Apelando
a la fe, al orgullo y a la épica de la institución deportiva más grande de
todos los tiempos, el Real Madrid venció milagrosamente para conquistar la Décima
Antonio Blanca
Desde
el 15 de mayo del año 2002 la obsesión se había instaurado en el Real Madrid
por ganar la Copa de Europa número diez, número pluscuamperfecto, número top,
número que otorga la mayor de las diferencias, la excelencia. Muchos sin
sabores, los ridículos durante seis años cayendo en octavos, las tres semifinales
malditas de Mourinho, una cadena de eliminaciones que hacían pensar que el
número diez estaba maldito.
Sin
embargo, la noche del 24 de mayo, la Historia de la Liga de Campeones quiso
volver a citarse con el Real Madrid. De 1956 a 2014, uno, dos tres, cuatro…
hasta Diez Copas de Europa ni más ni menos. Ahí es nada. El Madrid volviendo a
saborear el triunfo, a enamorarse de su niña bonita, la niña de sus ojos, por
la que todo el madridismo se enloquece, bebiendo los vientos por ella.
El
Atlético de Madrid como hace cuarenta años fue campeón casi todo el partido, se
veía levantando la Primera, por fin,
toda la historia de pupas y desgracias quedaría disuelta y ante el mejor rival
posible y en su competición fetiche. Pero el destino como hace cuatro décadas,
quiso rememorar el descuento de 1974 y esta vez no fue Schwarzenbeck el que ahogó las gargantas rojiblancas cuando ya se gritaba
en la parte este del campo el “campeones, campeones”. Fue un salto para la
posteridad de Sergio Ramos en el minuto 93 cuando la esperanza blanca se había
esfumado y todo se veía negro, cuando la noche más oscura caía, cuando volvió
la luz en Da Luz, cuando el Madrid como siempre y durante toda su centenaria
historia ha hecho, volvió para decir aquí estamos, muriendo batallando hasta el
final.
Fue
así, el balón sale del córner de la bota de Luka Modric dibujando una parábola
suave. En el silencio crispado del estadio todo transcurrió a cámara lenta, la
pelota recorrió su camino largo por el horizonte, pareciendo no cesar nunca.
Entonces Ramos ya no vestía la elástica merengue, vestía la zamarra del héroe,
la que en su momento vistieron Pedja Mijatovic, Raúl González o Zinedine
Zidane, para elevarse como una cometa hacia el cielo. La pelota fue a parar a
su cabeza, la del que más la quería, la del que más la buscaba. Cabezazo duro,
al mentón de la historia del Atleti, a las estrellas de la galaxia merengue. El
cuero dócilmente cayó hacia la izquierda, besando la red, obrando el milagro,
retomando la maldición. Éxtasis Real, zozobra Atlética. La vida invertida en un
segundo, un instante que cambia el sino de la gloria, la redirecciona y la
manda a su lugar natural, el Real Madrid.
No
hubiera sido justo perder así. La segunda parte, sobre todo desde el minuto 74
fue una sucesión de oleadas de fe blanca muriendo en la orilla de Courtois. El Atleti canchero del
“Cholo” vivía en aguas mansas, tranquilo y viendo como pasaba el cronómetro y
el Madrid no podía zaherirle ni siquiera despeinarle. Fue entonces cuando las
cornetas blancas llamaron a filas, se apeló al espíritu de la épica y
capitaneados por Sergio Ramos, que aunque no porte el brazalete es el capitán
de la nave madridista, tocó a arrebato para intentar el más difícil todavía,
ese alambre que separa el fracaso del triunfo y en el que tanto le gusta
moverse al Real Madrid.
La
contumacia gafe de Bale y
la convalecencia clamorosa de Ronaldo,
más la desconexión existencial de
Benzema habían evitado el
empate hasta entonces. Pero la suntuosa BBC no ganó este partido, aunque
en la prórroga el galés y el luso sacaron el orgullo y clavaron su gol inmisericorde
sobre la nuca doblada del Atlético. Este partido lo venció un regateador
famélico llamado Ángel Di María,
que supera contrarios como si verdaderamente le fuera el pan en ello, y una
raza quintaesenciada sevillano llamada Sergio Ramos, ya leyenda.
