La
estrella argentina del Barcelona acusada de fraude fiscal se sentó la pasada
semana en el banquillo de los acusados aduciendo febles argumentos en pro de su
no culpabilidad
Antonio Blanca
La
indignación de los españoles ante la corrupción es selectiva como demuestra la
tranquilidad con la que Messi y su padre han afrontado el proceso por defraudar
más de cuatro millones de euros a la Hacienda Pública Española, que seguimos
siendo todos como bien sabe la Infanta desde el banquillo de la Audiencia
Provincial de Palma. El rasgamiento colectivo de vestiduras ante el supuesto
chorizo de traje y corbata se muestra sin embargo indiferente si éste va en
chándal y encima juega en cierto equipo, buque insignia de un movimiento
político. Aún estamos esperando a que el inmaculado público del Camp Nou, tan
reivindicativo ante otros agravios, silbe al ídolo que presuntamente les roba
con la misma vehemencia con la que reaccionan ante el himno de España que aún
más presuntamente les oprime, incluso les “roba”.
Porque
lo que nadie podrá discutir a estas alturas es que esos cuatro millones
distraídos a Hacienda son los que luego van al autobús público, el hospital
público, la escuela pública y hasta las embajadas de Cataluña en el extranjero
en las que ya sabemos que la Generalitat
gusta de gastarse el dinero de todos. Ni por esas ha bajado el ritmo de ventas
de camisetas blaugranas con el ‘10’ a la espalda. No consta que se hayan
resentido tampoco las ofertas para grabar spots
publicitarios. No se le ha exigido siquiera una disculpa en alguna pancarta
descarriada entre el mar de esteladas que habitualmente inunda el estadio culé.
No digamos ya una dimisión o una pena cautelar de banquillo hasta que se aclare
todo.
"Sso
firmaba lo que me daba mi papá" es otra forma de hacerse el tonto como
aquella ministra que alegaba desconocer lo que su marido aparcaba en el garaje.
Sin embargo a aquella sí se le crucificó como a tantos otros presuntos que
optaron por el "no me acuerdo" o el "no lo sé" sin que se
diese siquiera el beneficio de la presunción de inocencia. En el caso de Messi
fueron 4 millones de euros de más los que entraron en su cuenta. Es decir, o
Messi realmente tiene dificultades para comprender una sencilla suma o aquí lo
que hay es un claro caso de opulencia ante el que la sociedad, tan dada a
cuestionar siempre al que tiene mucho, también se está inhibiendo. No es lo
mismo llamarse Amancio Ortega que Messi como no es lo mismo ser Infanta que
delantero centro.
Tanto
el caso del futbolista argentino como el de otros compañeros de profesión a los
que también cazaron en un renuncio similar han sacado a relucir una indignación
de salón ante la corrupción en la que queda claro que el problema no es que te
roben, sino quién te robe. Indignación ideológica y no ética, por tanto. Es
verdad que a Messi no le elegimos en las urnas para que nos represente a todos,
tan solo son legión quienes corean su nombre o se gastan 100 euros en ponerse
su nombre en la espalda. Algo en la España adocenada y sectaria del siglo XXI
comprensible meridianamente.