A
pesar de caer 2-1 tras una exhibición de orgullo y pundonor del Atlético de
Madrid, el Real Madrid corona la cima de la final de la Copa de Europa en la
última gran noche del Vicente Calderón
Antonio Blanca
El
miércoles 10 de mayo de 2017 contaba con una caracterización histórica “per se”,
en lo que a fútbol se refiere, más allá de lo de que en el verde aconteciera. Tal
fecha ha sido la que ha despedido al Vicente Calderón de la Copa de Europa y de
los derbis madrileños. Además, por si eso no bastara, el aura pomposa de la
cita se esclarecía al albergar el cuarto cruce en semis o finales de Liga de
Campeones, en una horquilla de cuatro cursos, entre clubes de la misma ciudad.
Lo nunca visto en la era de la vieja competición continental. Con estos
ingredientes, se perfilaba la plataforma soñada (utópica) para enmarcar una
remontada jamás vista en esta altura de la mejor competición del Viejo
Continente (para sonrisa del Atlético) o el empujón casi definitivo para que el
Real Madrid abordara el hito pionero de repetir triunfo en Champions. Esa amalgama de circunstancias, amén de la rivalidad
caldeada y las cuentas pendientes entre ambos enemigos íntimos
("Orgullosos de no ser como vosotros", rezaba el mosaico inaugural de
la tribuna del estadio del Manzanares), empaquetaba un día inolvidable para el
balompié nacional. Con el mundo entero mirando.
Diego
Pablo Simeone, consciente de lo complicado de la empresa tras el 3-0 de la ida,
vaticinó una salida ardorosa. Necesitaba desestabilizar al rival y avanzó la
pretensión de plantear una guerra de guerrillas que peleara por cada segundo.
Por cada centímetro de campo. Para poner en práctica dicho guión volcánico hubo
de sobreponerse a los infortunios padecidos por su plantilla, ya que Juanfran y
Gameiro no llegaron a tiempo al duelo (el primero no fue convocado y el segundo
empezó en la banca). Torres jugaría en punta, con Giménez como improvisado
lateral diestro. Volvía el sistema del argentino a sufrir un agujero en el
perfil de Ronaldo y Marcelo. Pero, por el contrario, un Carrasco en plenitud
entró en la titularidad para acribillar la baja de Carvajal, única reseñable en
el equipo visitante y asaetar a Danilo cuantas veces pudo en un fulgurante
comienzo. Zidane aseguró que no especularía y reproduciría lo acaecido hace
ocho días, y así lo atestiguó un 4-4-2 en el que Isco desatascaría y Danilo
volvería a ser examinado. Varane también refrescaba su preeminencia como pareja
de Ramos. Se trataba, entonces, de comprobar qué púgil imponía su estrategia.
Los
colchoneros golpearon primero. Con ferocidad voraz. Había tratado el equipo en
ventaja de congelar el ambiente, prolongando su receta de posesión
controladora, pero un minuto tardaría el club local en asestar una bofetada de
realidad a tal propósito. Modric la perdió en su cancha, víctima de una
emboscada, y Griezmann abrió fuego con un latigazo desviado. La respuesta de
Ronaldo, desde larga distancia y fuera de arco, y el intercambio de ocasiones peligrosas
en saques de esquina (una de Koke, paradón de Keylor Navar, otra de Casemiro con
la correspondiente réplica de Oblak) corroboró la hiperactividad como
herramienta clave para navegar en un arranque incendiado de enfrentamiento. Los
merengues no podrían empastar tal condición. En este capítulo era la
circulación atlética la que fluía, con Carrasco encarando a Marcelo como punzón
predilecto.
Sin
embargo, el meta visitante no pudo evitar que el testarazo de Saúl, a la salida
de un córner, inscribiera el 1-0 en el electrónico (minuto 11) e insuflara
gasolina a la fe del coliseo. La presión del subcampeón de Europa asfixiaba a
un Madrid que tampoco estaba cómodo en el cierre. La ola de efervescencia le
desbordaba y ni en ataque ni en defensa encontraba sendas de desahogo. Así,
jugando en cancha ajena, el Atlético alcanzó el paroxismo en el minuto 15: Varane
derribó a Torres en el área en un fallo de bulto. La idea de buscar la espalda
de Kroos y Modric, en la mediapunta colchonera estaba agujereando a los
favoritos. En el Bernabéu no dio fruto, pero este miércoles hizo tremar a una
delegación madridista que no esperaba la tesitura construida por los locales.
Griezmann transformó el penalti y colocó a los suyos 2-0, con 75 minutos de
eliminatoria. El Calderón sublevado en éxtasis. A las nueves pasadas, ¿quién no
creía que por fin la gran remontada jamás vista era posible?
Se
estaba jugando sobre el cumplimiento ortodoxo del plan local, sembrar dudas
desde el inicio a su oponente y, tras cosechar, pasar a defender y entregar la
iniciativa. Un gol era, entonces, la distancia para con la prórroga. ¿Conservar
la ventaja sin descuidar la espalda?
En
torno al minuto veinte de juego, el paisaje contemplaba al Madrid, temeroso y
dubitativo, monopolizando el cuero para respirar pero desprovisto de fluidez y
argucias (la ausencia de Carvajal era ya un agujero negro en la salida de
pelota) que significaran una amenaza para Oblak. Sólo escapadas a la contra
salían de la densidad visitante (de una de ellas nació su mejor opción del
primer acto, con recorte y remate de Isco a las manos del esloveno). Al tiempo,
el listón físico traducía la pugna en el medio del campo reinante en
escaramuzas que el colegiado turco se negaba a sancionar y el brillo precedente
se apagó para efectuar una aproximación plomiza al descanso. Modric se hizo el
bálsamo merengue en la tormenta.
