiento. Intercambiaron los púgiles ejercicios de presión
muy elevada, para reducir los espacios del oponente y castigar cada
imprecisión. El paisaje, rebosante de exigencia y ritmo, pronto asistió a la
transmutación de roles: el Atlético puso en práctica el estado de cocción del
enriquecimiento de la plantilla con calidad efectuado en verano, y sumó al
flexible orden defensivo que le es propio la pausa obligada para trazar
posesiones horizontales que amortiguaron el arranque catalán. Koke, Saúl, Gabi,
Filipe y Carrasco emergían como distribuidores y el Barça, que se veía fuera de
escena en el dictado del choque, no alcanzaba a presionar con lógica colectiva,
permitiendo a los visitantes crecer, sin pausa, en su vigor posicional. No sólo
esquivó la entidad madrileña el arrinconamiento sino que, además, situó al
gigante rival en una situación de pugna por el cuero. Una línea argumental del
todo inesperada.
Intercalaba el sistema de Simeone repliegues razonados en el
trabajo de laboratorio –Carrasco y Griezmann apoyaban a Filipe y Juanfran para
negar superioridades exteriores a Neymar y compañía, y Koke, Saúl y Gabi se
multiplicaban para colapsar el centro, con Torres como marcador de Busquets, en
un 4-5-1 de excelsa ejecución- con la subida de líneas. Este último punto
guardaba, como marca la teoría, el riesgo inherente a la calidad local. Si el
favorito superaba la primera ráfaga erosiva, los espacios se descubrían en
transición desde la medular. En esta fórmula surgió Iniesta como maestro de
ceremonias. Abrió fuego el manchego al romper en conducción, ceder a la
diagonal de Neymar, que atisbó a Messi en la banda contraria. El cuero llegó a
las botas del argentino, que se descubrió sin oposición y chutó desviado desde
media distancia -minuto 4-.
Trataba el Barça de manejarse en el escenario resbaladizo
mientras intentaba arrancar el monopolio de la pelota, y las ocasiones,
gestadas con cuenta gotas, se tornaron tangibles antes de la coherencia en el
juego. Lucía un mejor desempeño táctico el Atlético y el conjunto barcelonés
entremezclaba el escapismo y el temple, todavía sin identificar el ritmo. Los
visitantes conseguían anestesiar el mismo con circulaciones desprovistas de
ambición y contaminaban la tratativa culé. Pero, como en ocasiones precedentes
a lo largo de los dos últimos cursos, las opciones de remate catalanas no
tienen porqué verse acompañadas de la ortodoxia combinativa. Así aparecieron
los dos últimos remates antes de que la eliminatoria adivinara su punto de
inflexión. Neymar encaró a dos, marró Juanfran el despeje, y el carioca abrió
para el centro de Alba hacia el segundo poste. Messi, otra vez en soledad,
cruzó demasiado su volea -minuto 12-. A continuación, en el 18, Alves puso en
órbita un envío que ‘Ney‘ cabeceó por encima del larguero. Ambos avances
tomaron forma con el rocoso visitante adelantado.
No obstante, la asunción de riesgos acabaría por entregar la
razón a Simeone. Inauguró el sistema rojiblanco su repiqueteo a la meta de Ter
Stegen quemado el minuto 20. En el 22 tomó el esférico Griezmann en la frontal
para efectuar una acción individual que lamió el poste y en el 25 recogió la
cosecha del territorio abonado con anterioridad. A esta altura figuraba el
Barça replegado en su frontal, incómodo por la argucia contrincante. Una
combinación visitante brillante, vertical, llegó a la posición de Koke en la
mediapunta. El cerebro rojiblanco vio el desmarque de Torres, que ganó a Piqué,
y el punta batió por bajo a Stegen. Se adelantaba el Atlético como resultado de
la personalidad evidenciada. Hurtó el recorrido de partido previsto, tendente
al soliloquio catalán, en base a la variante táctica que conquistó el Bernabéu.
La campanada se establecía con rotundidad para extender el prisma dubitativo a
un Barça que no se asociaba bajo la velocidad ni la intención reclamados por el
duelo de este martes.
