Tras
las etapas de Mourinho y Ancelotti, el fallido intento de Benítez, Florentino
ha encontrado en Zinedine Zidane una nueva estrella
Antonio Blanca
Quizá
la mejor forma de calibrar el mérito de Florentino Pérez sea acordarnos un
instante de su homólogo en el Barça, Josep María Bartomeu, y comparar la
evolución de ambos clubes; el peso específico de ambos dirigentes. Convertido
desde hace muchos años en uno de los españoles más ricos y con más poder, si no
el que más (después de Amancio Ortega), Florentino Pérez tiende al perfil bajo
y disimula cuando puede sus labores cotidianas en Concha Espina. Acusado por la
corriente crítica de haber querido mercantilizar el club en el pasado a costa
de su identidad, de anteponer la rentabilidad a cualquier otra meta, la rotunda
victoria de Cardiff ante el equipo (uno de ellos) que vapuleó al Barça esta
temporada no sólo vincula a este Madrid con el de sus mayores gestas: refleja
el triunfo definitivo de un hombre que ha pasado de presidir el club más rico y
querido del planeta a encabezar, sin discusión, el mejor equipo de fútbol del
mundo.
Quién
habrá de criticar ahora al hombre que entregó su suerte a Zinedine Zidane
cuando la nave que con tantos mimbres había construido se resquebrajaba en un
mar de soberbia, conflictos personales y malas decisiones deportivas. El
aspecto más fascinante de este apogeo florentiniano es la capacidad de
regeneración de un equipo deshilachado, desunido, cansado, prematuramente
avejentado, que en año y medio se torna en una formidable máquina de ganar sin
techo conocido: una escuadra construida por Florentino que, sin embargo,
eclosiona cuando se desprende de férreas máximas presidenciales: ni Bale es el
icono del futuro, ni Ramos y CR7 están acabados, ni la ‘BBC’ es intocable. (De
hecho, está acabada). Cuántas bocas de analistas fiables ha callado en un año
este Madrid, el único equipo de Primera División sin director deportivo, dueño
de una plantilla incomparable que aprendió a dosificarse coordinadamente hasta
terminar barriendo del campo en la final de Champions
a un equipo italiano que sólo había concedido tres goles en toda la temporada
europea.
Ya
no se habla en Madrid de ‘galácticos’: la perla es Asensio, o Carvajal, o Isco,
o Nacho. El Madrid total que gana una final de Champions con goles de Cristiano, Casemiro y Asensio es la
encarnación de otro esquema mental, el universo de ‘Zizou’, en el que el equipo
es más importante que cualquier estrella del firmamento: un paisaje coral que
permite a un héroe portugués brillar como nunca y a los demás encontrar un
lugar distinguido.
El
mérito del Madrid y de su presidente incluye haber saneado las cuentas hasta el
punto de llegar a la final europea con el doble de presupuesto que su rival.
Benzema era más que Higuaín, Modric es mucho más que Khedira. Rey de las
finanzas, Florentino Pérez ha sido más extraordinario que nunca cuando ha
asumido sus errores: un par de tornillos sueltos que lastraban una nave
colosal. "Yo no he creído nunca en
las rotaciones”, dijo en la radio poco después del partido de Cardiff, “porque las rotaciones no han dado muy buenos
resultados a lo largo de la historia, pero ahora me tengo que callar".
59
años después, otro doblete europeo. Al presidente blanco le ha costado tres
lustros lograrlo. Hace sólo 20 meses era pitado por el hosco Bernabéu de
aquellos fríos meses de Rafa Benítez. La ‘BBC’ era intocable, Bale era el
futuro, rotaciones las justas, la plantilla necesitaba una renovación completa
empezando por sus líderes. Hoy la gloria es colectiva e individual; Ronaldo
ganará muy probablemente su quinto Balón de Oro y el Madrid aspira al famoso
'sextete'. El descanso, para ello, ha de ser breve: “Cada triunfo es el lugar de partida para el siguiente”, recordó con
exigencia Florentino en otra radio en Cardiff, sin ceder del todo a la euforia
de la victoria aún caliente.
Su
capital político no sólo le asegura continuidad sin frenos en el trono
merengue, sino acceder al mercado de fichajes en posición preeminente. Ceballos
prefirió ir al Bernabéu, con menos dinero y mucha más competencia, que recalar
en el perdido Barça de Bartomeu. El momento es tan dulce que ya no hace ni
falta resistir a la tentación de traer a De Gea por 60 millones de euros: no
hace falta un portero español, joven y famoso para mantener y desarrollar la
marca del club. Ni cambiar lo que funciona bien. Hay triunfos que ni siquiera
en el fútbol son casualidad. ¿Quién cuestiona ahora al capitán de un buque fabuloso?