Carlos de Blas
El delicado y sentido homenaje que el planeta
futbolístico rindió a Johan Cruyff engalanó, del modo más idílico, el tributo
al balompié que constituye un enfrentamiento entre Barcelona y Real Madrid en
el presente lustro. Con el Camp Nou a rebosar cruzaban inercias y convicciones
el líder y el tercer clasificado, en un duelo de entreguerras continentales, a
pesar de que ambos contendientes se empeñaron en subrayar, en la previa, que el
partido paraba el calendario per se. Como antiguamente. "Están como locos
por jugar", aseguró el técnico local de sus pupilos. En efecto, la vuelta
del 0-4 con que este duelo de enemigos íntimos abrió capítulo esta temporada
desempolvaba la rivalidad ancestral que no conoce rotaciones, descansos ni
objetivos ulteriores. El orgullo de cada bancada estaba en liza y eso parecía
ser suficiente para que el planeta volviera sus pupilas hacia la enseña del
fútbol español.
Luis Enrique escogió, con coherencia con la presunción de
relevancia entregada al encuentro, a su once preferido. Rakitic e Iniesta
sostenían y engrasaban un esquema solidificado por Busquets y coronado por
Neymar, Messi y Suárez, que tenían ante sí otra opción de trascender con el
Madrid como sujeto pasivo. Alves y Alba ejercerían de carrileros con Piqué y
Mascherano guardando la calma de Bravo. Se trataba de reproducir el
planteamiento de imposición de la posesión como anestesia y mordiente, sea cual
sea el pedigree del oponente. Debía entregar tanta atención a la precisión de
los envíos como a la presteza en labores de vigilancia tras pérdida, ante la
presunta intención contragolpeadora de su rival. En este sentido, contemplaría
el Lucho la oportunidad de ganar verticalidad en transición para jugar con la
consistencia de los madrileños. El favoritismo culé no se escondía en la
alineación nada especuladora y la filosofía de juego argumentaba tal acepción,
sólo matizaba por el nivel de concentración sin pelota.
Zinedine Zidane pretendió testar su viraje en la elección
nominal de inicio en un escenario de máxima exigencia. Suturó el técnico galo
la inestabilidad merengue con la inclusión de Casemiro en los últimos partidos,
desechando el frenesí ofensivo desequilibrado exigido por la trinchera de
altavoz masivo. Con James e Isco en el banquillo (no jugarían ni un minuto), el
destructor brasileño soltaría a Modric y Kroos para ganar bagaje posicional con
y sin balón. Carvajal y Marcelo operarían como sus homólogos exteriores y
Ronaldo, Benzema y Bale habrían de mostrar lucidez en ataque y entrega en
defensa. Pepe y Ramos regresaban a escena para salvaguardar la valía de Navas.
Quedaba por comprobar la intencionalidad de Zizou en la oposición al monopolio
del cuero ajeno, la altura de su presión y los cambios a introducir con el paso
de los minutos. Se descubría su obra ante el segundo examen contundente tras el
resbalón ante el Atlético, esta vez, con menos que perder que su rival. La
intensidad de todas sus piezas y la unidad coral disfrutaban de más vigencia
que nunca en este viaje.
Se alzó el telón sobre el verde con el susurro de los
guiones arquetípicos: el Madrid esperó en su campo, con línea de 4 en la
medular que incluía a Bale en la faena defensiva, y el Barça no escondió, ni un
segundo, su querencia de la pelota, acompañando este rasgo identitario de una
presión elevada que comprometía la salida merengue. No obstante, una pérdida de
Marcelo en la salida del juego, acuciado por la emboscada tirada por Rakitic, retrató
el plan inicial en el precoz sobresalto sin remate. Reaccionó el tercer
clasificado alzando líneas para granjearse un respeto posicional que redujo
espacios en el trecho central de la cancha, asumiendo riesgos a la espalda, al
igual que el homólogo local. La iniciativa catalana se antojaba horizontal al
tiempo que el Madrid abrazaba la verticalidad tras robo.
La lectura blaugrana de intenso ahogo, que otorgaba
oxígeno solamente a Casemiro y colapsaba el centro y a Marcelo,
cortocircuitando la salida en estático visitante, complicó, con celeridad, la
digestión madridista. No rebajó el pulso táctico el líder en el prólogo de una
charla desprovista de precisión, pero el primer intento serio sobrevino gracias
a la búsqueda de respuesta capitalina. Quiso ocupar por primera vez toda la
cancha en labor defensiva el Madrid y la acción mostró la vigencia del
enriquecimiento contraatacador que dispara las opciones del Barça: la presión
visitante gestó un balón largo de Bravo en el que Suárez ganó el cuerpeo a Ramos
y Neymar devolvió el balón para el error estrepitoso del charrúa en la
resolución, a portería vacía -minuto 9-. Tocaba tierra, de este modo, el
venenoso aviso del doblez vertiginoso azulgrana, capaz de golpear agazapado.