A
la prórroga las hordas blancas comenzaron a rugir para ya no parar desde la
media noche lisboeta hasta el alba madrileño. El Madrid y el madridismo
necesitan del borde de la tragedia que da paso a la épica y que desprecinta el
furor y lo derrama por todo el estadio para que les sirva de desencadenante.
Eso fue lo que hizo Ramos y así debe reconocérsele en los anales. Ya tiene su
Copa de Europa, y a fe que su nombre podría grabarlo en la plata el buril. Fue
el primero en saltar al campo tras los porteros y lo primero que hizo fue pegar
un pelotazo al aire, rabioso. Estuvo atento a las ayudas, inteligente en el
corte y los errores en el desplazamiento largo del balón fueron veniales. Se
dirigía a la grada para levantar al público. Y en el pitido final hizo el
paseíllo ondeando su camiseta como blasón de conquistador.
Raras
veces las finales son vibrantes, pero el tiempo reglamentario de esta había
oscilado entre el tedio y la agonía. Los de Simeone no buscaban otra cosa
porque no cambian lo que les va bien. Ancelotti
amuralló el medio del campo, eligiendo a Khedira por Illarra para la reyerta previsible del círculo
central. Modric podía así
adelantarse para crear juego con alguna despreocupación. Pero la baja de Xabi Alonso se notaba a raudales.
Faltaba criterio y cemento, dos virtudes que ninguno otro como el vasco reúnen
en un solo pie. Di María al principio no quería alegrarse por banda porque
sabía que tendría que doblar turno en las coberturas, justo lo que acabó
haciendo. Varane cumplió
el desafío constante de las jugadas a balón parado del Atleti, y Carvajal se acalambró en la
prórroga a fuerza de sellar las internadas rivales con celo y seriedad.
Muy
pobre ofensivamente el Atlético de Madrid, ni un tiro a puerta en el partido,
notó la baja de Costa, algo de más peligro habrían generado las huestes
“cholistas”. Sin su pegada, un gol rojiblanco siempre y solo es el fruto de un
tumulto aéreo. Vaya por delante que la gesta de Simeone este año sigue intacta.
Sencillamente no podían ganarle una Champions
al Madrid. Cosas de jerarquía e historia futbolera.
Así
y fruto de un disturbio aéreo, efectivamente, fue el gol de Godín.
Godín el hombre de la liga del Camp Nou, Godín el aprendiz de héroe que no pudo
serlo porque Ramos lo impidió. Iker, que había hecho el
calentamiento muy reconcentrado y oyendo el apoyo explícito de gran parte de la
afición, salió a por uvas, que es lo contrario de salir a por la Décima. Un error garrafal que estuvo muy
cerca de dejar marcada la carrera del portero blanco si el Madrid llega a
perder la final por su catedralicio fallo.
0-1
para los rojiblancos. Partido por delante. Benzema y Bale empezaron a competir
por ver quién se dejaba más balones atrás, quién controlaba peor y el galés sin
discusión alguna le ganó la partida al francés en ver quién fallaba ocasiones
clamorosas de gol.
Marró
su primera en la suerte tan suya del punterazo, que a veces es el caño de la
Copa del Rey y a veces la desesperación de quien ha costado 91 millones de
euros y debe justificarlos. Cristiano seguía inédito. Las escapadas de Di María
rebotaban en el colchón de rayas, pero el Madrid se iba asentando y del Atleti,
en ataque, no cabía temer más que los córneres godinescos y las salidas a por
uvas de Casillas. Ahora bien: al descanso se ve en los del Cholo la
satisfacción del guión previsto. Esto lo podemos aguantar hasta el final, se
decían.
