martes, 13 de octubre de 2015

DE GEA Y DIEZ MÁS

Carlos de Blas

Regresaba la selección española al escenario que alumbró el cénit futbolístico que corona la etapa de del presente seleccionador. El punto del inflexión que ofreció miel en aquel 1 de julio de 2012 y la travesía por el desierto desatada desde entonces. Aquel excelso 4-0 ante Italia en la final de la Eurocopa, oda al juego estético ofensivo, significó la máxima expresión del estilo que convirtió en trascendental el intervalo propulsado por el Barça de Guardiola y que fructificó en el lustro de monopolio nacional en el escenario mundial. Pero también marcó la senda hacia la (inexorable, según algunos analistas) decadencia, la inseguridad en el paradigma y el baile de nombres. Este lunes volvía la vigente campeona continental, en pleno pico de sensaciones colectivas, para celebrar su clasificación a Francia´16, sin nada en juego, y degustar el campo experimental de aquellos que están llamados a sostener el peso creativo. Ucrania, por contra, disputaba la calidad de su billete.

Vicente del Bosque creyó oportuno, en consecuencia con la calma cosechada, revolucionar la relación de participantes en la apuesta inicial con Morata y Silva lesionados en Logroño. De Gea defendería la portería flanqueado por Nacho y Etxeita. El central vasco unía su estatus de debutante al de Mario, lateral derecho titular. Azpilicueta ocupaba el perfil izquierdo. San José ejercería de sostén táctico en una medular que debía fluir con el cuero a través de Cesc, Thiago e Isco, para encontrar el desborde de Nolito -pegado a la cal- y la astucia de Alcácer, punta único. La hoja de ruta marcaba imponer estilo con piezas que susurraban la conveniencia de manejar el control. La cohesión de líneas y el compromiso en la vigilancia de los contragolpes oponentes supoínan elementos centrales en esta visita de tanteo.

Fomenko, por contra, no permitió espacio para probaturas con la necesidad de la victoria como directriz única. Dispuso una medular de velocidad agresiva y tendente a apoyar el flujo atacante al frenesí por la vía de los extremos, ocupados por sus dos piezas destacadas, Iarmolenko y Konoplyanka, ambos colocados a pié cambiado para forzar chuts y diagonales. Rotan -dotado mediapunta- actuaría como colofón de un centro del campo salpicado por llegadores -Garmash se añadía al cóctel- y sólo sujetado por Stepanenko. La altura de los carrileros (Shevchuk y Fedetskiy) marcaría la ambición de un colectivo que seguía manteniendo su telón de Aquiles en el repliegue. Todo o nada para el equipo que habría de medirse al coloso español.

Se abrió la batalla al dibujar con precocidad el cariz que sintetizaría el tipo de ajedrez: España pugnaría por monopolizar el tempo a través del manejo del esférico y los locales tratarían de contaminar de inestabilidad y constantes llegadas puntiagudas a los pupilos de Del Bosque. La intensidad no quedaba repartida de manera simétrica, resultando el combinado necesitado con una altura mayor de vatios. Combinada presión a toda cancha y ardor en el cierre de la propia el equipo de la Europa oriental, que, en toda tesitura -ya fuera en estático o en vuelo-, reducía sus variantes a la deflagración vertical. Los tricampeones del viejo continente se aferraban a su rol y bregaban por anestesiar el empuje con calidad y pelota, aunque las llegadas se multiplicaban en un envite de escurridizo espíritu.

Rotan inauguró las hostilidades con un remate desviado, en soledad y con todo a favor en el área española, al centro cerrado de Kravets, que desbordó desde el pico del área en el tercer minuto. Azpilicuetra reaccionaban en el 5 con un disparo muy alejado desde la banda, tras la fugaz combinación con Nolito, y Garmash encontraba la réplica en un disparo desde media distancia que atajó De Gea, a continuación. El robo de San José que trasladó Thiago, condujo Isco y remató lamiendo el poste Cesc -en el 9 de juego- esbozaba el pliegue del guión nacional que se asentaría en el segundo tiempo. Cedió la respuesta Etxeita en otro fallo en la salida del balón que tradujo en contra efervescente Kravets. Su lanzamiento en mano a mano fue repelido por el meta del United, que destapó su continuado brillo en la noche de Kiev con el despeje posterior a la volea bien coordinada de Rotan.


