domingo, 31 de mayo de 2015

CON LA COPA CAMINO AL TRIPLETE

Jordi Grimau

La pugna por el trofeo, el tramo final y último peldaño del recorrido que arrancó en septiembre, trajo a la escena principal el clásico copero. El Barça-Athletic de este sábado ofrecía varias incógnitas relativas a la altura de calendario, relevancia otorgada a este envite e, incluso, ese pliegue folclórico transformado en costumbre que sobreviene cuando el himno nacional resuena. Este último apartado resultó el primer punto en resolverse: los 10.000 silbatos repartidos por organizaciones independentistas cultivó la reproducción de los episodios registrados en 2009 y 2012. En lo relativo a las otras dos variables a despejar, quedarían los 90 minutos como pentagrama interpretativo. La presunta divergencia en motivación del Barça con la final de Champions a una semana y el cansancio de ambas plantillas, a análisis.

Ernesto Valverde no dudó en implementar la versión que ha confluido en el tramo final sobresaliente del bloque vasco. La inercia energética y purificación del estilo anatómico de robo, salida y juego áereo debía desplegarse ante el juego de posesión y líneas de pase verticales del coloso a enfrentar. De este modo, los leones apostaron por solidificar su cohesión entre líneas y capacidad de amenaza en transición. San José acompañaba a la creatividad de Beñat -lanzador privilegiado de contras recuperado para la causa- con Iraola más empeñado en el tapón defensivo que Mikel Rico, en los extremos. Aduriz y la movilidad de Williams coronaban el sistema de esfuerzo y espera astuta. Tan sólo la inclusión de Bustinza en el lateral izquierdo desentonaba de la armonía usual. Herrerín debía apoyar la labor de repliegue de la red de solidaridad expuesta por el técnico extremeño.

Luis Enrique, por su parte, mostró coherencia con su mensaje previo: "yo no preparo dos finales, preparo una". Es decir, no se dibujaba hueco para la especulación. Así lo refrendó desde su apuesta inicial. El refrescante campeón de Liga asaltaría su doblete con la estructura, remaches y nombres prototípicos del ascenso a la leyenda que está rematando el Barcelona en este epílogo del primer año de la era del preparador asturiano. Messi, Neymar y Suárez volvían a formar el tridente asociativo, desequilibrante y venenoso que ha catapultado la candidatura blaugrana. Por detrás, Rakitic e Iniesta se repartirían labores de repliegue y alimentación de la fluidez, con Busquets como ancla equilibradora de la ambición ofensiva de Alba y Alves. Piqué-Mascherano recuperaba su categoría de preeminente con Ter Stegen, en fase de despegue, bajo palos. La esencia significaba la relevancia del rendimiento propio por encima de cualquier variante ajena. Si la pelota circulaba con ardor, la verticalidad de los extremos del tridente permanecían tan afilados como de costumbre y la implicación tras pérdida seguía rebosante, no se esbozaba problema en el horizonte para alzar la Copa.

Pero empezó el Athletic reclamando la palabra en la conversación. Los vizcaínos igualaron la trascendencia de la calidad del oponente con la intensidad y valentía en la presión. La pelota no circulaba con la claridad prototípica de los culés gracias a la capacidad táctica de un Bilbao mejor plantando que el bloque local. Además, las contras generadas a través del robo o imprecisión rival disparaban a un Mikel Rico destinado a llegar al balcón del área, con Aduriz y Williams como diana de los balones aéreos, una de las facetas en las que los visitante podían morder al Barça. La pulsión competitiva jugaba una mala pasada al favorito, que, antes de descubrirse disputando el duelo ya había suspirado por un error de Stegen en la salida de pelota producto del despliegue estratégico bilbaino.

Se quemaron los primeros diez minutos con un desenlace que susurraba el verdadero escenario de la confrontación: Messi, con el espacio vital trompicado por la ayudas en banda, se deshacía de sus marcadores encontrando en el segundo poste la volea de terciopelo de Neymar. Todo un golazo en el nueve de juego anulado por un presunto fuera de juego del carioca. Parecería que este fogonazo desperezaba a la fiera argentina al tiempo que sus compañeros de centro del campo empezaban a descifrar los caminos para asociarse con mayor naturalidad. Acto y seguido Suárez prosiguió la pintura marrando un mano a mano ante la salida de Herrerín y tras el fino pase filtrado por Rakitic.


El cuero y su circulación se tenían de azulgrana para provocar la cesión de metros y encierro del Athletic, mutilado de la opción de representar amenaza a la contra. Esta tesitura, profundizada por la posición, pegada a la cal de Messi y Neymar, anunciaba la disolución por acoso de la red de seguridad vasca. Gana en confianza el club catalán, elevando los decibelios de la intensidad, mientras el 10 leía su contexto en el mar de ayudas rivales que trataban de anestesiar su clase.

Sin embargo, en el 19 se desató el enésimo intervalo exquisito de talento individual. Un ejercicio de sublimación solitaria que provocaba la explosión colectiva que estiraría su onda hasta el intermedio. Recibió Messi la pelota en la banda derecha de la medular. Perseguido por Rico, Beñat y Balenziaga, eficaces ejecutores del movimiento ideado por Valverde, encuentra pasillos en su conducción frenética para acceder al pico del área. En este punto del slalom frenó para volver a acelerar y sacar de eje a Laporte. El resto de esta pincelada excelsa fue un latigazo a la cepa del primer palo. Una expresión soberbia del liderazgo del argentino en este y cualquier partido del Barcelona.