Avanzó el relato propulsado por un ritmo muy alto. La
tensión competitiva en alza del Madrid, que ocupaba el tercio central, tratando
de taponar los pasillos buscados por Messi, principal elemento de asociación
interior con Rakitic e Iniesta, subía la exigencia. Se descolgaba el argentino
desde la frontal para participar en la primera fase de elaboración combinativa,
ejerciendo de 10. Pero Modric, Kroos y Casemiro se apoyaban en las red ayudas
de la línea ofensiva, ganando tiempo en la pugna por las superioridades
exteriores –Alves y Alba se adherían a la medular a perpetuidad- y afianzando
la niebla entre líneas. Por el camino de su resistencia enganchó el club
visitante un saque de falta puntiagudo de Modric al desmarque de Bale. El galés
ganó a su par y centró al área para el esfuerzo, in extremis, de Mascherano.
Asomaba, asimismo, la gravedad otorgada a los descuidos, también de los
catalanes. Y rebatió el Barça estirando la incipiente comodidad rival con un
balón largo que cayó en las botas de Suárez, que, a su vez, entregó el anhelado
mano a mano a Neymar con Carvajal. El carioca atisbó la llegada de Iniesta, que
chutó raso. Ramos repelió el intento en el centro del área -minuto 17-,
confirmado lo intrincado de la producción ofensiva.
Messi estrenó su relación de chuts con el consiguiente
lanzamiento de falta a una transición veloz, desde la frontal, que no encontró
la madera. La ocasión, y el posterior error en la salida de pelota de Pepe,
patrocinaron el advenimiento del respingo del Barça yRakitic dibujó un disparo
ajustado a la cepa del poste para el vuelo certero de Navas. El control total
del Barcelona en el mando del cuero y el tempo empezaba a abrir oquedades en el
repliegue visitante. Parecería que el respeto inicial, tendente al
centrocampismo, empezaba a resquebrajarse en pos de una mayor velocidad
asociativa, que fiscalizaba la pretendida cohesión entre líneas capitalina. La
pared entre Neymar y Suárez, que se tradujo en chut a las nubes desde la
frontal del brasileño, anunciaba el foco protagónico elegido por Luis Enrique
para horadar la actitud contemplativa del tercer clasificado. Cada uno contra
uno logrado en la banda de Carvajal y desatendido por Modric o Kroos
penalizaría de forma abrasiva a la supervivencia madrileña.
A esta altura, en el ecuador del primer acto, el
escenario no admitía rebate: el Barça localizaba aristas en el plan de
repliegue y salida de Zidane, ya fuera al espacio o en estático, y sólo un
descenso de atención en la vigilancia tras pérdida indigestaría el cómodo devenir
a los catalanes. Un slalom descontextualizado de Ronaldo, con recorte y chut
desde el pico del área que sacó Bravo, y la posterior volea muy desatinada de
Bale remarcaban los riesgos de la voluntad monopolística local. Soltaba parte
de su sollozo en el repiqueteo continuo de pérdidas en el cortejo del cuero un
Real Madrid que se veía satisfecho tras haber amortiguado el ardoroso arranque
blaugrana. El más que posible penalti de Ramos a Messi, de genial maniobra en
la frontal y en contragolpe con el Madrid levantando la altura de su defensa,
constituyó el salto de página urgido por los visitantes.
Ganó empaque y confianza el conjunto merengue en un
paréntesis trompicado de partido, trasformado, entonces, en una especie de
guerra de guerrillas salpicada de fricciones anatómicas y del coherente rosario
de amonestaciones, que desfiguró la relación de fuerzas y el ordenamiento
previsto. Cedió metros el Barça para buscar un mordisco a la espalda del
valiente movimiento posicional madrileño y el rigor táctico sufrió una severa
enmienda ante la apertura de puertas y ventanas en transición y en ambas
direcciones. En efecto, el viraje de la inercia se vio autografiada por la
falta directa desde media distancia que Ronaldo envió fuera de diana -minuto
29-. No en vano, a un cuarto de hora del intermedio esbozaba el envite un
reparto más equidistante de las sensaciones y el control de la situación. El
ratio de pases por posesión catalán amainó para ganancia del equilibrio en la
conversación. Modric, Marcelo y Casemiro emergieron para distribuir y
anestesiar la línea argumental dominadora del líder. Así, el Madrid jugaba con
la verticalidad de sus avances y padeció un trance ciertamente caótico la
estructura de un Barça más descoordinado que de costumbre en fase defensiva. La
sensación de amenaza del respingo de personalidad madridista hizo mella y
eligió la orquestra afinada por Luis Enrique recobrar el respiro bajo su cauce,
a través de la gestión pausada de la pelota, sin mayor ambición que la
composición de lugar y roles.
