lunes, 29 de mayo de 2017

ROMANCE DE ROMA

Francesco Totti colgó las botas tras toda una exitosa carrera en el club que fue a nivel deportivo el amor de su vida

Antonio Blanca

El 28 de mayo de 2017 quedará inscrito en los evangelios del fútbol italiano, europeo e internacional. Sobre todo en los de la Roma. Tras empezar su último día en la oficina del Olímpico de Roma en el banquillo, Francesco Totti incendió el nivel emotivo cuando salió a calentar. Se descorcharía, en el minuto 54 del partido que su equipo disputaba ante el Génova y en el que se jugaba su futuro en la Liga de Campeones, un acto masivo y catártico que comprendió en similar proporción nostalgia, lágrimas y sonrisas afectivas. Así como satisfacción por haber sido coetáneo del suplente ilustre y coyuntural. El respetuoso honor debido al emblema (en la máxima intensidad imaginable del concepto) que se retiraba de la trinchera coparía cada pulgada del coliseo romano. En consecuencia, el resultado final (3-2 agónico) pasaría a un segundo plano. El descarnado y grave adiós al ídolo absoluto, desde la entraña, se desplegó con todas sus consecuencias.

Totti ha sido y es la Roma. Más de tres cuartos de hora estaría caminando en torno a la pista olímpica el ‘10’ inolvidable e irrepetible cuando hubo finalizado el último de los 786 partidos en los que defendió la elástica giallorossa, durante los últimos 25 años. La ovación restalló atronadora y sedosa, como sus palabras en el discurso postrero. Como la actitud de los otros dos chicos de la ciudad que pugnan en el primer equipo y que no pudieron mirar a los ojos a la leyenda en su último baile. El alma desbordada de Danielle de Rossi y Alessandro Florenzi, dos internacionales de peso, no les permitió cruzar la mirada con el jefe de su manada cuando éste ingresó en el verde, en plena competición. Esa estampa permanecerá en la retina del tifosso de cualquier latitud transalpina como un reflejo de las ruinas de una época pasada. El imperial respeto y lealtad casi fraternal no son sencillos de observar en estos tiempos.

"Tengo miedo, esta vez soy yo quien necesita vuestro apoyo. El apoyo que siempre me habéis dado. Me quedaría otros 25 años. Ser el capitán de este equipo ha sido un honor, mi corazón estará siempre con vosotros", proclamó, micrófono en mano, antes de mandar al fondo sur (su íntimo y radical compinche con el que gastó más de una broma pesada a la Lazio) un balón en el que había escrito "Te echaré de menos". La ofrenda mutua, revestida de una energía que subía del césped a la tribuna y bajaba de nuevo, concluiría con il capitano (otra vez atendiendo al grado sumo de la acepción del término) desanudando el brazalete y entregándoselo a un juvenil. La cesión del timón había sido oficializada en su ámbito, el pasto. Y roto, con borbotones emocionales que se expresaban en el fluir perpetuo e incómodo del llanto, regaló los últimos saludos antes de entrar en la negritud del túnel de vestuarios. Ante un teatro que deglutía, con dolor, lo sangrante del inexorable paso del tiempo.

Pero il Pupone (niño), como es apodado, ya se había despedido el 31 de agosto de 2016. El The players tribune (la plataforma que pone papel y lápiz a los deportistas de élite para que compartan sus reflexiones) publicó aquel miércoles una carta en la que el último trecuartista exquisito esbozó su saludo oficioso a la institución y la hinchada que le acompañó a lo largo de un cuarto de siglo. En ese texto expuso cómo, cuando contaba con nueve años y su natural talento ya resplandecía, su madre negó a los directivos del AC Milan el fichaje del niño que se comprometería, desde entonces, con una camiseta. Sólo Paolo Maldini puede mirar a los ojos a Totti en el desarrollo del sentido de pertenencia, de patria chica irresoluble, a un equipo de fútbol en el cambio de siglo. "Mi abuelo Gianluca -proseguía- le transmitió el sentimiento romanista a mi padre y él, a su vez, hizo lo mismo con mi hermano y conmigo. La Roma ha sido siempre más que un club de fútbol, es parte de nuestra familia, de nuestra sangre y de nuestras almas".

El máximo goleador de la historia de la entidad capitalina (307 dianas) contaba en la misiva pública que como el fútbol no era retransmitido con asiduidad por la televisión en los 80, su padre decidió llevarle a la cancha cuando tenía 7 años. Para que viera aquello de lo que le hablaba con ritualismo religioso. "Todavía puedo cerrar los ojos y acordarme de lo que sentí. De los colores, las canciones y el humo de los petardos que explotaban. Sólo era un niño, pero rodeado de los aficionados de la Roma se me encendió algo que no sé cómo describirlo", narraba. Y de inmediato expuso la raíz de su conexión con cada hincha giallorosso, en tanto que terruño compartido, y con una amplia mayoría del Bel Paese, en tanto que espacios compartidos que devienen en cultura. "No creo que ningún vecino del barrio de San Giovanni me haya visto alguna vez sin un balón. Jugábamos en todas partes: sobre adoquines, al lado de una iglesia o en callejuelas", presume. En efecto, esa es una de las pocas ligazones que vertebran norte y sur en Italia. Y por eso Totti es tan respetado y celebrado. Por eso habrá emocionado a acólitos de otras tribus. "Totti ha unido a una ciudad y un país que se divide por cualquier cosa", aseguró De Rossi horas antes del epílogo.

Por eso se comparte y justifica la alegría socarrona cuando este portador de un gladiador arquetípico tatuado en el hombro derecho hace una mención al sexo oral en dialecto y en plena retransmisión de la celebración por la conquista del Mundial de 2006. Es esa empatía propia de la socialización primaria la que justifica la radicalización de la rivalidad en una nación que necesita poco para que prenda un incendio.

Francesco, que maneja una dialéctica y tono que denota sencillez y cercanía, no ha amainado nunca el folclore barrial en sus expresiones genuinas (aceptando, con humor, la burla coloquial hacia su inteligencia que terminó por tornarse en lugar común), más allá de los foros en los que se reconoce como referente de una población. De un país presa de sus pasiones, en el que el balompié se sienta en un trono sagrado. Por todo ello excede la exclusividad romanista y la pasión que transmite, límpida e instintiva, germina dondequiera. Y su profunda e implicada labor solidaria en pos de la comunidad infantil cohesiona todo lo anterior.

En lo relativo al coqueteo con la pelota, Totti es un futbolista testimonio de la evolución de ese deporte. Entró en los juveniles de su único club con 12 años y debutó en el primer equipo con 16, en 1993. Su idolatría hacia Giuseppe Giannini, mediapunta escultor en medio de una fábrica de tornillos en los 80 italianos, no es casual: con él comparte esquemas y paradigmas con los que convive, choca y sobresale. Porque el cimiento virtuoso de la Roma nació durante los últimos coletazos del modelo anatómico del balompié. Aprendió a sortear la dictadura de los preparadores físicos que cribaban a los jugadores por su altura y morfología biométrica antes que por sus condiciones técnicas. La revolución tacticista que se gestó en los 70 y colocó a la Serie A en la cima mundial (con las huestes poderosas que lucieron el Milan de los holandeses, el Inter de los alemanes, el Nápoles de Maradona y la Juventus de Platini) se estiraría hasta la apnea romántica del cambio de siglo. Y el ‘10’ recién retirado debió adecuarse a tales presupuestos, con la técnica depurada y la creatividad como flotadores. Su irreverencia en la finta, la clase que emanaba cada improvisación, lo portentoso de su lectura del juego y lo afilado de su toque (en concreto de su primer toque, ora para distribuir, ora para golear) taparon la boca a los que le exigían la preponderancia del sudor. De hecho, con el ortodoxo de la vieja escuela Capello ganó su único Scudetto (2001). Ya en el rol de gobernador.

En vivo, la genialidad atraviesa la ideología y la diluye. Así, cuando su nivel tomó altura al galope de la permisividad de los entrenadores y la asunción de la predisposición ofensiva como una herramienta valiosa y no como una argucia escapista, su esencia le llevó a salir ovacionado del Bernabéu perdiendo (en 2004) y ganando (en 2008). En plenitud, Totti pastoreaba el tempo de cualquier envite y ante cualquier oponente. Incluso caminando. Como lo haría Pirlo (otro superviviente de la era de reclusión de la inventiva, como Roberto Baggio, Roberto Mancini o Alessandro Del Piero) cuando fue retrasado de la mediapunta al mediocentro organizador. Y casi siempre compitió en inferioridad de condiciones, pues el presupuesto de la Roma jamás se ha correspondido con su hiperbólica autoestima (sólo dispone de tres títulos ligueros y se concibe como un grande), pero ello no le desvió de su camino. Nunca se movería de allí. Florentino Pérez bien lo supo en 2004, cuando trató de cautivarle con la siembra del terreno pomposo sobre el que acumular Balones de Oro. Su fe, anacrónica para cualquier directivo, sólo le permitió la tibia duda. La decisión de permanencia granítica siempre estuvo presente, fruto y nutriente de esa relación de consanguineidad para con la ciudad deportiva de Trigoria y su paisanaje. Con ello, sus vitrinas únicamente lucirían la mencionada Liga, dos entorchados de la Coppa, dos Supercopas domésticas y la Bota de Oro que le arrebató al Van Nistelrooy madridista (en 2007, con 25 goles). Pero, ¿cuánto espacio ocupa en una estantería el amor eterno y recíproco?

