Carlos de Blas
Regresaba la selección española al escenario que alumbró el
cénit futbolístico que corona la etapa de del presente seleccionador. El punto
del inflexión que ofreció miel en aquel 1 de julio de 2012 y la travesía por el
desierto desatada desde entonces. Aquel excelso 4-0 ante Italia en la final de
la Eurocopa, oda al juego estético ofensivo, significó la máxima expresión del
estilo que convirtió en trascendental el intervalo propulsado por el Barça de
Guardiola y que fructificó en el lustro de monopolio nacional en el escenario
mundial. Pero también marcó la senda hacia la (inexorable, según algunos analistas)
decadencia, la inseguridad en el paradigma y el baile de nombres. Este lunes
volvía la vigente campeona continental, en pleno pico de sensaciones
colectivas, para celebrar su clasificación a Francia´16, sin nada en juego, y
degustar el campo experimental de aquellos que están llamados a sostener el
peso creativo. Ucrania, por contra, disputaba la calidad de su billete.
Vicente del Bosque creyó oportuno, en consecuencia con la
calma cosechada, revolucionar la relación de participantes en la apuesta inicial
con Morata y Silva lesionados en Logroño. De Gea defendería la portería
flanqueado por Nacho y Etxeita. El central vasco unía su estatus de debutante
al de Mario, lateral derecho titular. Azpilicueta ocupaba el perfil izquierdo.
San José ejercería de sostén táctico en una medular que debía fluir con el
cuero a través de Cesc, Thiago e Isco, para encontrar el desborde de Nolito
-pegado a la cal- y la astucia de Alcácer, punta único. La hoja de ruta marcaba
imponer estilo con piezas que susurraban la conveniencia de manejar el control.
La cohesión de líneas y el compromiso en la vigilancia de los contragolpes
oponentes supoínan elementos centrales en esta visita de tanteo.
Fomenko, por contra, no permitió espacio para probaturas con
la necesidad de la victoria como directriz única. Dispuso una medular de
velocidad agresiva y tendente a apoyar el flujo atacante al frenesí por la vía
de los extremos, ocupados por sus dos piezas destacadas, Iarmolenko y
Konoplyanka, ambos colocados a pié cambiado para forzar chuts y diagonales.
Rotan -dotado mediapunta- actuaría como colofón de un centro del campo
salpicado por llegadores -Garmash se añadía al cóctel- y sólo sujetado por
Stepanenko. La altura de los carrileros (Shevchuk y Fedetskiy) marcaría la
ambición de un colectivo que seguía manteniendo su telón de Aquiles en el
repliegue. Todo o nada para el equipo que habría de medirse al coloso español.
Se abrió la batalla al dibujar con precocidad el cariz que
sintetizaría el tipo de ajedrez: España pugnaría por monopolizar el tempo a
través del manejo del esférico y los locales tratarían de contaminar de
inestabilidad y constantes llegadas puntiagudas a los pupilos de Del Bosque. La
intensidad no quedaba repartida de manera simétrica, resultando el combinado
necesitado con una altura mayor de vatios. Combinada presión a toda cancha y
ardor en el cierre de la propia el equipo de la Europa oriental, que, en toda
tesitura -ya fuera en estático o en vuelo-, reducía sus variantes a la
deflagración vertical. Los tricampeones del viejo continente se aferraban a su
rol y bregaban por anestesiar el empuje con calidad y pelota, aunque las
llegadas se multiplicaban en un envite de escurridizo espíritu.
Rotan inauguró las hostilidades con un remate desviado, en
soledad y con todo a favor en el área española, al centro cerrado de Kravets,
que desbordó desde el pico del área en el tercer minuto. Azpilicuetra
reaccionaban en el 5 con un disparo muy alejado desde la banda, tras la fugaz
combinación con Nolito, y Garmash encontraba la réplica en un disparo desde
media distancia que atajó De Gea, a continuación. El robo de San José que
trasladó Thiago, condujo Isco y remató lamiendo el poste Cesc -en el 9 de
juego- esbozaba el pliegue del guión nacional que se asentaría en el segundo
tiempo. Cedió la respuesta Etxeita en otro fallo en la salida del balón que
tradujo en contra efervescente Kravets. Su lanzamiento en mano a mano fue
repelido por el meta del United, que destapó su continuado brillo en la noche
de Kiev con el despeje posterior a la volea bien coordinada de Rotan.