Ancelotti
tenía que, debía mover el banquillo de un equipo que se asemejaba peligrosamente
al de los partidos ligueros por los que el Real había tirado la liga por el
sumidero. Marcelo e Isco o la muerte. Tardó en llegarle a Carletto la luz del
cambio, pero cuando llegó, los dos anteriormente mencionados pusieron patas
arriba la final. El partido moría en ataques de temperamento que mutaban
gradualmente a actos de fe. Las faltas de Cristiano no tomaban altura y los
córneres botados por Modric o Di María tampoco. Los minutos pasaban. La jornada
de reflexión derivaba directamente hacia el existencialismo sartreano. El
infierno eran los otros; en concreto, los “indios” aullando unánimes en la
grada rival, atemorizando a unos “vikingos” que no esperaban este panorama ni
en sus peores pesadillas.
Empezó
entonces el Real Madrid a apretar con esa fuerza agónica que es su seña de
identidad más reconocible, la que más odian los adversarios. A medida que Bale
encadenaba fallos juaneteros, la angustia se extendía para los blancos. Isco se
empeñó en hacer maravillas y en demostrar al mundo lo obtuso que es el
seleccionador Vicente del Bosque al no haberlo llevado al Mundial. Controles
mágicos, paredes y apoyos con un Marcelo ávido de profundización cual daga
florentina. El Atleti sabía jugar los últimos minutos. Perder tiempo, alargar
el campo, despejar balones, guía de cómo guardar un resultado favorable en una
final de Champions. El final se
aproximaba, la Copa se iba a Neptuno y no a Cibeles. Cinco minutos separan a
las masas del Manzanares de su primera Liga de Campeones.
Pero
un hombre creía, no perdía la esperanza y arengó a sus compañeros, y les dijo
que se puede, y con toda la fe del madridismo empujaba el empate a uno en el
minuto 93. La historia se repetía. Ramos, Sergio Ramos lo volvía a hacer. Al
Atlético el sueño se le esfumaba, había cometido un error de bulto, el Madrid
no es el Barça, y el Madrid iba a morir dejándose el último aliento hasta el
pitido final.
Cual
torre de Babel el Atlético se desmoronó en la prórroga. El Rey de Reyes divisó
el trono de Europa vacío, llamándole con voz dulce de mujer, y se lanzó a
ocuparlo sobre los cadáveres de sus enemigos caídos. Di María imaginó un cálido
albergue al final de una pista de nieve virgen y bajó por ella en slalom
dejando defensas rayados (y rallados) detrás hasta plantarse ante Courtois y tirarle
hasta los bastones. El balón salió repelido de la manopla del belga y allí,
trotando por los pastos, apareció un galés arrepentido de sus pecados, la
frente por delante. Gol. Ego te absolvo, Gareth.
El
Atleti terminó de caerse y el Madrid no tuvo piedad. Además es que se veía que
no habría piedad para los vencidos. Primero Marcelo y después Ronaldo, acabaron
de asaetear al equipo que se pensaba curado de todas pupas. Ronaldo premió a la
posteridad con la escultura imperial de su torso, 17 goles para el mejor
jugador del mundo. El “Cholo” enloqueció entonces de dolor y se arrojó al
campo. Su traje premonitorio, luto. Derrota
del Atleti muy cruel pero muy justa. No merecía esta Champions el Atlético. La diferencia es que hay que equipos que
sueñan con el paraíso, y hay equipos que viven en la realidad del mismo.
Al
Atlético le queda la lírica, al Madrid, la Décima,
tan anhelada, tan perseguida, tan soñada, tan amada, tan real, tan grande, tan
merecida. Un camino que Mourinho lo inició y Ancelotti lo ha culminado.
En
los albores de los cincuenta, el Real Madrid fue el principio. La Copa de
Europa vestía de blanco inmaculado, ella, la “Orejona” estaba cómoda siendo
cortejada por su caballero más distinguido. Todo se hizo por ella, el Madrid
sabía, sabe y sabrá que en ella está la vida, y hoy la vida es la Décima, la luz que ha aflorado tras doce
años de tinieblas, la luz que da resplandor a un Imperio, el blanco. El Real
Madrid ha vuelto, loas al gran vencedor, honores al digno perdedor.
Lisboa
el 24 de mayo de 2014 dio fe del triunfo del Real Madrid, que atesora a Diez
Copas de Europa, Diez. Lisboa que ya siempre será merengue, fue testigo de
excepción de la Historia más grande jamás contada.