Con la lata abierta de par en par y los niveles de seguridad en valores antagónicos, se desató el huracán blaugrana: Messi robó en la salida de Balenziaga, detectó el desmarque de Suárez, que centró al punto de penalti con la zaga vasca descolocada pero Herrerin tapó el remate de Neymar in extremis -minuto 25-; despejó también el remate de Piqué en falta lateral -minuto 26-; Neymar controló con seda un envío de Alves para encontrar el lateral de la red con su disparo -minuto 27-; y Suárez no remató por poco un centro de Alba tras el cambio de juego sobresaliente de Messi -minuto 30-.

Herrerín había salvado a los suyos, que despertaron del shock, o lo intentaron, adelantando líneas para tratar de volver a incomodar el dulzor de la exhibición catalana. No hubo resultado. Rakitic trazó una combinación en la frontal con Messi con la defensa vizcaína desordenada. El croata encontró a Suárez que, de nuevo, buscó a Neymar en el segundo palo. En esta ocasión no llegó Herrerín y el 2-0 se alzó, a placer, en el marcador del coliseo barcelonés. Un gol que superó el récord del tridente madridista Ronaldo-Higuaín-Benzema (118 goles) en favor de los puntas barceloneses. Se culminaba otro ascenso en la exigencia de la excelencia combinativa blaugrana en el 36.

Tardó en reaccionar a este nuevo golpe el Athletic y el Barça rebajó revoluciones. Descendió tanto la tensión de los pupilos de Lucho que de un fallo de concentración pudo nacer el regreso competitivo de los visitantes. Alba firmó una peligrosa pérdida por indolencia en la salida de pelota. Robó San José, que puso en vuelo la carrera de Williams. El joven punta encañonó una volea que se estrelló en el larguero en el 40. La mejor y única opción clara rojiblanca.

Hubo tiempo antes del decreto del descanso para que Herrerín volara para sacar la falta directa ajustada al travesaño botada desde media distancia por Messi y para comprobar en la práctica el lamento y desorientación vascas. Valverde confesaba en voz alta "no sale nada, nada" y Balenziaga acabó efectuando un añejo marcaje al hombre al argentino en toda la cancha. Todo un homenaje al cariz clásico de este partido y una muestra de desconcierto y entrega a la superioridad del 10 que había roto el duelo. Los datos remarcaban el amplio dominio emocional y estadístico barcelonés: la posesión se repartía en relación de 76 a 24 por ciento y los intentos entre palos reflejaban un siete a dos.

Buscó la reacción desde el prisma de la gallardía el txingurri. El segundo acto abrió fuego sin oportunidades de remate entre los tres palos pero con el envite más equilibrado. El Bilbao se entregaba a la valentía en busca de la remontada, robando metros y comodidad terrenal al Barça, atreviéndose a eludir el encierro a través del fisico y la salida. Subía líneas e intensidad pero tan sólo cosechó saques de esquina inocuos. Parecía aprovechar el descenso de concentración catalana, pero los locales apostaban entonces por guardar la pelota y congelar el tempo de partido para sentenciar la final, en primer término y guardar fuerzas, en última instancia.

Se disparaba la competencia hacia su epílogo con los pupilos de Luis Enrique cómodos en el achique para explotar a la contra. La primitiva combinación bilbaína no inquietaba. Empezó a abrir el capítulo de rotaciones el técnico asturiano sacando de escena a Iniesta para dar entrada a Xavi. Las molestias del manchego aceleraron el proceso. Susaeta entraba por Iraola -último partido con el Athletic- para apostar por la velocidad ofensiva del extremo en lugar del lateral convertido en carrilero. Valverde todavía creía en la oquedad que abriría marcar y apretar el marcador. Sólo una acción individual de Neymar culminada lejos de la meta de Herrerín figuraba en el balance hasta el 70 de partido.

Tres minutos más tarde emergió un Messi con freno de mano en el segundo acto para sentenciar el duelo. Un fallo de concentración de la zaga vasca allanó el terreno para un Alves que desbordó y centró para que el argentino rematara en el primer poste sin oposición. El ritmo de juego permanecía controlado por el Barça que redondeaba su doblete con calma y brillo repartidos por ambos tiempos.

Hasta el pitido final se desarrolló el carrusel de cambios -Mathieu por Alba, Pedro por Suárez, Ibai por un intrascendente Beñat e Iturraspe por Mikel Rico- y el astuto remate con peinada de un centro lateral de Williams, que firmó el 3-1 en el 79, abrió espacio para la demostración de actitud vasca en el tramo final. Ibai y San José mandaron a las nubes sendos balones sueltos en la frontal en pleno arreón vasco. Una muestra de orgullo postrero sin resultado pero aliñado de valía competitiva reconocible en la sangre que brota de este club. Y Xavi puso el punto y final elegante con una falta frontal que rozó la red en su legendaria despedida del coliseo condal antes de que se ensuciara un partido de guante blanco por el estilo relamido en dribbling de Neymar y la reacción rival en ese momento y resultado.

Vigésimo séptima Copa del Rey para un Barcelona que presenta una dirección encendida hacia la final de Berlín. La calidad salpicada de compromiso se impuso para cerrar el duelo en 36 minutos para paladares exquisitos. Nada pudo hacer el bloque vasco, impotente, como en sus dos últimas contiendas ante el gigante catalán. La batalla continental espera en el mejor punto de cocción física y emotiva de la temporada.