Jaime Trevijano
España afrontaba este martes la oportunidad de añadir una
nueva muesca al lustre de su currículo. De sacar los tres puntos en esta
clausura de una primera fase tan sólida como esperanzadora, la delegación
desplazada a territorio francés alcanzaría el pleno de victorias en los tres
primeros duelos de una Eurocopa, un registro sólo abordado en una ocasión, en
el triunfo continental de 2008. Desde que este campeonato adoptara el formato
presente, las ediciones de 2004, 2000, 1996, 1988, 1984 y 1980 asistieron a
algún tropiezo inicial. También aconteció en el triunfal recorrido de 2012,
cuando se accedió a cuartos de final con dos victorias y unas tablas (el 1-1 al
que nos resignó Italia en el debut de aquel estío). Luis Aragonés decidió, en
el germinar tempranero de la simiente que encumbraría a esta generación en la
apertura del ciclo legendario, concluir el estadio de grupos con rotaciones,
entregando minutos a los menos habituales para mantener la concentración
colectiva y repartir cansancio. Pero el presente marcaba otro paisaje a juicio
del entrenador, pues la consecución de la primera plaza, en juego y al alcance
de un punto, significaba un paseo plácido (casi) hasta la final. El segundo
clasificado enfrentaría a Italia en octavos y vería demasiado cerca a Alemania
y Francia. Es decir, la escurridiza Croacia (a un empate del pase de ronda)
figuraba despojada de cualquier atisbo de trámite.
Vicente del Bosque actuó en consecuencia a la talla del
baile y mantuvo su elección nominal y estratégica. Busquets volvería a ejercer
como ancla de un sistema alimentado por la lucidez con balón y trabajo sin él
de Cesc Fábregas y Andrés Iniesta. El manchego refrescaría su jurisdicción desequilibrante
con Silva y Nolito como socios entre líneas y por fuera. Morata repetía
titularidad y rol referencial en punta y Alba y Juanfran habrían de reproducir
el esfuerzo de ida y vuelta continuado. Ramos y Piqué abrigarían la estabilidad
de De Gea, con la vigilancia tras pérdida como epígrafe de obligado
cumplimiento. La fluidez en la circulación y gestión de la posesión, con
profundidad interlineal o exterior para significar amenaza al primer púgil
respetable que se cruzaba en esta Euro'16, adquirían una relevancia asimilada a
la atención táctica. No debían aflojar los peones ofensivos su compromiso e
intensidad con la ocupación de espacios, pues la ruptura de líneas
promocionaría la supervivencia y autoestima de un bloque balcánico dotado para
morder en transición o en estático. Con técnica suficiente para descoser
suturas y reverdecer fantasmas. Por tanto, la manutención del axioma
competitivo evidenciado con anterioridad, en cada fase del juego, se desnudaba
prioritario. Para evitar sustos y consecuencias trascendentales en los cruces
venideros.
Ante Cacic, por su parte, no pudo eludir el peso acumulado
en las piernas de dos de sus estrellas, y Modric y Mandzukic, básicos en su
idea, quedaron apeados (ambos, con severas molestias, empezaron el partido desde
el banquillo). Así pues, el seleccionador croata escogió a Kalinic como centro
delantero y Pjaca como peón ofensivo dentro de un dibujo más tendente al
equilibrio de lo habitual. Badelj, único mediocentro en los duelos anteriores,
se arropó con la brega de Rog, elevando a Brozovic, mejor con pelota. Rakitic y
el mencioado Pjaca se moverían en el papel de interiores con laboriosidad a su
espalda. Dario Srna, capitán, volvería a representar el valor añadido en ataque
de la defensa, desde su lateral, y a Corluka se uniría Jedvaj en sustitución de
Vida. Vrsajlko, lateral diestro del Sassuolo, cambiaría de banda para de
solidificar la red de ayudas reforzada por el movimiento de achique efectuado
por su seleccionador. Subasic se erguía como la última frontera de una Croacia
que reviraba su filosofía colorida para crecer desde el fragor y verticalidad
colectivos. El guión del aspirante pasaba por implementar una exhibición de
intensidad, orden y pericia combinativa, elementos que condecoraban el
rendimiento del rival de esta noche. De su finura en la precisión y la
implicación en el repliegue dependería su pase de ronda o el asalto al cielo.
