El Santiago Bernabéu se engalana este sábado para acoger el
duelo cumbre del fin de semana en las citas internacionales correspondientes a
la fase de clasificación para el Mundial de Rusia 2018. España e Italia se
cruzan, al fin, en el duelo que parece resultar decisivo para dilucidar cuál de
los gos gigantes accederá a la cita mundialista por la vía directa -como
primero de grupo- y cuál deberá pelear en la indigesta repesca. La situación es
la siguiente: los españoles lideran el grupo G por diferencia de goles (empate
a 16 puntos y cuatro dianas de distancia en el gol-average) cuando restan
cuatro partidos, siendo la visita a Albania lo más complicado que les queda a
los dos púgiles. A los locales les sabe rico un empate.
Por todo ello, y por el cariz de la reconstrucción de la
azzurra que está realizando Giampiero Ventura -tras la exhibición en la
explotación de los recursos que ofreció Conte en la Eurocopa francesa-, se
remarca en la previa la necesidad transalpina de asaltar el coliseo del Real
Madrid. Además, la baja de última hora de Giorgio Chiellini ( y la de
Marchisio) podría llevar al técnico visitante a mantener su 4-2-4, aunque
matizado en la línea ofensiva (viraría hacia un 4-3-3 o 4-4-2), en lugar de
recuperar el tridente defensivo. La lesión en el gemelo derecho -en la sesión
postrera de entrenamiento en Coverciano- del zaguero de la Juventus abre la
incógnita del Bel Paese para Julen Lopetegui.
El técnico vasco se ha visto obligado a reducir la dimensión
hipertrofiada del favoritismo que los nombres en liza podría otorgar a los
nacionales. Sabe el seleccionador heredero de Del Bosque de la ancestral
competitividad italiana, y con la mentalidad y concentración como parámetro
decisivo se podría desplegar un duelo alegre si Ventura mantiene su hoja de
ruta y contraviene el libreto tradicional que exige, en el calcio, adaptarse al
rival. Si hiciera esto, el tercer zaguero podría ser Rugani -junto a Bonucci y
Barzagli- y sólo dispondría de un delantero; si, por el contrario, apuesta por
la coherencia, Andrea Conti y Matteo Darmian serían los laterales de una zaga
de cuatro que encontraría a Immobile y Belotti como puntas (cinco y cuatro
dianas en esta fase, respectivamente).
Sea como fuere se plantea un ajedrez en el que el catenaccio
no tiene hueco. Verratti, De Rossi y Candreva resultan casi inamomibles en un
centro del campo que podría complementar su verticalidad y aire guerrero con la
finura de Insigne y la efervescencia de Bernardeschi. Esta Italia se parece más
a la de Prandelli (que cayó 4-0 en la final de la Euro 2012) que a la de Conte
(que eliminó a España en la pasada Eurocopa, ajustando rencillas). La velocidad
en la transición y la efectividad en el remate condecoran el pedigrí de un
combinado en transformación que todavía busca su mejor manera mientras que la
pulsión competitiva no amaina.
El empeño en la pelea por la posesión, la altura de las
líneas y la gallardía o especulación táctica son elementos ajenos que
desestabilizan a un equipo Español que no tiene pensado variar su guión. La
presión adelantada, el monopolio de la pelota y la mayor atención al equilibrio
(con Koke, Busquets, Iniesta, Thiago o Isco en la medular) serán las sendas a
perseguir por un once que dispone en Carvajal, Alba, Ramos y Piqué a su zaga,
en De Gea al homólogo de Buffon, y en Silva a su mediapunta. La participación
de inicio de Morata o de Asensio -como falso nueve- obedece a la
intencionalidad de arrebatar desde temprano el arma del esférico a un oponente
necesitado de ganar en este duelo directo -de altura- para no depender de otros
con el fin de concluir en la primera plaza. Jugar con la fría desesperación no
está de más. De ahí la validez de la posesión perpetua y el mediocampo
superpoblado.
Chamartín se destapa como el escenario idóneo para rematar
la obra empezada en el Juventus Stadium (allí se escapó la azzurra cuando todo
hacía pensar en tres puntos decisivos en favor de los españoles) y para que los
nombres bien conocidos en Italia pero con hambre de resonar también en el Viejo
Continente conecten con su oportunidad idónea. La situación de Diego Costa, la
convocatoria de David Villa (aparentemente más intimidadora que práctica) y la
sospecha de los pitos a Piqué son distracciones inadmisibles ante la exigencia
del examen venidero.
España habrá de dar su mejor yo para, al menos, alcanzar un
empate que le mantenga en el liderato. En Turín mostró la posibilidad de
domesticar al eterno batallador italiano con actitud, físico y clase, aunque un
penalti en los últimos diez minutos evidenció la raza ganadora de un equipo que
rozó la remontada en la recta final. Por eso, la cabeza, la escapada de la
autocomplacencia con la posesión y la vigilancia tras pérdida que amarre las
contras de los visitantes asoman como epígrafes de obligatorio cumplimiento. La
primera prueba que afronta el Lopetegui quiere recalcar que la crisis
institucional no aflige al césped. Un axioma que casi es propiedad exclusiva de
los transalpinos.