No mutó el aspecto la conversación en el intervalo posterior
al golpe capitalino, si bien el Atlético, toda vez hubo cumplimentado el
objetivo de anotar lejos de la Ribera del Manzanares, tendía a la cesión de
metros para agazaparse y abrazar el vértigo ante la probable estratagema de
redoble de corneta culé. En efecto, adelantó las líneas el hoy conjunto
estelado y se dispuso la ecuación del Cholo a exprimir la segunda parte del
plan: repliegue intensivo y paciente, en cancha propia, siempre dispuesto a la
deflagración en contragolpe. El centro de Torres al espacio que Griezmann
tradujo en un control sublime en escorzo y chut cruzado que Stegen envió a
córner, con una estirada de póster, no resultó anecdótico. La pelota se
pintaría de blaugrana y el peligro desplazaría su foco, con equidistancia,
entre el acierto combinativo local y la endeblez en la vigilancia del mismo
equipo. Esta llegada, en el minuto 31, no hacía más que subrayar el escenario
de rigurosa ejecución rojiblanca con el que se manejaba el primer pestañeo de
eliminatoria.
Pero el punto de inflexión nuclear anunciado no frenaría su paréntesis
decisivo en el tanto de El Niño. Con el delantero como protagonista extendido,
el árbitro, Felix Brych, dictaminó una decisión que condicionaría el resto de
envite, complicando la empresa madrileña sobremanera. El 9 goleador había visto
la amarilla por un derribo poco ortodoxo a Neymar en la salida azulgrana de
pelota con anterioridad y en los minutos consiguientes al 0-1 jugueteó con el
listón del colegiado, frenando los gambeteos rivales con zancadillas
explícitas. En la última que haría –minuto 35-, sobre Busquets, el colegiado
alemán entendió el contacto suficiente para significar la expulsión por doble
cartulina del foco clarividente de desahogo visitante. La acción no cortaba
contragolpe alguno, pero la reiteración le jugó una muy mala pasada al equipo
en ventaja. Falló Torres, sobreexcitado, al colocarse en una situación
fronteriza y la polémica interpretación arbitral, de piel muy fina, acabó por
revolucionar la lógica de la batalla. De inmediato, una patada consistente de
Busquets a Griezmann que no fue castigada con cartulina firmó la desconexión
transitoria de un Atlético deslizado, con uno menos y entregado ya al achique,
hacia la protesta y escaramuza, con el árbitro como desencadenante.
Recobró el pulso competitivo centrado en la pelota, aliñado
por los consejos desde la banda, y prosiguió el ejercicio de basculación
impecable el representante madrileño, que constriñó al Barça a buscar el envío
aéreo hacia su nueve, que estaba perdiendo el cuerpeo con Godín y Lucas. Sin
superioridades por banda y con los avances centrales enfangados por la
acumulación coordinada de obreros, Messi y Neymar yacían apagados. Tan sólo
Iniesta asumía la verticalidad y el desborde que deshiciera el devenir de una
trama replegada sobre sí misma. Una jugada individual del serpenteante Neymar,
que tumbó por reprís y potencia a Saúl y chutó a las nubes desde el pico del
área -minuto 45- condujo a los futbolistas a vestuarios. Había ganado el
descanso la solidez combativa del Atlético, pero el cansancio jugaría en ambas
direcciones, obligándoles a virar el esfuerzo defensivo hasta la épica con 45
minutos por delante. La victoria parcial se antojaba como la consecuencia
razonable de los merecimientos. Sin embargo pronto se tornaría en un hito su
manutención.
