Volvió
la Copa de Europa al Santiago Bernabéu y con ella Cristiano Ronaldo que marcó
por partida doble en el fácil partido de los blancos ante el Apoel de Nicosia
Antonio Blanca
El
Santiago Bernabéu recibió este miércoles dos antidepresivos, la vuelta de la
Liga de Campeones y el regreso de Cristiano Ronaldo. El estadio merengue
todavía no había visto un triunfo liguero y su último jolgorio se desarrolló en
agosto, en la Supercopa de España disputada ante el Barcelona. Pues bien, el
estreno de la defensa del título europeo se celebraba ante el APOEL, un rival
inferior en lo que a técnica se refiere que venía uniformado de víctima
propiciatoria. El campeón chipriota era interpretado por el entorno de
Chamartín como el púgil idóneo para la catarsis necesitada por el Real Madrid.
Zinedine
Zidane resolvió el brete de la ausencia de delanteros centro -tras la lesión de
Benzema y las ventas de Morata y Mariano- colocando al presumible Balón de Oro
en dicho rol, flanqueado por Bale en banda zurda e Isco entre líneas. Dio
descanso el técnico galo a Kroos y la alternativa a Kovacic, que acompañaría a
Casemiro y Modric en un once de zaga identitaria. El objetivo era refrescar la
confianza por medio de los goles y que, con el paso de los minutos, el juego y
la consistencia defensiva se incorporaran a la fórmula de redención pretendida.
El
duelo dio comienzo con la pelota pintada de blanco. Se jugaría siempre en
cancha de los visitantes, hecho que favorecía el desquite de un vestuario
herido ante el doble empate casero ante Valencia y Levante, que ha desempolvado
las sospechas de relajación y autocomplacencia. La posesión y las sensaciones
de dominio pertenecieron a los madrileños, pero el bloque chipriota no se
preocuparía por batallar por esos parámetros: la idea de Giorgos Donis era
achicar de forma intensiva y urgar en la impaciencia del gigante para salir a
la contra y pescar un improbable asalto al rectángulo más pomposo del planeta.
Durante los 90 minutos.
Sin
embargo, la cohesión del 4-4-2 amarillo y su actitud ardorosa no pudieron
contener la cumplimentación estricta del planteamiento de Zizou. El primer
cuarto de hora resultó un toma y daca en el que el talento individual dictó la
senda. Se abriría fuego con dos acciones a balón parado: la primera, un córner
lanzado por Isco que Marcelo centró para el cabezazo desviado de Bale; y la
segunda, que forzó la parada de Keylor Navas, fue ejecutada por una falta -de
larga distancia- sacada en corto y engatillada por el cañonazo del que fuera lateral
del Celta Roberto Lago.
Tras
ese impulso, el abc chipriota entregaría un pelotazo que bajó De Camargo (referencia
y faro ofensivo) para que la calidad de Ebecilio concluyera la subida y pase de
Lago con un remate trompicado que atajó el meta tico. El Madrid no había salido
con la concentración suficiente y se partía tras pérdida, pero su
funcionamiento contemplaba lo ofensivo como prioritario y en la transición de
ese aviso chipriota Isco inventó una contra mortífera. Cambió el ritmo en la
medular, sentó a un zaguero con una finta deliciosa, sutil, y abrió para que
Bale centrara y Ronaldo abriera el marcador, de remate cruzado.
El
galés salió como avanzadilla de Marcelo en su perfil de zurdo y su equipo lo
aprovecharía, pues el galés conectó de nuevo con Ronaldo, en esa secuencia de
centro lateral y cabezazo cruzado, pero el portugués se topó, en esta ocasión,
con el lateral de la red. Luego una apertura hacia el extremo zurdo fue
centrada, con veneno, rebosante de técnica y de primeras, hacia el chut fallido y
forzado de Cristiano. El retorno de Bale a su banda natural, alejándose de esa
posición de pierna cambiada, estaba agujereando a los chipriotas. Era la mejor
noticia de la noche.
