Aránzazu Gálvez
Emocionaron especialmente los aplausos dirigidos a Luka
Modric, porque es difícil enamorarse de un mortal, cuando tu mundo lo dominan
dos criaturas procedentes de la Luna que todavía presiden la mesa de cuerpo
presente. Y también, porque los realmente buenos escasean. La belleza de Modric
proviene de sus silencios; de su voluntad constante por construir una obra a
partir de la nada. Alguno ha demostrado que tiene mucho que callar, que le debe
una lección importante a sus hijos: saber perder nos hace mejores, nos hace
humanos. Nos engrandece. Ya lo dijo Rafa Nadal, el mejor de los nuestros, el
día después de proclamarse campeón del US Open el pasado año: “Ser buena gente vale más que cualquier título”.
Todavía recuerdo, con claridad inusual, aquel partido de la
Supercopa de España de finales de verano de 2012 contra el Barcelona. Esa media
melena rubia mecida por las penúltimas brisas estivales saltaba al césped del
Santiago Bernabéu en el minuto 83 reemplazando a Mesut Özil, para cambiar el la
existencia del Real Madrid. Luka Modric revivió el centro del campo de un
equipo que pedía clemencia al enemigo. Un Madrid descompuesto encontró a su
pequeño guía espiritual.
Su exterior empezaba a pulirse digno y pulcro. Luka nunca se
rindió ni se resignó, porque empezó a temerse que, tarde o temprano, los buenos
siempre ganan. Luka ordenó un caos autoritario, escaso de valores y de
visiones. El croata dio forma a una nueva era que todavía a esta hora no somos
capaces de asumir. De hecho, tardaremos años en hacerlo y nos acordaremos de él
cuando la oscuridad se cierna sobre nosotros.
A partir de ahora, este tipo de premios habría de ser justos
o desaparecer. Pero claro, también se quieren muchas cosas para este mundo que
se antojan complicadas por no decir imposibles. No se puede pedir equidad
cuando entra en juego tanta subjetividad, es cierto, pero hay cosas que rayan
el mal gusto. El premio Puskas a Salah es un gesto entrañable, pero Bale debe
de estar jurando en arameo.
Lo que se ha reconocido con el premio The Best, es que Modric convierte el fútbol en algo literario,
artístico, teatral. No solo este año, sino todos los anteriores en los que los
goles han cegado nuestra razón. Sus clases no son puntuales, son una costumbre.
Creo que lo he repetido hasta la saciedad, no recuerdo un mal partido de ese
caballero hijo de Zadar. Se ha hecho justicia con un hombre que dignifica su
profesión. Espero que todos estemos de acuerdo, o al menos, de buen humor.
Estoy convencida de que ese sería el mejor regalo para Luka, el mejor de los
buenos.