No se registraron sustituciones, pero sí modificaciones en
la charla. Luis Enrique alentó a los suyos para ordenar un repunte de
revoluciones que incendiara el ritmo y acomplejara la valentía posicional de un
rival mermado numéricamente. Y, antes de que se pusiera en práctica el libreto
general que haría posible, al fin, el monopolio blaugrana, quiso anticiparse y
sorprender, de nuevo, el irreverente club del Calderón. No remataron por poco
Griezmann ni Saúl el centro tenebroso y escopeteado de Carrasco. Amagó con la
subida de líneas el conjunto visitante, pero, con celeridad, encontró el Barça
el callejón por el que amainaría el brío oponente y tomaría el bastón de mando
del tempo. La tormenta desatada, plena de energía e hiperactividad con y sin
pelota, mostró la versión más reconocible del campeón de todo. Iniesta y Messi
se asociaban por el centro para abrir por los extremos. Negada la opción entre
líneas central –el Atlético ganó ese matiz también en inferioridad-, el perfil
de Alves se convirtió en el predilecto para el envío sistemático de centros o
el trazo de diagonales que conectaban con la mediapunta. Comenzó la llamarada
de exquisitez asociativa penalizando una pérdida de Carrasco, con el equipo
adelantado, que Iniesta convirtió en una terrible contra que Neymar culminó al
centrar al área. Messi frotó su lámpara y dibujó una chilena de seda que no
encontró palos de milagro –minuto 47-. Se abrió la puerta al paroxismo ofensivo
venidero.
Ascendió vatios el Barça, que encerró a su rival e impuso un
acelerón de ritmo que conectó con el lanzamiento al larguero de Neymar desde el
pico del área –minuto 51-. Se había desatado del amarre el equipo del Lucho,
que, entonces, estaba descolocando el repliegue de los colchoneros. Leyó
Simeone la situación e introdujo en la dinámica a Augusto, el elemento
equilibrador urgido por el pelaje que había adoptado el partido. Carrasco,
protagonista efectivo del respiro visitante en vuelo, cedió su escaño. Asumía
el segundo clasificado liguero que tocaba ceder terreno y exponer capacidad de
sufrimiento y agonía. No detectaba aire para respirar ni espacio para
contemporizar con balón el esquema del Cholo, y Neymar volvió a cabecear, sólo
y desde el centro del área. El centro de Rakitic que enlazó el testarazo del
brasileño para que Oblak atajara -minuto 54- añadió picante a la erosión.
Volaba la pelota al galope de los creativos catalanes y se resentía el orden
visitante. Dos minutos después fue Messi, en acción individual, el que
profundizó en el modelo. La Pulga cambió el ritmo, arrastró a tres marcadores y
disparó un puntiagudo envío raso que el meta esloveno sacó con dificultades.
Había virado hacia el centro, hacia la atribución del 10
Messi, y los secundarios se agolpaban ya en la frontal rojiblanca. Piqué y
Mascherano cerraban la estructura en cancha ajena, con Alba y Alves ejerciendo
de extremos. Sudó un cuarto de hora de sollozos el Atlético para aguantar el
tipo, pero las ayudas no llegaban a tiempo y las oquedades asomaban gracias a
las superioridades laterales. Neymar abrió boca en el 60 -recibió el cuero
desde el pico del área y lanzó su chut arquetípico para lamer el poste- y
Suárez, hasta entonces impedido por el buen hacer de Godín y Lucas, mordisqueó
el plato principal. El empate sobrevino por un centro de Alves hacia el segundo
poste que detectó un dos contra uno de Neymar y Alba con Juanfran. El lateral
cazó la volea y la dirigió, picuda, hacia el centro del área. El charrúa,
exponente mundial del asesino circunscrito al área, empujó el lanzamiento a la
red, apostado entre una nube de marcadores -minuto 62-. El grito de las tablas
retumbó en una tribuna extasiada por la frugalidad de los suyos, que destaparon
la paleta más alegre de su repertorio a tiempo.
Simeone ordenó a los suyos estirarse para sacudir el ahogo,
pero la pelota no conectaba con soltura con el descuelgue de jugadores
rojiblancos. Le costó al empequeñecido despliegue atlético vislumbrar el
horizonte, aunque su tesón en el achique cimentó un intervalo de oxígeno.