"Francesco maravilloso, te deseo un feliz cumpleaños. Y disculpa porque en el 2000 te quité el Balón de Oro. Tú lo merecías, un abrazo". Con este tuit le felicitó el 40 cumpleaños Luis Figo hace meses. Ese chascarrillo, con foto adjunta en compañía de Marco Delvecchio (delantero con el que ganó el Scudetto junto a Batistuta, Cafú, Emerson y demás, y con el que llegó a la final de la Eurocopa del 2000), define la consideración que los profesionales reservan a Totti. Y, aunque sea un absurdo resaltar la unicidad de alguien en tanto en cuanto se antoja obvia, merece la pena regresar a aquel Europeo de Bélgica y Países Bajos, de triunfal salida para la Francia de Zidane. Allí, con toda la presión de los tulipanes (anfitriones) sobre los hombros y aquejado, se supone, por la tensión propia de una tanda de penaltis decisiva, dibujó un lanzamiento a lo Panenka que inmortalizó a Van der Saar como víctima y arrancó, con sedosa factura, un estatus distinguido que le perseguiría siempre.

Y es que este fuoriclasse agigantaba su calidad y trascendencia en los desafíos más elevados. Juventus, Milan, Inter, Nápoles y Lazio han sido acribillados con delicioso carácter impío por este amante de la estética. Voleas de zurda y diestra, sin dejarla caer, que se colaban por la escuadra del palo corto o largo; vaselinas insultantes, por lentas e irrebatibles, que cincelan sonrisas en los rivales seducidos. Un control orientado bastaba para detectar lo distinto de su magnetismo.

Todo ese legado está registrado en hemerotecas y videotecas, con la estadística esputando que se va como goleador más mayor en la Liga de Campeones y segundo máximo anotador de la historia de la liga italiana. Y también está contenido en los anuarios que su retirada estaba pensada para 2016, pero su fulgurante tramo final de curso (con dos goles en cuatro minutos, el 86 y el 89, para la remontada épica ante el Torino o la aportación al viraje urgido del marcador ante el Génova) y su papel de tutelaje en el vestuario terminó por regalar otro año a una mente que arrastra un cuerpo muy mermado por una lumbalgia recurrente, una dolencia en el ligamento cruzado anterior o una fractura de peroné que desplazó los ligamentos del tobillo (y que a punto estuvo de privarle de la justicia poética que constituyó la consecución del Mundial 2006). "Hace un año muchos decían que era un futbolista acabado y que había sido convocado por la selección sólo por mi pasado. Pero las críticas me han traído fortuna ya que he ganado la Copa del Mundo, he sido máximo goleador liguero italiano, conquistado al Copa de Italia, y ahora la Bota de Oro", declaró en 2007. Una década después, su fragancia se ha secado.

Ese caminar erguido, elegante y siempre dispuesto a desbaratar cualquier línea defensiva, con el punzón escondido bajo el frac, como los perfiles de futbolista de su clase y como su lealtad, se extingue. A ver quién sacrifica, en el presente, el éxito y la acumulación por el triunfo. A ver quién presume de ganar partidos caminando con una legitimidad que difumina tal chulería. Totti, ya es leyenda del fútbol. 

domingo, 28 de mayo de 2017

EL BARÇA GANA LA COPA ANTE UN DIGNO ALAVÉS

Jordi Grimau

Felipe VI entregó la Copa del Rey al Fútbol Club Barcelona en el último partido oficial que acogerá el Vicente Calderón. Los favoritos hicieron honor a ese estatus gracias a la calidad de Neymar y Messi y regalaron a su entrenador un entorchado más. Preponderó, por tanto, la intención de maquillar una temporada discreta sobre la ilusión de hacer historia. El Alavés, digno, batalló hasta que las diferencias entre ambas plantillas dictaron el desenlace.

Luis Enrique optó en su adiós a Can Barça por desdeñar el esquema que le permitió reflotar su último curso. Salió con un 4-3-3 que contenía a Umtiti y Piqué como pareja de centrales, a Iniesta como faro y a Alcácer como complemento de la dupla Neymar-Messi (ante la sanción a Luis Suárez). La idea, verbalizada en la previa, era dominar el esférico de forma ortodoxa. Pellegrino aceptaría el reto y elegiría a su planteamiento más defensivo: desplegó una defensa de cinco, con Theo y Femenía como carrileros, en un esquema tendente a la trinchera y la salida vertigionsa. El duelo de estilos se antojaba absoluto.

Exactamente dos minutos tardó el partido en desnudar su esencia. El Barcelona ejecutaría un monólogo con la posesión de la pelota, en cancha rival, y el Alavés cedería metros, agazapado, esperando un error rival para lanzarse a la contra. Cuando sólo se esbozaba ese compás, una pérdida compartida entre Alba y Neymar propulsó la salida clara de Femenía, con centro al que no llegó a rematar Ibai por poco. Theo efectuaría el primer chut, desde larga distancia, de inmediato. La intensidad anatómica de los vitorianos contenía a la circulación culé y ya había mandado un aviso rotundo: el subcampeón de Liga tenía prohibido ser indolente tras pérdida.

Se quemaría el minuto 10 tras un parón que ayudó a trompicar el lento discurrir de la combinación del Barça. Un golpe, en una pugna aérea, entre Marcos Llorente y Mascherano sacó del partido al improvisado lateral diestro escogido por Lucho para suplir la baja de Sergi Roberto. Andre Gomes sustituyó al Jefecito -en su posible último duelo con los colores azulgrana- en el carril derecho y le tocaba al Barcelona refrescar el guión a pesar del mencionado imprevisto desfavorable.

La superpoblación del centro, y la agresividad ejecutada por el aspirante, favoreció el colapso del juego entre líneas del gigante. Así, el duelo transitó de manera continuada con posesiones horizontales inocuas de un Barcelona que sólo conseguía avanzar e inquietar cuando Neymar dibujaba slaloms de espacios reducidos. Los vitorianos, por su parte, alcanzaban a escapar con cierta asiduidad, penetrando a través del centro lateral en los aledaños de Cillessen en una oda a la verticalidad en cada robo. Messi, en el minuto 21, se desperezó para rematar la primera contra límpia, al galope de Neymar. Pero la acción del argentino fue taponada por la ardorosa zaga.

En el 23, la Pulga frotó su pefume para sentar a tres rivales, desanudar una emboscada en al medular y ceder a Ney para un lanzamiento que concluyó el córner. El 10 recordó al respetable que sobre su genialidad iba a gravitar, como cualquier otro encuentro, la resolución del título copero. Y la orquesta blaugrana refutaba tal percepción, pues este no iba a ser el anochecer en el que el tiqui-taca, después de tantos años, renaciera.

Tres minutos más tarde, el Alavés recordó al coloso el axioma: no caer en la relajación. Piqué marró una salida clara de balón e Ibai asustó al banquillo catalán, pues, en dos para dos, chutó un latigazo rasante que se estrelló en la cepa del poste y paseó por la línea de gol sin ser despejado ni rematado. La primera media hora había obedecido al libreto de Pellegrino. Y es que Pacheco estrenó sus guantes en el 27, a tiro desviado de Iniesta. Le faltaba velocidad a la asociación barcelonesa y los blanquiazules no habían sufrido. Pero, en ese suave transcurrir, Messi ajustó un zurdazo de seda para abrir el marcador -minuto 30-. Inventó una pared vertical, entre un bosque de piernas, y subrayó la trascendencia de la técnica.

Y la Copa, en ese trecho del minutaje, refrendaría la espectacularidad de su naturaleza. El golazo del argentino puso el listón arriba y el cañonazo de Theo, en la jugada siguiente, empató el electrónico y la exigencia de exquisitez. Lo desenfrenado de este torneo quedó constatado a fuego: Ibai provocó una falta de Iniesta en el pico del área culé y el lateral zurdo enchufó un misil imperial, con destino al segundo poste. Cillessen nada podría hacer. El Glorioso se reafirmó como contendiente digno -minuto 32-.

Pero hasta el descanso se desharía el gobierno de Marcos Llorente, excelso en la recuperación. Los alaveses salpicaron su recta final de primer acto con subidas de líneas que fueron aprovechadas por el Barça para amenazar, rematar y sentenciar. El respingo que descuadró el equilibrio de las otrora cohesionadas líneas vascas significó un lanzamiento de falta que conectó a Messi con Pacheco, un derechazo cruzado de Rakitic que lamió el palo y el 2-1, obra de Neymar, en el minuto 45. Dejó espacios la estructura de Pellegrino y el carioca y el argentino lo amortizarían. El primero acunó una contra que culminó con asistencia de Gomes y remate a placer prropio, y el segundo aglutinó la atención de los tres centrales oponentes para filtrar un pase delicado que Alcacer tradujo en la cosecha del trofeo.

Arriesgó, con valentía, el noveno clasificado de LaLiga. Se sentía confiado para abordar un combate de tú a tú, visto lo visto, y presionó arriba, pero la ambición le traicionó y cuando deshizo su integrismo defensivo en busca de mayor botín feneció. Resulta complicado censurar el coraje, y más a un club que poco tenía que perder en su intento de asaltar el cielo. Sin embargo, por ese cauce se desinfló toda su candidatura. Tras competir con solvencia.

Rozó la cruceta la apertura de las hostilidades efectuada por Ibai, de espléndido lanzamiento de falta angulado -minuto 47-. Salió de la cueva el bloque blanquiazul e implementaría una presión a campo completo hasta que Messi (un gol y una asistencia hasta entonces) cambió de ritmo y centró para que Alcácer rozara el cuarto (perdonó el delantero levantino, con todo a favor). Anhelaba entrar en el partido de nuevo el Alavés y darían por válido el riesgo, con su defensa a la altura del centro del campo. Ya no había nada que guardar o defender, así que se abría paso una confrontación más abierta y cercana al ida y vuelta. Camarasa -virtuoso de la distribución- y Sobrino sentaron a Edgar e Ibai al tiempo que el ex delantero del Valencia y Rakitic remataban fuera de tino.

