lunes, 26 de mayo de 2014

LA HISTORIA MÁS GRANDE JAMÁS CONTADA


Apelando a la fe, al orgullo y a la épica de la institución deportiva más grande de todos los tiempos, el Real Madrid venció milagrosamente para conquistar la Décima

Antonio Blanca

Desde el 15 de mayo del año 2002 la obsesión se había instaurado en el Real Madrid por ganar la Copa de Europa número diez, número pluscuamperfecto, número top, número que otorga la mayor de las diferencias, la excelencia. Muchos sin sabores, los ridículos durante seis años cayendo en octavos, las tres semifinales malditas de Mourinho, una cadena de eliminaciones que hacían pensar que el número diez estaba maldito.

Sin embargo, la noche del 24 de mayo, la Historia de la Liga de Campeones quiso volver a citarse con el Real Madrid. De 1956 a 2014, uno, dos tres, cuatro… hasta Diez Copas de Europa ni más ni menos. Ahí es nada. El Madrid volviendo a saborear el triunfo, a enamorarse de su niña bonita, la niña de sus ojos, por la que todo el madridismo se enloquece, bebiendo los vientos por ella.

El Atlético de Madrid como hace cuarenta años fue campeón casi todo el partido, se veía levantando la Primera, por fin, toda la historia de pupas y desgracias quedaría disuelta y ante el mejor rival posible y en su competición fetiche. Pero el destino como hace cuatro décadas, quiso rememorar el descuento de 1974 y esta vez no fue Schwarzenbeck el que ahogó las gargantas rojiblancas cuando ya se gritaba en la parte este del campo el “campeones, campeones”. Fue un salto para la posteridad de Sergio Ramos en el minuto 93 cuando la esperanza blanca se había esfumado y todo se veía negro, cuando la noche más oscura caía, cuando volvió la luz en Da Luz, cuando el Madrid como siempre y durante toda su centenaria historia ha hecho, volvió para decir aquí estamos, muriendo batallando hasta el final.

Fue así, el balón sale del córner de la bota de Luka Modric dibujando una parábola suave. En el silencio crispado del estadio todo transcurrió a cámara lenta, la pelota recorrió su camino largo por el horizonte, pareciendo no cesar nunca. Entonces Ramos ya no vestía la elástica merengue, vestía la zamarra del héroe, la que en su momento vistieron Pedja Mijatovic, Raúl González o Zinedine Zidane, para elevarse como una cometa hacia el cielo. La pelota fue a parar a su cabeza, la del que más la quería, la del que más la buscaba. Cabezazo duro, al mentón de la historia del Atleti, a las estrellas de la galaxia merengue. El cuero dócilmente cayó hacia la izquierda, besando la red, obrando el milagro, retomando la maldición. Éxtasis Real, zozobra Atlética. La vida invertida en un segundo, un instante que cambia el sino de la gloria, la redirecciona y la manda a su lugar natural, el Real Madrid.

No hubiera sido justo perder así. La segunda parte, sobre todo desde el minuto 74 fue una sucesión de oleadas de fe blanca muriendo en la orilla de Courtois. El Atleti canchero del “Cholo” vivía en aguas mansas, tranquilo y viendo como pasaba el cronómetro y el Madrid no podía zaherirle ni siquiera despeinarle. Fue entonces cuando las cornetas blancas llamaron a filas, se apeló al espíritu de la épica y capitaneados por Sergio Ramos, que aunque no porte el brazalete es el capitán de la nave madridista, tocó a arrebato para intentar el más difícil todavía, ese alambre que separa el fracaso del triunfo y en el que tanto le gusta moverse al Real Madrid.

La contumacia gafe de Bale y la convalecencia clamorosa de Ronaldo, más  la desconexión existencial de Benzema habían evitado el empate hasta entonces. Pero la suntuosa BBC no ganó este partido, aunque en la prórroga el galés y el luso sacaron el orgullo y clavaron su gol inmisericorde sobre la nuca doblada del Atlético. Este partido lo venció un regateador famélico llamado Ángel Di María, que supera contrarios como si verdaderamente le fuera el pan en ello, y una raza quintaesenciada sevillano llamada Sergio Ramos, ya leyenda.

