Jordi Grimau
La Copa de Europa 2017-18 se estrenó en el Camp Nou por la
puerta grande. El Barcelona acogía la visita de la Juventus, vigente
subcampeona del torneo y candidata firme a repetir senda ganadora. Los dos
equipos llegaban a esta confrontación de altura como líderes en España e Italia
pero con dudas sobre la adaptación de los nuevos. No obstante, los catalanes se
desprendieron de Neymar y los transalpinos de Bonucci y Dani Alves, piezas
clave en sus esquemas ofensivo y defensivo. Además, los cambios en el matiz de
juego introducidos por los técnicos todavía no están engrasados y el riesgo de
verse retratados por un gigante y a las primeras de cambio del curso se palpaba
en el ambiente.
Valverde estrenó su participación en la máxima competición
desde el banquillo culé entregando la primera titularidad a Dembélé. La perla
de más de 100 millones de euros compartiría banda con Semedo. Además, Rakitic
recuperaría su papel en la medular, como apoyo de Busquets e Iniesta, en un
once en el que Jordi Alba y Umtiti se han asentado como esenciales. Messi y
Suárez tratarían de batallar con un candado rival al que le faltaban los
lesionados Chiellini, Mandzukic y Marchisio. Allegri, viejo zorro, incrustó a
Betancur en el regreso a los tres centrales, con Alex Sandro y De Siglio como
carrileros y Matuidi y Douglas Costa como novedades capitales. El primero
presionaría y aportaría músculo en el ecuador del terreno y el carioca
ejercería como puñal, en contragolpe o en estático.
Con ese ajedrez arrancó un envite en el que salieron mejor
los bianconeri. La Juventus supo alternar la presión muy alta -hasta el punto
de asfixiar la circulación local- con el cierre intensivo en campo propio. No
tardó Messi en retrasar su posición y tratar de asociarse para ganar la
posesión, pero había salido más concentrado y hambriento el dictador de la
Serie A. No obstante, su furor competitivo y verticalidad señalaron a Stegen
como protagonista azulgrana en el prólogo: el alemán sacó un chut de De Siglio
-minuto 6- y un latigazo de Pjanic, más serio -minuto 12-. El mando era
juventino y lo seguiría siendo.
Sólo un balón en largo de Busquets al que Dembélé no llegó
por poco -Buffon se adelantó, inteligente, en una salida arriesgada pero
atinada- supuso una amenaza para los visitantes. El primer chut del Barça
arribaría producto de un chispazo de Iniesta, el factor diferente cuando se
jugaba en campo italiano, que fintó a tres zagueros en la frontal para forzar
una falta. Messi chutaría a la barrera y Suárez cazaría el rechace para forzar
una reacción de reflejos del eterno guardameta transalpino -minuto 19-.
Traspasada la media hora se confirmó la apariencia inicial:
la valentía y buena ejecución posicional y táctica de la Juve marcaba al juego
del Barcelona en su conjunto. Campaba la reducción de espacios y, por
consiguente, de llegadas a portería. Allegri llegó a colapsar su terreno para
forzar combinaciones demasiado exigentes entre Messi y un Suárez en el rol de
Neymar (sin acoplarse a sus atributos). Dembélé lo busaba en individual pero,
como en el intento coral, los obreros italianos se cerraban y multiplicaban. Y,
ante la subida de la presión local, se descolgaban Dybala y Douglas Costa para
lanzar contras que rompían el ritmo pretendido por los del Txingurri.
Sobrevino la lesión del sustituto de Dani Alves, De Siglio,
en el minuto 40. El que fuera lateral del Milan fue sustituido por Sturaro en
tal minuto, complicando en adelante esa parcela defensiva para una Juventus que
no había sufrido en defensa hasta entonces. El recién entrado era un mediocentro
reconvertido que si Valverde le enfrentaba con Dembélé sufriría. Reaccionarían
los automatismos italianos para robar el mandato de la pelota al Barça de
camino al descanso. Incluso alcanzó su variopinta paleta colectiva a llegar con
peligro al área de Stegen, si bien no cosecharon más que un saque de esquina
por un remate fallido de Higuaín y otro de Matuidi, despejado.