Hasta el 90 el paisaje se tornaría en un brochazo grueso de fútbol lento, aliñado con chispazos acelerados, casi siempre en la frontal de Pacheco. Anestesiaron los de Luis Enrique la voluntad vitoriana de subir las revoluciones y quedaron a merced de la circulación controladora azulgrana. Le costaría al Alavés recuperar balones y, mucho más, trazar avances peligrosos. El ejercicio de seriedad culé clausuró la incertidumbre aunque el compromiso guerrero de los de Pellegrino nunca se apagaría y Cillessen conjugó un barullo rematado por Ely antes de que Deyverson anotara en fuera de juego -minuto 71-.

El orgullo del club que este sábado jugaba la segunda final de su historia alimentó la aproximación hacia el banderazo de meta. Un exceso de este parámetro llevó a Sobrino a empujar, sin balón y en el área a Neymar, hecho que no conllevó la pena máxima y sí una escaramuza que despertó a Messi como púgil en un cuadrilátero. El fango coyuntural de la mencionada tangana frenó la pujanza anímica alavesa mientras que el regateador Óscar Romero dio el relevo a un Theo que se despedía, también, de la elástica vasca. Sólo el cansancio se interpuso en la fortaleza mental del conjunto en desventaja.


Alexis Vidal recuperaría sensaciones tras su larga lesión al participar de la dinámica. El lateral entró por Rakitic (industrial, como Iniesta) en paralelo al descalabro físico de los jugadores vascos que abandonarían el verde vacíos. El Rey de Copas ampliaría su palmarés con todo merecimiento. Su campeonato resultó impecable (eliminando al Atlético en semifinales). Tanto como un Alavés que, meses después de regresar a Primera, prendió la ilusión en su infatigable hinchada. La temporada 2016-17 del fútbol español concluyó, en definitiva, con festejo blaugrana.

jueves, 25 de mayo de 2017

MOURINHO DEVUELVE EUROPA AL UNITED

En una final en la que los red devils fueron muy superiores al Ajax, los de José Mourinho logran el único trofeo que faltaba en sus vitrinas

Antonio Blanca

El Manchester United de José Mourinho logró anoche alzarse como campeón de la Liga Europa tras imponerse al Ajax por 2-0 en la final disputada en el Friends Stadium de Estocolmo. Dos goles, obra de Pogba y Mkhitaryan, sirvieron al equipo inglés para dejar encarrilado un partido en el que maniataron al joven equipo neerlandés, que apenas pudo crear ocasiones de peligro.

La Liga Europa, torneo en el que el Sevilla ha reinado en los últimos años, encontró sucesor en el Manchester United. Un equipo que empezó la competición mirándola de soslayo (ya dijo Mou y con razón que la Europe League no es la competición que el United debe disputar) y que acabó la temporada señalando esta fecha en rojo al ser la vía por la que acabarían encontrando la ansiada clasificación a la Liga de Campeones que no obtuvieron con la Premier.

Con esta intención, el triunfo de este miércoles se pudo definir casi como funcionarial. Como hiciera con el Celta en Balaídos, el United maniató a un Ajax cuya juventud (22 años y 282 días de media de edad) le había permitido usar la energía de su valentía para enloquecer los partidos y recabar una buena cuenta de goles. Hoy no fue así.

La experiencia se impuso a la lozanía de un conjunto que fue incapaz de poner el más mínimo aprieto a Romero, el jugador que gozó de la mejor perspectiva de la final con una inusitada comodidad.

Ander Herrera, elegido MVP del partido, dio una clase magistral de dirección desde el centro del campo controlando, y llevando incluso hasta el aburrimiento, un partido que no se le podía escapar al United.

Imponiendo el físico de sus jugadores, el United tomó el control desde el inicio mismo del partido y no fue hasta pasado el cuarto de hora cuando se atisbó algo del Ajax que había asombrado a Europa. Pero justo cuando habían logrado descubrir quién era el portero rival, apareció Pogba desde la frontal para lanzar un chut que acabó en el fondo de las mallas, eso sí, con la fortuna de ser desviado por Sánchez y anular la reacción de Onana bajo palos, que sólo pudo contemplar con mirada de pánico la trayectoria del balón hacia el interior de su portería sin poder hacer nada.

Con el 1-0, el United optó por ceder la pelota y actuar de manera contemplativa reforzando la zaga y esperando a cazar una contra. La red tejida surtió efecto y sólo la tensión de estar ante una final evitó que el bostezo reinara hasta el descanso.

Justo después del paso por vestuarios llegó el golpe definitivo. En un córner lanzado por Mata, Smalling logró rematar de cabeza sin demasiada fortuna, pero desviando lo justo la pelota como para que Mkhitaryan pudiera rematar de manera algo acrobática y de espaldas pero al fin y al cabo efectiva haciendo el 2-0 en el minuto 48.

Si con el 1-0 los red devils se mostraron completamente a gusto, con las diferencias ampliadas el plan no hizo más que reforzarse. El Ajax seguía siendo incapaz de encontrar la salida al laberinto inglés, impotente cada vez que acababa chocando una y otra vez frente a la zaga del United.

Mourinho aprovechó los últimos instantes para homenajear a Wayne Rooney, entrando en el último minuto en lo que parece su despedida del Manchester United. Con el pitido final, el equipo inglés ponía el sello al documento que estaba buscando. Un título que aún no tenía y que le valió para el objetivo principal: entrar en la Liga de Campeones.

lunes, 22 de mayo de 2017

LA LIGA DE ZIDANE

Victoria solvente del Real Madrid en Málaga haciendo los deberes para volver a sumar un título liguero que hace un total de treinta y tres

Antonio Blanca

La fortuna dibujó un guiño retorcido para que la Liga 2016-2017 se definiera en el último día, como ocurrió en dos de las últimas tres ediciones del campeonato doméstico (2016, título del Barcelona y en 2014, con celebración del Atlético). La inclemencia atmosférica, que obligó a posponer la visita merengue a Balaídos hasta el pasado miércoles, y la exigencia que las fases elitistas de la Liga de Campeones impusieron sobre las candidaturas de los dos líderes comprimiría el cuerpeo hasta el punto de retrasar el alirón hasta el último hálito. El cliché ancestral, "jornada de transistores", se acopló a esta era digital, ya que el capítulo final de la interesante trama iniciada en agosto disponía un desenlace simultáneo que sintonizaba, a la vez, lo que aconteciera en La Rosaleda y el Camp Nou. Málaga y Éibar, dos equipos sin nada en juego (y sobre los que recaía la sombra de los maletines y puesta en suspenso de la profesionalidad, sobre todo en torno a los andaluces), serían uniformados de jueces. Casi lo fueron. De la forma más rocambolesca imaginable.

Las dos horas definitivas del calendario del balompié doméstico depararon el triunfo del Real Madrid. El conjunto que alzaría su trigésimo tercera Liga venció, 0-2, a un Málaga desinflado tras el tanto balsámico de Ronaldo en el primer minuto. Los blanquiazules no alcanzarían a inquietar a Navas salvo en contados chispazos de Sandro y Keko. El primer acto madrileño, lúcido con balón (Kameni salvó a los suyos ante dos remates en el área pequeña), demostró la templanza y jerarquía del vigente campeón de Europa. Además, al descanso, el Éibar estaba asaltando el coliseo culé. Los de Mendilíbar salieron con mayor intensidad, por contradictorio que parezca, y aturdieron al aristócrata con una diana precoz de Inui. El 0-1 se mantendría hasta la entrada en vestuarios debido al desatino del tridente (con gol bien anulado).

Se duplicaba la carambola que le urgía al Barça. Y el brete se le ennegrecería aún más, pues mientras que Messi y Suárez seguían patinando en sus intentos, Benzema hacía el 0-2 tras un córner lanzado por Kroos y otra atajada hiperbólica de Kameni. Únicamente un milagro cabía en la hoja de ruta de un equipo desprovisto de convicción. Es más, cinco minutos después, Inui firmaba el chocante 0-2. Y marcaría otro tanto el Éibar a continuación, aunque esta vez sería en propia meta (obra de David Juncá). El ‘10’ culé marraría un penalti para mayor sangrado de los azulgrana. Suárez y Messi acertarían, finalmente, y remontarían (4-2), con un penalti que de falso genera risa. La anestesia con la posesión madridista resultaría la receta adecuada para sellar tres puntos (necesitaban uno) de regusto delicioso para los nuevos campeones del fútbol español.

Supo esquivar el cataclismo postrero que ya degustó la entidad de Chamartín con el Tenerife de Valdano como verdugo. Los pupilos de Zidane salieron vivos de uno de los partidos de los que más se ha hablado en todo el curso (después de las palabras en las que Míchel aseguró ser más madridista que el mencionado argentino al serle cuestionada una situación como la de esta jornada dominical). Así, los merengues alcanzaron, al fin, a retornar el trofeo de la regularidad a sus vitrinas. Cinco temporadas tardó la directiva de Concha Espina en confeccionar una plantilla tan consistente como para alzar el título nacional más importante. A fe que lo ha conseguido, pues al paroxismo de este 21 de mayo le sigue la final de Cardiff ante la Juventus, con la posibilidad de conquistar un doblete que no paladea el gigante de la capital desde 1958.

Esta victoria final, que ejerce como guinda de un proyecto que tomó altura después de la consecución improbable de la Undécima, remarcó la rima entre todos los pisos del club: la presidencia, el cuerpo técnico y el camarín. Con una gestión de los descansos y rotaciones casi temerarias (pero muy sabias), Zizou cosechó el mejor final de ejercicio de Cristiano Ronaldo (25 goles) que se recuerda y mantener involucrados en dinámica a piezas que han resultado muy relevantes en la manutención de un liderato asumido en 33 jornadas (fue puntero desde la fecha nueve, el 23 de octubre, cuando se impuso 2-1 al Athletic). Marco Asensio, James Rodríguez, Nacho, Lucas Vázquez y Álvaro Morata han destacado sobremanera en bretes resbaladizos y entre compromisos de gran enjundia. Kovacic suplió con sobriedad a Casemiro o Modric cuando éstos se lesionaron e Isco creció hasta ejercer de maestro de ceremonias en los repetidos infortunios de Bale (con asistencia en la final de este domingo). Así, el fondo de armario les proporcionó la regularidad que llevó a los madridistas a acumular 64 duelos anotando de manera consecutiva y 40 envites seguidos sin conocer la derrota.

