El
Real Madrid de Zidane se hace aún más eterno, amplía su esplendorosa leyenda en
una noche épica en la que el Atlético vuelve a morir de pie
Antonio Blanca
Primera o Undécima. La Copa de Europa de la
venganza o la que transformaría una temporada para el olvido en inolvidable. No
fue en los noventa minutos, cuando Ramos rememoró Lisboa a salvo de infartos,
al cuarto de hora, ni cuando Carrasco infundió esperanzas a los suyos a diez
minutos del 90, cuando invertía la fatídica noche portuguesa. Tampoco lo fue en
la prórroga, cuando los jugadores de ambos equipos parecían salidos de una
trinchera de la I Guerra Mundial, donde los calambres hacían las veces de
artillería. Fue el punto de penalti, la bendita o maldita lotería, los once
metros acabaron dirimiendo el destino de la segunda final madrileña (española)
de la Liga de Campeones. Desde ahí, dos nombres quedarán en la memoria de una y
otra afición. El Atlético recordará, quizás con injusticia, el poste del envío
de Juanfran, el mismo jugador que marcó el decisivo allá en los octavos de
final frente al PSV. Y el Real Madrid a Cristiano Ronaldo, aquel portugués que
metió el penalti de la Undécima Copa
de Europa, como reflejarán los anales de la historia a partir de ahora.
Sin
sorpresas tácticas en las alineaciones, la duda al comienzo del partido estaba
en saber qué harían dos equipos acostumbrados a esperar la reacción del
contrario para lanzarse a por el partido. Sumando la tensión propia de la
ocasión, el respeto mutuo deparó un primer tramo escaso de fútbol.
El
plan de Simeone era claro, faltas rápidas e insistentes sobre la salida de
balón blanca. Con el beneplácito de Clattenburg, la primera amarilla del
partido acabó cayendo del lado blanco cuando Carvajal entró con dureza sobre
Griezmann.
Tras
el primer compás, el Real Madrid empezó a tomar el mando del partido, aunque el
peligro llegaba casi siempre desde el balón parado. En el minuto 6, Casemiro
comprobó la calidad como portero de Oblak cuando logró adelantarse a toda la
defensa para tocar un balón fuerte lanzado por Bale desde la esquina derecha
del área. La perfecta colocación del esloveno, sumado a sus reflejos, logró
evitar que la afición blanca cantara el primer tanto de la noche.
Al
cuarto de hora, de nuevo una jugada de balón parado volvía a centrar la
atención. En la lejanía de la banda izquierda, Kroos lanzó la pelota hacia el
interior del área, donde Bale se alzó para peinar y dar más fuerza a la pelota
en dirección al corazón del área pequeña. Allí, aprovechándose de una posición
adelantada a la defensa que no atisbó ni el juez de línea ni el árbitro,
precedido de un agarrón de Savic al capitán blanco, Ramos quiso volver a dejar
el sello que también estampó en Lisboa. Un leve toque del de Camas bastó para mandar
el balón al fondo de la red. Con el 1-0 en el marcador, la euforia se desató en
la tribuna blanca y el silencio invadió la rojiblanca.
El
dominio del Madrid se sostenía gracias a la exhibición de Bale tanto en ataque
como en las ayudas en defensa. Junto a Ronaldo, ambos superaban con facilidad a
sus marcadores y forzaban el balance hacia fuera de Koke y Augusto. Así, Kroos
y Modric disponían de espacio suficiente en el centro del campo para imponer su
ley. Casemiro les guardaba las espaldas y los flancos, era el sayón que
cimentaba la construcción del Imperio.
Pero
si bien el Atlético pecó su falta de coordinación defensiva con el gol en
contra, el Madrid se acomodó en demasía a la situación y sus tres atacantes
dejaron de apoyar en labores defensivas. Con el Madrid cortado en dos, los dos
contra uno en banda, sobre todo la de Carvajal, sirvieron a los colchoneros
para ir despertándose y entrar en el partido. Pasada la media hora, el Real
Madrid dejó de ser el dueño del partido y poco a poco iba retrasando su
posición en el campo.
Griezmann
se erigió en punta de lanza de los suyos finalizando casi todas las ocasiones
que fueron construyendo Koke y Filipe Luis desde la banda. La balanza, poco a
poco, iba tomando cariz rojiblanco mientras que el Madrid, roto, buscaba en el
descanso la pausa necesaria para reconstruir lo hecho en la primera media hora.
Sin
embargo el que decidió hacer un cambio de piezas en el vestuario fue Simeone,
que dejó en la caseta a un Augusto Fernández, completamente superado en la
primera parte, para dar entrada a Carrasco. El cambio sirvió para dar dotar de
más revoluciones a los suyos. El belga hombre de la segunda parte, beso
incluido.
Si
bien en el tramo final las ocasiones rojiblancas no terminaban de inquietar a
Navas, el arranque de la segunda mitad metió todavía más al Madrid dentro de su
área. Tal era el empuje del Atlético que acabó forzando un error capital de
Pepe. Un minuto después del saque de centro, el portugués derribaba a Torres
dentro del área. Penalti.
Griezmann
fue el encargado de chutar desde los once metros para tratar de empatar el
partido. Pero el francés pecó de contundencia y su fuerte chut centrado fue
rechazado por el larguero para alivio blanco y desesperación colchonera. La
maldición de la Champions
sobrevolando las cabezas atléticas.