La selección española parecía mejor posicionada, subiendo
las líneas de presión y con los laterales inyectados en la elaboración medular,
pero Ucrania ascendía en exigencia física y generaba desestabilización visitante
en cada transición. Las imprecisiones en la circulación quedaban penalizadas al
tiempo que España exhibía verticalidad a la contra, el pliegue del sistema Del
Bosque para jugar fuera de casa a esta altura de la reconquista del respeto
internacional. Y sobrevino lo excelso de la asociación nacional para estrenar
el electrónico. Una acción de desborde de Nolito, que atrae la atención de dos
marcadores y engaña con el cebo del centro para dejar espacio a Thiago, conectó
con el centro talentoso al segundo poste para el testarazo a la red, claro e
impecable, de Mario. La fina sinfonía de clase y afinación marcaba la
diferencia en el 21.
Otra transición tras despeje de la cueva que recuperó
Alcácer confirmó el mejor intervalo nacional. El cuero llegó a Nolito -pieza
nuclear del desborde-, que aguardó el desmarque de Cesc y filtró el abrasivo
pase interior para el derribo, desesperado, de Kucher. Fábregas asumió la
responsabilidad pero Pyatov sacó el centrado penalti con una reacción de foto.
Pudo matar la empresa en el 23 de línea argumental, pero subsistió viva para el
respingo ucraniano, que no cambió el rictus tras la concentración de golpes, y
lanzó su rebate. Tomó forma con el chut de Kravets y despeje de De Gea, el
cabezazo desatinado de Garmash, sin portero, al saque de esquina consiguiente
-con brillo posicional de Azpilicueta-, y el remate del interior que sacó
Etxeita tras el envío de Shevchuk -salida de balón en estático predilecta que
apuró su extensa subida-.
Consumida la primera hora quiso España recuperar el balón
con posesiones largas y más determinación. Cesc, Thiago e Isco debían asumir su
atribución para que el colectivo respirase de esa tensa incertidumbre sin el
control sobre el ritmo. Y, bajo este escenario se decretó el intermedio. Hubo
espacio todavía para opciones más o menos difusas: Nolito chutó a las manos de
Pyatov tras un centro de Mario en el 33 y Rotan lo intento, sin éxito, en dos
ocasiones. El paisaje pintaba una victoria parcial visitante sólo acompañada
por las sensaciones en el tramo final. Konoplyanka e Iarmolenko se mantuvieron
inutilizados en el ataque ucranio, apostados en los extremos sin contacto
continuado con el balón por el buen repliegue español. Thiago e Isco
sobresalieron en el cortejo del esférico.
Apuntó el técnico local la situación y la leyó entregando el
protagonismo a sus artistas del baile con el marcador. En consecuencia, la
intermitente calma de circulación horizontal española saltó por los aires para
desplegar 20 minutos de desenfreno. El pelotazo inicial, que el mal cálculo de
Azpilicueta derivó en chut desviado del extremo del Dínamo de Kíev, lejos de
resultar un oasis significó el ejempló simbólico que lo que quedaría impuesto.
El partido transcurrió atropellado, sin pausa en el centro
del campo, con Isco, Cesc y Thiago dispersos en el afán del equipo por cazar
una contra y sentenciar el duelo. Por el camino se confeccionó un caos que
favorecía el empeño desorganizado local, feliz por saberse cómodo en la escena.
Iarmolenko volvió a tocar la puerta en el 50 con un número de desborde y remate
al primer poste que no hizo diana. El exterior de la bota derecha de Thiago
-tan relamido como lúcido en la posesión- remarcó el contexto con un envío que
detectó y alimentó el desmarque en profundidad de Isco en el 53. El malagueño
buscó la vaselina y Pyatov envió a saque de esquina. Nada podría hacer el meta
del Shakthar en el 55, cuando Thiago, Isco, Nolito concibieron una combinación
de carácter antológico en el interior del área, con reducción de espacios, que
la zaga sacó, in extremis y el colegiado chapó al anular el gol de San José.
