Antonio Blanca
La
Selección ganó su primer partido en Rusia ante una Irán ultradefensiva que
mereció más de caer derrotada por la mínima (0-1). Los de Hierro, con paso
ansiolítico, estuvieron espesos en el primer tiempo y deslavazados en el
segundo. El gol de Diego Costa, un “churro” ya que ni siquiera tiró a puerta,
permite a España afrontar el último partido con los deberes casi hechos, pero
el mensaje es claro, nuestras figuras no ganan partidos, otros y en el mismo
grupo, sí, le pese a quien le pese.
Carlos
Queiroz es uno de esos entrenadores que se sienten más cómodos hablando de
entrenar que entrenando. En cuanto ve un micrófono, el portugués se aclara la
garganta y arranca a disertar sobre la evolución del fútbol, de los sistemas y
del talento de los jugadores. Disfruta escuchándose y proyectando una imagen de
intelectual del juego. Un Valdano con acento portugués. Con esa cháchara y una
caída de ojos que sugiere estar de vuelta de todo, embelesó a Ferguson, a
Florentino Pérez y a la federación portuguesa. Ninguno de ellos volvería a
firmarle un contrato en lo que le queda de vida.
Porque
en la práctica, Queiroz es un entrenador mundano. Esta noche, su charla táctica
se basó en acumular jugadores en el área y en sugerir a los suyos que, ante el
menor atisbo de vértigo, se revolcasen por el suelo. El espectáculo en la
primera mitad fue patético. El seleccionador iraní, siempre discutido por su
federación, ni siquiera alistó un extremo para correr el contraataque, por cada
balón recuperado hubo un patadón sin remitente. Su mayor concesión fue permitir
que un defensa se incorporase al ataque para sacar en largo de banda al más
puro estilo Chendo. Por supuesto que Irán no puede permitirse tutear a España,
pero estas competiciones exigen unos mínimos. Basta recordar a Grecia, que se
llevó la Eurocopa en 2004, y absolutamente nada más.
España
salió sedada al césped del Kazán. No supo encontrar una rendija en el muro
persa y, lo que es peor, se vio superada una y otra vez en los balones
divididos. Solo Isco, una vez más el mejor del partido, con ayudas esporádicas
de Silva, parecía ser consciente de que un empate nos ponía ante el abismo
contra Marruecos. Carvajal lo falló casi todo, Lucas no logró completar un
regate y Busquets nos complicó la vida en más de una ocasión. E Iniesta, como
demuestra incluso en los entrenamientos, físicamente no da la talla para una
competición de este nivel, es vergonzante que sea titular y Asensio solo
dispute escasos minutos.
Hizo
falta un ardid de Queiroz, una sucesión de dolencias fingidas, para encorajinar
a España, que en los últimos minutos del primer tiempo recuperó una versión,
extraña y con trazas de Lexatin, de la que vimos contra Portugal.
A
los siete minutos de la reanudación, Costa recibió de espaldas en el área y
Rezaeian, el lateral derecho persa, azorado por despejar el peligro, golpeó el
balón contra la rodilla de Diego y lo mandó al fondo de su portería. La misma
intensidad que Queiroz imprimió en sus jugadores fue la que le llevó a una precipitación
calamitosa.
Así,
cuando la música parecía ser del gusto de los españoles, regresó la caraja.
Irán adelantó líneas y España sufrió. Sufrió como no debe, los laterales
sufrieron, la contención sufrió, el país entero celebró el pito final. Hasta en
tres ocasiones pudieron empatar los iraníes, una de ellas anulada VAR mediante,
y quedó la sensación en Kazán de que, desencadenados, los persas tenían mucho
más que ofrecer.
Si
el empate de la primera jornada supo a gloria, por el juego, en esta ocasión
España enseñó sus flaquezas y trazó a sus futuros rivales el libro de ruta para
eliminarla. No fue el muro del primer tiempo, sino los mordiscos del segundo.
Como los clubes grandes, cuando se dejan llevar en Copa ante rivales a priori
de inferior calidad, España ofreció una versión pobre ante un contrincante
maniatado tácticamente. Un primer aviso, afortunadamente sin consecuencias, del
que habrá que sacar muchas conclusiones para poner remedio en partidos
venideros.