Pero, a 10 segundos para la conclusión del primer acto,
Messi amortizó la valentía rival. Con una Juventus jugando en campo del Barça,
una recuperación fue traducida por el argentino en el 1-0. Tomó el cuero en la
medular, cambió el ritmo hasta plantarse en la frontal gracias a una conducción
vertigionsa y una pared afinada con Suárez. Una vez allí, y en vuelo, pausó
para ajustar su zurdazo raso a la cepa del segundo poste. Su chut cruzado,
sangrante para el plan de Allegri, se coló por debajo de Benatia, imparable
para Buffon. La Pulga batía al italiano por primera vez en su carrera (al
cuarto partido) para delirio de una tribuna sometida al dictado de la táctica.
Allegri tenía trabajo. Ganó en tiros a puerta (2-4) y
totales (4-6) al Barcelona, habiéndole entregado la posesión (63 a 37%) pero
explotando su achique acumulativo, que negaba los pasillos centrales por los
que circulan Iniesta y Messi, y su capacidad para salir al contragolpe
amenazaba. A pesar de haberlo hecho todo bien y de degustar mejores
sensaciones, se fueron con 1-0. Se trataba, para los del Piamonte, de
evidenciar fortaleza mental ante el desafío de repetir pentagrama camaleónico
encontrando más a Dybala y subiendo la apuesta en la ambición sin
desequilibrarse. El argentino perdonaría una clara en el 48. Desborde de
Douglas, pobre despeje de Piqué y chut a las nubes de La Perla, con todo a
favor desde el interior del área.
En el 51 comprobaría el entrenador italiano el envés de su
apuesta: Messi recibió entre líneas y en transición para descerrajar un
cañonazo cruzado que escupió la madera, con Buffon batido. Y seis minutos
después saborearía el error de arriesgar demasiado ante el mejor jugador del
planeta. El 10 blaugrana sorprendió a la espalda de Douglas Costa en otra
contra puntiaguda, despegó ante Alex Sandro, uniformado de extremo, y asistió
para el gol de Suárez. Un zaguero salvaría la llegada, in extremis, pero el
cuero llegó a Rakitic, que derribó a un Buffon ya descolocado por lo
vertiginoso de la maniobra. Dos relámpagos, en contragolpe, sentenciaron la
venganza anhelada por los culés tras los cuartos de final del pasado curso.
No negoció Allegri con su comprensión atacante de este
deporte: a pesar de que Messi buscó la escuadra de Buffon de inmediato -en una
falta desde la frontal conjugada por el guardameta-, deshizo el tridente
defensivo para meter más calidad y ambición. Salió Betancur y entró
Bernardeschi. El joven mediapunta que respandeció en la Fiorentina el año
pretérito remataría fuera, a la salida de un córner, en su primer contacto con
el esférico. Y el colectivo visitante siguió subiendo líneas y presionando
arriba, aunque Suárez desperezara su ínfima aportación con una llegada desviada
y Messi rematara su hat-trick en un dos para dos en el que resolvió con un par
de fintas y otro golpe bajo y cruzado inapelable -minuto 70-.
Se la jugó la Juventus y pereció ante un Barcelona reducido
al contraataque y a su astro. Se marchó Dembélé, a continuación, con una
actuación discreta como elemento desequilibrante. Sergi Roberto fue insertado
en su posición preferida, la de interior, y Paulinho también disfrutaría de
hueco. El brasileño entró por Rakitic (en proceso de ganancia de autoestima
después de la era de Luis Enrique) después de que Bernardeschi volviera a
probar a Stegen. El alemán volaría para sacar de la base del poste un zurdazo
impoluto de Dybala. El orgullo del aristócrata herido salía a conversación demasiado
tarde.
Se cerró el enfrentamiento con penalti por mano de Piqué no
pitado y ovación a Iniesta -absoluta y atronadora, en medio de la polémica por
su renovación- cuando cedió su escaño a Andre Gomes. La fiesta catalana, un día
después de la Diada y después de confirmarse que la evacuación y el acordonar
de la Sagrada Familia (minutos antes del inicio del partido) fue una falsa
alarma, resultó completa. La Juventus se fue dolorida, notando demasiado la
baja de Mandzukic -su oferta de salidas por alto restó un arma notable a los
italianos-, sabedora de lo complicado de ganarle el primer puesto de grupo a
los culés después de esto. "Esto" que fue, en lo general y lo
particular, otro día de leyenda de Leo Messi.