La cabeza de Sergio Ramos, indispensable para nutrir la racha mencionada con dianas en los últimos minutos memorables (empate en el Camp Nou y victoria casera ante el Depor, ambos en el minuto 89) sirvió como pegamento de los agujeros que el equipo dejó al tomar y soltar el control de los enfrentamientos en múltiples ocasiones. Por esa vía de vaivenes se colaría un Barcelona que atravesó intervalos de apagón (la victoria in extremis ante el Leganés y en la Ciudad Condal, tras caer 4-0 ante el PSG es paradigmática) y momentos sublimados, como su victoria en el Bernabéu con gol del pichichi Messi (37 goles y cuarta Bota de Oro). Con un juego más a borbotones que coral, más inclinado sobre el tridente que colectivo, Luis Enrique fue quemando etapas y sobreviviendo a pinchazos propios no aprovechados por los madrileños para recortar 10 puntos de desventaja (si se sumaba entonces el triunfo merengue en Vigo) en el abrasivo abril. El 2-3 del Clásico y el 1-1 arrancado por el Atlético en la casa blanca apretó la distancia, colocando a los blaugrana en el liderato provisional, empatado a puntos con sus enemigos íntimos a lo largo del presente mayo.

Otra buena ejecución de Luis Suárez (29 goles y líder en asistencias, con 13 pases) y la intermitencia de Neymar bastaban a un equipo menos engrasado que de costumbre y no tan comprometido con la fase defensiva como en los dos primeros años del “Lucho” para mantener el pulso. Sin un Iniesta presente de forma prolongada, con cambio de esquema y mermado por la lesión de Rafinha (ni Andre Gomes ni Alcácer respondieron), le costó mucho al combinado barcelonés fluir, y se dejó más puntos que de costumbre (seis empates y cuatro derrotas, por los seis empates y tres derrotas madridistas). Pero su balance goleador (116 dianas) es, sencillamente, irrebatible. Los dos colosos circularon sobre un esquema ofensivo, con menor equilibrio (Carvajal y Marcelo rondaron los dos dígitos en asistencias) y, aún así, nadie les aguantó el reto. Sólo el Sevilla se coló en su duopolio durante una primera vuelta maravillosa.

Sampaoli se erigió en el gran protagonista del tramo de 2016 y Simeone lo sería del de 2017. Los sevillistas acertaron al elegir al entrenador que hizo campeón a Chile de su primera Copa América, y pelearon por incomodar a Madrid y Barça con argumentos y un estilo colorido que trataba de tú a tú a cualquiera. Su libreto atrevido y arriesgado desterró el tacticismo de Emery y sus extraordinarios resultados le dieron la razón (segunda mejor puntuación liguera en la historia del club). Con Sarabia y Vitolo en los extremos, Nasri y N´Zonzi en el centro y sin un goleador letal (hasta la llegada invernal de Jovetic), los hispalenses gritaron foco y atención con legitimidad hasta que les dio el fuelle. En ese momento, coincidente con la eliminación ante el Leicester y los rumores de la salida prematura del estratega milagroso, el Atlético olió sangre y aceleró (dos derrotas en 22 partidos), combinando su enriquecimiento que le granjeaba el mejor trato con la pelota y el refresco de la solidez defensiva. Oblak, Zamora de nuevo (sólo 21 goles cedidos), Antoine Griezmann (16 goles, demasiado aislado en la jurisdicción anotadora), Carrasco, Koke, Saúl y Filipe solidificarían el respingo que les confirmaría como terceros, en detrimento del finalmente deprimido Sevilla. Y un doblete de Fernando Torres despediría a un Vicente Calderón de próxima extinción.

Por detrás se desató una batalla por los puestos que dan la posibilidad de disputar la próxima Europa League que involucraron a Villarreal, Real Sociedad, Athletic (estos tres terminaron por sellar sus billetes, contando los vizcaínos con que el Barça gana al Alavés en la final copera), Éibar, Espanyol, Celta de Vigo e, incluso, Las Palmas. Los fichajes de Jesé y Halilovic se anunciaron en Las Palmas como el salto decisivo para abordar la aproximación continental, pero el equipo sufrió un desplome proporcional a la relajación de saberse fuera de peligro y con un entrenador saliente (Setién) sin las riendas del vestuario. El juego vistoso isleño quedó enterrado en la nada con el paso de las jornadas. Los armeros, por su parte, firmaron una temporada excepcional, con Pedro León, Enrich, Capa y compañía acumulando 54 puntos. Sólo la distancia entre la amplitud de presupuestos y plantillas con sus rivales les sacaría de la pelea. Eso mismo le afligiría al conjunto catalán reestructurado por Quique Flores. El técnico exhibió una capacidad sobresaliente para exprimir los recursos y rozó la gesta. Y los vigueses eligieron, en la despedida de Berizzo, lanzarse a por una histórica aventura europea, sacrificando su despliegue liguero mientras que Iago Aspas (18 goles) se ganaría la internacionalidad.

Así pues, el Submarino (que cambió a Marcelino por Escribá en un giro abrupto y selló el quinto puesto ante el Valencia y en Mestalla), los txuri urdin (guiados tanto por Vela como por Rulli, con Oyarzabal, Illarra y con los laterales resplandeciendo) y los leones (con Aduriz insultantemente incombustible, Raúl García efectivo e industrial y un Williams ya asentado) serán, en principio, los representantes españoles en la antigua UEFA.

El Valencia ejerce como nexo entre batallas. Los de Mestalla, que intercambiaron entrenadores con distinguida alegría, navegaron al borde del abismo social, institucional y deportivo hasta que Voro tomó el timón y los jugadores entendieron que era su obligación compactarse y salvar al club. La llegada de Zaza y Orellana ayudó a alcanzar la calma y, a partir de ahí se desató una suerte de casting por el que un buen puñado de jugadores trataron de reivindicarse en busca de una renovación, un no despido o una buena oferta de traslado. Y es que un rendimiento tan pobre como el que ofrecieron durante dos tercios del curso se antojaba casi imposible de maquillar. Diego Alves ensanchó su mochila de penaltis parados, Parejo añadió poca constancia a su creatividad y Gayá no salió de un círculo de lesiones en una temporada que se anunciaba como la del salto hacia metas mayores y terminó en fiasco.

La huida del descenso se cobró este curso un buen racimo de entrenadores. Lo cierto es que Betis, Leganés y Deportivo acometieron una larga travesía hasta despegarse de las llamas en las que quedaron fundidos Granada, Osasuna y Sporting. Los de Heliópolis contrataron a Víctor para desanudar su deriva. Con Dani Ceballos, Piccini, Durmissi, Adán y Rubén Castro como únicas noticias positivas, el técnico cumplió su trabajo, pero con el equipo salvado sobrevino una racha infame de resultados que sacó del banquillo al artífice del renacimiento, a dos jornadas del final. Para pepineros y coruñeses su recogida de respiro conllevaría algo más de agonía. Los segundos contrataron a Pepe Mel y el entrenador convulsionó a una plantilla talentosa (Emre Çolak sobresalió) para llevarle a la orilla; los primeros, con Szymanowski como estrella, cumplieron el sueño de mantenerse en la élite gracias a la mano de Garitano, un preparador notable.

Por último, los granadinos tocaron fondo tras manejar tres entrenadores, el último Tony Adams (cero puntos sumados), en la quiebra de un proyecto tan ambicioso como poco claro. Finalizarían como farillo rojo. En las últimas jornadas arrebataron esa posición a un Osasuna descendido de forma irremisible con precocidad. De él se extrae el talento del delantero Sergio León. Y los asturianos nunca recuperaron la competitividad perdida con la salida de Abelardo, el héroe que les subió a Primera. El Molinón despidió con una sonora pitada al equipo con mayor calidad técnica de los relegados a la categoría inferior (Burgui no es jugador de Segunda). Además, nombres como Marcos Llorente, Roque Mesa (líderes en recuperaciones de balón), Sandro y Fornals (abanderados de la reacción malacitana apadrinada por Míchel en una recta final de campeonato imponente que pudo con Barça, Sevilla y Real Sociedad), Bakambu, Iborra, Deyverson, Adrián González, Theo (tridente del sorprendente Alavés), Piatti, Andone, Carlos Soler, Sergio Rico o Escudero restallaron en el año futbolístico que se apaga.

jueves, 18 de mayo de 2017

TOCANDO LA LIGA

Gran victoria del Real Madrid de Zidane en una plaza complicada como Vigo en la que el partido estuvo plagado de intensidad pero un Cristiano superior llevó al cuadro merengue a los tres puntos

Antonio Blanca

El Real Madrid queda a un punto de proclamarse campeón de Liga tras vencer por 1-4 al Celta de Vigo en Balaídos en el partido que le quedaba aplazado desde enero, el de la polémica de un Alcalde con ganas de llamar la atención y de paso y como un mal gestor de lo público calentar a sus conciudadanos de manera innecesaria. Dos tantos de Cristiano Ronaldo, en la primera parte y en la reanudación tras el descanso, sirvieron a los blancos para poner ventaja en un partido en el que el Celta pecó de falta de puntería y que sentenció Benzema tras la locura que se desató tras la expulsión de Iago Aspas.

