miércoles, 22 de junio de 2016

LA ESPAÑA DE INIESTA SEGUNDA DE GRUPO

Jaime Trevijano

España afrontaba este martes la oportunidad de añadir una nueva muesca al lustre de su currículo. De sacar los tres puntos en esta clausura de una primera fase tan sólida como esperanzadora, la delegación desplazada a territorio francés alcanzaría el pleno de victorias en los tres primeros duelos de una Eurocopa, un registro sólo abordado en una ocasión, en el triunfo continental de 2008. Desde que este campeonato adoptara el formato presente, las ediciones de 2004, 2000, 1996, 1988, 1984 y 1980 asistieron a algún tropiezo inicial. También aconteció en el triunfal recorrido de 2012, cuando se accedió a cuartos de final con dos victorias y unas tablas (el 1-1 al que nos resignó Italia en el debut de aquel estío). Luis Aragonés decidió, en el germinar tempranero de la simiente que encumbraría a esta generación en la apertura del ciclo legendario, concluir el estadio de grupos con rotaciones, entregando minutos a los menos habituales para mantener la concentración colectiva y repartir cansancio. Pero el presente marcaba otro paisaje a juicio del entrenador, pues la consecución de la primera plaza, en juego y al alcance de un punto, significaba un paseo plácido (casi) hasta la final. El segundo clasificado enfrentaría a Italia en octavos y vería demasiado cerca a Alemania y Francia. Es decir, la escurridiza Croacia (a un empate del pase de ronda) figuraba despojada de cualquier atisbo de trámite.

Vicente del Bosque actuó en consecuencia a la talla del baile y mantuvo su elección nominal y estratégica. Busquets volvería a ejercer como ancla de un sistema alimentado por la lucidez con balón y trabajo sin él de Cesc Fábregas y Andrés Iniesta. El manchego refrescaría su jurisdicción desequilibrante con Silva y Nolito como socios entre líneas y por fuera. Morata repetía titularidad y rol referencial en punta y Alba y Juanfran habrían de reproducir el esfuerzo de ida y vuelta continuado. Ramos y Piqué abrigarían la estabilidad de De Gea, con la vigilancia tras pérdida como epígrafe de obligado cumplimiento. La fluidez en la circulación y gestión de la posesión, con profundidad interlineal o exterior para significar amenaza al primer púgil respetable que se cruzaba en esta Euro'16, adquirían una relevancia asimilada a la atención táctica. No debían aflojar los peones ofensivos su compromiso e intensidad con la ocupación de espacios, pues la ruptura de líneas promocionaría la supervivencia y autoestima de un bloque balcánico dotado para morder en transición o en estático. Con técnica suficiente para descoser suturas y reverdecer fantasmas. Por tanto, la manutención del axioma competitivo evidenciado con anterioridad, en cada fase del juego, se desnudaba prioritario. Para evitar sustos y consecuencias trascendentales en los cruces venideros.

Ante Cacic, por su parte, no pudo eludir el peso acumulado en las piernas de dos de sus estrellas, y Modric y Mandzukic, básicos en su idea, quedaron apeados (ambos, con severas molestias, empezaron el partido desde el banquillo). Así pues, el seleccionador croata escogió a Kalinic como centro delantero y Pjaca como peón ofensivo dentro de un dibujo más tendente al equilibrio de lo habitual. Badelj, único mediocentro en los duelos anteriores, se arropó con la brega de Rog, elevando a Brozovic, mejor con pelota. Rakitic y el mencioado Pjaca se moverían en el papel de interiores con laboriosidad a su espalda. Dario Srna, capitán, volvería a representar el valor añadido en ataque de la defensa, desde su lateral, y a Corluka se uniría Jedvaj en sustitución de Vida. Vrsajlko, lateral diestro del Sassuolo, cambiaría de banda para de solidificar la red de ayudas reforzada por el movimiento de achique efectuado por su seleccionador. Subasic se erguía como la última frontera de una Croacia que reviraba su filosofía colorida para crecer desde el fragor y verticalidad colectivos. El guión del aspirante pasaba por implementar una exhibición de intensidad, orden y pericia combinativa, elementos que condecoraban el rendimiento del rival de esta noche. De su finura en la precisión y la implicación en el repliegue dependería su pase de ronda o el asalto al cielo. 

