jueves, 10 de julio de 2014

GRACIAS POR TODO


Con el fallecimiento de Alfredo di Stéfano una parte del fútbol mágico se nos ha ido y solo queda el recuerdo del mejor futbolista que ha dado la Historia

Antonio Blanca

Era uno de esos personajes que se merecen la actividad de coleccionar todo lo que se publicaba sobre él y archivarlo en las carpetas que forrarían de gloria piedras más extensas que la columna de Trajano o el arco de Napoleón. Alfredo Di Stéfano era un elegido, y los elegidos viven por encima de las magras posibilidades del orgullo: viven para defender la altura de sus propios hechos, como una ciudadela perfecta. Di Stéfano ha quedado en los anales periodísticos por puro sentido del deber, por una excelencia total: ser el mejor en el mejor equipo del mejor deporte del mundo y de la historia.

Mi moral depende exclusivamente de cómo haya jugado. No está en el éxito ni en la derrota. Sino en la responsabilidad que uno se crea ante sí mismo -le confesó un Di Stéfano cenital de 27 años, "más bien soso y tímido, expresivamente inexpresivo", a César Gónzález-Ruano en una entrevista de 1954, celebrada morbosamente en un hotel... de Barcelona.

La responsabilidad ante uno mismo se vuelve insoportable cuando se padece la obsesión de ser el número uno. A no ser, claro, que se consiga. Decir que Alfredo Di Stéfano fue el mejor futbolista del siglo XX solo es repetir una constatación casi rutinaria de la FIFA; añadir que su autoexigencia edificó la leyenda en marcha de un club, en buena lógica también el mejor, y por esa vía consolidó el invento de la Copa de Europa y estableció la identidad madridista como uno de los escasos predicados del orgullo español, solo son algunos de sus otros títulos, los de índole sentimental, los que apuntalan su mito ya eterno.

Yo no vi jugar a Di Stéfano, apenas acierto a inferir una habilidad superdotada de la racanería visual que de los cincuenta ofrece YouTube y he de conformarme con el relato embelesado de los ancianos de mi tribu. Pero yo sé que el fútbol es la primera manifestación contemporánea de la cultura popular, y sé que Di Stéfano es al fútbol lo que Platón a la filosofía, Newton a la física y Mozart a la música. Ningún genio monopoliza todos los caminos hacia la excelencia que se abren en cualquier disciplina humana; se podrán discutir los nombres que acompañan a la Saeta Rubia en el Olimpo futbolístico, más allá del consenso estable en torno a Pelé, Maradona y Cruyff; lo que no admite discusión es que nadie dejó una obra tan duradera, redonda y exitosa como él, porque su obra se llama Real Madrid Club de Fútbol.

Así que por eso se tomaba Di Stéfano la molestia documental de recortar las reseñas sucesivas de su obra en curso. No podía arriesgarse a que en el futuro no se inventara la digitalización.

La Providencia, que es blanca según los más exhaustivos expertos en iconografía, quiso que el último partido del Madrid que pudo ver Don Alfredo se jugara en Lisboa y terminase en Décima. Es un hermoso, coherente colofón a la biología del héroe, pero solo un bucle más en la espiral perenne de la leyenda que él fundó y que se sigue desarrollando de Chamartín a Concha Espina pasando por Valdebebas.

Más o menos desde la muerte de Abel los obituarios siempre corren el riesgo de acabar sentenciando que aquello sí que era bueno y no lo de ahora, porque el mito de la Edad de Oro y la consiguiente caída está presente en todas las culturas quizá desde que el hombre fue desahuciado de su primera cueva. Yo no sé si el fútbol actual, como dicen, es más impuro que el de entonces, aunque las mañas que Don Santiago Bernabéu practicó sin melindres para llevarse al genio a la capital no me parece que estén al alcance de las actuales inteligencias. También en tiempos de Di Stéfano se quejaban de los importes de los fichajes, de la desnaturalización del deporte, de la pérdida de no sabemos qué preciosas esencias derramadas a los pies del becerro de oro o del negro corazón del petrodólar. Ruano le pregunta y el delantero del Madrid, con aquella manera de sentenciar renqueante y lúcida que parece perogrullada y no lo es, responde:
Siempre hubo épocas. Siempre parece, en fútbol y en todo, que lo pasado fue mejor. Y sin embargo, oh Di Stéfano, esta vez no podemos estar de acuerdo contigo. Porque el pasado ya eres tú y no creemos que pueda haber nada mejor que eso.