domingo, 3 de abril de 2016

EL MADRID TRIUNFA CONTRA TODO Y TODOS

Carlos de Blas

El delicado y sentido homenaje que el planeta futbolístico rindió a Johan Cruyff engalanó, del modo más idílico, el tributo al balompié que constituye un enfrentamiento entre Barcelona y Real Madrid en el presente lustro. Con el Camp Nou a rebosar cruzaban inercias y convicciones el líder y el tercer clasificado, en un duelo de entreguerras continentales, a pesar de que ambos contendientes se empeñaron en subrayar, en la previa, que el partido paraba el calendario per se. Como antiguamente. "Están como locos por jugar", aseguró el técnico local de sus pupilos. En efecto, la vuelta del 0-4 con que este duelo de enemigos íntimos abrió capítulo esta temporada desempolvaba la rivalidad ancestral que no conoce rotaciones, descansos ni objetivos ulteriores. El orgullo de cada bancada estaba en liza y eso parecía ser suficiente para que el planeta volviera sus pupilas hacia la enseña del fútbol español.

Luis Enrique escogió, con coherencia con la presunción de relevancia entregada al encuentro, a su once preferido. Rakitic e Iniesta sostenían y engrasaban un esquema solidificado por Busquets y coronado por Neymar, Messi y Suárez, que tenían ante sí otra opción de trascender con el Madrid como sujeto pasivo. Alves y Alba ejercerían de carrileros con Piqué y Mascherano guardando la calma de Bravo. Se trataba de reproducir el planteamiento de imposición de la posesión como anestesia y mordiente, sea cual sea el pedigree del oponente. Debía entregar tanta atención a la precisión de los envíos como a la presteza en labores de vigilancia tras pérdida, ante la presunta intención contragolpeadora de su rival. En este sentido, contemplaría el Lucho la oportunidad de ganar verticalidad en transición para jugar con la consistencia de los madrileños. El favoritismo culé no se escondía en la alineación nada especuladora y la filosofía de juego argumentaba tal acepción, sólo matizaba por el nivel de concentración sin pelota.

Zinedine Zidane pretendió testar su viraje en la elección nominal de inicio en un escenario de máxima exigencia. Suturó el técnico galo la inestabilidad merengue con la inclusión de Casemiro en los últimos partidos, desechando el frenesí ofensivo desequilibrado exigido por la trinchera de altavoz masivo. Con James e Isco en el banquillo (no jugarían ni un minuto), el destructor brasileño soltaría a Modric y Kroos para ganar bagaje posicional con y sin balón. Carvajal y Marcelo operarían como sus homólogos exteriores y Ronaldo, Benzema y Bale habrían de mostrar lucidez en ataque y entrega en defensa. Pepe y Ramos regresaban a escena para salvaguardar la valía de Navas. Quedaba por comprobar la intencionalidad de Zizou en la oposición al monopolio del cuero ajeno, la altura de su presión y los cambios a introducir con el paso de los minutos. Se descubría su obra ante el segundo examen contundente tras el resbalón ante el Atlético, esta vez, con menos que perder que su rival. La intensidad de todas sus piezas y la unidad coral disfrutaban de más vigencia que nunca en este viaje.

Se alzó el telón sobre el verde con el susurro de los guiones arquetípicos: el Madrid esperó en su campo, con línea de 4 en la medular que incluía a Bale en la faena defensiva, y el Barça no escondió, ni un segundo, su querencia de la pelota, acompañando este rasgo identitario de una presión elevada que comprometía la salida merengue. No obstante, una pérdida de Marcelo en la salida del juego, acuciado por la emboscada tirada por Rakitic, retrató el plan inicial en el precoz sobresalto sin remate. Reaccionó el tercer clasificado alzando líneas para granjearse un respeto posicional que redujo espacios en el trecho central de la cancha, asumiendo riesgos a la espalda, al igual que el homólogo local. La iniciativa catalana se antojaba horizontal al tiempo que el Madrid abrazaba la verticalidad tras robo.

La lectura blaugrana de intenso ahogo, que otorgaba oxígeno solamente a Casemiro y colapsaba el centro y a Marcelo, cortocircuitando la salida en estático visitante, complicó, con celeridad, la digestión madridista. No rebajó el pulso táctico el líder en el prólogo de una charla desprovista de precisión, pero el primer intento serio sobrevino gracias a la búsqueda de respuesta capitalina. Quiso ocupar por primera vez toda la cancha en labor defensiva el Madrid y la acción mostró la vigencia del enriquecimiento contraatacador que dispara las opciones del Barça: la presión visitante gestó un balón largo de Bravo en el que Suárez ganó el cuerpeo a Ramos y Neymar devolvió el balón para el error estrepitoso del charrúa en la resolución, a portería vacía -minuto 9-. Tocaba tierra, de este modo, el venenoso aviso del doblez vertiginoso azulgrana, capaz de golpear agazapado.