Arrancó el envite enseñando, con precocidad, el tipo de pentagrama buscado por cada seleccionador y sobre el que se desarrollaría la esencia de la charla. Croacia se disparó a una presión muy elevada que pretendía indigestar la salida de pelota española, no con el fin de hurtarle el rol protagonista en estático, sino para golpear tras robo. España, por el contrario, anhelaba anestesiar el ritmo disparatado ideado por los balcánicos con circulaciones largas que inyectaran seguridad en los propósitos. La valentía posicional del sistema de Cacic, que soltaba a Rakitic y como avanzadill complicaba el afán combinativo nacional, deshilachando el plan de partido pensado por Vicente del Bosque. La identidad propositiva croata se había transformado en una arista de frenesí táctico que descontextualizó el aterrizaje de los españoles en la dinámica del lance. No obstante, la victoria local en el espíritu del prólogo del encuentro conllevó que la primera llegada a portería tuviera a De Gea como sujeto pasivo. Un balón largo, lanzado desde la cueva, enlazó con la ofensiva oponente por medio de Kalinic, superdotado en la labor de gestor de nutrientes para sus llegadores. El cuero, despejado de manera deficiente por Ramos, cayó en el pico del área española, lugar donde apareció Srna para cazar una volea muy desviada -minuto 6-.

Sin embargo, como en otros episodios, el acierto se anticipó a todo lo demás. El movimiento de avance de Croacia, rebosate de personalidad, otorgaba espacios, a la espalda de la primera ráfaga de presión, para los artistas españoles. Tal tesitura, en vuelo, generaba el paisaje idóneo para los arquitectos del último pase patrio. Así, en una transición provocada por la estratagema de Cacic, el balón arribó en la zurda de Silva, que contemporizó y leyó el desmarque de ruptura de Fábregas. El pase de terciopelo del canario -que tomó el relevo de influencia de Iniesta- conectó con el centrocampista del Chelsea, que descolocó al repliegue local, se filtró y cruzó el balón ante la salida de Subasic. Morata mostró su astucia para inaugurar el marcador sobre la línea -minuto 8-, autografiando el colofón a una jugada brillante que adelantaba a los pupilos de Del Bosque antes de que su estilo se dejara notar sobre el verde.

El golpe no desquició el devenir imaginado por los croatas. A pesar del respingo de vatios español, que confeccionó otra llegada muy peligrosa nacida de las botas de Silva, el listón competitivo de los aspirantes siguió exigiendo a los favoritos. El canario se cambió de banda para centrar, tenso, hacia el desmarque en diagonal de Nolito, que se adelantó a sus marcadores para rematar cruzado, lamiendo el segundo poste -minuto 9-. Pero no lograba equiparar su intensidad el conjunto español al de su contrincante, y los denostados apagones de concentración propios propulsaron la confianza ajena y recordaron la necesidad de encontrar vías de imposición del cauce y tempo que nos resultan familiares, pues la vigente campeona no se maneja con comodidad en una guerra de guerrillas, demasiado adelantada como para arriesgar. Una laguna de Ramos abrió boca para los croatas entregando un remate, en ventaja y desde media distancia, a Kalinic. El delantero de la Fiorentina probó a De Gea, que despejó el intento hacia la esquina con una reacción de reflejos -minuto 12-. Y una nueva grieta de atención, en este caso del arquero del United, ahondó en el paradigma de respuesta balcánica. Se durmió el portero en la salida de pelota y la presión, de Kalinic, provocó el error en la salida de juego. Rakitic recibió el balón suelto, en posición franca y dibujó una vaselina sublime que se topó con el larguero y el poste. El gozo y el aviso encontraron hueco en un primer cuarto de hora descriptivo.

Pasó España, entonces, a esforzarse por dictar el ritmo y afianzar su respiro por el callejón de la posesión horizontal. Croacia entendió astuto el repliegue de velas para esperar a la opción de salir tras robo. Este escenario templó el caótico inicio, congelando la rítmica producción de llegadas a ambas porterías y Silva volvió a asumir galones. De su zurda se fundaron las dos siguientes propuestas de remate nacionales, más espaciadas en el tiempo. En el 21 disparó desde media distancia, cruzado, para el despeje de Subasic y en el 27 esbozó una combinación sensacional. El flujo de pases llegó a Cesc, que fintó y dirigió la inercia hacia Nolito. El extremo del Celta concluyó con un disparo que se fue, desviado, a saque de esquina. Alba y Juanfran no ganaban superioridades exteriores ante las ayudas ardorosas croatas, complicando el avance vertical patrio. Esta circunstancia condenó a la horizontalidad controladora a una España que, al tiempo que dominaba la posesión y encontraba el mando, no padecía el veneno de la contra rival. La escuadra de Cacic, que se manejaba con simpleza y calma en el achique intensivo, contemporizaba esfuerzos, bien ordenada. En el horizonte visualizaba un partido largo y su capacidad de sufrimiento abonaría el terreno para contragolpear. La enmienda de Del Bosque al anárquico arranque supo suficiente.