Este miércoles llegó por fin el partido con la previa más larga que se recuerda. Casi cinco meses después de que un temporal aplazara el duelo entre celestes y merengues, la larga temporada europea de ambos conjuntos trasladó hasta esta fecha un duelo que ya se adivinaba fundamental para los intereses ganadores del Real Madrid. La importancia capital del mismo fue tomada en serio por el equipo de Zidane, que recurrió (y ganó en derecho) al Comité de Apelación la amarilla que dejaba a Nacho fuera del mismo. Sin embargo, el técnico francés decidió apostar por el mismo once que salió en el Vicente Calderón y dejó al defensa en el banquillo.

El cuadro de Berizzo, que ya no se jugaba nada en la competición doméstica tras vaciarse en la Liga Europa, quería dejar contenta a su afición y redimir la ocasión perdida en Old Trafford con un gran triunfo, jugando a una intensidad descomunal para un equipo que nada ponía en liza salvo la posibilidad de primas en forma de maletines. Lo cierto es que el equipo gallego lo dio todo, pero la ansiedad acumulada tras el fiasco del jueves (hecha carne en un John Guidetti que no tuvo el día) deparó una falta de puntería que acabó condenando a los locales.

El Real Madrid, por su parte, salió con el ímpetu del que tiene un título en juego y, al contrario que su rival, fue recompensado a los diez minutos en forma de zurdazo de Cristiano Ronaldo. Asistido por Isco, el portugués se aprovechó de un fallo de Wass al corte en un envío a su espalda de Marcelo. Ronaldo recibió en la frontal y con la zurda colocó el balón en el fondo de las mallas.

El tanto de ventaja dio una excesiva confianza a los blancos, que poco a poco fueron perdiendo el pulso del partido y entregaron el mando a un Celta que se cortocircuitaba una vez se instalaba en la línea de tres cuartos. El Madrid logró despertar a tiempo poco antes del descanso gracias a los contraataques que igualaban la carga de trabajo de Sergio Álvarez con la de Navas.

Esa reacción se mantuvo en la reanudación, con los mismos protagonistas en liza. Y el segundo gol del Real Madrid sirvió como perfecto ejemplo de lo que habían sido los primeros cuarenta y cinco minutos.

De un potencial empate del Celta con el lío que se hizo Guidetti dentro del área visitante, el Real Madrid lanzó una contra con Isco a la carga que acabó en el segundo tanto de Ronaldo. El malagueño realizó una genial conducción, zafándose en hasta dos ocasiones de los intentos de robo del “Tucu” Hernández, para acabar cediendo el balón dentro del área al devorador de goles, que no perdonó con un remate de primeras apuntando al único hueco posible entre Álvarez y el poste.

Cualquiera diría que con un 0-2 a favor en el minuto 47, el Real Madrid podría dedicarse a controlar con tranquilidad el partido. Pero no fue así. Poco después, ya en el minuto 62, una caída de Iago Aspas dentro del área tras un choque con Ramos fue considerada como "piscinazo" por parte del árbitro, que no dudó en sacar la segunda amarilla que significaba su expulsión, pese a que parecía lo contrario ( efectivamente fue) como un penalti no pitado.

Dos cero a favor y un rival con uno menos. Otra vez parecían las mejores condiciones para que el Madrid respirara con tranquilidad hasta el final. Pero hete aquí que Guidetti, más veces visto clamando al cielo por un error en una noche infructuosa, acabó gritando de alegría tras anotar, regalo de Isco a Sisto y toque de Ramos mediante, un chut que ponía el 1-2 en el marcador con veinte minutos por delante.

La esperanza celeste duró lo que un gato tarda en lanzar un arañazo. Un minuto después, Karim Benzema puso la firma al 1-3 aprovechando un pase de la muerte de Marcelo desde la línea de fondo.

Ahora sí, el golpe del francés fue definitivo para el cuadro vigués que se había vaciado en busca del gol y que ya notaba la inferioridad numérica. El Real Madrid asumió el control del balón y se pasó los últimos veinte minutos de partido asediando una y otra vez la portería de Sergio Álvarez, esencial su actuación para evitar la goleada.

El acoso y derribo blanco tuvo como último premio el tanto de Kroos (pleno de clase y calma para pisar la pelota, tirar al defensa y ajustarla al palo) para cerrar el 1-4 definitivo. El Real Madrid cumplió sobremanera con la penúltima de sus finales ligueras y fija su vista ya en La Rosaleda, donde el domingo a partir de las ocho de la tarde buscará, como mínimo, el punto que le valdrá para ser campeón de Liga. Un triunfo que saboreó por última vez en 2012, cuando José Mourinho era el comandante en jefe de la nave blanca, esa que fue y sigue siendo la Liga de los Récords.

lunes, 15 de mayo de 2017

EL CAMPEÓN EN UNA SEMANA

Real Madrid y Barcelona endosaron un 4-1 o 1-4 respectivamente a Sevilla, y Las Palmas a domicilio y el campeón se dilucidará el próximo domingo

Antonio Blanca

La Liga 2016-17 decidirá en la última jornada el título y los clubes que competirá en la próxima edición de la Europa League. Estas dos trincheras quedaron abiertas tras la intensa fecha dominical. Sin embargo, otros frentes como el descenso y el reparto de las plazas de Liga de Campeones zanjaron la incertidumbre con el Atlético de Madrid como gran beneficiado y el Sporting de Gijón en el papel del mayor agraviado, ya que la temporada venidera competirá en la categoría de plata del balompié nacional.

Barcelona y Real Madrid sostuvieron sus candidaturas con victorias más sufridas de lo que indican sus resultados finales. Los líderes provisionales viajaban a Gran Canaria para medirse a una UD Las Palmas en flagrante descenso competitivo. Los pupilos de Quique Setién bajaron los brazos al comprobar que no daban para luchar por acercarse a Europa acumularon una relación de goleadas sonrojante que se entrecruzaba con el hambre catalán por salvar el curso por medio del entorchado liguero. Así, con la baja de Piqué y una defensa de circunstancias, el sistema de Luis Enrique alcanzó a imponer su libreto con una versión resplandeciente de Neymar.

El carioca sembró de placidez un envite bajo presión con una actuación sensacional. Desbordó, repartió juego y remató a sus anchas. De hecho, abrió el marcador y dio paso a un impulso goleador rematado por Suárez en el que el Barcelona se puso 0-2 entre los minutos 25 y 27. Pero, cuando el devenir parecía sentenciado y los visitantes aflojaron, Bigas inyectó algo de angustia a sus rivales y alborozo en la tribuna. El canterano recortó distancias en el 63, pero poco duraría la tensión: Neymar estaba en pleno proceso de ignición y reventó el enfrentamiento con otro par dianas (minutos 67 y 71). El protagonismo de Neymar resultó formidable y uno de sus mejores partidos con la elástica azulgrana le valió la categoría de referencia ofensiva en este tramo final de ejercicio.

La otra parte de los focos en la pugna por la cima la acaparó Cristiano Ronaldo. El luso ayudó al Real Madrid a salir a flote del hoyo en el que ellos mismos se metieron. Y es que los de Chamartín se pusieron 2-0 gracias a la astucia de Nacho y un remate a la red del portugués. Zidane rotó (dejó fuera a Benzema, Marcelo, Isco, Casemiro y Modric) y la apuesta le pareció salir redonda en el minuto 23. Pero el Sevilla no había dicho su última palabra. No obstante, los de Sampaoli dominarían gran parte del partido, convirtiendo a Keylor Navas en el mejor de los suyos.

Jovetic se toparía dos veces con la madera antes de acertar en los primeros minutos del segundo acto. Los merengues habían vuelto a soltar las riendas del partido y, otra vez, eran castigados con un marcador ajustado que les empujaba a la enésima agonía. Dominó el sistema hispalense hasta que Zidane rectificó su apuesta e introdujo a Casemiro y Modric (y a Lucas Vázquez). De ese triple cambio surtió la voluntad jerárquica de recuperar el centro del campo y el cortafuego se activó de manera instantánea. El croata salió a escena en el minuto 70 y en el 78 Ronaldo anotó su gol 400 como madridista (de sublime volea). Kroos cerraría el 4-1, con asistencia de un Nacho pletórico, para volver a salvar las aspiraciones de doblete y ahorrarse un nuevo cierre sufrido. Toda vez que tragaron este obstáculo, todavía dependen de sí mismos los de Chamartín (que establecieron el nuevo récord de 62 partidos goleando de manera consecutiva).

Por detrás amaneció la resaca continental del Atlético de Madrid. Los colchoneros viajaron al Villamarín y sacarían sólo el punto que les hacía falta para terminar el calendario en la tercera plaza. Un gol de Savic en el segundo tiempo fue suficiente para que el pragmatismo de los de Simeone neutralizara el respingo de un Betis con ganas de legitimarse tras la salida de Víctor. Bajo el faro del mejor partido de Dani Ceballos se cerraría un 1-1 que contentó a todos. Y otros tres empates se registrarían en la escaramuza inmediatamente inferior. La guerra por acabar entre los seis primeros vio cómo se quemaba una jornada más sin cambios, pues Villarreal, Athletic y Real Sociedad no pasaron de las tablas en sus compromisos. Los primeros, lo hicieron sin goles ante el Deportivo (resultado que salvó a los coruñeses de manera matemática) y en la despedida del Estadio de la Cerámica; los segundos empataron a uno (con gol de Aduriz), ante el Leganés, hecho que también salvó a los pepineros en el adiós del fútbol hasta agosto a San Mamés; y los donostiarras arrancaron el 2-2 definitivo, sobre la hora y con gol de Bautista, trasverse sometidos a la táctica del Málaga de Míchel (que no se juega nada pero se juega todo tras las palabras de su entrenador). De este modo, levantinos, vizcaínos y txuri urdin siguen separados por un punto (64, 63 y 63).

