Aránzazu Gálvez
Chamartín se engalanará este miércoles para asistir a la
prueba de fuego definitiva que la visita del PSG en los octavos de final de la
Liga de Campeones supone para el Real Madrid. La tribuna de Concha Espina se
dispone a contemplar la mejor versión de un escuadrón bajo sospecha, del que ya
sólo se espera que ofrezca su cara más jerárquica, comprometida y efectiva en
el torneo del que es vigente campeón. Porque su travesía liguera y copera sólo
ha dejado al madridismo un argumento al que aferrarse para mantener su fe en la
plantilla merengue: esa mística que les uniforma como depredadores en el
territorio de la antigua Copa de Europa.
Por ello, lo venidero para el camarín de los españoles es el
encuentro que puede definir la temporada como un fracaso y una de las peores de
su centenaria historia o constituir un espaldarazo. Lo que está claro es que la
ida de esta fase, final anticipada, representa un punto de inflexión
irrebatible en el devenir capitalino. El campeón de casi todo, que ha
aparentado estar empachado de gloria desde agosto, se medirá a un hambriento
aspirante a aristócrata, que viene herido después de haber perdido la Ligue 1
ante el Monaco y de ser sujeto pasivo de una de las remontadas más memorables
de este torneo -en el Camp Nou-.
Hace un amplio puñado de semanas que a Zinedine Zidane se le
pregunta más por su futuro que por su presente. Casi el mismo margen de tiempo
en el que Unai Emery ha regateado los fantasmas de la salida del club. Los
madridistas, a estas alturas del calendario, viajan a 17 puntos de la cima de
La Liga y los franceses son punteros, con un plácido colchón de 12 puntos sobre
el conjunto del Principado. Esto es, sus inercias son contrapuestas, en favor de
los visitantes. Pero el Madrid se juega todo a esta carta. Y este mismo
combinado, rebosando urgencia y en el Bernabéu, ya ha sido capaz de relativizar
la lógica de los precedentes.
El doble campeón de Europa alineará, salvo sorpresa, al once
que le dio la Duodécima en Cardiff, con Bale e Isco intercambiando roles. Sólo
la sensible baja de Carvajal (entrará Nacho) supondrá una variante en el plan
previsible. La idea ha de ser evidenciar una precisión en la manutención del
cuero y la creación de juego en estático tan afinada como la capacidad de
achique y de contragolpe. La supervivencia madrileña pasará por el nivel de la
intensidad en ambas fases del juego, la solidaridad en el esfuerzo y la
atención a la táctica. Ha de sembrar con trabajo el 4-4-2 o 4-4-3 que disponga
Zizou para que la calidad y el físico manden. En definitiva, la altura del
combate no permitirá apagones de concentración de ninguna pieza.
La tendencia a padecer fuera de casa, en este mismo
ejercicio, del PSG podría beneficiar a un gigante español que debería estar
dispuesto a incendiar el ritmo desde el inicio. Pero la sutura de las grietas a
la espalda de su trivote -Modric-Casemiro-Kroos- será uno de los parámetros
determinantes. Si la presión no es coordinada y el equipo vuelve a partirse
tras pérdida, entonces se pondrá de manifiesto la categoría punzante de la
ofensiva francesa. Entre Neymar, Cavani y Mbappé han anotado 74 tantos (por los
38 del tridente local). En la trinchera española Benzema (Isco o Asensio) habrá
de brillar como mediapunta y enlace entre líneas, esquivando la acostumbrada e
inocua acumulación de centros laterales.
Los dirigidos por Emery han salido de la primera fase como
el club más goleador del torneo (25 dianas, 16 más que el Barcelona) y con tres
goles encajados menos que Keylor Navas y compañía. El técnico vasco, que maneja
a una delegación con sed de venganza y que observa este cruce como la
"oportunidad" idílica para asaltar, al fin, un hueco entre los
grandes continentales, duda solamente en las tres piezas de la medular. La baja
de Motta deja el mediocentro vacío. La elección del nombre que acompañará a
Verrati y a Rabiot o Draxler -el estratega ex del Sevilla habló en la previa de
Lass Diarra y de Lo Celso- dictará la ambición y el tipo de planteamiento. Si
bien la batalla por la superioridad en los carriles se antoja nuclear y
deliciosa (Lucas Vázquez y Di María serán estiletes en este escenario).
Porque los parisinos bien pueden competir abordando la
amortización del valor doble del gol a domicilio, a pesar de exponerse algo más
de lo característico en el preparador español, o pautar una salida precavida,
que saque tajada del modelo de repliegue y transición, con sus tres o cuatro
flechas atacantes, y crecer en iniciativa con el paso del minutaje. En esta
dirección tomará un peso trascendental el factor mental. Y es que el ajedrez de
este primer capítulo de los octavos conlleva mucha más presión para los
locales, y los franceses jugarán con eso.
Diecisiete partidos lleva el Madrid sin perder en casa y en
competición europea y nunca ha perdido Zidane una eliminatoria de Champions
desde el banquillo merengue. Pero esas estadísticas, como las anteriores, se
pondrán en tela de juicio cuando se descubra quién es el que mejor ha estudiado
las debilidades ajenas y propias, quién ocupa mejor los espacios, qué estilo es
el más pragmático para salir a flote de camino al Parque de los Príncipes y si
Neymar, Mbappè, Ronaldo, Modric, Bale, Draxler, Di María, Marcelo, Dani Alves,
Isco o Cavani vencen a la neutralización táctica mutua, también factible. Los
dos técnicos tienen razones para cubrirse con más peones en el ecuador del terreno
y así preponderar el equilibrio.
La consistencia creciente que pregonan los visitantes y de
la que adolecen los locales se entremezclarán en un enfrentamiento que promete
fuegos artificiales, con el Ronaldo más certero del curso y Neymar como
maestros de ceremonias. El PSG, cuya directiva interpreta este partido como el
que ha esperado desde que aterrizara en la capital gala, ganó y perdió con el
Bayern hace meses, en los test más concluyentes. Fuera de casa
cayeron, redundando en esas dudas lejos de casa. Por todo ello, las espadas
están en alto, con la cabeza de los entrenadores como tributo a la decepcionada
entidad que salga perdiendo en este lance.