Avanzó el relato propulsado por un ritmo muy alto. La tensión competitiva en alza del Madrid, que ocupaba el tercio central, tratando de taponar los pasillos buscados por Messi, principal elemento de asociación interior con Rakitic e Iniesta, subía la exigencia. Se descolgaba el argentino desde la frontal para participar en la primera fase de elaboración combinativa, ejerciendo de 10. Pero Modric, Kroos y Casemiro se apoyaban en las red ayudas de la línea ofensiva, ganando tiempo en la pugna por las superioridades exteriores –Alves y Alba se adherían a la medular a perpetuidad- y afianzando la niebla entre líneas. Por el camino de su resistencia enganchó el club visitante un saque de falta puntiagudo de Modric al desmarque de Bale. El galés ganó a su par y centró al área para el esfuerzo, in extremis, de Mascherano. Asomaba, asimismo, la gravedad otorgada a los descuidos, también de los catalanes. Y rebatió el Barça estirando la incipiente comodidad rival con un balón largo que cayó en las botas de Suárez, que, a su vez, entregó el anhelado mano a mano a Neymar con Carvajal. El carioca atisbó la llegada de Iniesta, que chutó raso. Ramos repelió el intento en el centro del área -minuto 17-, confirmado lo intrincado de la producción ofensiva.

Messi estrenó su relación de chuts con el consiguiente lanzamiento de falta a una transición veloz, desde la frontal, que no encontró la madera. La ocasión, y el posterior error en la salida de pelota de Pepe, patrocinaron el advenimiento del respingo del Barça yRakitic dibujó un disparo ajustado a la cepa del poste para el vuelo certero de Navas. El control total del Barcelona en el mando del cuero y el tempo empezaba a abrir oquedades en el repliegue visitante. Parecería que el respeto inicial, tendente al centrocampismo, empezaba a resquebrajarse en pos de una mayor velocidad asociativa, que fiscalizaba la pretendida cohesión entre líneas capitalina. La pared entre Neymar y Suárez, que se tradujo en chut a las nubes desde la frontal del brasileño, anunciaba el foco protagónico elegido por Luis Enrique para horadar la actitud contemplativa del tercer clasificado. Cada uno contra uno logrado en la banda de Carvajal y desatendido por Modric o Kroos penalizaría de forma abrasiva a la supervivencia madrileña.

A esta altura, en el ecuador del primer acto, el escenario no admitía rebate: el Barça localizaba aristas en el plan de repliegue y salida de Zidane, ya fuera al espacio o en estático, y sólo un descenso de atención en la vigilancia tras pérdida indigestaría el cómodo devenir a los catalanes. Un slalom descontextualizado de Ronaldo, con recorte y chut desde el pico del área que sacó Bravo, y la posterior volea muy desatinada de Bale remarcaban los riesgos de la voluntad monopolística local. Soltaba parte de su sollozo en el repiqueteo continuo de pérdidas en el cortejo del cuero un Real Madrid que se veía satisfecho tras haber amortiguado el ardoroso arranque blaugrana. El más que posible penalti de Ramos a Messi, de genial maniobra en la frontal y en contragolpe con el Madrid levantando la altura de su defensa, constituyó el salto de página urgido por los visitantes.

Ganó empaque y confianza el conjunto merengue en un paréntesis trompicado de partido, trasformado, entonces, en una especie de guerra de guerrillas salpicada de fricciones anatómicas y del coherente rosario de amonestaciones, que desfiguró la relación de fuerzas y el ordenamiento previsto. Cedió metros el Barça para buscar un mordisco a la espalda del valiente movimiento posicional madrileño y el rigor táctico sufrió una severa enmienda ante la apertura de puertas y ventanas en transición y en ambas direcciones. En efecto, el viraje de la inercia se vio autografiada por la falta directa desde media distancia que Ronaldo envió fuera de diana -minuto 29-. No en vano, a un cuarto de hora del intermedio esbozaba el envite un reparto más equidistante de las sensaciones y el control de la situación. El ratio de pases por posesión catalán amainó para ganancia del equilibrio en la conversación. Modric, Marcelo y Casemiro emergieron para distribuir y anestesiar la línea argumental dominadora del líder. Así, el Madrid jugaba con la verticalidad de sus avances y padeció un trance ciertamente caótico la estructura de un Barça más descoordinado que de costumbre en fase defensiva. La sensación de amenaza del respingo de personalidad madridista hizo mella y eligió la orquestra afinada por Luis Enrique recobrar el respiro bajo su cauce, a través de la gestión pausada de la pelota, sin mayor ambición que la composición de lugar y roles.