A la prórroga las hordas blancas comenzaron a rugir para ya no parar desde la media noche lisboeta hasta el alba madrileño. El Madrid y el madridismo necesitan del borde de la tragedia que da paso a la épica y que desprecinta el furor y lo derrama por todo el estadio para que les sirva de desencadenante. Eso fue lo que hizo Ramos y así debe reconocérsele en los anales. Ya tiene su Copa de Europa, y a fe que su nombre podría grabarlo en la plata el buril. Fue el primero en saltar al campo tras los porteros y lo primero que hizo fue pegar un pelotazo al aire, rabioso. Estuvo atento a las ayudas, inteligente en el corte y los errores en el desplazamiento largo del balón fueron veniales. Se dirigía a la grada para levantar al público. Y en el pitido final hizo el paseíllo ondeando su camiseta como blasón de conquistador.

Raras veces las finales son vibrantes, pero el tiempo reglamentario de esta había oscilado entre el tedio y la agonía. Los de Simeone no buscaban otra cosa porque no cambian lo que les va bien. Ancelotti amuralló el medio del campo, eligiendo a Khedira por Illarra para la reyerta previsible del círculo central. Modric podía así adelantarse para crear juego con alguna despreocupación. Pero la baja de Xabi Alonso se notaba a raudales. Faltaba criterio y cemento, dos virtudes que ninguno otro como el vasco reúnen en un solo pie. Di María al principio no quería alegrarse por banda porque sabía que tendría que doblar turno en las coberturas, justo lo que acabó haciendo. Varane cumplió el desafío constante de las jugadas a balón parado del Atleti, y Carvajal se acalambró en la prórroga a fuerza de sellar las internadas rivales con celo y seriedad.

Muy pobre ofensivamente el Atlético de Madrid, ni un tiro a puerta en el partido, notó la baja de Costa, algo de más peligro habrían generado las huestes “cholistas”. Sin su pegada, un gol rojiblanco siempre y solo es el fruto de un tumulto aéreo. Vaya por delante que la gesta de Simeone este año sigue intacta. Sencillamente no podían ganarle una Champions al Madrid. Cosas de jerarquía e historia futbolera.

Así y fruto de un disturbio aéreo, efectivamente, fue el gol de Godín. Godín el hombre de la liga del Camp Nou, Godín el aprendiz de héroe que no pudo serlo porque Ramos lo impidió. Iker, que había hecho el calentamiento muy reconcentrado y oyendo el apoyo explícito de gran parte de la afición, salió a por uvas, que es lo contrario de salir a por la Décima. Un error garrafal que estuvo muy cerca de dejar marcada la carrera del portero blanco si el Madrid llega a perder la final por su catedralicio fallo.

0-1 para los rojiblancos. Partido por delante. Benzema y Bale empezaron a competir por ver quién se dejaba más balones atrás, quién controlaba peor y el galés sin discusión alguna le ganó la partida al francés en ver quién fallaba ocasiones clamorosas de gol.
Marró su primera en la suerte tan suya del punterazo, que a veces es el caño de la Copa del Rey y a veces la desesperación de quien ha costado 91 millones de euros y debe justificarlos. Cristiano seguía inédito. Las escapadas de Di María rebotaban en el colchón de rayas, pero el Madrid se iba asentando y del Atleti, en ataque, no cabía temer más que los córneres godinescos y las salidas a por uvas de Casillas. Ahora bien: al descanso se ve en los del Cholo la satisfacción del guión previsto. Esto lo podemos aguantar hasta el final, se decían.