Como se mencionó con anterioridad, el Sporting ocupó, de manera oficial, la última plaza de descenso. Los asturianos debían ganar y esperar que Deportivo y Leganés perdieran. Pues bien, de ese supuesto sólo se cumplió el primero, el que dependía de ellos mismos. Un gol de Burgui sirvió a los rojiblancos para tomar, de significado inocuo, Ipurúa, uno de los recintos más indigestos de la categoría. Las lágrimas de la delegación asturiana contrastaron con la resignación que lucieron Osasuna y Granada en el duelo de descendidos que disputaron el sábado (con triunfo navarro). Además, el Alavés hizo caja en el rodaje de cara a la final copera sobre la depresión del Celta (3-1) y el Valencia ganó en ambición de crecimiento al Espanyol (0-1, gol de Gayá).

viernes, 12 de mayo de 2017

MOURINHO PINCHA EL SUEÑO

Jaime Trevijano

a vuelta de las semifinales de la Europa League, con un marcador previo tan escueto, no parecía ser el escenario propicio para efectuar probaturas. La perspectiva histórica de acceder a su primera final continental alimentaba al Celta y el clavo ardiendo que supondría ganar el torneo para acceder a la próxima Champions iluminaba al Manchester United. Por eso, ambos equipos desplegaron sus onces de gala y sus libretos tradicionales (y plagiados, con 4-3-3 por bando). Así, el sistema de Berizzo trató de reproducir su receta de toque y los de Mourinho buscaron agazaparse para picar a la contra. En ese duelo de estilos explícito arrancó el evento más importante de la entidad gallega.

Y lo hizo sobre los preceptos deseados. Wass, el Tucu Hernández y Radoja dominaban el centro del campo y la pelota, celeste, volaba con la fluidez que no alcanzó en Balaídos. Los movimientos de monopolio en la posesión trazaban profundidad al encontrar a Iago Aspas entre líneas. El icono celtiña resultaría la pieza desequilibrante en un arranque pleno de valentía y personalidad. No obstante, los visitantes arrinconaban a los locales y el punta zurdo, colocado en el perfil diestro, inauguró las hostilidades con un cañonazo cruzado que Romero envió a córner de acertado vuelo -minuto 4-. La superioridad en las sensaciones de los pupilos de Toto permaneció casi hasta que se atravesara el minuto 15. Entonces, el United comenzó a exigir al equilibrio de una defensa española muy adelantada.

Mkhitarian amanecería como el elemento trascendental en las transiciones venenosas locales que abriría Pogba con un envío preciso para que Rashford metiera el susto a la delegación gallega. La perla inglesa remató fuera de tino en la primera acción clara de unos red devils que acomplejaron a sus oponentes. Cada imprecisión de Wass y compañía, con Pione Sisto insistente pero bien cubierto, servía de rampa de lanzamiento para Pogba y Ander Herrera. Ambos propulsaban contragolpes que rompían el ritmo de un conjunto celeste que volvía a ser presa de su desatino combinativo. Y empezó a morir el sistema de Berizzo en una de sus señas: el marcaje al hombre. Un desborde y centro de Rashford (referencial) fue conectado a la red por Fellaini, que ganó la espalda al Tucu para golear en solitario -minuto 17-.

El zarpazo de la estructura de Mourinho culminaba una reacción que había atrincherado la calidad en favor del ida y vuelta, del estandar anatómico. La movilidad de la línea ofensiva británica y el ascenso del compás entregó la iniciativa a un United que asumiría el patrón de juego, disparado e impreciso, en detrimento de un Celta que acusaría el golpe. No recompuso la figura el bloque español hasta el último tercio del primer acto. En ese intervalo cedería varias opciones de remate a las ráfagas locales. Los espacios proporcionados por la valentía posicional viguesa alimentaron los intentos de Mkhitarian, Lingard y Pogba. Sólo un chispazo del Tucu, que sacó el acertado Romero -minuto 27-, sirvió de respiro al incómodo equipo gallego.

Le costaría al Celta responder y recobrar la iniciativa, con posesiones en campo oponente. Fellaini, Herrera y Pogba, que rozaría el segundo al mandar por encima del larguero un balón suelto en la frontal, se bastaban para sostener los avances horizontales visitantes. En estático le costaba hacer daño al representante de LaLiga, pero los costados se erigirían como la solución al colapso central. A falta de la mediapunta, Sisto apareció para provocar centros peliagudos y volver a exigir a un Romero bien colocado -minuto 42-. Wass también lo probó, a balón parado y culminando un pase de Sisto con un testarazo que se fue desviado por poco. Se encaminaron ambos contendientes a los vestuarios con la relación de fuerzas recompuesta. Ahora le tocaba a los españoles efectuar el salto de ambición y calidad que reivindicara la importancia de los goles a domicilio.

Para hacerse con ese objetivo Berizzo interpretó que la entrada de Jozabed, más atacante, por Wass, más factor de equilibrio, daría a los suyos el margen de maniobra ofensivo que les había costado implementar. Y su movimiento sutiría efecto, pues el ex jugador del Rayo engrasó una circulación viguesa que, casi siempre, concluía en las botas de Sisto. El United se replegó, dispuesto a especular para sentenciar a la contra (su guión nuclear) y Romero legitimó esa apuesta con una mano salvadora al envío angulado de Hugo Mallo -minuto 46-. Se reviró el combinado inglés refrescando su amenaza al vuelo y Mkhitarian conduciría al lucimiento de Sergio, providencial al repeler un latigazo del armenio desde la frontal -minuto 48-. E Iago Aspas y Guidetti remataron construcciones claras que minaban la estabilidad británica. El Celta estaba de vuelta, trasladando a la tribuna de Old Trafford la sensación de caminar al borde de un alambre (tan familiar esta temporada).

La superioridad numérica y versatilidad de la medular visitante, que asociaba en el interior a Aspas, Sisto, Jozabed y Guidetti para sorprender con los carrileros por los extremos, estaban complicando al achique intensivo del United. Por eso, a falta de media hora ordenó Mourinho un ascenso de líneas y presión que trompoicara el soliloquio en campo ajeno del Celta. El riesgo de ceder un tanto a domicilio cobraba aspecto real. Aún así, la contra vertiginosa de los de Manchester yacía latente, y Sergio ganó un mano a mano nítido a Rashford en el 64 (después de un slalom resplandeciente del precoz internacional con Inglaterra). Este era el tramo de la eliminatoria, con los gallegos acumulando hasta seis piezas en la frontal rival. Sin embargo, el muro local se ajustó y le costaba volver a generar llegadas. Así, el desborde de Bongonda sentó a Radoja en una sustitución ultra ofensiva.

Quedaban 20 minutos y el entrenador argentino redoblaba su apuesta atacante, sacrificando parte de su equilibrio. Fellaini lo aprovechó al instante con un zurdazo a la cepa del poste que desvió Sergio (impecable). Pero Jozabed rozó la madera, a continuación, entregando razón a la gallardía de su estratega. Lo probó desde media distancia con un derechazo industrial -minuto 71-. Y el cierre de partido no escondió el catenaccio de los de Mourinho. Nueve jugadores vestidos de rojo fluctuaban en su frontal cuando Guidetti perdonó un cabezazo en franquía (a centro de Hugo Mallo, en el minuto 75). Entonces, Carrick entró por Mkhitarian (el más lúcido del partido) y para reforzar la barrera que relegaba al Celta a un asedio de centro lateral. Esta escena plana evocó que el Toto sustituyera a Sisto por su último delantero: Beauvue. Más rematadores en el centro del área.


La recta final autografió la renuncia al juego rasante de Berizzo. Se trataba de concatenar parábolas hacia el punto de penalti y el técnico argentino acertó: un centro de Bongonda, cerrado, fue conectado hacia el segundo poste por la cabeza de Roncaglia -minuto 84-. Quedaban seis minutos de agonía y el empate desencadenó un crepúsculo enfangado. Tras el 1-1 Guidetti fue agredido y se desplegó un brete de escaramuzas que frenó la inercia viguesa. El colegiado decidió cobrarse las expulsiones de Roncaglia y Bailly como sentencia del lance que quemó tres minutos decisivos. Mou dio entrada a Smalling por Rashford cuando el tempo desenfrenado español se congeló. Un gol más celtiña acercaba la utopía y los visitantes debieron luchar contra la embarrada inercia. La guerra de guerrillas (más o menos sucia, más o menos inteligente) dictada por los ingleses contaminó al inexperto sistema gallego y el hito no llegaría a la orilla, aunque Guidetti tuvo el paroxismo en sus botas y en la última jugada. El danés no acertó y la agilidad y multiplicidad de vías en la pérdida de tiempo local condenó a un Celta que murió de pie. Con el honor salvaguardado tras estrujar a un aristócrata (tres veces campeón del Viejo Continente). "El Celta fue mejor y deben estar orgullosos con lo conseguido", confesó el entrenador portugués.

jueves, 11 de mayo de 2017

EL MADRID CONQUISTA EL CALDERÓN AÚN DERROTADO

A pesar de caer 2-1 tras una exhibición de orgullo y pundonor del Atlético de Madrid, el Real Madrid corona la cima de la final de la Copa de Europa en la última gran noche del Vicente Calderón

Antonio Blanca

El miércoles 10 de mayo de 2017 contaba con una caracterización histórica “per se”, en lo que a fútbol se refiere, más allá de lo de que en el verde aconteciera. Tal fecha ha sido la que ha despedido al Vicente Calderón de la Copa de Europa y de los derbis madrileños. Además, por si eso no bastara, el aura pomposa de la cita se esclarecía al albergar el cuarto cruce en semis o finales de Liga de Campeones, en una horquilla de cuatro cursos, entre clubes de la misma ciudad. Lo nunca visto en la era de la vieja competición continental. Con estos ingredientes, se perfilaba la plataforma soñada (utópica) para enmarcar una remontada jamás vista en esta altura de la mejor competición del Viejo Continente (para sonrisa del Atlético) o el empujón casi definitivo para que el Real Madrid abordara el hito pionero de repetir triunfo en Champions. Esa amalgama de circunstancias, amén de la rivalidad caldeada y las cuentas pendientes entre ambos enemigos íntimos ("Orgullosos de no ser como vosotros", rezaba el mosaico inaugural de la tribuna del estadio del Manzanares), empaquetaba un día inolvidable para el balompié nacional. Con el mundo entero mirando.