La energética disposición de los peones madridistas en labores de cierre, con destacada brega de Bale, negó al Barça el frenesí combinativo buscado en cancha ajena, cercenando los agujeros laterales a explotar por Neymar y Messi, y abonó el terreno para recoger un camino hacia vestuarios en trayectoria ascendente. El baile en el centro del campo lucía igualdad, más de la esperada, con el esquema ideado por Zidane creciendo con balón, catapultado por la seguridad en el achique coral. La mejor versión de la era del técnico galo sin pelota alcanzó a arribar en la Ciudad Condal, para congelar el magnetismo del campeón de todo e inquietar a la meta de Bravo con aceleradas combinaciones concretadas, sólo, en una volea al cielo de Benzema desde el punto del penalti –minuto 42-. Andrés Iniesta asomaba como la única figura que escapaba de la acumulación de peones dispuesta por la expedición madridista, pero Casemiro prosiguió su acopio de legitimidad, bien abrigado por el resto de piezas, para frenar el ingenio manchego. La volea infructuosa desde el pico del área obra de Alves y el chut desde media distancia y muy desviado de Rakitic –minuto 44- clausuraron un primer tiempo de justas tablas, en el que el Madrid se zafó de la trampa barcelonesa con un ejercicio de comprometido escapismo.

 La reanudación asistió a una salida más intensa del Barcelona, como si hubiera acometido el refresco de la vehemencia en sus parámetros de fútbol, y volvió a alzar la presión y a tratar de imponer a su agrandado rival el guión que le es favorable. En consecuencia, el partido sufrió una convulsión en sus revoluciones que pilló algo fuera de eje al Madrid. Así, el derribo de Ramos a la genial gestión física de Suárez –que pudo suponer la segunda amarilla al central- que confluyó en el lanzamiento de falta desviada de Messi -minuto 48- abrió fuego. Pero se desplegó con rapidez la reacción visitante, que volvió a percutir en el pretendido soliloquio local por la vía del contragolpe rápido. Benzema no supo sobreponerse a la marca de un Piqué soberbio en el cierre en el primer acercamiento merengue, que rememoró el paradigma global de incertidumbre del duelo.

Tomó altura el intercambio de argucias, con Neymar fuera de escena, desnudando el ajuste escogido por Luis Enrique con el fin de socorrer la maltrecha labor de vigilancia tras pérdida de los suyos. Rakitic, Busquets y Alves alternaban coberturas para negar la salida al Madrid por el perfil de Marcelo y los culés aceleraban sus combinaciones, con más verticalidad, para arribar, ahora sí, de manera sostenida a la meta defendida por Keylor Navas. Reclamó Messi el foco, más con chispazos aislados en este combate, imaginando una vaselina de seda, sin espacios y desde la frontal, que el gato ‘tico’ sacó con una estirada de foto. Dicho acto artístico nació de la primera asociación fluida entre los componentes del tridente, que entregó la asistencia a Suárez y el chut a La Pulga -Minuto 55-. No había retomado el temple con balón el arrinconado tercer clasificado, que acumulaba suspiros en despejes a saque de esquina. Precisamente, su fenomenal cierre en juego provocó que el peligro y el gol locales arribaran a balón parado. Sería el córner botado por Rakitic y cabeceado, en soledad, por Piqué –minuto 56- el desencadenante del grito de la tribuna. El central ganó la partida a Pepe y las marcas no cambiaron de forma automática para que el zaguero ajustara su testarazo a la red. Recogía su botín el repunte catalán por una vía accesoria.

El tanto inaugural no cambió el rictus ordenado de los merengues, que seguía entregado a su esquema de robo y salida. Aflojó revoluciones el Barça con la ventaja en el electrónico, de forma coyuntural y, finalmente, como tendencia hasta el 90, y los pupilos de Zidane supieron manejarse con solvencia en repliegue para encontrar los espacios para evolucionar y terminar por cambiar el cariz del enfrentamiento en el tramo final. Empezó el renacimiento el bloque visitante con una exhibición de pegada. La contra al galope de Modric, que Marcelo convirtió en peligro gracias a un número de desborde técnico que sentó a Piqué, abrió las suturas locales. El brasileño, desatado de la encerrona ideada por Luis Enrique y capital en el segundo acto efervescente madrileño, cedió para el centro de Kroos. Benzema, apostado en el centro del área, embocó una media chilena que significó las tablas en el minuto 63.