En
esa reducción de espacios extrema, en la que el sudor y la entrega desaforada
arrinconaron la trascendencia del estilo colorido, en esa compresión mutua al
que quedó abocado el duelo, amaneció la clase de Karim Benzema para convulsionar
la lógica interpretada, con excelso rigor, por los colchoneros. Una transición
rápida proveniente de un saque de banda de Ronaldo dejó al galo en el córner.
Recibió de espaldas al marco y a su marcador, Savic, y contemporizó. Al alzar
la vista intuyó, de reojo, la llegada de la ayuda de Godín, que despoblaba el centro
de la zaga contrincante. Entonces cambió de ritmo, pivotando sobre su precaria
situación en cuanto a margen de maniobra, y a través de un cambio de dirección
bailó sobre el precipicio de la línea de fondo en un ejercicio maravilloso de
escapismo. Ya sin osbtáculos, cedió para el remate de Kroos que salvó Oblak en
una respuesta de reflejos prodigiosa y que Isco remató a las mallas en el 2-1.
Corría el minuto 42 y la calidad rescataba, otra vez, a los de Chamartín. Golpe
a la moral más inquebrantable, tanto que esta vez sí se partió.
Amortizaron
los de Zidane la suelta del mando local (62% de posesión, 9-9 en tiros y 3 a 5
en intentos entre palos en el primer tiempo) gracias a un fogonazo individual,
cima aislada de un movimiento coral de seducción del control del esférico.
Simeone había negado los espacios a un equipo que sufría para ser profundo en
estático, a pesar de Isco, pero se fue a vestuarios con la empresa a enfrentar
duplicada.
La
reanudación alzó el telón sin chispa y con la sensación de riesgo trasladada a
la trinchera de enfrente. El Atlético quiso repetir comienzo desorbitado, pero
se sabía frágil si no terminaba las jugadas. De hecho, Ronaldo encendió las
hostilidades con una falta lateral que Oblak se quitó de encima con los puños.
El Madrid esta vez no compró la película de terror del primer tiempo, se puso
la coraza y se fue a la guerra. Griezmann respondería con otro lanzamiento, más
centrado, que no ligó la dirección adecuada, pero el compás era jurisdicción de
un equipo que ha marcado en 61 partidos consecutivos y que logró dictar el tipo
de encuentro con el valor doble de los goles anotados a domicilio. Isco, nuclear
en el mando, pudo empatar en pleno manejo sosegado del tempo. La pelota era blanca
(anoche negra y morada) y se jugaba en la frontal del portero local. Simeone,
sometido a un desafío contra el reloj, decidió mover ficha sin abandonarse al
asalto del cielo, Thomas y Gameiro entraron por Giménez y Torres.
Anheló
el “Cholo” que los suyos refrescaran el punch evidenciado, pero el Madrid había
salido del hoyo y competía a sus anchas: ora en la disposición de la
iniciativa, ora cediendo metros y en contraataque. Ronaldo también lanzó sin
tino (varias veces) mientras que el reloj se quemaba irremisiblemente. Modric
marcó gol y el árbitro otomano no le dio validez. Entre tanto, hacía rato que
la grada premiaba a los suyos no por el despliegue presente, sino como homenaje
a la ilusión que han hecho germinar en ella (en este lustro y en este mismo
lance) esos futbolistas que perecían ante la combinación perpetua visitante. Un
doble remate de Carrasco y Gameiro, que Navas leyó como coronación propia, en
una exhibición de agilidad, constituiría la única llegada clara de un Atlético
que presionaba pero se partía. El peligro era potestad madridista, con un tanto
anulado a Ramos y un puñado de remates faltos de precisión.
Gameiro
no acertaría a poner la guinda a un desborde estiloso del recién entrado Correa
(sustituyó a un Koke desfondado, retrato de la ejecución global de su vestuario)
cuando Zidane empezó a dar respiro. El técnico galo reservó para la final a
Casemiro, Benzema e Isco, dando la altentiva a Lucas Vázquez, Asensio y Morata.
Volvía Zizou a mandar un mensaje de contragolpe a su dibujo, cediendo el
control del cuero, cuando se dejaba atrás el minuto 80. Como en la ida, aunque
sin más en juego que el orgullo. Los últimos diez minutos de fútbol elitista en
la ribera del Manzanares certificarían el billete a Cardiff de un Real Madrid
superviente de sí mismo (tragó sus demonios de compromiso para, a la postre,
ser más calmado, solvente y resolutivo) y atestiguarían la dignidad de la obra
de Simeone. Un proyecto que, otra vez, tiene su frontera en el vecino de la
capital (nadie eliminó a un equipo cuatro años seguidos en competición europea).
La tromba de agua que sobrevino como envoltorio épico del desenlace que se
degustaba ante los acordes del cántico de la hinchada local supuso el cénit
eléctrico a las últimas líneas de la deliciosa rivalidad capitalina (18 a 17
disparos fue la vibrante relación ofensiva final) que acogió el Calderón. Otro
equipo español buscará ampliar el monopolio nacional en Champions (últimas tres ediciones ganadas).
El
Madrid se llevó el triunfo global en la última noche de gala de un estadio que
se ha hecho gigante por una afición enorme, entregada a unos colores, los
rojiblancos. Algún día, el éxito llegará en modo de Copa de Europa y ellos lo
verán y paladearán. Ahora, el 3 de junio, Cardiff reedita la final de hace 19
años de Ámsterdam. El Rey de Europa ante la Vecchia
signora, el Madrid que ya es leyenda sempiterna, la institución deportiva
más grande de todos los tiempos, en pro de otra conquista que acrecente su
grandeza.