Ancelotti tenía que, debía mover el banquillo de un equipo que se asemejaba peligrosamente al de los partidos ligueros por los que el Real había tirado la liga por el sumidero. Marcelo e Isco o la muerte. Tardó en llegarle a Carletto la luz del cambio, pero cuando llegó, los dos anteriormente mencionados pusieron patas arriba la final. El partido moría en ataques de temperamento que mutaban gradualmente a actos de fe. Las faltas de Cristiano no tomaban altura y los córneres botados por Modric o Di María tampoco. Los minutos pasaban. La jornada de reflexión derivaba directamente hacia el existencialismo sartreano. El infierno eran los otros; en concreto, los “indios” aullando unánimes en la grada rival, atemorizando a unos “vikingos” que no esperaban este panorama ni en sus peores pesadillas.

Empezó entonces el Real Madrid a apretar con esa fuerza agónica que es su seña de identidad más reconocible, la que más odian los adversarios. A medida que Bale encadenaba fallos juaneteros, la angustia se extendía para los blancos. Isco se empeñó en hacer maravillas y en demostrar al mundo lo obtuso que es el seleccionador Vicente del Bosque al no haberlo llevado al Mundial. Controles mágicos, paredes y apoyos con un Marcelo ávido de profundización cual daga florentina. El Atleti sabía jugar los últimos minutos. Perder tiempo, alargar el campo, despejar balones, guía de cómo guardar un resultado favorable en una final de Champions. El final se aproximaba, la Copa se iba a Neptuno y no a Cibeles. Cinco minutos separan a las masas del Manzanares de su primera Liga de Campeones.

Pero un hombre creía, no perdía la esperanza y arengó a sus compañeros, y les dijo que se puede, y con toda la fe del madridismo empujaba el empate a uno en el minuto 93. La historia se repetía. Ramos, Sergio Ramos lo volvía a hacer. Al Atlético el sueño se le esfumaba, había cometido un error de bulto, el Madrid no es el Barça, y el Madrid iba a morir dejándose el último aliento hasta el pitido final.

Cual torre de Babel el Atlético se desmoronó en la prórroga. El Rey de Reyes divisó el trono de Europa vacío, llamándole con voz dulce de mujer, y se lanzó a ocuparlo sobre los cadáveres de sus enemigos caídos. Di María imaginó un cálido albergue al final de una pista de nieve virgen y bajó por ella en slalom dejando defensas rayados (y rallados) detrás hasta plantarse ante Courtois y tirarle hasta los bastones. El balón salió repelido de la manopla del belga y allí, trotando por los pastos, apareció un galés arrepentido de sus pecados, la frente por delante. Gol. Ego te absolvo, Gareth.

El Atleti terminó de caerse y el Madrid no tuvo piedad. Además es que se veía que no habría piedad para los vencidos. Primero Marcelo y después Ronaldo, acabaron de asaetear al equipo que se pensaba curado de todas pupas. Ronaldo premió a la posteridad con la escultura imperial de su torso, 17 goles para el mejor jugador del mundo. El “Cholo” enloqueció entonces de dolor y se arrojó al campo. Su traje premonitorio, luto. Derrota del Atleti muy cruel pero muy justa. No merecía esta Champions el Atlético. La diferencia es que hay que equipos que sueñan con el paraíso, y hay equipos que viven en la realidad del mismo.

Al Atlético le queda la lírica, al Madrid, la Décima, tan anhelada, tan perseguida, tan soñada, tan amada, tan real, tan grande, tan merecida. Un camino que Mourinho lo inició y Ancelotti lo ha culminado.

En los albores de los cincuenta, el Real Madrid fue el principio. La Copa de Europa vestía de blanco inmaculado, ella, la “Orejona” estaba cómoda siendo cortejada por su caballero más distinguido. Todo se hizo por ella, el Madrid sabía, sabe y sabrá que en ella está la vida, y hoy la vida es la Décima, la luz que ha aflorado tras doce años de tinieblas, la luz que da resplandor a un Imperio, el blanco. El Real Madrid ha vuelto, loas al gran vencedor, honores al digno perdedor.

Lisboa el 24 de mayo de 2014 dio fe del triunfo del Real Madrid, que atesora a Diez Copas de Europa, Diez. Lisboa que ya siempre será merengue, fue testigo de excepción de la Historia más grande jamás contada.