El desconcierto, patrocinador del espectáculo y del cabreo
de los estrategas, prosiguió con el disparo muy desviado de Shevchuk, el
cabezazo sin oposición de Garmash a centro de Rotan que provocó el despeje de
póster de De Gea -en el 57-, la diagonal estilista de Konoplianka con remate y
reacción de urgencia del meta español, y el chut desviado del sevillista con
dirección al segundo poste -en el 63 de partido-. Ucrania había elevado su
intensidad y presión y España, feliz con su movimiento de repliegue y
contraataque, estaba pagando la inferioridad en la necesidad de los puntos y la
imposición de la lógica física, en detrimento de la calidad.
Mata entró en escena por Cesc (fluido en el primer tiempo y
centenario) y Ribalka ocupó el lugar de Garmash, pero el esfuerzo ucrania
mantendría su fuerza con los extremos erosionando la consistencia visitante de
manera notable. Iarmolenko encaró, superó a su par e inventó un centro raso que
Konoplianka no remató -a portería vacía- de milagro. La capacidad agonística
española sufriría más demanda sin respiro -la suposición de amenaza se disipaba
por la escasez de precisión en el último pase- en las botas del sevillista con
el chut desviado por San José tras el regate que sentó a Exteita en la frontal;
en las de Rakinski, que probó suerte desde larga distancia; y por el camino del
desacierto de Kravets, que mandó al cielo el centro desde la derecha y al
averno su notable control en el área.
Interpretó Del Bosque que el equipo no llegaría a la orilla
bajo este paraguas de sufrimiento sin posibilidad de oxígeno creativo e
introdujo en el sistema a Jordi Alba por Nolito -para frenar la superioridad en
el extremo de Iarmolenko- e hizo lo propio con Busquets -que sustituyó a un
desasistido Alcácer, quizá víctima de la acumulación de talento que le rodeó en
la alineación-, mutando el pelaje del equipo y la idea de juego, que en el
último cuarto de hora viraba hacia el cierre de la victoria a través de la
templanza del ritmo y la recuperación del equilibrio con balón.
Ucrania, que atravesó un paréntesis de desesperación y
protesta ante el cambio de enfoque que tocó tierra con la acumulación de
faltas, asistía al valle anatómico de sus centrocampistas. Sin embargo, con
Isco en la posición de punta, la horizontalidad española no supondría ya un
obstáculo a la vehemencia local, que gozó de margen para efectuar un escorzo de
rendimiento postrero y concluir su fase clasificatoria llegando a la meta de De
Gea. Rybalka abría fuego en el 83 sin puntería y Stepaneneko remataba con
peligro tras el duelo malabarista de Iarmolenko en el 85. Fomenko metía a
Seleznov y Zinchenko -por Rotan y Kravetsa- en la fórmula del envío colgado
desde la banda y el delantero referencia remataba fuera en el 88, antes de que
Rybalka evocara los reflejos del portero madrileño -imponente esta noche para
refrescar las telarañas del inmovilismo del banquillo para con el relevo a
Casillas- desde el centro del área. Murió el rebelde conjunto local con tres
rematadores en los aledaños del gol en cada centro, pero no alcanzó su objetivo
entre el deshilachado centro de la retaguardia patria.
España concluye su travesía hacia el Europeo con su séptima
victoria consecutiva -después de tocar fondo en Eslovaquia-, su séptimo partido
encadenado con la portería a cero, y la tranquilidad de saberse en manos Isco y
Thiago, dos proyectos soberbios en potencia que están en disposición de
entregar fruto ya. Sacó Del Bosque jugo al trámite antes de que se desate la
cadena de amistosos. Parecería que coexiste un fondo de armario competitivo con
el plan prioritario, no sólo en nombres sino también en variantes de juego. La
verticalidad mostrada enriquece el libreto a falta de encontrar una jornada con
más acierto en los metros definitivos. La esperanza por la bifurcación de
opciones confirma su escencia en el estadio que acunó el mejor recuerdo del
espejo a cuya infructuosa imitación se ha abandonado la selección en los
últimos años. Más que el cierre de un círculo, este retorno bosqueja que la
huída hacia adelante padecida cobra sentido en este punto. En el último peldaño
antes de volver a la élite en 2016.