Por
el camino se profundizó en el soliloquio merengue, ya que la actitud tras
pérdida era la adecuada y la vigilancia ante los pelotazos rivales hacia De
Camargo también fue efectiva. Y también se lesionó un Kovacic que se retiró
llorando. Kroos entraría en el verde por el abatido mediocentro croata y empezó
su sinfonía en la distribución que coronó con un chut infructuoso pasada la
media hora. Modric y Bale también lo buscarían en sendos intentos, pero el meta
Waterman no sería inquietado. El muro visitante daba la cara como rocoso a
pesar de sufrir en los contraataques. Ronaldo cerraría el primer acto con una
volea demasiado angulada en esa suerte vertiginosa.
El
camino a vestuarios se realizaría después de que Vinicius estirara a los suyos
con un lanzamiento sin dirección desde muy lejos. El APOEL jugó un buen trecho
encerrado en los 20 metros que circundaban a su portero pero sobrevivió metido
en el partido. No quiso la pelota el referente del fútbol en Chipre y se limitó
a capear las ráfagas, no muy fluidas, de juego ofensivo madridista. No
obstante, los de Zidane navegaron con el 64% de posesión y lanzaron 12 tiros
(por 3 visitantes) pero empataron en disparos entre palos: 1 por trinchera.
Pareciera que el control del juego asumió un protagonismo no pretendido por los
locales. Sin brillo, el merecido 1-0 condujo a los contrariados madridistas al
intermedio.
La
ausencia de argumentos atacantes por parte del sistema de Giorgos Donis (sólo
el rudo balón aéreo hacia De Camargo era visualizado como salida del esfuerzo
defensivo) podía llamar a la distensión merengue, faltos de ritmo en la
circulación para generar el peligro esperado, pero tardaría 53 segundos el
Madrid en negar esa inercia: un cambio de banda de Kroos a la incorporación de
Carvajal fue zanjada con centro del lateral y remate de Ronaldo que se estrelló
en el travesaño. La pelota botó sobre la línea en la reacción local.
Había
acelerado su ratio combinativa el bloque capitalino y el enésimo centro
peligroso de Bale desde la izquierda concluyó en mano de Lago y penalti.
Ronaldo tomó el cuero y, en el minuto 51, transformó con fiereza una pena
máxima más que dudosa. Sea como fuere, el luso corrió para coger la pelota y
colocarla en el punto central. La actitud de los locales había mutado y la
búsqueda de una mayor cosecha que favoreciera su primer puesto en el grupo
nutrió una metamorfosis que Isco, Casemiro y Kroos materializaron con otro trío
de lanzamientos claros en dirección a Waterman. Todo ello antes del 60 de
juego.
Instantes
después, Ramos ejemplificó el nuevo pentagrama madridista. Cortó el paso al
frente dibujado por el APOEL (había entrado el talentoso Farías por Sallai para
tener más la pelota), abrió hacia Marcelo y envió a las mallas, con una chilena
plena de garra, un cabezazo rebotado de Bale.
Hasta
el pitido postrero no sufriría enmiendas el aluvión enérgico de un Madrid
desatado. Marcelo y Carvajal eran extremos y los centros laterales se
multiplicaban, salpicados por una presión intermitente que redondeó un segundo
acto suficiente para relanzar la ligazón entre tribuna y césped. Y tendrían
minutos para degustar la competición más elitista Dani Ceballos -sustituyó a
Isco- y Borja Mayoral -por Bale- . El andaluz y el canterano tocaron tierra
ante un rival de brazos bajados y con el ritmo global congelado.
Cerraría
el Real Madrid sus primeros tres puntos en la Liga de Campeones 2017-18 con la
mejor versión desde los torneos veraniegos. El campeón de Chipre no fue un
obstáculo que examinara aspectos por los que ha sido herido el sistema de Zidane
en las semanas precedentes (su concentración defensiva y el equilibrio tras
imprecisión) pero este miércoles lo importante para el 12 veces rey de Europa
era golear y ganar en convicción ofensiva. Y ambos objetivos fueron resueltos
con éxito.