Demasiados
actos violentos los que vienen acaeciendo desde el comienzo de la Eurocopa de
Francia que aumentan la inseguridad en el país francés
Antonio Blanca
Las
peleas se organizan a las afueras de la ciudad, habitualmente en descampados,
en bosques o a las orillas de alguna carretera. El motivo de alejarse de la
civilización es evitar así el control policial y las cámaras de seguridad. Los
propios organizadores son los encargados de grabar los combates, para
posteriormente encontrar las fortalezas y debilidades de los grupos
combatientes. Previamente se fijan una serie de reglas entre las que la más
importante es que la lucha sea cuerpo a cuerpo: nada de armas. Una vez que todo
está en orden, cientos de hooligans con una estricta preparación física y
amplios conocimientos en artes marciales comienzan una verdadera batalla
campal, que, bajo la careta del fútbol enmascara profundos motivos políticos.
Ni siquiera a David Fincher se le ocurrió someter a tal locura a Brad Pitt,
Edward Norton y compañía en su célebre 'El Club de la Lucha'.
Decía
George Orwell que el fútbol internacional no tiene nada que ver con el juego
limpio. Que más bien está ligado con el odio, los celos, la jactancia y el
placer sádico de presenciar la violencia. Es como la guerra pero sin los tiros.
La ampliación de la Eurocopa de Francia de 16 a 24 equipos no solo ha tenido el
efecto de que algunas selecciones poco potentes han disminuido el nivel
futbolístico del torneo, sino que además ha abierto la puerta a una multitud de
países del Este poco acostumbrados a estos eventos, muy violentos y, lo que es
peor, con muchas cuentas pendientes entre sí.
No
había comenzado la Eurocopa, pero los violentos ya estaban dispuestos a
arruinarla. Como ya pasase hace 18 años, cuando en Francia lo que se celebró
fue el Mundial, los hooligans ingleses aterrizaban en Marsella y desde el
inicio comenzaban las hostilidades. Insultos a personas árabes, sillas que
volaban y quema de banderas tunecinas. En 1998 los disturbios duraron tres días
y dejaron más de 100 detenidos, pero estos nuevo ultras británicos no son como
los de hace dos décadas: no están en forma, beben hasta perder el sentido, van
armados y, lo más importante, no están acostumbrados a combatir.
Y
eso es precisamente lo que más enerva a los hooligans rusos. Consideran que sus
hinchas matriz se han desnaturalizado y, en cierto modo, han traicionado a su
forma de vida. Por eso los rusos los odian. Cuando éstos llegaron a Marsella
llegaron a un pacto de no agresión con los ingleses para combatir unidos contra
los hooligans locales, defensores de los árabes. Pero esa alianza pronto se
terminó cuando los rusos también comenzaron a golpear a los ingleses, desatando
el terror por la ciudad con unos ataques de 300 hombres organizados más bien
como un comando militar que como un grupo de aficionados al fútbol. Y las
amenazas de la UEFA no les quitan el sueño, ya que ellos, como ellos afirman:
"los ingleses siempre dicen que son los únicos hooligans. Hemos venido
aquí ha demostrar que son unas niñas".
Desgraciadamente,
el via crucis de los ingleses no acaba aquí. Ya el pasado jueves, con ocasión
del Gales-Inglaterra, los hooligans volvieron a ser atacados por hinchas
galeses provocando incidentes de menor categoría. Solo un preludio de lo que
les espera. El último partido de este auténtico grupo de la muerte les
enfrentará a Eslovaquia, otra selección del Este que se ha visto beneficiada
del nuevo formato del torneo y que tiene muchas cuentas pendientes con los
hooligans. Concretamente de 2004, cuando durante un choque de eliminatorias
para la Eurocopa entre ambas selecciones dos ingleses resultaron muertos en
Bratislava después de enfrentamientos físicos entre sendas aficiones. Los
Yellow Green Hearts, extremistas eslovacos del Zilina, ya preparan una auténtica
"caza del inglés" en Saint-Étienne en la que "el fútbol será
solo una excusa".
Pero
no todo se reduce a Inglaterra y sus malas relaciones. De hecho, apenas hemos
empezado a tratar la nómina de aficiones ultras que ya están en Francia, o bien
están a punto de desembarcar en el torneo.
De Alemania también ha llegado su propia delegación de radicales. Muy
jóvenes y con ideologías de extrema derecha, se han paseado por Lille con esvásticas, brazos en alto en clara
alusión al nazismo y cántitos xenófobos e islamófobos. 18 de ellos fueron
detenidos en Dresde con banderas del imperio prusiano cuando trataban de cruzar
la frontera que separa su país de Francia.