A partir del punto de inflexión, que no resultó ser el empate sino el tanto local que evocó cierta desconexión blaugrana, el físico capitalino comenzó a dictar el tipo de desenlace. La enfangada producción del centro del campo dirigido por el Lucho no superaba la horizontalidad a pesar del despliegue de sus laterales. Y el balance tras pérdida posterior a la primera presión desnudaba los fantasmas que afligieron a este equipo colosal en temporadas precedentes. Por la vía de la transición tras robo surgió el gobierno de Modric y Marcelo, secundados por Carvajal -excelso secante de 'Ney' con fuelle para suponer una amenaza-, Casemiro y Kroos, para arrebatar el tempo a los locales y mutar la calma dominadora oponente en un duelo de ida y vuelta que provocaba el sufrimiento de las líneas del Barcelona, con Busquets superado. El cerebro croata del Madrid sacó otra contra que dirigieron Benzema y Bale para el remate ajustado del galés y atajada de Bravo –minuto 67-. Tan sólo un centro muy bombeado de Alves que Messi transformó en dejada para la volea, sucia, de Suárez, que se marchó fuera mansamente, ofrecía fruto a la inocua circulación culé.
  
Decidió, entonces, Luis Enrique ir a por el partido redoblando la apuesta por la ortodoxia de defensa a través de la posesión. Sacrificó los pulmones de un Rakitic esfumado para dar entrada a Arda Turan, presunta herramienta de desatasque y alimento de la delantera que no escapó de su desfase para con la pauta de su equipo, situación que arrastra todo el curso. Arriesgó el técnico asturiano a su espalda sin atender al escenario de sufrimiento tras pérdida, y acabaría pagándolo muy caro. Zidane escogió a Jesé y Lucas Vázquez para dar descanso al clarividente Benzema y a un notable Bale, y ambos equipos afrontaron el último cuarto de hora con los roles y el reparto de gasolina bien definidos. Leyó el preparador francés la ruptura del duelo y prescindió, con acierto, de James e Isco.

Un pase de terciopelo de Messi a la espalda de la zaga oponente que Suárez disfrazó de cuadro con una deliciosa volea angulada, que lamió el poste más alejado, entregó la razón al movimiento del preparador local, pero no suponía más que un espejismo. Respondió con rapidez el Madrid a través de la enésima contra dictada por Marcelo que Ronaldo colocó en la cabeza de Bale. El galés remató a la red pero el colegiado anuló el tanto por presunta falta del británico sobre Jordi Alba. A continuación disparó el brasileño otra transición sin oposición que, en esta ocasión, resolvió Ronaldo en solitario con un lanzamiento a la cruceta desde el pico del área. Se desataba el mejor tramo del partido de un Real Madrid que supo sufrir como colectivo –la mejor cara de la segunda vuelta- para, desde la solidez, afrontar el asalto del coliseo de su antagonista de forma decidida. Alba y Alves, nombres ejemplificadores del estadio colectivo, veían comprometido su rendimiento al encontrarse en plena indecisión: no sumaban en ataque y no llegaban a tiempo para amarrar a Ronaldo y Bale, siempre dispuestos para el duelo individual.


Se atravesó la merecida expulsión de Ramos, infantil, por falta sobre Suárez, víctima del pique con el uruguayo, en el centro del campo. Se quedaba con 10 jugadores el bloque visitante a siete minutos del final. Sin embargo, encontró, de inmediato, la optimización de sus recursos subido en la inercia del duelo. En vuelo volvió a señalar el Madrid la desorganización de la retaguardia local para lanzar el contraataque definitivo, que concluyó en un centro parabólico de Bale que Alves no acertó a despejar en el segundo poste y Ronaldo -decisivo, de nuevo, para placidez de su hinchada- convirtió en el 1-2 utópico para las casas de apuestas. Tocaba techo la fórmula con que Ancelotti ganó el primer Clásico a Luis Enrique en la pasada temporada (3-1, en el Bernabéu) para frenar la racha de imbatibilidad catalana al borde del récord del Nottingham Forest -39 partidos consecutivos sin doblar la rodilla-. La agonía catalana no llegó a buen término con la producción ofensiva bajo mínimos y se confirmó las catarsis merengue en el mejor escenario posible. La cima de la Liga sigue lejana para los capitalinos -siete puntos-, pero el triunfo de este sábado descubre la potencialidad del vestuario madridista si media el compromiso. La Liga de Campeones tomará el relevo del campeonato doméstico con síntomas de reconstrucción de la candidatura blanca y un ejercicio de desnudez de las flaquezas del gallo barcelonés. Los guarismos finales -68% de posesión catalana pero relación de 14 llegadas al área por barba y victoria madrileña en remates a puerta por tres a seis- entregaron la razón al vestuario puesto en entredicho. La intensidad regresó para plantar bandera y encarar la recta final de año con otro aire.