El
error no hizo desmerecer la entrega de los pupilos de Simeone, que siguieron
dominando sin que hubiera golpe anímico por el penalti errado. Las malas
noticias se le acumulaban a Zidane, desesperado desde la banda ordenando a los
suyos adelantar líneas, cuando en el minuto 50 Carvajal pidió a Navas que
echara la pelota fuera y quedó tendido en el suelo. El lateral derecho
abandonaba entre lágrimas el césped de San Siro mientras desde el banquillo se
preparaba Danilo, su relevo.
El
Atlético fue bajando revoluciones a medida que las energías iban menguando.
Apoyado por las recuperaciones de un estelar Casemiro atrás, el Madrid volvía a
encontrar el camino hacia el área en un tramo con continuas idas y venidas de
un lado a otro. Un pase en largo de Modric, ya en el minuto 70, permitió a
Benzema forzar un mano a mano frente a Oblak que cayó del lado del portero.
Pese
a la ligera mejora, Zidane decidió acometer cambios. Primero, dando entrada a
Isco por Kroos en el minuto 72; ya en el 77, agotó relevos poniendo a Lucas
Vázquez en lugar de Benzema. Pero una vez realizadas todas sus sustituciones,
el Madrid recibió un golpe anímico de los que hacen mella.
Poco
antes del 80, los blancos estuvieron a punto de sentenciar la final cuando Bale
se introdujo en el área y cedió la pelota a Cristiano para un tiro franco que
rechazó Oblak. El balón volvió a los pies del galés, que recortó al portero y
cuando parecía ya llegar el gol, se lanzó Savic al suelo para evitar el
descalabro de los suyos.
En
la acción inmediatamente posterior, Gabi se inventó un pase de lujo dejando con
un sombrero el balón dispuesto a la llegada de Juanfran por la derecha, que
centró de primeras para que el segundo palo Yannick Ferreira Carrasco
transformara el gol que significaba el empate.
Si
bien antes no tenía nada que perder, con el marcador igualado y diez minutos
restantes de tiempo reglamentario, el Atlético dio un paso atrás y, bien
ordenado, se dispuso a esperar al Madrid, que reaccionó con brío al tanto en
contra aunque ya sin tiempo. La final se iba a la prórroga.
El
tiempo extra dejó bien claro que, a pesar de los quince días para preparar el
partido, el físico de los jugadores está pensando más en las vacaciones. A
medida que avanzaba el reloj, los cadáveres se iban acumulando sobre el césped
al ritmo que aparecían los calambres. Bale KO y con el Madrid sin cambios, se
arrastraba por campo como una ánima de Bécquer.
Por
el lado rojiblanco Simeone aún contaba con dos cambios, pero esperó hasta la
segunda mitad de la prórroga para ejecutarlos una vez Filipe Luis y Koke se
echaban al suelo cuando no podían más. A pesar de que contaba con esas dos
cartas extras, Simeone padeció de vértigo, de irse a por el rival para
aniquilarlo, como ocurrió hace dos años a la inversa en Lisboa en una prórroga
en la que el Madrid avasalló al Atleti. No fue así, cuando tanto madridistas
como colchoneros pensaban en un desenlace distinto, el Madrid cual Ave Fénix
como ha pasado esta campaña desde que el Mariscal francés Zinedine Zidane se
hiciera cargo del equipo, resurgió de sus cenizas, y cual boxeador casi
noqueado, con la ceja abierta, el filo hilo de sangre recorriendo su párpado y
pómulo se fue a por el Atlético. Sangre, sudor y lágrimas.
Así,
el Madrid, sumando calambres a las piernas de Modric, Marcelo o Ronaldo, estuvo
muy cerca de finiquitar la final. Pero sería el punto blanco de los once metros
el que decidiría el nuevo campeón de Europa.
El
sorteo, ganado por los blancos, marcaba que los jugadores de Zidane lanzarían
primero, en la portería donde se adocenaban las huestes madridistas. Uno a uno,
los jugadores fueron lanzando y anotando con solvencia lejos del alcance de las
manoplas de Navas y Oblak. No fue hasta el quinto lanzamiento cuando la final
resolvería la incógnita del ganador. Juanfran mandó su tiro al poste, el cuarto.
El elegido por el Madrid para tener en sus piernas el título no era otro que
Cristiano Ronaldo, un ‘7’de leyenda. El portugués, tras un partido más que discreto,
resonará en la Historia cuando su nombre sea el leído en las crónicas como el
del jugador que marcó el penalti que hizo al Real Madrid campeón de Europa por Undécima vez.
Dos
años de 2014 a 2016, dos escenarios, Lisboa y Milán, a los que sumarle otros
ocho, ya que Glasgow se repite por dos veces, para entender la relación de amor
que el Real Madrid guarda con la Copa de Europa, la niña de sus ojos. Ya le
faltan manos al Madrid para decir cuántas tiene, su leyenda se agranda con la
épica de una final en la que estuvo muerto y resurgió de sus cenizas, todo bajo la batuta de Zidane,
campeón como jugador, segundo entrenador y ahora comandante en jefe, como
Sergio Ramos, camino de la inmortalidad futbolística, el Real Madrid le debe
loas a su capitán. Once veces campeón, otra historia más grande jamás contada,
el Real, el de Madrid, el Real Madrid suma once entorchados europeos, más que
nadie, y ya busca doce, en su sempiterna voracidad por ser aún más y más grande. De momento, en la Undécima Gloria.