En el entretanto, el primer acto quemó minutos y se dispuso a un tramo final que dinamitó el templado patrón finalmente sobrevenido. El balón parado desperezó a la ofensiva croata. El segundo desborde de Srna desembocó en la colocación de un centro tenebroso que dejó en mano a mano a Juanfran y Perisic. La lanza del Inter cabeceó demasiado cruzado -minuto 39- en otra ocasión proveniente de la desigual proporción de intensidad. Acto y seguido, España tomó el pulso del desenfreno previo al intermedio, también gracias a la pizarra: Ramos ejecutó un testarazo desde el primer poste, sin atino, tras el lanzamiento de Nolito. La deliciosa y extremada combinación nacional posterior, que Fábregas tradujo en un pase puntiagudo interior para el desmarque de Morata, que controló con dificultad y no terminó de rematar, prolongó el toma y daca. Y de esta apnea de efervescencia mutua y repulsa del equilibrio táctico surgió el punto de inflexión global. Perisic, bien controlado en los primeros atisbos de contragolpe croata (sólo incipientes ante el buen ejercicio de vigilancia española), sentó a su par, Juanfran, en la esquina y descerrajó un centro letal al que Kalinic respondió con un remate de tacón a la red. Ganó el inteligente punta el cuerpeo al central madridista en el 45 y se esfumó la confianza y el bagaje creativo del centro del campo patrio. El punzón psicológico contaminaría cada parámetro del rendimiento de la defensora del título. La estadística, con 1-1 de camino a vestuarios, susurró la realidad acontecida: 57% de posesión española pero derrota en llegadas a portería (9-8) y remates (5-2). Le costó domar a Croacia a una circulación nacional que perdió verticalidad con el paso de los minutos.

Sin sustituciones se alzó el telón del segundo acto, y lo hizo con una reproducción, más voraz, de la actitud croata del inicio de partido. La pasión volvía a responder a una asimetría favorable a los recién entrados en la ambición por los tres puntos y Croacia replegaba e intercalaba presiones elevadas, buscando salir rápido. Las imprecisiones empezaron a penalizar a España, que volvía a destiempo, con los laterales fuera de sitio y los mejores minutos balcánicos asomaron para quedarse. La ruptura de líneas ganaba focos ante la evolución de la medular croata, con más pulmones que la española. Aún así, todavía aguantaba poso la circulación nacional y un centro de Alba, en su primera subida sorpresiva, y remate desviado de Morata -minuto 52- parecerían sostener el control pretendido. Pero la pelota se tornó azulada y el partido quedó sin gobernador, entrando en un centrocampismo que ofrecía ventanas para el vértigo croata. Con mayor asiduidad cada vez. Inmerso en el cambio de escena, el balón parado acudió para sellar la firma local. El susto que desencadenó la reacción de Del Bosque amaneció con un centro de Srna tras robo a España que despejó, con apuros, De Gea. La pelota, suelta, cayó en la botas de Jedvaj, pero la zaga repelió una tratativa que finalizó con chilena desviada de Pjaca -minuto 56-.