La selección española parecía mejor posicionada, subiendo las líneas de presión y con los laterales inyectados en la elaboración medular, pero Ucrania ascendía en exigencia física y generaba desestabilización visitante en cada transición. Las imprecisiones en la circulación quedaban penalizadas al tiempo que España exhibía verticalidad a la contra, el pliegue del sistema Del Bosque para jugar fuera de casa a esta altura de la reconquista del respeto internacional. Y sobrevino lo excelso de la asociación nacional para estrenar el electrónico. Una acción de desborde de Nolito, que atrae la atención de dos marcadores y engaña con el cebo del centro para dejar espacio a Thiago, conectó con el centro talentoso al segundo poste para el testarazo a la red, claro e impecable, de Mario. La fina sinfonía de clase y afinación marcaba la diferencia en el 21.

Otra transición tras despeje de la cueva que recuperó Alcácer confirmó el mejor intervalo nacional. El cuero llegó a Nolito -pieza nuclear del desborde-, que aguardó el desmarque de Cesc y filtró el abrasivo pase interior para el derribo, desesperado, de Kucher. Fábregas asumió la responsabilidad pero Pyatov sacó el centrado penalti con una reacción de foto. Pudo matar la empresa en el 23 de línea argumental, pero subsistió viva para el respingo ucraniano, que no cambió el rictus tras la concentración de golpes, y lanzó su rebate. Tomó forma con el chut de Kravets y despeje de De Gea, el cabezazo desatinado de Garmash, sin portero, al saque de esquina consiguiente -con brillo posicional de Azpilicueta-, y el remate del interior que sacó Etxeita tras el envío de Shevchuk -salida de balón en estático predilecta que apuró su extensa subida-.

Consumida la primera hora quiso España recuperar el balón con posesiones largas y más determinación. Cesc, Thiago e Isco debían asumir su atribución para que el colectivo respirase de esa tensa incertidumbre sin el control sobre el ritmo. Y, bajo este escenario se decretó el intermedio. Hubo espacio todavía para opciones más o menos difusas: Nolito chutó a las manos de Pyatov tras un centro de Mario en el 33 y Rotan lo intento, sin éxito, en dos ocasiones. El paisaje pintaba una victoria parcial visitante sólo acompañada por las sensaciones en el tramo final. Konoplyanka e Iarmolenko se mantuvieron inutilizados en el ataque ucranio, apostados en los extremos sin contacto continuado con el balón por el buen repliegue español. Thiago e Isco sobresalieron en el cortejo del esférico.

Apuntó el técnico local la situación y la leyó entregando el protagonismo a sus artistas del baile con el marcador. En consecuencia, la intermitente calma de circulación horizontal española saltó por los aires para desplegar 20 minutos de desenfreno. El pelotazo inicial, que el mal cálculo de Azpilicueta derivó en chut desviado del extremo del Dínamo de Kíev, lejos de resultar un oasis significó el ejempló simbólico que lo que quedaría impuesto.

El partido transcurrió atropellado, sin pausa en el centro del campo, con Isco, Cesc y Thiago dispersos en el afán del equipo por cazar una contra y sentenciar el duelo. Por el camino se confeccionó un caos que favorecía el empeño desorganizado local, feliz por saberse cómodo en la escena. Iarmolenko volvió a tocar la puerta en el 50 con un número de desborde y remate al primer poste que no hizo diana. El exterior de la bota derecha de Thiago -tan relamido como lúcido en la posesión- remarcó el contexto con un envío que detectó y alimentó el desmarque en profundidad de Isco en el 53. El malagueño buscó la vaselina y Pyatov envió a saque de esquina. Nada podría hacer el meta del Shakthar en el 55, cuando Thiago, Isco, Nolito concibieron una combinación de carácter antológico en el interior del área, con reducción de espacios, que la zaga sacó, in extremis y el colegiado chapó al anular el gol de San José.