Arrancó el envite enseñando, con precocidad, el tipo de
pentagrama buscado por cada seleccionador y sobre el que se desarrollaría la
esencia de la charla. Croacia se disparó a una presión muy elevada que
pretendía indigestar la salida de pelota española, no con el fin de hurtarle el
rol protagonista en estático, sino para golpear tras robo. España, por el
contrario, anhelaba anestesiar el ritmo disparatado ideado por los balcánicos
con circulaciones largas que inyectaran seguridad en los propósitos. La valentía
posicional del sistema de Cacic, que soltaba a Rakitic y como avanzadill
complicaba el afán combinativo nacional, deshilachando el plan de partido
pensado por Vicente del Bosque. La identidad propositiva croata se había
transformado en una arista de frenesí táctico que descontextualizó el
aterrizaje de los españoles en la dinámica del lance. No obstante, la victoria
local en el espíritu del prólogo del encuentro conllevó que la primera llegada
a portería tuviera a De Gea como sujeto pasivo. Un balón largo, lanzado desde
la cueva, enlazó con la ofensiva oponente por medio de Kalinic, superdotado en
la labor de gestor de nutrientes para sus llegadores. El cuero, despejado de
manera deficiente por Ramos, cayó en el pico del área española, lugar donde apareció
Srna para cazar una volea muy desviada -minuto 6-.
Sin embargo, como en otros episodios, el acierto se anticipó
a todo lo demás. El movimiento de avance de Croacia, rebosate de personalidad,
otorgaba espacios, a la espalda de la primera ráfaga de presión, para los
artistas españoles. Tal tesitura, en vuelo, generaba el paisaje idóneo para los
arquitectos del último pase patrio. Así, en una transición provocada por la
estratagema de Cacic, el balón arribó en la zurda de Silva, que contemporizó y
leyó el desmarque de ruptura de Fábregas. El pase de terciopelo del canario
-que tomó el relevo de influencia de Iniesta- conectó con el centrocampista del
Chelsea, que descolocó al repliegue local, se filtró y cruzó el balón ante la
salida de Subasic. Morata mostró su astucia para inaugurar el marcador sobre la
línea -minuto 8-, autografiando el colofón a una jugada brillante que
adelantaba a los pupilos de Del Bosque antes de que su estilo se dejara notar
sobre el verde.
El golpe no desquició el devenir imaginado por los croatas.
A pesar del respingo de vatios español, que confeccionó otra llegada muy
peligrosa nacida de las botas de Silva, el listón competitivo de los aspirantes
siguió exigiendo a los favoritos. El canario se cambió de banda para centrar,
tenso, hacia el desmarque en diagonal de Nolito, que se adelantó a sus
marcadores para rematar cruzado, lamiendo el segundo poste -minuto 9-. Pero no
lograba equiparar su intensidad el conjunto español al de su contrincante, y
los denostados apagones de concentración propios propulsaron la confianza ajena
y recordaron la necesidad de encontrar vías de imposición del cauce y tempo que
nos resultan familiares, pues la vigente campeona no se maneja con comodidad en
una guerra de guerrillas, demasiado adelantada como para arriesgar. Una laguna
de Ramos abrió boca para los croatas entregando un remate, en ventaja y desde
media distancia, a Kalinic. El delantero de la Fiorentina probó a De Gea, que
despejó el intento hacia la esquina con una reacción de reflejos -minuto 12-. Y
una nueva grieta de atención, en este caso del arquero del United, ahondó en el
paradigma de respuesta balcánica. Se durmió el portero en la salida de pelota y
la presión, de Kalinic, provocó el error en la salida de juego. Rakitic recibió
el balón suelto, en posición franca y dibujó una vaselina sublime que se topó
con el larguero y el poste. El gozo y el aviso encontraron hueco en un primer
cuarto de hora descriptivo.
Pasó España, entonces, a esforzarse por dictar el ritmo y
afianzar su respiro por el callejón de la posesión horizontal. Croacia entendió
astuto el repliegue de velas para esperar a la opción de salir tras robo. Este
escenario templó el caótico inicio, congelando la rítmica producción de
llegadas a ambas porterías y Silva volvió a asumir galones. De su zurda se
fundaron las dos siguientes propuestas de remate nacionales, más espaciadas en
el tiempo. En el 21 disparó desde media distancia, cruzado, para el despeje de
Subasic y en el 27 esbozó una combinación sensacional. El flujo de pases llegó
a Cesc, que fintó y dirigió la inercia hacia Nolito. El extremo del Celta
concluyó con un disparo que se fue, desviado, a saque de esquina. Alba y
Juanfran no ganaban superioridades exteriores ante las ayudas ardorosas
croatas, complicando el avance vertical patrio. Esta circunstancia condenó a la
horizontalidad controladora a una España que, al tiempo que dominaba la
posesión y encontraba el mando, no padecía el veneno de la contra rival. La
escuadra de Cacic, que se manejaba con simpleza y calma en el achique
intensivo, contemporizaba esfuerzos, bien ordenada. En el horizonte visualizaba
un partido largo y su capacidad de sufrimiento abonaría el terreno para
contragolpear. La enmienda de Del Bosque al anárquico arranque supo suficiente.