Rafinha entró por Rakitic, vaciado y menos dotado para el pase decisivo que el
brasileño, y completó el proceso de salida de la cueva el conjunto rojiblanco
gracias a la volea sin consecuencias de Griezmann, tras acolchar un balón largo
y granjearse espacio. Se avistaba el descenso de fuelle en ambos combatientes
al tiempo que Suárez arrancaba el rol protagónico de la trama. Antes de
consumar la remontada asestaría un golpe en el rostro de Filipe, complicando
aún más la actuación del colegiado. La agresión, clamorosa, fue interpretada
como simple tarjeta amarilla y, acto y seguido, en la siguiente llegada al
área, el cazador urugayo redondeaba su desempeño, esa suerte de optimización,
sin par, de las escasas oportunidades. Una circulación fulgurante realizada
entre Messi, Suárez y Alves, que coronó el centro del carioca, patrocinó el
cabezazo soberbio del charrúa a la red. Corría el minuto 73 y el Barcelona
clausuraba el sensacional impulso creativo con la mochila llena.
El partido se disparó hacia su desenlace con los valores
energéticos bajo mínimos. La claridad asociativa local nubló su discurrir y el
músculo visitante consiguió tejer la maltrecha red de ayudas. Ambos técnicos
dibujaron las disposiciones con las que querían dar carpetazo al primer acto de
cruce, y Thomas, Sergi Roberto y Arda Turan entraron en escena. Griezmann -gris
en ataque y empeñado en su labor en pos del colectivo-, Busquets –necesitado de
descanso después del trance frente a los cabezas de lista del fútbol madrileño
y cargado con amarilla- e Iniesta –nuevamente responsable del peso distributivo
de su ilustre centro del campo- resultaron los titulares sacrificados. Por
tanto, Luis Enrique afianzó su intento por asegurarse una mayor placidez con el
refuerzo de los pulmones que sostuvieran la vigilancia tras pérdida y la confianza
en la resfriada clarividencia del turco. Simeone, por el contrario, se guardaba
un as en la manga: el canterano africano, capaz de desplegarse en velocidad,
ejercería como el primer defensor del ánimo por eludir el encierro. Su físico
serviría para cultivar anestesia y salidas que congelaran el ritmo.
Y añadió una nueva muesca el Cholo para su currículum en el
epílogo del envite, de producción atacante bajo cero. Tras la última diana no
se registraron intentos. Thomas, lo que quedaba de Saúl, de Koke y de Filipe,
Augusto y Gabi soportaron los nublados avances catalanes y sembraron de
despejes, conatos de contragolpes y interrupciones la recta final de esta
interesante eliminatoria. La testimonial entrada de Correa por el interior
zurdo en el tiempo de descuento –se añadieron cinco minutos- cerró el 2-1 final
que, visto lo visto, repartió sinsabores por doquier. Fue mejor el Atlético
mientras mantuvo once jugadores sobre el verde pero vio sus presupuestos
contrariados de manera radical, hecho que rebajó su ambición y rendimiento
ofensivo; y se marchó el equipo de la Ciudad Condal con una ventaja inferior a
la deseada. Remontó durante el segundo acto pero no logró soltar la estela de
los fantasmas reverdecidos en el Clásico. Los guarismos explicitan lo cerrado
del cruce: la defensa menos encajadora de Europa cedió 21 acercamientos al área
pero sólo concedió cinco tiros a portería por dos lanzamientos propios. El 70%
de posesión azulgrana figura como anécdota condicionada de una eliminatoria que
viaja a la capital irresoluta. "Estoy tratando de pensar lo más posible
porque no puedo decir lo que pienso", afirmó Simeone, comedido, en sala de
prensa. Menos tímido se mostró Filipe Luis, que denunció en zona mixta que
"el Barça está protegido, se nota que hay un temblor a verle eliminado y
esto daña a la UEFA". El técnico del Barcelona, que explicó que "el
partido cambia a partir de la expulsión", se limitó a considerar que
"las he visto como todos los aficionados culés: clarísimas las dos
amarillas. Como todos los aficionados del Atlético habrán visto roja en las
entradas de nuestros jugadores". En cualquier caso, el enfrentamiento,
cumbre de la presente edición de la Liga de Campeones junto al Bayern-Juventus,
guarda todo el interés, y la acidez, para el segundo capítulo madrileño.