jueves, 21 de junio de 2018

PÍRRICA Y GRACIAS

Partido inoperante de la selección española ante una férrea Irán que contó con más ocasiones de gol que el combinado nacional

Antonio Blanca

La Selección ganó su primer partido en Rusia ante una Irán ultradefensiva que mereció más de caer derrotada por la mínima (0-1). Los de Hierro, con paso ansiolítico, estuvieron espesos en el primer tiempo y deslavazados en el segundo. El gol de Diego Costa, un “churro” ya que ni siquiera tiró a puerta, permite a España afrontar el último partido con los deberes casi hechos, pero el mensaje es claro, nuestras figuras no ganan partidos, otros y en el mismo grupo, sí, le pese a quien le pese.

Carlos Queiroz es uno de esos entrenadores que se sienten más cómodos hablando de entrenar que entrenando. En cuanto ve un micrófono, el portugués se aclara la garganta y arranca a disertar sobre la evolución del fútbol, de los sistemas y del talento de los jugadores. Disfruta escuchándose y proyectando una imagen de intelectual del juego. Un Valdano con acento portugués. Con esa cháchara y una caída de ojos que sugiere estar de vuelta de todo, embelesó a Ferguson, a Florentino Pérez y a la federación portuguesa. Ninguno de ellos volvería a firmarle un contrato en lo que le queda de vida.

Porque en la práctica, Queiroz es un entrenador mundano. Esta noche, su charla táctica se basó en acumular jugadores en el área y en sugerir a los suyos que, ante el menor atisbo de vértigo, se revolcasen por el suelo. El espectáculo en la primera mitad fue patético. El seleccionador iraní, siempre discutido por su federación, ni siquiera alistó un extremo para correr el contraataque, por cada balón recuperado hubo un patadón sin remitente. Su mayor concesión fue permitir que un defensa se incorporase al ataque para sacar en largo de banda al más puro estilo Chendo. Por supuesto que Irán no puede permitirse tutear a España, pero estas competiciones exigen unos mínimos. Basta recordar a Grecia, que se llevó la Eurocopa en 2004, y absolutamente nada más.

España salió sedada al césped del Kazán. No supo encontrar una rendija en el muro persa y, lo que es peor, se vio superada una y otra vez en los balones divididos. Solo Isco, una vez más el mejor del partido, con ayudas esporádicas de Silva, parecía ser consciente de que un empate nos ponía ante el abismo contra Marruecos. Carvajal lo falló casi todo, Lucas no logró completar un regate y Busquets nos complicó la vida en más de una ocasión. E Iniesta, como demuestra incluso en los entrenamientos, físicamente no da la talla para una competición de este nivel, es vergonzante que sea titular y Asensio solo dispute escasos minutos.

Hizo falta un ardid de Queiroz, una sucesión de dolencias fingidas, para encorajinar a España, que en los últimos minutos del primer tiempo recuperó una versión, extraña y con trazas de Lexatin, de la que vimos contra Portugal.

A los siete minutos de la reanudación, Costa recibió de espaldas en el área y Rezaeian, el lateral derecho persa, azorado por despejar el peligro, golpeó el balón contra la rodilla de Diego y lo mandó al fondo de su portería. La misma intensidad que Queiroz imprimió en sus jugadores fue la que le llevó a una precipitación calamitosa.

Así, cuando la música parecía ser del gusto de los españoles, regresó la caraja. Irán adelantó líneas y España sufrió. Sufrió como no debe, los laterales sufrieron, la contención sufrió, el país entero celebró el pito final. Hasta en tres ocasiones pudieron empatar los iraníes, una de ellas anulada VAR mediante, y quedó la sensación en Kazán de que, desencadenados, los persas tenían mucho más que ofrecer.

Si el empate de la primera jornada supo a gloria, por el juego, en esta ocasión España enseñó sus flaquezas y trazó a sus futuros rivales el libro de ruta para eliminarla. No fue el muro del primer tiempo, sino los mordiscos del segundo. Como los clubes grandes, cuando se dejan llevar en Copa ante rivales a priori de inferior calidad, España ofreció una versión pobre ante un contrincante maniatado tácticamente. Un primer aviso, afortunadamente sin consecuencias, del que habrá que sacar muchas conclusiones para poner remedio en partidos venideros.