La energética disposición de los peones madridistas en
labores de cierre, con destacada brega de Bale, negó al Barça el frenesí
combinativo buscado en cancha ajena, cercenando los agujeros laterales a
explotar por Neymar y Messi, y abonó el terreno para recoger un camino hacia
vestuarios en trayectoria ascendente. El baile en el centro del campo lucía
igualdad, más de la esperada, con el esquema ideado por Zidane creciendo con
balón, catapultado por la seguridad en el achique coral. La mejor versión de la
era del técnico galo sin pelota alcanzó a arribar en la Ciudad Condal, para
congelar el magnetismo del campeón de todo e inquietar a la meta de Bravo con
aceleradas combinaciones concretadas, sólo, en una volea al cielo de Benzema
desde el punto del penalti –minuto 42-. Andrés Iniesta asomaba como la única
figura que escapaba de la acumulación de peones dispuesta por la expedición
madridista, pero Casemiro prosiguió su acopio de legitimidad, bien abrigado por
el resto de piezas, para frenar el ingenio manchego. La volea infructuosa desde
el pico del área obra de Alves y el chut desde media distancia y muy desviado
de Rakitic –minuto 44- clausuraron un primer tiempo de justas tablas, en el que
el Madrid se zafó de la trampa barcelonesa con un ejercicio de comprometido
escapismo.
Tomó altura el intercambio de argucias, con Neymar fuera
de escena, desnudando el ajuste escogido por Luis Enrique con el fin de
socorrer la maltrecha labor de vigilancia tras pérdida de los suyos. Rakitic,
Busquets y Alves alternaban coberturas para negar la salida al Madrid por el
perfil de Marcelo y los culés aceleraban sus combinaciones, con más
verticalidad, para arribar, ahora sí, de manera sostenida a la meta defendida
por Keylor Navas. Reclamó Messi el foco, más con chispazos aislados en este
combate, imaginando una vaselina de seda, sin espacios y desde la frontal, que
el gato ‘tico’ sacó con una estirada de foto. Dicho acto artístico nació de la
primera asociación fluida entre los componentes del tridente, que entregó la
asistencia a Suárez y el chut a La Pulga -Minuto 55-. No había retomado el
temple con balón el arrinconado tercer clasificado, que acumulaba suspiros en
despejes a saque de esquina. Precisamente, su fenomenal cierre en juego provocó
que el peligro y el gol locales arribaran a balón parado. Sería el córner
botado por Rakitic y cabeceado, en soledad, por Piqué –minuto 56- el
desencadenante del grito de la tribuna. El central ganó la partida a Pepe y las
marcas no cambiaron de forma automática para que el zaguero ajustara su
testarazo a la red. Recogía su botín el repunte catalán por una vía accesoria.
El tanto inaugural no cambió el rictus ordenado de los merengues,
que seguía entregado a su esquema de robo y salida. Aflojó revoluciones el
Barça con la ventaja en el electrónico, de forma coyuntural y, finalmente, como
tendencia hasta el 90, y los pupilos de Zidane supieron manejarse con solvencia
en repliegue para encontrar los espacios para evolucionar y terminar por
cambiar el cariz del enfrentamiento en el tramo final. Empezó el renacimiento
el bloque visitante con una exhibición de pegada. La contra al galope de
Modric, que Marcelo convirtió en peligro gracias a un número de desborde
técnico que sentó a Piqué, abrió las suturas locales. El brasileño, desatado de
la encerrona ideada por Luis Enrique y capital en el segundo acto efervescente
madrileño, cedió para el centro de Kroos. Benzema, apostado en el centro del
área, embocó una media chilena que significó las tablas en el minuto 63.
