José Antonio Moya
La idílica relación del Sevilla con la Europa League será recordada
con el paso del tiempo. El club hispalense parecía saciado tras levantar
su tercera copa en Turín pero el premio de este año era demasiado pintón como para hacerle un gesto feo. Tirando de coherencia, la UEFA ha dado un billete de Champions League al ganador de este año y el equipo que más se asemeja a un club de Copa de Europa es un Sevilla que entró en la historia del fútbol tras ganar su cuarta Europa League en cuatro años gracias a un tanto de Bacca cuando el aroma a prórroga pululaba en el ambiente.
Los galones de general después de tres grandes victorias le daban al
Sevilla la autoría suficiente como para ser protagonista. Ya no quedaba
ni rastro de aquel equipo imberbe que llegó a Eindhoven hace nueve años.
Hoy el Sevilla es un equipo con hechuras que se puede mirar en el
espejo y llamar grande así mismo. Con esa osadía salió al campo y dominó
haciendo un buen fútbol hasta que Kalinic metió miedo en un contra tras
una mala basculación defensiva. Matheus templó desde la derecha y el
delantero croata adelantó a los ucranianos tras un remate de cabeza que
Sergio Rico no pudo atajar.
Pese al tanto del Dnipro, el Sevilla siguió siendo fiel a sus principios.
Asociaciones rápidas con Banega, designado MVP de la final, de
referente y llegar lo más rápido posible al área rival gracias a la
buena armonía en banda representada por Vitolo y Aleix Vidal,
que volvió a crear superioridades con asiduidad en fase ofensiva desde
el lateral derecho. Las ocasiones hispalenses desembocaban en la nada
hasta que Krychowiak, otro de los grandes descubrimientos de Monchi,
engatillaba un balón que había quedado muerto dentro del área. Gol y
alegría sevillista. El polaco tocó la copa pero eso no importó porque no
era noche para viejos tópicos. El Sevilla quería ser rey y el segundo
se vislumbraba en el horizonte.
Y éste llegó tres minutos más tarde. Porque Reyes tenía la ardua afrenta de despedirse por la puerta grande como buen torero que es. El sevillano, que estaba siendo de los mejores del cuadro sevillista, sacó el capote y dibujó un pase de tiralíneas de dos orejas y rabo.
El centrocampista vio el desmarque de Bacca y le sirvió un balón de gol
para que el colombiano sólo tuviera que batir al portero rival con un
quiebro de los que acostumbra. Era el gol de la justicia. Había pasado
una media hora frenética de un partido que ganó en estatus cuando Rotan
transformó magistralmente una falta para hacer el empate a falta de tres
minutos para el final de la primera parte. El tanto ucraniano fue un
jarro de agua fría para los de Emery pero enarboló la tensión en una
final de las mejores que se recuerdan.
El gol de Rotan creó desconfianza a un Sevilla que
siguió intentándolo durante la primera mitad pero sin perder los
estribos. El primer tanto de Kalinic aún estaba en la mente del técnico
vasco. No perdamos en un minuto lo ganado durante 14 partidos.
Porque una de las grandes virtudes de este Sevilla de Unai Emery es esa
capacidad para saber sufrir cuando los partidos exigen bravía. Eso está
en el haber de un tecnicó vasco que prescindió de Reyes e insufló aire a
un equipo que siguió generando ocasiones de peligro con asiduidad,
sobre todo a balón parado, principal virtud de los equipos de un
entrenador que siempre se caracterizó por darle gran parte de
importancia a las jugadas de estrategia.
Cuando el aroma a prórroga pululaba en el ambiente,
Carlos Bacca recibió un balon dentro del área. Era una oportunidad
inmejorable. Ahí el tiempo se paró, el colombiano miró a Boyko y definió
de forma divina para situar al Sevilla en el olimpo de los dioses. Cuatro trofeos en nueve años le han abierto las puertas del cielo. El Sevilla es el nuevo rey de Europa.