En el entretanto, el primer acto quemó minutos y se dispuso
a un tramo final que dinamitó el templado patrón finalmente sobrevenido. El
balón parado desperezó a la ofensiva croata. El segundo desborde de Srna
desembocó en la colocación de un centro tenebroso que dejó en mano a mano a
Juanfran y Perisic. La lanza del Inter cabeceó demasiado cruzado -minuto 39- en
otra ocasión proveniente de la desigual proporción de intensidad. Acto y
seguido, España tomó el pulso del desenfreno previo al intermedio, también gracias
a la pizarra: Ramos ejecutó un testarazo desde el primer poste, sin atino, tras
el lanzamiento de Nolito. La deliciosa y extremada combinación nacional
posterior, que Fábregas tradujo en un pase puntiagudo interior para el
desmarque de Morata, que controló con dificultad y no terminó de rematar,
prolongó el toma y daca. Y de esta apnea de efervescencia mutua y repulsa del
equilibrio táctico surgió el punto de inflexión global. Perisic, bien
controlado en los primeros atisbos de contragolpe croata (sólo incipientes ante
el buen ejercicio de vigilancia española), sentó a su par, Juanfran, en la
esquina y descerrajó un centro letal al que Kalinic respondió con un remate de
tacón a la red. Ganó el inteligente punta el cuerpeo al central madridista en
el 45 y se esfumó la confianza y el bagaje creativo del centro del campo
patrio. El punzón psicológico contaminaría cada parámetro del rendimiento de la
defensora del título. La estadística, con 1-1 de camino a vestuarios, susurró
la realidad acontecida: 57% de posesión española pero derrota en llegadas a
portería (9-8) y remates (5-2). Le costó domar a Croacia a una circulación
nacional que perdió verticalidad con el paso de los minutos.
Sin sustituciones se alzó el telón del segundo acto, y lo
hizo con una reproducción, más voraz, de la actitud croata del inicio de
partido. La pasión volvía a responder a una asimetría favorable a los recién
entrados en la ambición por los tres puntos y Croacia replegaba e intercalaba
presiones elevadas, buscando salir rápido. Las imprecisiones empezaron a
penalizar a España, que volvía a destiempo, con los laterales fuera de sitio y
los mejores minutos balcánicos asomaron para quedarse. La ruptura de líneas
ganaba focos ante la evolución de la medular croata, con más pulmones que la
española. Aún así, todavía aguantaba poso la circulación nacional y un centro
de Alba, en su primera subida sorpresiva, y remate desviado de Morata -minuto
52- parecerían sostener el control pretendido. Pero la pelota se tornó azulada
y el partido quedó sin gobernador, entrando en un centrocampismo que ofrecía
ventanas para el vértigo croata. Con mayor asiduidad cada vez. Inmerso en el
cambio de escena, el balón parado acudió para sellar la firma local. El susto
que desencadenó la reacción de Del Bosque amaneció con un centro de Srna tras
robo a España que despejó, con apuros, De Gea. La pelota, suelta, cayó en la
botas de Jedvaj, pero la zaga repelió una tratativa que finalizó con chilena
desviada de Pjaca -minuto 56-.