A partir del punto de inflexión, que no resultó ser el
empate sino el tanto local que evocó cierta desconexión blaugrana, el físico
capitalino comenzó a dictar el tipo de desenlace. La enfangada producción del
centro del campo dirigido por el Lucho no superaba la horizontalidad a pesar
del despliegue de sus laterales. Y el balance tras pérdida posterior a la
primera presión desnudaba los fantasmas que afligieron a este equipo colosal en
temporadas precedentes. Por la vía de la transición tras robo surgió el
gobierno de Modric y Marcelo, secundados por Carvajal -excelso secante de 'Ney'
con fuelle para suponer una amenaza-, Casemiro y Kroos, para arrebatar el tempo
a los locales y mutar la calma dominadora oponente en un duelo de ida y vuelta
que provocaba el sufrimiento de las líneas del Barcelona, con Busquets
superado. El cerebro croata del Madrid sacó otra contra que dirigieron Benzema
y Bale para el remate ajustado del galés y atajada de Bravo –minuto 67-. Tan
sólo un centro muy bombeado de Alves que Messi transformó en dejada para la
volea, sucia, de Suárez, que se marchó fuera mansamente, ofrecía fruto a la
inocua circulación culé.
Decidió, entonces, Luis Enrique ir a por el partido
redoblando la apuesta por la ortodoxia de defensa a través de la posesión.
Sacrificó los pulmones de un Rakitic esfumado para dar entrada a Arda Turan,
presunta herramienta de desatasque y alimento de la delantera que no escapó de
su desfase para con la pauta de su equipo, situación que arrastra todo el
curso. Arriesgó el técnico asturiano a su espalda sin atender al escenario de
sufrimiento tras pérdida, y acabaría pagándolo muy caro. Zidane escogió a Jesé
y Lucas Vázquez para dar descanso al clarividente Benzema y a un notable Bale,
y ambos equipos afrontaron el último cuarto de hora con los roles y el reparto
de gasolina bien definidos. Leyó el preparador francés la ruptura del duelo y
prescindió, con acierto, de James e Isco.
Un pase de terciopelo de Messi a la espalda de la zaga
oponente que Suárez disfrazó de cuadro con una deliciosa volea angulada, que
lamió el poste más alejado, entregó la razón al movimiento del preparador
local, pero no suponía más que un espejismo. Respondió con rapidez el Madrid a
través de la enésima contra dictada por Marcelo que Ronaldo colocó en la cabeza
de Bale. El galés remató a la red pero el colegiado anuló el tanto por presunta
falta del británico sobre Jordi Alba. A continuación disparó el brasileño otra
transición sin oposición que, en esta ocasión, resolvió Ronaldo en solitario
con un lanzamiento a la cruceta desde el pico del área. Se desataba el mejor
tramo del partido de un Real Madrid que supo sufrir como colectivo –la mejor
cara de la segunda vuelta- para, desde la solidez, afrontar el asalto del
coliseo de su antagonista de forma decidida. Alba y Alves, nombres
ejemplificadores del estadio colectivo, veían comprometido su rendimiento al
encontrarse en plena indecisión: no sumaban en ataque y no llegaban a tiempo
para amarrar a Ronaldo y Bale, siempre dispuestos para el duelo individual.
Se atravesó la merecida expulsión de Ramos, infantil, por
falta sobre Suárez, víctima del pique con el uruguayo, en el centro del campo.
Se quedaba con 10 jugadores el bloque visitante a siete minutos del final. Sin
embargo, encontró, de inmediato, la optimización de sus recursos subido en la
inercia del duelo. En vuelo volvió a señalar el Madrid la desorganización de la
retaguardia local para lanzar el contraataque definitivo, que concluyó en un
centro parabólico de Bale que Alves no acertó a despejar en el segundo poste y
Ronaldo -decisivo, de nuevo, para placidez de su hinchada- convirtió en el 1-2
utópico para las casas de apuestas. Tocaba techo la fórmula con que Ancelotti
ganó el primer Clásico a Luis Enrique en la pasada temporada (3-1, en el
Bernabéu) para frenar la racha de imbatibilidad catalana al borde del récord
del Nottingham Forest -39 partidos consecutivos sin doblar la rodilla-. La
agonía catalana no llegó a buen término con la producción ofensiva bajo mínimos
y se confirmó las catarsis merengue en el mejor escenario posible. La cima de
la Liga sigue lejana para los capitalinos -siete puntos-, pero el triunfo de
este sábado descubre la potencialidad del vestuario madridista si media el
compromiso. La Liga de Campeones tomará el relevo del campeonato doméstico con
síntomas de reconstrucción de la candidatura blanca y un ejercicio de desnudez
de las flaquezas del gallo barcelonés. Los guarismos finales -68% de posesión
catalana pero relación de 14 llegadas al área por barba y victoria madrileña en
remates a puerta por tres a seis- entregaron la razón al vestuario puesto en
entredicho. La intensidad regresó para plantar bandera y encarar la recta final
de año con otro aire.