El desconcierto, patrocinador del espectáculo y del cabreo de los estrategas, prosiguió con el disparo muy desviado de Shevchuk, el cabezazo sin oposición de Garmash a centro de Rotan que provocó el despeje de póster de De Gea -en el 57-, la diagonal estilista de Konoplianka con remate y reacción de urgencia del meta español, y el chut desviado del sevillista con dirección al segundo poste -en el 63 de partido-. Ucrania había elevado su intensidad y presión y España, feliz con su movimiento de repliegue y contraataque, estaba pagando la inferioridad en la necesidad de los puntos y la imposición de la lógica física, en detrimento de la calidad.

Mata entró en escena por Cesc (fluido en el primer tiempo y centenario) y Ribalka ocupó el lugar de Garmash, pero el esfuerzo ucrania mantendría su fuerza con los extremos erosionando la consistencia visitante de manera notable. Iarmolenko encaró, superó a su par e inventó un centro raso que Konoplianka no remató -a portería vacía- de milagro. La capacidad agonística española sufriría más demanda sin respiro -la suposición de amenaza se disipaba por la escasez de precisión en el último pase- en las botas del sevillista con el chut desviado por San José tras el regate que sentó a Exteita en la frontal; en las de Rakinski, que probó suerte desde larga distancia; y por el camino del desacierto de Kravets, que mandó al cielo el centro desde la derecha y al averno su notable control en el área.

Interpretó Del Bosque que el equipo no llegaría a la orilla bajo este paraguas de sufrimiento sin posibilidad de oxígeno creativo e introdujo en el sistema a Jordi Alba por Nolito -para frenar la superioridad en el extremo de Iarmolenko- e hizo lo propio con Busquets -que sustituyó a un desasistido Alcácer, quizá víctima de la acumulación de talento que le rodeó en la alineación-, mutando el pelaje del equipo y la idea de juego, que en el último cuarto de hora viraba hacia el cierre de la victoria a través de la templanza del ritmo y la recuperación del equilibrio con balón.

Ucrania, que atravesó un paréntesis de desesperación y protesta ante el cambio de enfoque que tocó tierra con la acumulación de faltas, asistía al valle anatómico de sus centrocampistas. Sin embargo, con Isco en la posición de punta, la horizontalidad española no supondría ya un obstáculo a la vehemencia local, que gozó de margen para efectuar un escorzo de rendimiento postrero y concluir su fase clasificatoria llegando a la meta de De Gea. Rybalka abría fuego en el 83 sin puntería y Stepaneneko remataba con peligro tras el duelo malabarista de Iarmolenko en el 85. Fomenko metía a Seleznov y Zinchenko -por Rotan y Kravetsa- en la fórmula del envío colgado desde la banda y el delantero referencia remataba fuera en el 88, antes de que Rybalka evocara los reflejos del portero madrileño -imponente esta noche para refrescar las telarañas del inmovilismo del banquillo para con el relevo a Casillas- desde el centro del área. Murió el rebelde conjunto local con tres rematadores en los aledaños del gol en cada centro, pero no alcanzó su objetivo entre el deshilachado centro de la retaguardia patria.


España concluye su travesía hacia el Europeo con su séptima victoria consecutiva -después de tocar fondo en Eslovaquia-, su séptimo partido encadenado con la portería a cero, y la tranquilidad de saberse en manos Isco y Thiago, dos proyectos soberbios en potencia que están en disposición de entregar fruto ya. Sacó Del Bosque jugo al trámite antes de que se desate la cadena de amistosos. Parecería que coexiste un fondo de armario competitivo con el plan prioritario, no sólo en nombres sino también en variantes de juego. La verticalidad mostrada enriquece el libreto a falta de encontrar una jornada con más acierto en los metros definitivos. La esperanza por la bifurcación de opciones confirma su escencia en el estadio que acunó el mejor recuerdo del espejo a cuya infructuosa imitación se ha abandonado la selección en los últimos años. Más que el cierre de un círculo, este retorno bosqueja que la huída hacia adelante padecida cobra sentido en este punto. En el último peldaño antes de volver a la élite en 2016.