Diego Pablo Simeone, consciente de lo complicado de la empresa tras el 3-0 de la ida, vaticinó una salida ardorosa. Necesitaba desestabilizar al rival y avanzó la pretensión de plantear una guerra de guerrillas que peleara por cada segundo. Por cada centímetro de campo. Para poner en práctica dicho guión volcánico hubo de sobreponerse a los infortunios padecidos por su plantilla, ya que Juanfran y Gameiro no llegaron a tiempo al duelo (el primero no fue convocado y el segundo empezó en la banca). Torres jugaría en punta, con Giménez como improvisado lateral diestro. Volvía el sistema del argentino a sufrir un agujero en el perfil de Ronaldo y Marcelo. Pero, por el contrario, un Carrasco en plenitud entró en la titularidad para acribillar la baja de Carvajal, única reseñable en el equipo visitante y asaetar a Danilo cuantas veces pudo en un fulgurante comienzo. Zidane aseguró que no especularía y reproduciría lo acaecido hace ocho días, y así lo atestiguó un 4-4-2 en el que Isco desatascaría y Danilo volvería a ser examinado. Varane también refrescaba su preeminencia como pareja de Ramos. Se trataba, entonces, de comprobar qué púgil imponía su estrategia.

Los colchoneros golpearon primero. Con ferocidad voraz. Había tratado el equipo en ventaja de congelar el ambiente, prolongando su receta de posesión controladora, pero un minuto tardaría el club local en asestar una bofetada de realidad a tal propósito. Modric la perdió en su cancha, víctima de una emboscada, y Griezmann abrió fuego con un latigazo desviado. La respuesta de Ronaldo, desde larga distancia y fuera de arco, y el intercambio de ocasiones peligrosas en saques de esquina (una de Koke, paradón de Keylor Navar, otra de Casemiro con la correspondiente réplica de Oblak) corroboró la hiperactividad como herramienta clave para navegar en un arranque incendiado de enfrentamiento. Los merengues no podrían empastar tal condición. En este capítulo era la circulación atlética la que fluía, con Carrasco encarando a Marcelo como punzón predilecto.

Sin embargo, el meta visitante no pudo evitar que el testarazo de Saúl, a la salida de un córner, inscribiera el 1-0 en el electrónico (minuto 11) e insuflara gasolina a la fe del coliseo. La presión del subcampeón de Europa asfixiaba a un Madrid que tampoco estaba cómodo en el cierre. La ola de efervescencia le desbordaba y ni en ataque ni en defensa encontraba sendas de desahogo. Así, jugando en cancha ajena, el Atlético alcanzó el paroxismo en el minuto 15: Varane derribó a Torres en el área en un fallo de bulto. La idea de buscar la espalda de Kroos y Modric, en la mediapunta colchonera estaba agujereando a los favoritos. En el Bernabéu no dio fruto, pero este miércoles hizo tremar a una delegación madridista que no esperaba la tesitura construida por los locales. Griezmann transformó el penalti y colocó a los suyos 2-0, con 75 minutos de eliminatoria. El Calderón sublevado en éxtasis. A las nueves pasadas, ¿quién no creía que por fin la gran remontada jamás vista era posible?

Se estaba jugando sobre el cumplimiento ortodoxo del plan local, sembrar dudas desde el inicio a su oponente y, tras cosechar, pasar a defender y entregar la iniciativa. Un gol era, entonces, la distancia para con la prórroga. ¿Conservar la ventaja sin descuidar la espalda?

En torno al minuto veinte de juego, el paisaje contemplaba al Madrid, temeroso y dubitativo, monopolizando el cuero para respirar pero desprovisto de fluidez y argucias (la ausencia de Carvajal era ya un agujero negro en la salida de pelota) que significaran una amenaza para Oblak. Sólo escapadas a la contra salían de la densidad visitante (de una de ellas nació su mejor opción del primer acto, con recorte y remate de Isco a las manos del esloveno). Al tiempo, el listón físico traducía la pugna en el medio del campo reinante en escaramuzas que el colegiado turco se negaba a sancionar y el brillo precedente se apagó para efectuar una aproximación plomiza al descanso. Modric se hizo el bálsamo merengue en la tormenta.

En esa reducción de espacios extrema, en la que el sudor y la entrega desaforada arrinconaron la trascendencia del estilo colorido, en esa compresión mutua al que quedó abocado el duelo, amaneció la clase de Karim Benzema para convulsionar la lógica interpretada, con excelso rigor, por los colchoneros. Una transición rápida proveniente de un saque de banda de Ronaldo dejó al galo en el córner. Recibió de espaldas al marco y a su marcador, Savic, y contemporizó. Al alzar la vista intuyó, de reojo, la llegada de la ayuda de Godín, que despoblaba el centro de la zaga contrincante. Entonces cambió de ritmo, pivotando sobre su precaria situación en cuanto a margen de maniobra, y a través de un cambio de dirección bailó sobre el precipicio de la línea de fondo en un ejercicio maravilloso de escapismo. Ya sin osbtáculos, cedió para el remate de Kroos que salvó Oblak en una respuesta de reflejos prodigiosa y que Isco remató a las mallas en el 2-1. Corría el minuto 42 y la calidad rescataba, otra vez, a los de Chamartín. Golpe a la moral más inquebrantable, tanto que esta vez sí se partió.

Amortizaron los de Zidane la suelta del mando local (62% de posesión, 9-9 en tiros y 3 a 5 en intentos entre palos en el primer tiempo) gracias a un fogonazo individual, cima aislada de un movimiento coral de seducción del control del esférico. Simeone había negado los espacios a un equipo que sufría para ser profundo en estático, a pesar de Isco, pero se fue a vestuarios con la empresa a enfrentar duplicada.

La reanudación alzó el telón sin chispa y con la sensación de riesgo trasladada a la trinchera de enfrente. El Atlético quiso repetir comienzo desorbitado, pero se sabía frágil si no terminaba las jugadas. De hecho, Ronaldo encendió las hostilidades con una falta lateral que Oblak se quitó de encima con los puños. El Madrid esta vez no compró la película de terror del primer tiempo, se puso la coraza y se fue a la guerra. Griezmann respondería con otro lanzamiento, más centrado, que no ligó la dirección adecuada, pero el compás era jurisdicción de un equipo que ha marcado en 61 partidos consecutivos y que logró dictar el tipo de encuentro con el valor doble de los goles anotados a domicilio. Isco, nuclear en el mando, pudo empatar en pleno manejo sosegado del tempo. La pelota era blanca (anoche negra y morada) y se jugaba en la frontal del portero local. Simeone, sometido a un desafío contra el reloj, decidió mover ficha sin abandonarse al asalto del cielo, Thomas y Gameiro entraron por Giménez y Torres.

Anheló el “Cholo” que los suyos refrescaran el punch evidenciado, pero el Madrid había salido del hoyo y competía a sus anchas: ora en la disposición de la iniciativa, ora cediendo metros y en contraataque. Ronaldo también lanzó sin tino (varias veces) mientras que el reloj se quemaba irremisiblemente. Modric marcó gol y el árbitro otomano no le dio validez. Entre tanto, hacía rato que la grada premiaba a los suyos no por el despliegue presente, sino como homenaje a la ilusión que han hecho germinar en ella (en este lustro y en este mismo lance) esos futbolistas que perecían ante la combinación perpetua visitante. Un doble remate de Carrasco y Gameiro, que Navas leyó como coronación propia, en una exhibición de agilidad, constituiría la única llegada clara de un Atlético que presionaba pero se partía. El peligro era potestad madridista, con un tanto anulado a Ramos y un puñado de remates faltos de precisión.

Gameiro no acertaría a poner la guinda a un desborde estiloso del recién entrado Correa (sustituyó a un Koke desfondado, retrato de la ejecución global de su vestuario) cuando Zidane empezó a dar respiro. El técnico galo reservó para la final a Casemiro, Benzema e Isco, dando la altentiva a Lucas Vázquez, Asensio y Morata. Volvía Zizou a mandar un mensaje de contragolpe a su dibujo, cediendo el control del cuero, cuando se dejaba atrás el minuto 80. Como en la ida, aunque sin más en juego que el orgullo. Los últimos diez minutos de fútbol elitista en la ribera del Manzanares certificarían el billete a Cardiff de un Real Madrid superviente de sí mismo (tragó sus demonios de compromiso para, a la postre, ser más calmado, solvente y resolutivo) y atestiguarían la dignidad de la obra de Simeone. Un proyecto que, otra vez, tiene su frontera en el vecino de la capital (nadie eliminó a un equipo cuatro años seguidos en competición europea). La tromba de agua que sobrevino como envoltorio épico del desenlace que se degustaba ante los acordes del cántico de la hinchada local supuso el cénit eléctrico a las últimas líneas de la deliciosa rivalidad capitalina (18 a 17 disparos fue la vibrante relación ofensiva final) que acogió el Calderón. Otro equipo español buscará ampliar el monopolio nacional en Champions (últimas tres ediciones ganadas).

