Segunda
derrota en la fase de grupos en el Mundial de Brasil que elimina a España
prematuramente tras una tristísima actuación, siete goles en contra y solo uno
a favor y de penalti que no fue
Antonio Blanca
Se podría
haber caído con más dignidad, pero no con menos autocrítica. Todavía puede ser
peor, queda el mal trago de Australia del lunes. España ha cerrado su triunfal
ciclo con una aparatosidad torera, concluyente, y así como pasó de la leyenda
negra a la rosa sin matices, anoche volvió de golpe a pintarse el blasón de
hollín, de manera que solo la proclamación del rey Felipe VI proporciona hoy un motivo de exhibición a la
rojigualda. Esta brusquedad nuestra, idiosincrásica, se explica por la
inexistencia de la autocrítica, por la sobreabundancia de la adulación, por la
secular victoria del amiguismo sobre la meritocracia, por la obsesión hegeliana
con la Idea Innegociable de Nuestro Juego, por la hipoteca del estatus en
detrimento de la calidad. Vicente del
Bosque, caballero de la triste figura en Maracaná para los restos, no
quiso negociar con la realidad como Alonso Quijano no quiso hacerlo con los
molinos. Pero al final siguen siendo molinos. Y La Roja se ha estrellado
contra ellos: el peor Mundial de su historia en números redondos.
Las voces
que hemos denunciado esta falta de rigor, el compadreo reinante, el no
reconocer el mérito a quién se lo merece, el no alinear a los jugadores en
mejor forma, el trato igualitario, el trabajo sobre el nombre, hemos sido señalados
de radicales y antipatriotas. ¿Quién es el osado que pone en duda tan magna
selección? Del Bosque y su grupo (también el nuestro) murió de éxito. Llevar la
estrella en el pecho ha nublado la vista a muchos, y sobre todo al Marqués, que
ha perdido la coherencia, que ha dejado la valentía en la confección de una
lista cobarde y “bien queda”, que ha preferido el homenaje a la batalla y así
nos ha ido, humillados y ridiculizados al extremo, firmando la peor fase de
grupos de nuestra historia. A estos jugadores, ¡Gloria a ellos por lo que
dieron! Y oprobio también por su final, porque pudo evitarse la humillación, el
astillamiento de lanzas, el revolcón de caballos, las carcajadas inmisericordes
del planeta fútbol.
Chile se
desató sobre España cual tsunami destructor que todo lo arrastra al sumidero de
la impotencia. La diferencia es que el ingenioso hidalgo acababa recobrando la
cordura en el lecho de muerte, mientras que el campechano marqués declaró tras
la debacle: "Hoy el equipo ha demostrado carácter". ¡Ah, qué poca
cosa es el carácter cuando se trata de marcar goles! En fin. Corramos un
pudoroso velo sobre un espectáculo siempre terrible: el de la pérdida del
sentido de la realidad.
La
alineación de Javi Martínez y Pedrito parecía atender una
petición general, pero ni de lejos fue suficiente.
En la primera que tuvo Costa, lento todo el Mundial, ya se
vio que persistía su crisis de identidad. Tras el Mundial que ha hecho tendrá
muy difícil explicar que en realidad no ha jugado para Brasil. Alonso estuvo
nefasto, gerontocrático. Da su “patapúm” y a ver qué pasa, pero ahora ya no
pasa nada: o al muñeco o al anfiteatro, o a Costa, que es lo mismo. De una
pérdida de balón del tolosarra nació la contra fulminante de los chilenos, que
en dos pases de genio malvado dejaron a Vargas
ante Casillas, que hoy por hoy es poner a Robin Hood ante el arco
iris. Gol. Y es que la última caridad de San Iker es aumentar la ficha de los
delanteros que le encaran. El dios de la amargura lloró sobre el estudio de
Mediaset: allí nadie podía creerse lo evidente.
Sampaoli daba
órdenes en banda como un derviche, dirigía su orquesta “electrolatina” para
achicarle la pista a los centrocampistas españoles. Chile estaba magníficamente
plantado en el césped, tejiendo su madeja de ayudas mecánicas para abortar
cualquier fantasía residual de Iniesta o
Silva. "El fútbol en
realidad está parejo, pero vamos palmando", constataba González en Telecinco.
En breve se
desequilibraría aún más. Alexis botó
una falta que rechazó Iker adonde no mandan los cánones, pues Casillas nunca
fue un portero canónico sino una imprevisible secuencia de milagro y santería.
Suave y centradita le quedó la bola a Aránguiz,
que la clavó en la red de despectivo punterazo. La zaga, también, a verlas
venir. Y vinieron. "¿Qué le pasa a España?", gritaba Carreño, experto en aborígenes según
la guía mundialista de Mediaset. Lo que le tenía que pasar y callabais,
querido.
La
realización se centraba en Del Bosque, caminando por la banda cabizbajo como Suárez bajo los cedros
monclovitas. Sacó en la segunda mitad a Koke
por Alonso; el papelón para el nuevo, que eso también es muy de
aquí. El partido se reanudó en el mismo tono átono, con Silva silbando y Costa
tropezando, y casi nos hacíamos la ilusión de vislumbrar a Toquero en el
banquillo. Qué falta de gol más pavorosa, señores. La cumbre del dislate fue el
fallo de Busquets a
puerta vacía tras chilena disparatada de Costa, disciplina que Ramos ha dotado de un nuevo,
vistoso y estéril tarzanismo. Dio otro recital del desatino el abracadabrante
central sevillano.
"Hay
que marcar tres goles", recordaba Carreño, sacando la calculadora. A tal
fin calentaba Torres, y era todo
como el soneto de Quevedo:
"Miré a los Torres de la patria mía...". Acabaría saliendo por Costa,
y hay que decir que el equipo, impulsado por Koke y recuperando a Iniesta para
la causa, le puso un poco de vergüenza y asedio al choque, sin que llegara por
ella a temblar una sola cresta chilena. Arturo
Vidal, rey de los ándalos y de los primeros hombres, rebañaba balones en
el centro como si emergiera de la tierra, minero del mediocampismo.
"¡Achucha
España!", querían los locutores. "Si ahora mismo metiéramos un
gol...", calculaba con padecimiento forofo Camacho. Pero peligro, lo que
se dice peligro de gol, España no llevaba al área de Bravo, quien por lo demás paró los disparos remoto que, previa
consulta al Senado, se atrevieron por fin a realizar Iniesta o Cazorla en el último cuarto de
hora.
Todavía
perdonó Chile la goleada en fulgurantes contras de Alexis e Isla que solo desbarataron los
últimos pétalos de la flor de Casillas. Todavía perdonó el árbitro un penalti
de Ramos y una roja por plantillazo en el muslo, cosas de la sangre flamenca.
Alguna falta lejana, alguna llegada final de los nuestros para que no se diga,
aunque sabían que se diría. Vaya si se dirá. "Cuando los astros
no...", empezó Camacho, a quien no le dejaron acabar. El colegiado concedió
seis minutos de agonía innecesaria al objeto de que el macabro humorismo de los
españoles tuviera tiempo de preparar los mejores memes para sus grupos de
Whatsapp.
Por nuestras
peleas con la realidad somos el hazmerreír del deporte rey en el mismo real día
en que llevamos al trono al nuevo Soberano. La mejor selección de todos los tiempos
en el mundo del fútbol, se ha convertido en la peor España de todos los Mundiales.