El seleccionador entendió que debía optar por un mayor dominio de la pelota. Repetir estrategia, con el fin de amaestrar la rebeldía contrincante y frenar su velocidad tras pérdida. Así, Nolito, desapercibido, dejó su lugar a Bruno. El dibujo cambió a 4-3-2-1, con el mediocentro del Villarreal apoyando a un Busquets superado, sin ayudas de Cesc ni Iniesta -este último exhibió claros síntomas de carencia de chispa que condicionaron su clarividencia-. La ausencia de piezas en la mediapunta había uniformado de densidad al control del cuero, por lo que este movimiento soltaría, también, a Silva y al cerebro manchego. En coherencia, el preparador obtuvo un antídoto rápido al devenir: retomó el tempo, cuidando mejor del cortejo del esférico, a la espera de encontrar vías de profundidad. Morata, vacío, cedió su escaño a Aduriz, en un cambio que restaba desahogo a la elaboración visitante para incluir una referencia que buscara soluciones en el modelo de centros laterales. Sin embargo, estos no llegarían y el rematador del Athletic volvería a padecer los límites de la filosofía combinativa. En esta suerte de oasis, en la que Croacia cedió terreno para buscar la contra –hoja de ruta extendida hasta el 90-, España localizó un nuevo temple, aunque el cultivo de disparos seguiría yermo y la autoridad en el juego nunca se confirmaría. Sólo el balón parado, con Ramos como protagonista desacertado, inquietaría ya a Subasic. A la acumulación de córners infructuosos se unió un penalti muy polémico, cometido sobre Silva y provocado por el pase largo de Iniesta. El defensor andaluz tomó el balón (lo improvisado de las sensaciones siguen mandando en la elección del lanzador en la selección- y lanzó la penalización hacia el centro, sencilla para el guardameta croata, que había ganado metros de manera antirreglamentaria -minuto 69-. El perdón se pagaría a un coste muy valioso.

El monopolio de la pelota española adentró la trama en un desenlace aliñado de incertidumbre. Un gol mutaba el camino a recorrer por ambos púgiles y España decidió defenderse con balón. Sin mayor ambición. El eficaz cierre croata negó oportunidades a la espesa circulación nacional, y cada fallo o imprecisión se convertía en peligro claro para la meta de De Gea ante el descenso abrupto del fuelle español. Una falta ejecutada muy desviada por Rakitic, en el 74, constituyó la única llegada balcánica en este tramo previo al epílogo. Entonces, a 15 minutos del agónico final, los técnicos definieron sus intenciones: Kovacic sustituyó a Rog, en un intento por afilar la contra y Thiago hizo lo propio por Fábregas (sostén insuficiente la reanudación), en busca de más seguridad con la pelota. Ante tal confrontación de estilos, una pulgada decidiría el futuro próximo de las dos selecciones, y, la perspectiva de esta Eurocopa de goles sobre la bocina no auguraba una igualdad sostenible hasta el descuento. En efecto, el magnetismo de los precedentes hizo de las suyas y el envite no concluiría en tablas.


Había emergido la velocidad y potencia anatómica croatas con anterioridad. Por eso Bruno participó del juego y por este motivo la selección quiso especular, en cierto sentido, con la posesión. No en vano, el empate valía para facturar como primeros de grupo. Pero en el minuto 87 se escenificó la sombra que mantiene la sospecha sobre el estilo español. Una acción ofensiva que no terminó en pausa del juego lanzó una contra que dirigió Kalinic (excelso como delantero solitario y amortizador del descenso de atención de su marca coral) y voló al galope de Perisic (mejor del partido y herramienta de ataque predilecta), que desbordó a Juanfran y Piqué con soberbia (el lateral del Atlético no supo navegar ante el jugador nerazzurro, perdiendo la partida en el segundo tiempo con claridad y sin ayudas ni coberturas del centro del campo) para batir a De Gea con un chut que entró por el primer poste. El defendido por el portero. El zarpazo del plan b croata sentenció la previa autocomplacencia española, cuya calidad no consiguió prevalecer ante el físico e intensidad rivales. Así, sin margen para la reacción ni llegadas que degustar y con Kramaric y el malaguista Cop saltando al verde para gastar tiempo, ofreció la primera fase sus últimos estertores, con una perspectiva, de repente, revirada para los intereses nacionales. El abc del juego de repliegue y salida volvió a envenenarse para el planteamiento español. En el peor momento. Con esta derrota (60% de posesión roja y 4 a 3 en tiros a puerta para los balcánicos), Italia será el obstáculo de octavos de final, Alemania esperaría turno en cuartos y Francia en semifinales. Los competitivos croatas, por su parte, cuentan con el camino libre de espinas que paladeaba la hinchada española. Se complica el guión y se complicó una España inferior en el plano del esfuerzo y la lucidez. Quizá un inoportuno tropiezo accidental (el primero desde el campeonato de Portugal'04). Quizá un golpe de realidad.