Antonio Toca
Yo soy madridista de cuna. No porque tenga conciencia de
ello, sino porque en mi casa hay dos cosas que no faltan nunca desde que tengo
uso de razón. Una es el jamón en la cocina y otra es el Real Madrid. Mis
primeros recuerdos de madridismo consciente, sentido y dolido se remontan a las
Ligas perdidas en Tenerife, donde recuerdo, ahora lo sé, a un Carlos Martínez
eufórico mientras yo lloraba con mi temprana edad escolar en una esquina del
sofá. Antes de eso ya había estado en el Bernabéu, cuando era todo cemento,
viendo al Cádiz y otros equipos perdidos ahora en categorías inferiores.
Después de todo eso, del cemento en el Bernabéu, de las Ligas que el Barcelona
se llevó a punta de maletín, llegó Raúl. Y ahí sí. Ahí ya lo recuerdo todo.
Recuerdo su primer gol. Al Atleti. Al primer toque fue. Y
corrió despavorido, porque casi que no sabe correr de otra manera, a abrazar a
Dani, que será famoso toda su vida por esta celebración más que por su carrera
como futbolista. Y recuerdo cómo mandó callar al Campo Nuevo con la camiseta
más incómoda que ha tenido el Real Madrid en su historia. Y el aguanis por la
mañana, a esas horas en las que el fútbol no sabe a fútbol, pero uno falta a
clase y ve el partido porque es el Real Madrid, porque es la Intercontinental y
yo eso no lo había visto nunca antes. Y el gol de la Octava, donde Cañizares lo
veía enfilar su portería sabiendo que al Valencia nunca le quedaría París. Y el
de la Novena, en una jugada más que hablada con Roberto Carlos. Y muchos más
goles. Tantos que sólo Cristiano Ronaldo, que es una fuerza sobrenatural, ha
podido superarlo.
Pero a mí me gusta más hablar del corazón de Raúl que de su
fútbol. Su historia con el Real Madrid está ahí, cualquiera puede visionar
vídeos y comprobar lo que fue como futbolista. Pero su corazón es algo que no
está al alcance de nadie que no sea madridista. Porque su madridismo es el mío,
porque siente lo que yo, lo que tú, lo que cualquiera que ame al Real Madrid.
Para los demás, el Raúl futbolista. Para mí, el Raúl futbolista y madridista.
Se ha ganado su sitio en la historia, en la del fútbol, en
la del Real Madrid y en el corazón de millones de madridistas que se declaran
raulistas. Competidor definitivo. El 7 del Madrid y el 7 de España, por mucho
que Luis Aragonés lo mandara al ostracismo de la selección demasiado pronto. No
ganó nada con la camiseta nacional, pero formó parte de una selección que nos
representaba y defendía, muy lejos de lo que es ahora esa cosa que llaman La
Roja. Raúl, que parecía que no estaba pero siempre aparecía, corría hasta por
los balones que se precipitaban por el Paseo de la Castellana, con una chispa
de fuego que finalmente terminaba contagiando a unos compañeros invadidos por
la desidia cuando el marcador era adverso. Se convertía en un caníbal de la
defensa rival y levantaba el partido y la grada. Insaciable y feroz.
Alcanzó la excelencia sin ser el más rápido, ni el más
fuerte, ni el más técnico. Fue un genio porque así tenía que ser. Porque, entre
otras cosas, es de San Cristóbal, donde los más buenos pasaron su infancia
soñando con lo que estaba por venir. Como el cantautor Luis Ramiro. Cuando
anunció que dejaba el club blanco volví a mi esquina del sofá, aquella donde
lloré viendo las Ligas perdidas en Tenerife y, con Real Madrid TV delante de
mis ojos, lloré en su despedida igual que él lo hacía. Porque lo que él siente
es lo que yo siento, lo que tú sientes. ¿Y ahora qué? Me pregunté. Se abría ante
mí un libro de incertidumbres. Ahora que su retirada definitiva es una
realidad, lo sé. Ahora Raúl pondrá su madridismo al servicio del Madrid desde
el banquillo y ya veo las Copas de Europa.
Señor Raúl, así lo bautizaron en Alemania, donde supieron
valorar al mito más que en España. El 7 del Real Madrid. El 7 de España. El gen
ganador. La obcecación personalizada. Ninguna tarjeta roja y tres Copas de
Europa, una detrás de otra. Torpe en la carrera, el más listo del área. La vida
es un partido del Real Madrid con el espíritu de Raúl. Furia y temperamento.
Frialdad apasionada. Esfuerzo y superación.
Yo vi jugar a Raúl González Blanco. Futbolista de profesión,
madridista de corazón. Capitán del mejor club del mundo. Goleador en todas las
porterías de Europa. Corría como un pollo para que yo, para que tú, nos
fuéramos a la cama felices. Y así fue. Y así será porque volverá el eterno
capitán.