El seleccionador entendió que debía optar por un mayor
dominio de la pelota. Repetir estrategia, con el fin de amaestrar la rebeldía
contrincante y frenar su velocidad tras pérdida. Así, Nolito, desapercibido,
dejó su lugar a Bruno. El dibujo cambió a 4-3-2-1, con el mediocentro del Villarreal
apoyando a un Busquets superado, sin ayudas de Cesc ni Iniesta -este último
exhibió claros síntomas de carencia de chispa que condicionaron su
clarividencia-. La ausencia de piezas en la mediapunta había uniformado de
densidad al control del cuero, por lo que este movimiento soltaría, también, a
Silva y al cerebro manchego. En coherencia, el preparador obtuvo un antídoto
rápido al devenir: retomó el tempo, cuidando mejor del cortejo del esférico, a
la espera de encontrar vías de profundidad. Morata, vacío, cedió su escaño a
Aduriz, en un cambio que restaba desahogo a la elaboración visitante para
incluir una referencia que buscara soluciones en el modelo de centros
laterales. Sin embargo, estos no llegarían y el rematador del Athletic volvería
a padecer los límites de la filosofía combinativa. En esta suerte de oasis, en
la que Croacia cedió terreno para buscar la contra –hoja de ruta extendida
hasta el 90-, España localizó un nuevo temple, aunque el cultivo de disparos
seguiría yermo y la autoridad en el juego nunca se confirmaría. Sólo el balón
parado, con Ramos como protagonista desacertado, inquietaría ya a Subasic. A la
acumulación de córners infructuosos se unió un penalti muy polémico, cometido
sobre Silva y provocado por el pase largo de Iniesta. El defensor andaluz tomó
el balón (lo improvisado de las sensaciones siguen mandando en la elección del
lanzador en la selección- y lanzó la penalización hacia el centro, sencilla
para el guardameta croata, que había ganado metros de manera antirreglamentaria
-minuto 69-. El perdón se pagaría a un coste muy valioso.
El monopolio de la pelota española adentró la trama en un
desenlace aliñado de incertidumbre. Un gol mutaba el camino a recorrer por
ambos púgiles y España decidió defenderse con balón. Sin mayor ambición. El
eficaz cierre croata negó oportunidades a la espesa circulación nacional, y
cada fallo o imprecisión se convertía en peligro claro para la meta de De Gea
ante el descenso abrupto del fuelle español. Una falta ejecutada muy desviada por
Rakitic, en el 74, constituyó la única llegada balcánica en este tramo previo
al epílogo. Entonces, a 15 minutos del agónico final, los técnicos definieron
sus intenciones: Kovacic sustituyó a Rog, en un intento por afilar la contra y
Thiago hizo lo propio por Fábregas (sostén insuficiente la reanudación), en
busca de más seguridad con la pelota. Ante tal confrontación de estilos, una
pulgada decidiría el futuro próximo de las dos selecciones, y, la perspectiva
de esta Eurocopa de goles sobre la bocina no auguraba una igualdad sostenible
hasta el descuento. En efecto, el magnetismo de los precedentes hizo de las
suyas y el envite no concluiría en tablas.
Había emergido la velocidad y potencia anatómica croatas con
anterioridad. Por eso Bruno participó del juego y por este motivo la selección
quiso especular, en cierto sentido, con la posesión. No en vano, el empate
valía para facturar como primeros de grupo. Pero en el minuto 87 se escenificó
la sombra que mantiene la sospecha sobre el estilo español. Una acción ofensiva
que no terminó en pausa del juego lanzó una contra que dirigió Kalinic (excelso
como delantero solitario y amortizador del descenso de atención de su marca
coral) y voló al galope de Perisic (mejor del partido y herramienta de ataque
predilecta), que desbordó a Juanfran y Piqué con soberbia (el lateral del
Atlético no supo navegar ante el jugador nerazzurro, perdiendo la partida en el
segundo tiempo con claridad y sin ayudas ni coberturas del centro del campo)
para batir a De Gea con un chut que entró por el primer poste. El defendido por
el portero. El zarpazo del plan b croata sentenció la previa autocomplacencia
española, cuya calidad no consiguió prevalecer ante el físico e intensidad
rivales. Así, sin margen para la reacción ni llegadas que degustar y con
Kramaric y el malaguista Cop saltando al verde para gastar tiempo, ofreció la
primera fase sus últimos estertores, con una perspectiva, de repente, revirada
para los intereses nacionales. El abc del juego de repliegue y salida volvió a
envenenarse para el planteamiento español. En el peor momento. Con esta derrota
(60% de posesión roja y 4 a 3 en tiros a puerta para los balcánicos), Italia
será el obstáculo de octavos de final, Alemania esperaría turno en cuartos y
Francia en semifinales. Los competitivos croatas, por su parte, cuentan con el
camino libre de espinas que paladeaba la hinchada española. Se complica el
guión y se complicó una España inferior en el plano del esfuerzo y la lucidez.
Quizá un inoportuno tropiezo accidental (el primero desde el campeonato de
Portugal'04). Quizá un golpe de realidad.