El Madrid se llevó el triunfo global en la última noche de gala de un estadio que se ha hecho gigante por una afición enorme, entregada a unos colores, los rojiblancos. Algún día, el éxito llegará en modo de Copa de Europa y ellos lo verán y paladearán. Ahora, el 3 de junio, Cardiff reedita la final de hace 19 años de Ámsterdam. El Rey de Europa ante la Vecchia signora, el Madrid que ya es leyenda sempiterna, la institución deportiva más grande de todos los tiempos, en pro de otra conquista que acrecente su grandeza. 

miércoles, 10 de mayo de 2017

ÚLTIMO DERBI PARA LA HISTORIA

Carlos de Blas

"A este equipo le falta una gran remontada y va a ser el día", sintetizó Gabi, capitán rojiblanco, cuando le preguntaron por la esencia con la que plantean este Atlético-Real Madrid encuadrado en la vuelta de las semifinales de la Liga de Campeones. "Tenemos que tener mucho equilibrio emocional, ser un equipo compacto, sólido, no cambiar nada de nuestra manera de jugar y poco a poco ir llevando el partido a nuestro terreno", expuso en la vertiente pragmática que también entra en la fórmula espiritual verbalizada: "El otro día en el Bernabéu, después de perder 3-0, lo único que se escuchaba era la afición del Atlético de Madrid cantando el himno a capela, y eso me pone la piel de gallina, son cosas con las que me identifico y el Real Madrid tiene que ver dónde está jugando". "Este equipo nunca se ha dado por vencido y sólo pensamos en ganar el partido, en no meter el segundo antes que el primero", relató el mediocentro tapón y organizador de la red colchonera.

Su comparecencia previa al duelo de este miércoles, tercer derbi más importante de la historia madrileña (tras las finales de 2014 y 2016), sirvió para retratar la complicada labor que ha de realizar el gurú del Calderón, Diego Pablo Simeone. Y es que el técnico que ha de hacer rimar el furor inherente a su vestuario, a la rivalidad, al ambiente debidamente caldeado con la frialdad del estudio de las situaciones y la ejecución quirúrgica de lo pautado. Quizá, por eso, se mostró muy escueto y escondió su tradicional enarbole de la bandera tribunera en la vigilia. "¿Qué le diría a aquel que a estas alturas no crea en la remontada", le preguntaron desde la trinchera periodística y el argentino, en lugar de trazar un alegato sentimental encendido, como es tradición, se limitó a comentar que "cada uno es libre de creer en lo que quiera". No hay espacio en esta pelea "minuto a minuto, segundo a segundo" para gastar energías en lo accesorio.

"Lo emocional equilibrado, desde lo futbolístico, es el mejor camino para hacer un gran partido", explicó el Cholo antes de anunciar que "está claro que nuestra aspiración es empezar el partido fuerte, como todos los equipos que juegan en casa". Gabi, en este sentido, confirmó la hoja de ruta local: "tenemos que intentar jugar lo máximo posible en campo rival y me acuerdo del último 4-0 (ante el Madrid, el 7 de febrero de 2015, en el declive de Ancelotti). Me acuerdo que marcamos dos goles muy pronto. Eso nos hizo jugar un poquito más replegados y en la segunda parte salir a la contra y marcar dos goles más".

Tiene la dupla Simeone-Burgos que localizar la utilidad a lo desaforado del apartado anímico. Desestabilizar el plano mental del equipo en ventaja es la (única) estrategia implementada por el Atlético desde el pitido final de la ida. La hinchada, los jugadores y los mensajes institucionales publicados en esta semana han buscado rascar en la solidez psicológica mostrada por los merengues en el Bernabéu. Las alusiones al sentimiento de pertenencia -ajeno a los éxitos- y la humildad -cebo picado por Sergio Ramos este martes- constituyen la maniobra externa rojiblanca trazada para ser rematada por lo interno, en el ajedrez del césped. Y, ahí, el libreto rojiblanco anhela morder desde temprano y examinar el cierre madridista con volcánico convencimiento. Sembrar la duda es la senda y una diana precoz abriría las compuertas de la utopía. Para ese empeño se ha casi vaciado la enfermería (sólo Vrsaljko y Augusto son bajas) y Juanfran, Giménez, Gameiro y Carrasco han sido convocados. Y el acierto de Griezmann (en el remate o último pase) vuelve a ser condición sine qua non, tanto como la búsqueda de la espalda de Modric y Kroos. Por el centro y en la mediapunta.



Eso sí, la ráfaga estruendosa pretendida, de estándar anatómico hiperbólico, viene amarrada por el raciocinio. "Yo considero que mañana hay que defender bien para estar muchos más minutos dentro del partido y todo lo que sea defender bien y estar dentro del partido nos va a dar opciones para ir en busca de lo que queremos, que es pasar la eliminatoria", declaró un Simeone que plantea el envite sin el envoltorio de la remontada, como un simple (y enorme) partido. Un evento en el que el valor doble de los goles anotados a domicilio es determinante (por ese callejón se desorientó en la ida tras descomponer a su sistema). Por ello, a pesar de necesitar llevar la iniciativa, es complicado que el Cholo repita el error de vaciar su centro del campo para abandonarse a una apuesta ultra-ofensiva, dominadora y combinativa. Contemporizar y volver a probar la mezcla de calidad y orden (que naufragó en Chamartín pero ha conducido a los rojiblancos a esta altura) son epígrafes obligados en un marco de restablecimiento de la autoestima: "Nosotros confiamos en lo que nosotros somos capaces de hacer. Sabemos de nuestras fuerzas y confío muchísimo en mis futbolistas, los conozco desde hace cinco años y medio a la mayoría y no tengo ninguna duda de que mañana van a hacer un buen partido".

Esto último, la condición anímica se destaca como un parámetro de mayor peso que lo táctico, la superpoblación de la medular, la batalla por la pelota, la presión elevada o las superioridades laterales. En un cruce con un 3-0 en el electrónico ha de darse un descalabro generalizado de uno de los contendientes para que asome la prórroga o la remontada. Y un exceso de vanidad está en perfecta disposición para romper la racha que ostenta el Real Madrid (lleva 15 partidos sin perder en Champions, la mejor racha de su historia, tras la derrota ante el Wolfsburgo, el 6 de abril de 2106).

Desde Valdebebas se desplazará una delegación en la que no están incluidos Bale y Carvajal y en la que Zinedine Zidane recuperará a Varane y, probablemente, al 4-4-2 que nutre la calidad en el cortejo del cuero que proporciona Isco (emblemática su actuación, en este sentido, en el 0-3 de Liga). La superioridad evidenciada en la ida, merecida, se desenvolvió sobre el abono de la intensidad, el compromiso colectivo, la precisión en el manejo de la posesión, la pericia a la contra y la capacidad de funcionar con los automatismos corales bien engrasados. Y, ojo, también con el acompañamiento indispensable de un anochecer horroroso colchonero en torno a la precisión. Por esa fisura se secó la amenaza contragolpeadora rojiblanca y, con ello, muchas de las opciones del conjunto sureño. Amén de la mencionada solvente vigilancia sin pelota merengue.

Con esto se quiere decir que los fantasmas de indolencia y autocomplacencia que han perseguido al Madrid durante esta temporada -convirtiendo en épicos los cierres de un buen puñado de partidos controlados previamente- son latentes y estructurales. Y no sería un encuadre idóneo la batalla de este miércoles para su toma de la escena. Por eso el 4-4-2 movible -con opción para buscar el gol de la sentencia a la contra desde el banquillo- se antoja indispensable. "Si pensamos que les hemos ganado dos finales nos equivocamos", avisó un Zidane claro en su manejo de la motivación en este marco de clara ventaja: "En el fútbol nunca se ha ganado nada y hay que hacer un partido excelente para pasar la eliminatoria".



Es más, el técnico galo promete menos defensa que su homólogo, por contradictorio que pudiera parecer. Se trata de filosofías de juego y estilos. "Entraremos al campo pensando en dar el máximo para ganar el partido. Lo único que queremos es jugar y ganar. Nuestra idea no va a cambiar, el camino es siempre el mismo", arguyó un técnico que recalcó que no especularán (si bien, pudiera ceder metros para golpear en el vértigo de su transición en tramos del duelo): "Pienso en todo lo contrario, vamos a intentar jugar y marcar como siempre. No va a cambiar nada lo que queremos hacer". Llevan 60 partidos anotando de manera consecutiva y jugar con el reloj o con el marcador cosechado el pasado martes no pasa por la cabeza del estratega. Al menos en principio.

Entonces emerge el mantra madridista explicitado por Ramos: "Tenemos que salir con las ideas muy claras, en el fútbol siempre puede pasar de todo pero vaciándonos, dejándonos el alma, manteniendo el nivel de concentración. Tenemos que confiar en nosotros mismos. La clave del éxito está en la unión y el sacrificio". Ese vestuario sabe por dónde flaquea y, al parecer, tiene "bien claro" que hará lo posible por competir con la misma intensidad que su rival. Del agujero en el lateral diestro habrá de encargarse Zizou. La posibilidad de participación tanto de Pepe como de Varane abre a Nacho la opción de sortearse con Danilo el escaño, según la pretensión ofensiva o defensiva que el entrenador designe para esa parcela (con Carrasco al 100% enfrente). No hay muchas más variantes pronosticables en la hoja de ruta visitante, por lo que se trata de reproducir una versión lo suficientemente atenta a lo táctico y el equilibrio que aleje un escenario de incertidumbre y regale al potencial goleador liderado por un Ronaldo en ignición la oportunidad de sellar el pase a la final ante la Juventus.


Así pues, el coliseo de la ribera del Manzanares se despide para la Copa de Europa con un derbi que está en vías (optimistas) de resultar histórico. La despedida de los focos continentales del Paseo de los Melancólicos bien podría significar la remontada nuclear del currículo colchonero en su diatriba por el Viejo Continente -nunca vista en las semifinales de esta competición, descorche de la gran vendetta al presente lustro de luces y desasosiego- o el paso previo a la consecución de la Duodécima y de la firma pionera de la primera vez que un club alza el trofeo de la Liga de Campeones en dos años concatenados. La atmósfera viene cargada y el segundo capítulo de este cruce responderá, sin duda, a las expectativas.