Por
su parte, los polacos tampoco se quedan atrás. Ya organizaron una pelea pactada
con los rusos antes de entrar en Francia, y posteriormente atacaron a los
aficionados de Irlanda del Norte poco antes del debut de ambas selecciones en
el torneo. Nacionalismo, antisemitismo y repulsa de las ideologías de
izquierdas, sus señas de identidad son muy parecidas a las de los alemanes,
pero las evidentes connotaciones históricas hacían del Polonia-Alemania del
pasado jueves uno de los partidos más temidos por la organización.
Sin
embargo, había un posible partido especialmente temido por la UEFA, un eventual
Ucrania-Rusia en Octavos de Final. Tanto temen los organizadores este posible
enfrentamiento con tantas y tan recientes cuentas pendientes que ya adulteraron
el sorteo original para impedir que estos malos vecinos pudiesen enfrentarse en
la primera ronda. Pero algo se les pasó: el azar unió el destino de ambos
grupos en la segunda ronda del torneo, que además es eliminatoria, por lo que
un enfrentamiento entre rusos y ucranianos era bastante probable. El mal desenvolvimiento
de ambos conjuntos ya ha descartado esa posibilidad y, aunque aún podría darse
el enfrentamiento en posteriores ronda, es poco probable que ambos superen sus
choques previos.
El
partido que la UEFA sí que tendrá que afrontar será el Polonia-Ucrania de la
tercera jornada de fase de grupos que se disputará en el Vélodrome de Marsella
el próximo martes. Los ucranianos han desplazado ultras neofascistas e incluso
veteranos de la guerra con Rusia. Ya protagonizaron algunos incidentes con los
alemanes en la previa que enfrentó a ambos partidos, y el riesgo de fuertes
choques con los radicales polacos es alto.
La
prueba de que en todos estos enfrentamientos poco importa el fútbol es la
anunciada llegada de nacionalistas serbios, pese a que Serbia no se clasificó
para la Eurocopa. El único objetivo sería atacar a los radicales albanos, país
con el que les enfrenta un fuerte conflicto político y bélico desde La Guerra
de Kosovo, en la que Albania se independizó de la antigua Yugoslavia. Los
últimos combatientes de esta especie de guerra callejera son los húngaros.
Después de 30 años, Hungría regresa a una Eurocopa, y con ellos llegan sus
ultras. Con cánticos en contra de los gitanos de su país vecino Rumanía y a
homenajes a generales húngaros de extrema derecha, además los húngaros ya
protagonizaron incidentes homófobos en el choque que enfrentó a su selección
con la de Austria, y en la que mostraron pancartas ridiculizando a la artista
austriaca Conchita Wurst.
Se
espera que ataquen a los ultras rumanos en el Rumania-Albania de la tercera
jornada de la fase de grupos que se disputará en Lyon. Los rumanos, de hecho,
se podría decir que son los ultras más peligrosos del torneo. No por ser
especialmente violentos, sino porque sus ideologías y procedencias están tan
mezcladas que ya han protagonizado varios altercados y peleas entre ellos
mismos, por las que fueron detenidos hasta nueve de sus miembros en París.
Lo
cierto es que debido a su gran mezcla racial, Francia es un país acostumbrado a
la congregación de hooligans racistas y violentos en sus torneos. En 1984 el
país galo ya organizó una Eurocopa que terminó ganando y en la que los
aficionados ingleses causaron destrozos innumerables por París. El equipo local
eliminó a Inglaterra por dos goles a cero y eso desató la ira de los hooligans,
que causaron daños en la capital francesa de más de 200 millones de pesetas.
Peleas en las gradas, coches destrozados y decenas de aficionados ingleses
detenidos por las autoridades francesas fueron el resultado. Ese mismo año, en
la final de la Copa de la UEFA, un aficionado del Tottenham inglés había
fallecido de un disparo y más de 200 fueron detenidos. También los radicales
alemanes de Alemania Occidental protagonizaron incidentes racistas con los
hinchas de Portugal en los momentos previos al partido que les enfrentó a
ambos. Los alemanes fueron detenidos y deportados a su país ese mismo día
gracias a una ley especial aprobada por el Parlamento francés antes del torneo.
En 1998 Francia volvió a
organizar el Mundial de fútbol de la FIFA y de nuevo Marsella volvió a ser el
principal foco de violencia por los enfrentamientos entre los hooligans
ingleses y los aficionados tunecinos en la previa del Inglaterra-Túnez de la
fase de grupos, que dejaron un bagaje de más de 100 heridos y 150 detenidos.
Nuevamente los alemanes fueron los segundos protagonistas, al provocar fuertes
altercados con la policía parisina antes del enfrentamiento de su selección
contra Estados Unidos. Un trasfondo de odio, xenofobia y racismo que sigue
acompañando a los ultras del fútbol europeo más de 30 años después de los
primeros incidentes.
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